No había cumplido aún veinte años -vió la luz en el seno de una familia de tradición militar en 1847- y ya conocía el fragor de la guerra del Paraguay. Yatay, Uruguayana, Estero Bellaco, Tuyutí y tantos otros nombres representan acciones bélicas que se eslabonaron en la vida del joven guerrero, hasta que una herida de metralla en Curupaytí le significó el relevo y un ascenso por mérito. Restablecido, marchó con Paunero a Mendoza con las fuerzas que sofocaron la rebelión de Videla, Saá y Rodríguez, donde fué nuevamente herido -esta vez de consideración- por arma blanca en la cabeza. Otra vez convocado al Paraguay permaneció hasta la conclusión del drama como subordinado de su hermano el teniente coronel Luis María Campos.
Operado el regreso a Buenos Aires, la estancia no duró mucho tiempo. Después de participar en la primera y segunda campaña contra Lopez Jordán se hizo cargo de la Inspección y Comandancia General de armas; y luego de la jefatura de bomberos -período en el cual esa institución inició la construcción del cuartel de plaza Lorea-. se desempeñó como ayudante del general Roca en la campaña al Río Negro,y durante los sucesos de 1880 el ya coronel Campos actuó en apoyo del gobierno nacional escoltando su cuerpo a las autoridades federales hasta 1882. En ese año pasó a ejercer la jefatura de la frontera Sud de Buenos Aires, instalando una línea avanzada de fortines y fundando la actual ciudad de General Acha.
Fue un soldado cabal, forjado en el fuego de innumerables combates, ejemplo de lealtad y bravura. A su regreso de Europa -ya general- donde se había desempeñado un año como agregado a la legación argentina en Londres, fue apalabrado por los organizadores de la revolución en plena gestación. En un principio fue escéptico en cuanto a las posibilidades de éxito del movimiento ya que no era un hombre político -aunque no ocultara su clara filiación mitrista- , ni un revolucionario profesional, sólo un soldado disciplinado de inteligencia simplista. Después de algunas reuniones conspirativas cambió de parecer y aceptó la jefatura militar de la revolución. Un hecho fortuito se agregó como contribución a su decisión cuando después de la reunión popular de El Frontón, vistiendo traje de calle, defendió a su hermano ante la policía que cargaba a las órdenes de Capdevila, rompiendo su bastón sobre la cabeza de un agente policial, y siendo encarcelado hasta bien entrada la noche.
Comenzó a recorrer con entera libertad los cuarteles a objeto de sublevarlos, hasta que apenas unos días antes de la fecha de inicio de la revolución fue arrestado por orden del ministro Levalle junto con otros oficiales conspiradores. Visitado en su prisión del regimiento 10 de infantería por el general Roca, a quien conocía como antiguo subordinado y asistente, reconoció que sería el jefe militar del alzamiento próximo a estallar, y que no faltaría al compromiso asumido. Enemigos ambos de la "solución Alem" para la crisis profunda que atravesaba el país, coincidieron que la revolución no podía ya detenerse pues el malestar contra Juárez tenía que hacer eclosión por algún lado, y que era necesario pensar en alguna manera de regular el movimiento para que todo convergiera en una personalidad -el general Mitre- que pudiera recomponer una política de unión nacional. Ambos de acuerdo, Roca convino con el jefe del regimiento, coronel Toscano, la salida de Campos de su prisión para encabezar la sublevación.
En esta entrevista está la clave que explica la actitud asumida posteriormente por Campos, que se empeñó en mantenerse a la defensiva concentrando sus tropas en el parque de Artillería, se apartó del plan convenido, no intentó interrumpir las comunicaciones telegráficas, y no atacó a las fuerzas del gobierno sino que les intimó rendición mientras sus fuerzas entonaban el Himno Nacional a la espera de que llegara la carne para una churrasqueada general; una pérdida de tiempo que favoreció a Pellegrini y Levalle que concentraban sus tropas en la plaza Libertad, mientras ordenaban a varios cuerpos de interior que se trasladaran inmediatamente hacia la Capital, para reforzarlos.
Campos debió resistir la presión de los elementos civiles de la junta revolucionaria que lo instaban a atacar y cumplir el plan previamente establecido, y con Alem se embarcó en una dura polémica después de fracasada la revolución. Los sublevados se consideraron vencidos cuando el propio Campos, en nota al caudillo de Balvanera, sentenció sobre la imposibilidad de llevar un ataque sobre la plaza Libertad o resistir uno de esa procedencia ante la escasez de municiones y los infructuosos esfuerzos hechos para conseguirlas.
Airoso de su primer trance político, fue elegido diputado por la Capital, pero renunciante dos años después ocupó la jefatura de la policía. En 1897 fue senador a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires; nuevamente diputado en 1902 -reelegido 4 años después-, ocupaba su banca cuando falleció el 15 de diciembre de 1908.
Fuente: Todo es historia, nº 277, julio de 1990.
Operado el regreso a Buenos Aires, la estancia no duró mucho tiempo. Después de participar en la primera y segunda campaña contra Lopez Jordán se hizo cargo de la Inspección y Comandancia General de armas; y luego de la jefatura de bomberos -período en el cual esa institución inició la construcción del cuartel de plaza Lorea-. se desempeñó como ayudante del general Roca en la campaña al Río Negro,y durante los sucesos de 1880 el ya coronel Campos actuó en apoyo del gobierno nacional escoltando su cuerpo a las autoridades federales hasta 1882. En ese año pasó a ejercer la jefatura de la frontera Sud de Buenos Aires, instalando una línea avanzada de fortines y fundando la actual ciudad de General Acha.
Fue un soldado cabal, forjado en el fuego de innumerables combates, ejemplo de lealtad y bravura. A su regreso de Europa -ya general- donde se había desempeñado un año como agregado a la legación argentina en Londres, fue apalabrado por los organizadores de la revolución en plena gestación. En un principio fue escéptico en cuanto a las posibilidades de éxito del movimiento ya que no era un hombre político -aunque no ocultara su clara filiación mitrista- , ni un revolucionario profesional, sólo un soldado disciplinado de inteligencia simplista. Después de algunas reuniones conspirativas cambió de parecer y aceptó la jefatura militar de la revolución. Un hecho fortuito se agregó como contribución a su decisión cuando después de la reunión popular de El Frontón, vistiendo traje de calle, defendió a su hermano ante la policía que cargaba a las órdenes de Capdevila, rompiendo su bastón sobre la cabeza de un agente policial, y siendo encarcelado hasta bien entrada la noche.
Comenzó a recorrer con entera libertad los cuarteles a objeto de sublevarlos, hasta que apenas unos días antes de la fecha de inicio de la revolución fue arrestado por orden del ministro Levalle junto con otros oficiales conspiradores. Visitado en su prisión del regimiento 10 de infantería por el general Roca, a quien conocía como antiguo subordinado y asistente, reconoció que sería el jefe militar del alzamiento próximo a estallar, y que no faltaría al compromiso asumido. Enemigos ambos de la "solución Alem" para la crisis profunda que atravesaba el país, coincidieron que la revolución no podía ya detenerse pues el malestar contra Juárez tenía que hacer eclosión por algún lado, y que era necesario pensar en alguna manera de regular el movimiento para que todo convergiera en una personalidad -el general Mitre- que pudiera recomponer una política de unión nacional. Ambos de acuerdo, Roca convino con el jefe del regimiento, coronel Toscano, la salida de Campos de su prisión para encabezar la sublevación.
En esta entrevista está la clave que explica la actitud asumida posteriormente por Campos, que se empeñó en mantenerse a la defensiva concentrando sus tropas en el parque de Artillería, se apartó del plan convenido, no intentó interrumpir las comunicaciones telegráficas, y no atacó a las fuerzas del gobierno sino que les intimó rendición mientras sus fuerzas entonaban el Himno Nacional a la espera de que llegara la carne para una churrasqueada general; una pérdida de tiempo que favoreció a Pellegrini y Levalle que concentraban sus tropas en la plaza Libertad, mientras ordenaban a varios cuerpos de interior que se trasladaran inmediatamente hacia la Capital, para reforzarlos.
Campos debió resistir la presión de los elementos civiles de la junta revolucionaria que lo instaban a atacar y cumplir el plan previamente establecido, y con Alem se embarcó en una dura polémica después de fracasada la revolución. Los sublevados se consideraron vencidos cuando el propio Campos, en nota al caudillo de Balvanera, sentenció sobre la imposibilidad de llevar un ataque sobre la plaza Libertad o resistir uno de esa procedencia ante la escasez de municiones y los infructuosos esfuerzos hechos para conseguirlas.
Airoso de su primer trance político, fue elegido diputado por la Capital, pero renunciante dos años después ocupó la jefatura de la policía. En 1897 fue senador a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires; nuevamente diputado en 1902 -reelegido 4 años después-, ocupaba su banca cuando falleció el 15 de diciembre de 1908.
Fuente: Todo es historia, nº 277, julio de 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario