miércoles, 30 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL PABLO RICCHERI


Nació en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, el 8 de agosto de 1859, siendo sus padres Lázaro Riccheri y Catalina Chufardi, ambos nacidos en la población marítima de la vieja Liguria llamada Sestri Levante. En 1848 llegó a Buenos Aires el padre del ilustre General, radicándose podo después en Rosario; pero al contraer enlace se estableció con una casa de comercio en el histórico pueblo donde San Martín recogió su primer laurel en su carrera libertadora en la América de Sud. Riccheri fue bautizado con el nombre de Pablo, el 13 de octubre de 1859, apadrinando la ceremonia Josefa Cutura (foja 12 del Libro 1º de bautismos de San Lorenzo).
Estudió las primeras letras en la escuela que funcionaba en el famoso convento de su pueblo natal, donde los misioneros franciscanos enseñaban con una paciencia y con una dulzura que el después general Riccheri no olvidó jamás. Su maestro de primeras letras fue el padre Antonio Bonti, y otro de sus maestros más notables fue fray Jeremías Petrelli, orador elocuente y erudito profundo.
Con motivo del estallido de la revolución del 24 de setiembre de 1874 se incorporó al Regimiento de Caballería que organizó en San Lorenzo el coronel Silverio Córdoba; pero mientras se organizaba el cuerpo, sus componentes se ejercitaban en la equitación y en uno de tales ejercicios, el caballo de Riccheri dio una rodada de la cual salvó milagrosamente el jinete, pero sufriendo la fractura de la clavícula derecha. Por esta causa debió quedarse en su casa cuando el Regimiento de Córdoba marchó a conquistar laureles en la batalla de Santa Rosa.
Al regreso de la campaña contra Arredondo, Córdoba fue recibido en forma estrepitosa en San Lorenzo y correspondió al jovencito Riccheri dar en nombre del vecindario, la bienvenida a aquellos valientes, y lo hizo en forma tan emocionante, que el veterano Coronel, conmovido, se quitó la espada y la puso en manos de Riccheri instituyéndolo caballero según los ritos medioevales de la caballería.
Redactó su solicitud de ingreso al Colegio Militar y vino a Buenos Aires para gestionar personalmente su admisión de cadete. Con tal objeto, Riccheri iba todos los días a la Casa de Gobierno a la espera de una resolución, y allí, en el Ministerio de la Guerra esperaba tener noticias de su solicitud. Así pasaron 15 días. Al cabo de los cuales se le habían evaporado los pocos pesos que le había dado su familia, y se presentó por última vez a la Casa de Gobierno, decidido a regresar a San Lorenzo al día siguiente; al anochecer ya iba a retirarse, cuando un negro ordenanza –el moreno Luis- viéndolo tan triste, le preguntó qué le pasaba, y Riccheri le contó su aventura. El ordenanza lo condujo a una oficina de un empleado señor Manzini, el cual, a instancias del moreno Luis atendió al futuro General, y al dar éste su nombre, un militar que estaba allí, y que resultó ser el mayor Julián Falcato, que mandaba una compañía en el Colegio Militar, le dijo a Riccheri que su solicitud había sido despachada favorablemente desde hacía 15 días, y le ordenó que sin falta se presentase al día siguiente al Colegio, como lo hizo. Justamente, un cuarto de siglo después, al prestar el juramento de ley para hacerse cargo de la cartera de Guerra, el entonces coronel Riccheri, en medio del asombro de la compacta muchedumbre presente, rompiendo el protocolo, se abrió paso por entre los espectadores para ir a abrazar al humilde ordenanza Luis; y al día siguiente el Presidente Roca lo nombraba mayordomo de los ordenanzas de la Casa de Gobierno. A él le debía Riccheri su carrera y por ende, su cargo de Ministro.
En efecto, el 17 de marzo de 1875, el Ministro del Interior, Dr. Simón de Iriondo, se dirigía a su colega de Guerra, de parte del Presidente, manifestándole que estando “ocupadas todas las becas dotadas por el Gobierno en el Colegio Militar, me encarga decir a V. E. se sirva ordenar se acepte como alumno del expresado Colegio mientras no haya una vacante, al joven D. Pablo C. Riccheri, previos los requisitos legales, debiendo imputarse el valor de la beca a la partida de eventuales de este Ministerio”. El 17 de junio de 1975, habiéndose presentado el candidato, fue dado de alta como cadete.
Su paso por las aulas fue singularmente distinguido; el 26 de diciembre de 1876 ascendió a cabo 2º, el 15 de noviembre de 1877 lo fue a cabo 1º y el 1º de setiembre de 1878 obtuvo las jinetas de sargento 2º. En las notas anuales del Jefe del Cuerpo, mayor Francisco Smith, en 1878 y 79, se leen conceptos como los que siguen: “Conducta inmejorable” – “De muchas esperanzas para la carrera militar” – “Sentimientos muy dignos de un soldado” – “Inteligencia despejada” – “Vida privada brillante” – “Carácter muy bueno aunque un poco ligero, tiene mucho amor a la carrera militar, como muy patrióticos sentimientos”.
Con tal brillantes conceptos y con clasificaciones sobresalientes, egresó del Colegio Militar el 24 de noviembre de 1879 con la jerarquía de teniente 2º de artillería, siendo destinado al día siguiente al Regimiento 1º del arma, destacado en esta Capital.
Asistió a la batalla de Los Corrales, el 21 de junio de 1880, y por los méritos que contrajo en aquella campaña, fue promovido a teniente 1º el 9 de julio de dicho año.
Su breve actuación en las filas del ejército le hizo ver de inmediato la necesidad que existía de perfeccionar los métodos de preparación del personal superior y subalterno, modernizando sus conocimientos y el material en uso. Al efecto, el 20 de enero de 1881 se dirigió a la Superioridad solicitando perfeccionar sus estudios en Europa, y el 29 del mismo mes, el Inspector y Comandante General de Armas, general Joaquín Viejobueno, elevaba aquella solicitud en los términos siguientes: aconsejaba fuese concedida la autorización pedida “En mérito de la conducta ejemplar y contracción que observa el recurrente”. El 22 de febrero le fue despachada favorablemente la solicitud formulada.
Se trasladó a Europa y el 10 de octubre de 1883 fue dado de alta en la Escuela Superior de Guerra de Bélgica, reputada la mejor del Continente, donde cursó regularmente todas las asignaturas para optar al codiciado título de Oficial de Estado Mayor Diplomado. Durante su permanencia en la Escuela de Guerra, el 15 de enero de 1884 fue promovido a capitán de artillería, , estando en 1er año, curso que terminó el 14 de agosto de de 1884.
Con singular aprovechamiento siguió los cursos de referencia, los que terminaron el 17 de diciembre de 1886, obteniendo el capitán Riccheri la clasificación final de 14,61 que lo colocó 2º en la lista de egreso, siendo aventajado sólo por un oficial belga que obtuvo unos centésimos más de punto.
El 1º de febrero de 1887 el ministro argentino en París, Dr. José C. Paz, elevaba las notas y conceptos obtenidos por el capitán Riccheri en la Escuela de Guerra de Bruselas, y en dicha nota, Paz decía, entre otras cosas: “….. podría agregar que el señor Riccheri es también el primer oficial argentino de los que hoy hacen sus estudios en el extranjero que haya obtenido tan alto concepto entre sus profesores”.
Egresado de la Escuela de Guerra mencionada, Riccheri fue nombrado el 1º de enero de 1887 agregado militar a la Legación argentina en París, en la que había figurado durante su permanencia en aquel Instituto. El 6 de diciembre de igual año pasó con el mismo cargo a la Legación en Alemania, donde ascendió a mayor el 26 de julio de 1888. El 12 de noviembre de este año se decidió postergar su permanencia en Europa, a fin de que asistiese a las experiencias de armas de repetición que tendrían lugar en Suiza y en el polígono de Beverloo; y para estudiar la organización de los establecimientos de enseñanza militar en Suiza.
El 26 de diciembre de 1888 cesó en su cargo en la Legación en Berlín y pasó a revistar al E. M. G. -1er Cuerpo de Ejército- con la nota: “En comisión en Europa”. Asistió a las maniobras del XII Cuerpo de Ejército, en 1889, siendo condecorado con la cruz del Comendador de la Orden Militar de Alberto de Sajonia.
Terminada la comisión en Europa, Riccheri regresó al país, llegando a Buenos Aires en el momento del estallido del movimiento revolucionario del 26 de julio de 1890, presentándose de inmediato al Gobierno. Por su comportamiento en aquellas memorables jornadas, el 16 de agosto de aquel año ascendió a teniente coronel.
El 29 de setiembre de 1890 fue nombrado Director de la Comisión de Armamentos en Europa, y en el ejercicio de este cargo el comandante Riccheri prestó eminentes servicios al país, emprendiendo la adquisición del armamento que permitiese renovar por completo el muy anticuado que utilizaba nuestro Ejército. Adquirió importante cantidad de fusil Mauser modelo argentino de 1891, con innovaciones ventajosas ideadas por el propio Riccheri y miembros de la Comisión sobre el material en uso en el Viejo Continente. Se emprendió la adquisición del material de artillería indispensable para reemplazar el que se hallaba en servicio.
El 1º de enero de 1892 fue pasado a revistar en la P. M. A., regresando a Buenos Aires, donde permaneció hasta el mes de noviembre de aquel año, fecha en que volvió a Europa, continuando el desempeño de su comisión de armamentos. El 1º de enero de 1894 pasó a la “Reserva de 1ª Clase, pero figurando en Europa hasta abril de ese año en que regresó a Buenos Aires.
El 21 de mayo de 1895 pasó a la P. M. A., revistando en el Arsenal de Guerra con el título de “Director-Presidente de la Comisión Técnica, en la compra de armamentos en Alemania”, a donde se trasladó en aquella fecha. Promovido a coronel el 20 de setiembre del mismo año, en esta fecha fue designado Director titular del Arsenal de Guerra; el 20 de marzo de 1897 se dispuso que habiendo regresado de Europa recientemente el coronel Riccheri se le pusiese en posesión del cargo de Director del Arsenal de Guerra, para el que había sido nombrado en la fecha mencionada.
El 14 de enero de 1898 fue designado Director General de Arsenales hasta el 27 de marzo de igual año, en que pasó a ejercer el cargo de Jefe del E. M. G., pero debiendo ausentarse el coronel Riccheri “en comisión del servicio” a Europa, el 31 de mayo de 1898 se designó encargado del despacho del E. M. G. al coronel Saturnino E. García mientras durase la ausencia del titular.
Continuó al frente de la adquisición de armamentos hasta el 13 de julio de 1900, en que el presidente Roca lo nombró titular de la cartera de Guerra, habiendo revistado hasta aquella fecha como Jefe de E. M. G. en comisión en Europa. Terminada la importantísima misión, regresó al país, desempeñando entre tanto, la cartera respectiva el Subsecretario de Guerra, coronel Rosendo M. Fraga.
A las 3 de la tarde del 20 de setiembre de 1900 prestó el juramento de ley como Ministro de la Guerra. Con mano firme procedió a romper los moldes de una tradición vinculada a los orígenes mismos de la nacionalidad y con el pasado heroico de su ejército, para proceder a la modernización sistemática de éste.
La adquisición de Campo de Mayo dio a las fuerzas que servían en la Capital y sus proximidades el campo de maniobra y adiestramiento que tanto necesitaba. Dicho campo lo adquirió en un millón de pesos, sobrante de su presupuesto de un año que manejó con estricta economía y reconocida habilidad. Adquirió igualmente el “Campo de los Andes”, con el mismo objeto. Reorganizó el cuadro de oficiales, renovando los cuadros, para lo cual se impuso la dura necesidad de hacer retirar muchos gloriosos soldados que habían lidiado en los esteros paraguayos y en la lucha contra los salvajes. Dividió el país en siete regiones militares. Reorganizó el Ministerio de Guerra y el E. M. G.; creó el cuerpo de archivistas y aumentó el número de los regimientos de las distintas armas. Creó las siguientes Escuelas: de Mecánica, de Sanidad, de Aplicación de Clases, de Caballería y para suplir las necesidades de oficiales, que el Colegio Militar momentáneamente era imposible remediara por completo, creó la Escuela de Aspirantes a Oficial, que surtió grandes beneficios para el objetivo que fue creada. La Escuela de Sanidad Militar, creada el 21 de mayo de 1902, y cerrada después en el Gobierno siguiente, no obstante los buenos resultados que dio. Organizó brigadas mixtas y refundó el glorio el Glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo.
Otras innumerables iniciativas del Ministro Riccheri transformaron fundamentalmente las características del ejército hasta entonces existente, dándole la fisonomía que ha servido de base al del presente. A los pocos meses de aprobada la ley de organización del Ejército y servicio militar obligatorio Nº 4031, que lleva su nombre, sancionada el 6 de diciembre de 1901, el Ministro Riccheri podía presentar en Campo de Mayo un ejército de contextura moderna que asombró a cuantos presenciaron sus demostraciones. Ese día, el domingo 15 de mayo de 1904, el coronel Riccheri alcanzó su consagración. Sobre el propio campo de ejercicios, en el cual juraron la bandera los conscriptos de la clase de 1882, el presidente Roca, recogiendo las ovaciones de la multitud que victoreaba entusiasmada al organizador del Ejército, lo promovió prácticamente a General, y al efecto, al día siguiente elevó el mensaje respectivo al Senado, que fue despachado de inmediato. El general Ignacio H. Fotheringham, en su libro “La vida de un soldado”, refiriéndose al Ministro Riccheri, dice: “Un gran organizador, dio al ejercito esa verdadera unción militar que hoy lo distingue. Un caballero correctísimo, y soldado lleno de ilusiones sanas y nobles entusiasmos. Se conquistó la estimación del país entero, a tal punto, que si no lo propone al Senado el P. E. para el ascenso a General, lo aclaman por “¡vox populi, vox Dei!”.
Sus despachos de general de brigada llevan fecha 19 de mayo de 1904 y ostentan la firma del presidente Roca y fueron refrendados por el ministro de Marina Onofre Betbeder. El 12 de octubre del mismo año cesó en su cargo de Ministro de Guerra y tres días después era nombrado Director de la Escuela Militar y de aplicación de Artillería e Ingenieros, en San Martín; cargo que asumió el 27 de octubre y del cual solicitó su relevo el 30 de diciembre del mismo año, el que le fue concedido el 3 de enero de 1905, pasando a revistar en la “Lista de Oficiales Generales”.
El 4 de octubre de 1905 fue nombrado jefe de la 2da Región Militar, con asiento en Bahía Blanca, cargo que ejerció hasta el 23 de setiembre de 1907, fecha en que fue pasado a la P. M. A., concediéndosele el relevo que había solicitado el general Riccheri desde Adrogué, el 18 de setiembre de aquel año.
El 14 de marzo de 1910 fue nombrado Presidente del Tribunal de Clasificación de Servicios Militares. El 19 de julio del mismo año, el P. E. envió un mensaje proponiendo al Senado su ascenso a general de división, junto con Saturnino E. García, Carlos E. O’Donnell, Victoriano Rodríguez, Rosendo M. Fraga y Rafael M. Aguirre. El 13 de agosto de 1910 se le confirió tan alta jerarquía militar.
El 14 de octubre de 1910 presentó una enérgica nota de protesta por haber ascendido el P. E. a varios capitanes declarados inaptos por el Tribunal que presidía el general Riccheri, renunciando al mismo tiempo a este cargo; el día 19 del mismo mes fue nombrado comandante del 3er Cuerpo de Ejército.
El 12 de junio de 1912 pasó a la P. M. A. y el 13 de diciembre del mismo año fue designado Presidente del Consejo de Guerra Permanente para Jefes y Oficiales, cargo en el cual fue reelecto por un nuevo período el 27 de marzo de 1913.
Se le concedió el 11 de enero de 1915 el relevo de la Presidencia del Consejo de Guerra, siendo reemplazado por el general Ricardo Cornell, y al día siguiente el P. E. expidió un decreto designando al general Riccheri para seguir las operaciones de la Guerra Europea: “Para adquirir conocimientos prácticos de la Gran Guerra, pudiendo alcanzar en el terreno mismo enseñanzas que es imposible adquirir en otras circunstancias”. Postergada su partida por su situación personal, el 26 de junio de 1916 dejó de figurar en la “Lista de Oficiales en el Extranjero” y pasó a Disponibilidad (Art. 31, inciso 1º, Boletín Militar 4476). El 5 de julio de 1916 solicitó un año de licencia para ausentarse al extranjero, la que le fue concedida el 20 del mismo mes (Boletín Militar Nº 4493), pasando a revistar en la lista respectiva.
No habiendo podido ausentarse a Europa como era su propósito por una grave afección a la vista que sufrió entonces, el general Riccheri permaneció en el país; y el 8 de febrero de 1918 se decretó que diese cumplimiento a la S. R. del 12 de enero de 1915. La terminación de la Guerra Mundial determinó el pase del general Riccheri a la Disponibilidad en noviembre de 1918, situación de revista que conservó en los años siguientes.
Hallándose próximo a cumplir la edad máxima acordada por la Ley 4707 para la jerarquía de General de División, el 4 de agosto de 1922, el diputado Armando G. Antille presentó un proyecto de Ley que firmaban otros colegas de distintos colores políticos, proponiendo el ascenso de Riccheri al grado de Teniente General. El mismo día se trató en la Cámara el proyecto y en la discusión se pusieron en evidencia los eminentes servicios prestados a la Nación por el general Riccheri. En el curso del debate, el diputado Mariano Demaría dijo:
“El verdadero título a la consideración pública que tiene, fue el de ser como Ministro de Guerra, quien promovió el establecimiento del servicio militar obligatorio. Pero éste no es el único, es uno de los tantos servicios que ha prestado y entre ellos hay uno que tengo presente y que quiero referir a la cámara. Cuando hizo la adquisición de armamentos el general Riccheri, un día el gobierno argentino recibió inesperadamente un giro por una suma muy grande; no quisiera darla porque no estoy seguro de ella, pero puedo asegurar que pasaba de dos o tres millones de pesos.

Sr. Antille – Ocho millones.
Sr. Demaría – Me alegro que de la cifra el señor diputado. Me parecía superior a la que yo di, pero como no estaba seguro no quería citar una cifra tan elevada. Se averiguó en el ministerio y se supo que esta era la comisión que habitualmente daban las casas a los oficiales encargados de controlar las compras, comisión que casi estaba establecida en el uso y que el general Riccheri en nombre de la comisión argentina recibió de los fabricantes y la entregó al gobierno argentino, pidiendo que ella fuese destinada a adquirir nuevos armamentos. Y este criterio lo ha mantenido invariablemente en toda su vida militar”.

Desgraciadamente, después de un largo debate, al ir a votarse el proyecto se encontró con que no había quórum y por esta causa el general Riccheri pasó a situación de retiro por edad el 8 de agosto de 1922, con el sueldo y grado de teniente general de acuerdo al Art, 4, Capítulo I, Título III de la Ley 4707 y por hallarse comprendido en el 1er párrafo del Art. 94 de la Ley 8675; con un total de 64 años, 1 mes y 23 días de servicios computados.

Por Ley 11907 del 26 de setiembre de 1934 paso el teniente general Riccheri a revistar en actividad. El Art. 1º de dicha Ley decía textualmente: “Considérese revistando en actividad en el Ejército al señor teniente general (en retiro) don Pablo Riccheri”. Ese mismo año, en la sesión de la Cámara de Diputados del 16 de mayo, con motivo de cumplirse el trigésimo aniversario de la promoción de Riccheri al generalato, el diputado Carlos Alberto Pueyrredón dijo: “Viene oportunamente este recuerdo, porque se han cumplido 30 años de la fecha memorable en que el presidente Roca ascendió a general a don pablo Riccheri. Es, a mi juicio, y lo comparten la mayoría de los ciudadanos de mi tierra, la personalidad más brillante del cuadro de oficiales de los últimos cincuenta años de nuestro glorioso ejército”.
Pero la salud del ilustre General se hallaba en estado precario; una bronconeumonía que le tomó en su domicilio en Temperley obligó a sus amigos a trasladarlo al Hospital Militar donde falleció a los ocho días, a las 3:10hs del 30 de Junio de 1936. Su cadáver fue embalsamado y expuesto en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Guerra hasta el día siguiente, en que colocado al ataúd en una cureña del Regimiento 1 de Artillería, escoltado por un escuadrón del 8 de Caballería, el cadáver del ilustre General fue conducido a la Catedral, a las 10 de la mañana del 1º de julio, donde ofició una misa de cuerpo presente monseñor Manuel Elzaurdia, ocupando todo el templo compacto y calificado público. Finalizada la misa, se continuó la marcha en dirección a la Recoleta, lugar al que se llegó pasadas las once de la mañana.
En el cementerio pronunciaron sendos discursos; en nombre del P. E. el ministro de la Guerra, general Basilio B. Pretiñe, quien puso de manifiesto el profundo pesar que embargaba al Ejército y a toda la Nación por tan irreparable pérdida; en nombre del Ejército, el general Camilo Idoate, que trazó a grandes rasgos la magnífica carrera de soldado del ilustre muerto; el Dr. Manuel M. de Iriondo, en atención a la vieja amistad que lo ligó al general Riccheri; y el Dr. Virgilio Reffino Pereyra, por el Club del Progreso. Cerrando la serie, el diputado nacional Gregorio N. Martínez, quien lo hizo en el seno de la H. Cámara a que pertenecía, en la primer sesión celebrada después del entierro del inminente soldado y esclarecido patriota.
El general Riccheri contrajo matrimonio en la Iglesia del Carmen de esta Capital, el 9 de enero de 1901, con Dolores Murature, porteña, nacida el 17 de octubre de 1874, hija de José Murature y de Dolores Lagarreta. Hija de tal matrimonio fue María Victoria Johanna Riccheri, nacida el 16 de mayo de 1904. Quiso la desgracia que la muerte la arrebatase en plena niñez, a la edad de 10 años, el 15 de julio de 1914, fecha en que falleció en Temperley, víctima de una apendicitis. El entierro, verificado al día siguiente, en el Cementerio del Norte, congregó desde el Presidente de la República hasta las personas más humildes que testimoniaron su homenaje al afligidísimo padre, que recibió un golpe de muerte moral para todo el resto de su existencia con tal irreparable pérdida: única hija.
Ejerció la presidencia del Círculo Militar por los períodos de 1913-15 y de 1915-17. El 8 de junio de 1929 volvió a ser elegido para igual cargo, pero renunció sin haberse hecho cargo del puesto.
El 30 de setiembre de 1838 se sancionó una ley destinando 80.000 pesos para levantar un mausoleo en la Recoleta para guardar los restos del General. No obstante, recién en 1951 se autorizó la ejecución de la obra en el sitio en que había estado Bernardino Rivadavia, antes de su traslado a Plaza Miserere (actualmente Plaza Once), en 1932. Se inauguró el 15 de marzo de 1952, siendo colocados también los restos de: Félix de Olazábal, Bernardo Monteagudo, Juan O’Brien, Francisco Fernández de la Cruz, Elías Galván, Juan José Quesada de Pinedo y Luciano Fernández. Posteriormente fueron colocados también los restos de su esposa y su hija.
El general Riccheri vivió sus últimos 20 años en la forma más austera que es posible imaginar. El hondo sentimiento que embargó su noble espíritu por la pérdida de su única hija fue la causa principal que lo impulsó a vivir con tanta sencillez, y también, por qué no decirlo, las tremendas sacudidas que sufrió en sus intereses, que lo llevaron al borde de la ruina.
Poseyó las siguientes condecoraciones: del “Aguila Roja” de Alemania, “Al Mérito” de Chile de la 1ª clase, y la placa de “Gran Oficial de la Orden de la Corona de Bélgica”.

Fuentes: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / www. revisionistas.com.ar / López Mato, Dr. Omar – Ciudad de Angeles – Buenos Aires (2001) / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

martes, 29 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL JOSE MATIAS ZAPIOLA


El 27 de Junio de 1874 Muere en Buenos Aires el General José Matías Zapiola
Héroe de la Independencia Argentina, (1780 - 1874), comandante del Regimiento de Granaderos a Caballo en la batalla de Chacabuco, peleó en Cancha Rayada y Maipú. En esta última batalla tuvo una actuación descollante, dirigiendo la mitad de la caballería patriota. Fue el Comandante de la 2da Campaña del sur de Chile, después de Marcos Balcarce, y tomó la ciudad de Chillán por asalto. Fue ascendido a general. Fue Comandante de la escuadra fluvial de Buenos Aires, y participó de la guerra contra Santa Fe y Entre Ríos, en los años 1820 y 1821. Después de 1828, fue jefe del Departamento de Marina y en 1852 fue ministro de Guerra y Marina.

José Matías Zapiola era hijo de Manuel Joaquín de Zapiola, oficial de marina español que acompañó la expedición de Pedro de Ceballos al Río de la Plata y de María Encarnación de Lezica y Alquiza. Fue enviado a España para instruirse en la marina española; egresó de la Escuela Naval en 1796 y le asignaron tareas navales. Hacia 1805 lo destinaron a la guarnición naval de Montevideo, y de allí pasó a Buenos Aires, donde luchó en 1807 en la defensa contra las invasiones inglesas.
En 1810era jefe del Puerto de Buenos Aires; apoyó la Revolución de Mayo y fue dado de baja de la Armada Española. De regreso en Montevideo, fue arrestado y enviado de regreso a España. Al llegar a Cádiz se unió a la logia de esa ciudad y acompañó a José de San Martín y Carlos Maria de Alvear a Londres. De allí regresó a Buenos Aires en 1812 en la fragata "George Canning", junto con San Martín y Alvear.
Cuando llegaron, en 1812, Zapiola se presentó de inmediato, junto con ellos, ante el Primer Triunvirato. También colaboró para establecer la Logia Lautaro, de la cual fue el primer secretario. Ayudó a San Martín a formar el Regimiento de Granaderos a Caballo, y fue el jefe del primer batallón de esta unidad.
En 1814 pasó al sitio de Montevideo, a órdenes de Alvear, y participó en la última etapa de este, hasta la caída de la ciudad. Tras esto, quedó como segundo jefe de la guarnición en esa ciudad; al año siguiente hizo, con Manuel Dorrego, una campaña contra Artigas. No llegó a tiempo a salvar a Dorrego de la derrota de Guayabos, que significó la pérdida de la Banda Oriental para el Directorio.
Quedó al mando del Regimiento de Granaderos y lo llevó a Mendoza, con lo cual reforzó el Ejercito de los Andes. Cruzó la cordillera con San Martín, y peleó en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. En esta última batalla tuvo una actuación descollante, dirigiendo la mitad de la caballería patriota. Fue el comandante de la 2da campaña del sur de Chile, después de Marcos Balcarce, y tomó la ciudad de Chillán por asalto. Fue ascendido a General.
En junio de 1819 regresó a Buenos Aires y se reincorporó a la marina. Después de la muerte de su anterior jefe, Angel Hubac, fue el comandante de la escuadra fluvial de Buenos Aires, y participó de la guerra contra Santa Fe y Entre Ríos, en los años 1820 y 1821.
Pidió y obtuvo la baja de la marina en 1822, y se convirtió en estanciero gracias a la enfiteusis ideada por el ministro Bernardino Rivadavia. Organizó la flota que serviría en la guerra contra el Brasil, pero no llegó a embarcarse; le pasó el mando a Gulliermo Brown.
Después de la revolución del General Juan Galo de Lavalle en 1828, fue jefe del Departamento de Marina, pero en 1829, al final de su gobierno, se retiró de la vida pública para dedicarse a las actividades rurales; permaneció en esta situación hasta después de la caída de Rosas en Caseros en 1852. Ese año regresó al servicio activo como comandante de marina y fue ministro de Guerra y de Marina en el gabinete del gobernador Valentin Alsina de Buenos Aires. No intentó resistir el bloqueo impuesto por Justo José de Urquiza a la ciudad a principios de 1853, que finalmente terminó con una victoria, resultado de un soborno masivo.
Permaneció en distintos cargos públicos hasta la derrota de Cepeda y la renuncia de Alsina, y se retiró definitivamente en 1859. Bartolomé Mitre lo entrevistó muchas veces para lograr datos de primera mano respecto de la historia de la campaña de Chile y de la vida de San Martín. En especial — gracias a haber alcanzado una edad avanzada — fue el único testigo que dejó datos precisos sobre la Logia Lautaro, sus miembros y sus intenciones.

En el combate de caballería que tuvo lugar el 19 de marzo de 1818 en las inmediaciones de Talca, el Coronel D. José Matías Zapiola que era jefe de los Granaderos, estuvo a punto de caer en manos del enemigo, pues fue muerto su caballo.
Se disponía a vender cara su vida, cuando se le acercó a la carrera el cabo Torres que prestaba servicios en la segunda Compañía del primer Escuadrón, y desmontando de un salto le alargó las riendas, diciéndole:
“- Sálvese, mi coronel, que poco importa que se pierda el cabo Torres.”
Este valiente fue ascendido luego, como premio a su indomable arrojo, hasta alcanzar el grado de coronel, que se le confirió el 25 de octubre de 1833.

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

lunes, 28 de junio de 2010

ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL CORONEL PEDRO RAMOS


Era hijo de Tomás Ramos y Rufina Domecq, y nació en Buenos Aires el 28 de junio de 1795, este guerrero de la Independencia y de las luchas contra los indios que sirvió a la patria desde los días de la Revolución de Mayo. Sentó plaza en el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1813, y le tocó luchar en el sitio de Montevideo y también contra Artigas, en disidencia con los directoriales de Buenos Aires.

En 1816 pasó con su regimiento a Mendoza, siendo ya teniente, y cruzó la cordillera de los Andes bajo las órdenes de San Martín, para distinguirse en las acciones de Chacabuco, Concepción y Curapaligüe, combate en el que fue herido. Obtuvo así el grado de ayudante mayor, con el cual peleó en Cancha Rayada.

Estando el Ejército de los Andes acampando en Chimbarongo (marzo de 1818), en reunión de academia de oficiales el francés Carlos Federico de Brandsen manifestó que “no creía en el triunfo porque los oficiales del país no valían como los del enemigo, que eran europeos y aguerridos”. Ramos esperó en la puerta de la tienda y al salir Brandsen le dijo: “Si Ud. quiere saber cómo son los oficailes argentinos, espero sus padrinos”.

Esa misma noche se batieron, en condiciones rigurosas: a sable y hasta quedar inutilizado uno de los lidiadores. Ramos tuvo por padrino a Gerónimo de Olazábal, y Brandsen a Viel. Ambos dieron pruebas de coraje y fortaleza. Ramos recibió una leve herida en la nariz, cerca del ojo derecho; pero Brandsen cayó de un hachazo en la cabeza. San Martín descubrió el duelo y arrestó a Ramos. Inútilmente trató de sonsacar a Brandsen quién lo había herido. “Un argentin”, decía en mal castellano. Días después debieron librar la Batalla de Maipú y Ramos se escapó del cuarto de banderas para asistir a la pelea. Volvió de ella trayendo más prisioneros que soldados. San Martín le dijo entonces: “Capitán Ramos, está Ud. en libertad”.

Hizo la segunda campaña del sur de Chile, a las órdenes del general Balcarce, y luego regresó a Buenos Aires. Acompañó entonces al coronel Martín Rodríguez en su entrada al desierto, y en 1821 peleó en Saladas. Pasó después a comandar el regimiento 5º de caballería, al frente del cual peleó contra los indios en Puesto del Rey. Hizo la campaña contra el cacique Pincheira, a las órdenes del coronel Rauch, y alcanzó el grado de teniente coronel y el mando del regimiento 1º de caballería.

El gobernador Juan Ramón Balcarce le otorgó la jerarquía de coronel de línea, y Juan Manuel de Rosas puso a su mando una de las columnas expedicionarias contra los ranqueles, en 1833. Por orden de Rosas, persiguió al cacique Chocón y con sus fuerzas llegó a las orillas del río Colorado. Contramarchó luego hasta llegar al Cerro Payén, el 30 de octubre de 1833, fijando en su recorrido inscripciones con los nombres de los congresales de Tucumán. Su división fue la que más se internó en el desierto, y al regresar de la expedición recibió una medalla de oro en reconocimiento a sus méritos de guerra. El 1º de octubre de 1836, como jefe de frontera, derrotó en Tapalqué a una fuerte división de indios chilenos comandados por Yanquetruz. El gobierno mandó acuñar una medalla con el nombre de Ramos por su conducta en dicho combate, donde había recibido una herida de lanza.

Pedro Ramos, como Miguel Estanislao Soler y Angel Pacheco, permaneció en el ejército de la Federación. En junio de 1839, como edecán del gobernador Rosas, fue comisionado para que, junto con el presbítero Ramón González Lara (cura de San Nicolás de los Arroyos), esperase la llegada del reo Domingo Cullen en el Arroyo del Medio, y allí ordenase su fusilamiento, lo que ocurrió el 22 de junio, en la posta de Vergara.

El coronel Ramos murió en Buenos Aires el 28 de mayo de 1871, víctima de la fiebre amarilla.

Fuentes: Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1972) /www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

domingo, 27 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL TENIENTE CORONEL ESTANISLAO HEREDIA


Es bueno levantar del olvido de cuando en cuando como ejemplo de abnegación y patriotismo, la figura luminosa de aquellos que cayeron como buenos en cumplimiento de un deber y para quienes la patria no ha guardado el menor recuerdo. Son figuras que se pierden detrás del sepulcro y nosotros cumplimos el grato deber de ir levantándolas una a una, para mostrarlas con todo el brillo, con todo el fulgor de que estuvieron rodeadas en su vida gloriosa. Toca ahora su turno al comandante Heredia, jefe del 5 de Caballería, cuya muerte trágica y desconocida nos conmueve todavía.
Estanislao Heredia nació en Catamarca en 1834. El 1º de mayo de 1857 fue incorporado como alférez 2º agregado a la 1ª compañía del 2º escuadrón del Regimiento Nº 5 “Granaderos a Caballo”, en el Campo de Marte (Azul). El 24 de julio de 1858 fue ascendido a teniente graduado de su compañía (“en cumplimiento del Superior Decreto de 21 de mayo de 1858”); estando su cuerpo destacado en aquella fecha en Sauce Grande. El 1º de febrero de 1859 se hallaba acantonado en el Arroyo de la Ventana, y en Sauce Chico el 1º de marzo; pasando a Napostá Grande el 1º de mayo, y a Bahía Blanca el 1º de junio de 1859. Con motivo de la campaña que se abrió contra la Confederación, su cuerpo marchó hacia Buenos Aires, pero Heredia, que había recibido la efectividad de teniente 2º de su compañía el 7 de julio de 1859, obtuvo su baja del servicio.
Reincorporado al Ejército. El 1º de diciembre de 1859 se le encuentra como teniente 2º agregado a la 1ª compañía del 2º escuadrón del Regimiento 3º de Caballería en el Campo de Marte (Fuerte Azul); y el 1º de febrero de 1860 revista a cargo de la mencionada compañía; pasando el 1º del mes siguiente, a la 2ª compañía del 1er escuadrón de su cuerpo, de guarnición en el punto mencionado.
El 10de julio de 1860 ascendió a teniente 1º de la lª compañía del 2º escuadrón de su regimiento, a cargo de la misma desde el 1º de setiembre de igual año. Tomó parte en la campaña de Pavón, asistiendo a la acción de ese nombre, y posteriormente se le halla acampado con su cuerpo el 1º de enero de 1862 en la costa del Paraná, llegando en el curso del mismo mes al Rosario. Terminada la campaña, en febrero de aquel año marchó con su regimiento de guarnición a Rojas, siendo promovido a ayudante mayor el 26 de noviembre de 1862.
El 1º de abril de 1863 se hallaba destacado en el “Fortín Bellanca”, pasando nuevamente a Rojas en el mes de octubre. El 31 de diciembre de 1863 fue ascendido a capitán de la 1ª compañía del 1º escuadrón del Regimiento 3º de Caballería. Desde mayo de 1864 a abril de 1865 permaneció en dicho cuerpo, de guarnición en Junín. Marchó en la expedición contra los indios Ranqueles mandada por el coronel Julio de Vedia, asistiendo al combate de la “Guardia de la Esquina”, en la Frontera Sud de Santa Fe, el 3 de julio de 1863.
Al estallar la guerra del Paraguay marchó desde aquel punto a Rosario, donde se embarcó para incorporarse al ejercito de operaciones, pasando a formar parte del 2º Cuerpo del Ejército que mandaba el general Emilio Mitre.
Se halló acampado con el Ejército Aliado en las Ensenaditas desde enero a abril de 1866, participando en el curso de este último mes en las operaciones de pasaje del río Paraná y en la toma de la batería de Itapirú, el 16 y 17 del mismo. Participó en la acción del Estero Bellaco del Sud, el 2 de mayo de 1866, y en los combates que se libraron para el cruce del mencionado Estero el 20 de este último mes.
En la gran batalla de Tuyutí, el 24 del mismo mes y año, cupo al 3º de Caballería, del que formaba parte el capitán Heredia, una actuación sobresaliente; junto con el 1º de la misma arma, mandado por el coronel Ignacio Miguel Segovia, salvaron del desastre a que expusieron a todo el Ejército Aliado las fuerzas de Guardias Nacionales correntina mandadas por los generales Manuel Hornos y Nicanor Cáceres, que cubrían el flanco derecho. Estas tropas de G. N. fueron batidas y arrolladas por la caballería paraguaya del general Resquín, y su desbande era inminente, sino hubiera sido por la pronta intervención de los regimientos mencionados, produciéndose un terrible choque al arma blanca, en el cual, jefes, oficiales y soldados se destacaron por su intrepidez y bravura; consiguiendo quebrantar el empuje de los más audaces, que momentos antes habían sableado a la caballería correntina y que pretendían flanquear al Ejército Aliado, para efectuar una reunión con el cuerpo mandado por el general paraguayo Barrios, a espaldas del enemigo. Finalmente, los laureles de la victoria coronaron los estandartes de los valientes regimientos 1º y 3º de Caballería, premiando el esfuerzo gigantesco de aquellos heroicos hombres.
Con su regimiento, Heredia formó parte de las fuerzas de caballería a las órdenes del general Venancio Flores, que amagaron por el punto llamado “San Solano” a las posiciones fortificadas de Curupaytí, en el violento asalto ordenado por Mitre en la luctuosa jornada del 22 de setiembre de 1866.
Permaneció acampado en Itapirú el resto de aquel año y el primer semestre del siguiente, siendo promovido a sargento mayor graduado el 27 de julio de 1867, pero quedando siempre a cargo de la 1ª compañía del 1º escuadrón de su regimiento. En aquel mismo año el Ejército Aliado marchó para ejecutar el movimiento envolvente sobre Tuyú-Cué, participando Heredia en algunas expediciones sobre los paraguayos. El 3 de noviembre de 1867, 8.000 paraguayos a las órdenes del general Barrios, sorprendieron y atacaron a los aliados en su campamento de Tuyutí, consiguiendo un triunfo momentáneo; pero después de tomar algunos cañones, se entregaron al saqueo de las ambulancias, siendo derrotados y casi exterminados por la caballería argentina al mando del general Hornos, entre la cual se encontraba el 3º de aquella arma y el Regimiento “General San Martín”, que con tanto valor se condujeron en aquella gloriosa jornada. Heredia, que había disfrutado poco antes de una breve licencia que se le concedió el 4 de enero de aquel año para bajar a Buenos Aires, se halló en aquel tremendo combate.
Al año siguiente pasó a Corrientes con su cuerpo, incorporado a la división del general Emilio Mitre, que fue encargada de dominar la rebelión encabezada por el general Nicanor Cáceres, que se había alzado en armas en el mes de mayo. Sofocada aquélla, regresó a Paraguay; pero antes de atravesar el Paraná, desde Goya el 16 de diciembre de 1868, el jefe del 3º de Caballería, coronel Emilio Vidal, propuso a la Superioridad, al ya sargento mayor graduado, Estanislao Heredia, para la efectividad del empleo y la comandancia del 1º escuadrón del cuerpo; agregando el coronel Vidal, que el propuesto había acreditado sus buenas calidades en la campaña del Paraguay, “en cuyos combates se hizo siempre acreedor a las recompensas de la Superioridad”. El 13 de febrero de 1869 se le otorgó la efectividad solicitada. El mes anterior, el 3º de Caballería bajó a la Frontera Norte de la provincia de Buenos Aires, acampando en Cabeza de la Vaca el 1º de abril de 1869, después de hacerlo en Junín desde el principio del año de referencia.
Posteriormente, Heredia solicitó ser separado del 3º de Caballería, por que regenteaba la Mayoría del mismo, el sargento mayor Lorenzo Vintter, de menor antigüedad que aquél, causa ésta que le hacía imposible continuar en aquel cuerpo. Esta solicitud presentada en junio de 1869, fue resuelta el 16 de setiembre del mismo año, fecha en la cual, el coronel Rufino Victorica, comunicaba al comandante Charras, jefe de la Frontera Oeste, con asiento en Junín, de que con fecha 4 del mismo mes, el Gobierno había dispuesto que el sargento mayor Heredia, del 3º de Caballería, pasase a órdenes del de la provincia de Buenos Aires. Por esta causa, el 27 de octubre del mismo año pasó a revistar en la P. M. A.
El 7 de marzo de 1870, el coronel Antonio Benavides, desde Fuerte “Coronel Gainza”, Frontera Sud de Santa Fe y Córdoba, solicitó que los sargentos mayores Estanislao Heredia y Máximo Bedoya pasaran a sus órdenes en aquella frontera. Accediendo a lo solicitado, el día 17 del mismo mes, Heredia pasó a órdenes del coronel Benavídez.
El 20 de agosto de 1870 fue destinado a la P. M. A., y el 26 de mayo de 1871 fue nombrado jefe del Regimiento 5º de Caballería, otorgándosele despachos de teniente coronel graduado el día 29 del mismo mes. Dicho cuerpo, que pertenecía a la guarnición del Fuerte General Paz, junto con el Regimiento “Coronda” de G. N. formó una brigada a las órdenes de Heredia en la primera campaña contra López Jordán, en el año 1870, asistiendo a varios hechos de armas. En mayo de 1871 se hizo cargo del cuerpo en la fecha precitada, acampando en una isla frente a Gualeguaychú; de donde lo condujo al Fuerte General Paz.
En julio de 1871 marchó con su regimiento a sofocar la sublevación de la indiada del cacique Manuel Grande, lo que verificó. En junio de 1872 supo que una invasión de indios había pasado por la izquierda de aquel Fuerte; el valiente comandante Heredia se puso en marcha con su regimiento, pero después de andar más de dos leguas, no encontraron rastros de los salvajes, y con el fin de no fatigar a toda su tropa, y en la creencia de que fuera un a invasión poco numerosa, ordenó a su 2º que hiciera alto, o marchase más despacio, mientras él se adelantaba con 50 hombres, con sus correspondientes oficiales y el baqueano Peralta. Apenas se había adelantado una legua, cuando Heredia alcanzó a ver una punta como de 20 o 30 indios, que al verlos, huyeron rápidamente.
Heredia sin vacilación se puso en su seguimiento a gran galope, suponiendo que era la gran invasión que le había sido anunciada; a poca distancia salieron de detrás de un médano otra cantidad de salvajes. Lo que decidió al bravo comandante a apurar la marcha, trepando rápidamente aquel obstáculo, detrás el cual apareció una columna de 300 a 400 salvajes, hábilmente emboscados para atacar a la pequeña fuerza que se aproximaba. Aquellos indios estaban mandados por el célebre cacique Pincén.
Sin vacilar un momento, Heredia hizo desmontar su tropa y formar cuadro, movimiento que fue ejecutado con toda rapidez, y mientras se disponía a repeler el inminente ataque, desprendió a su ayudante, para que ordenara a su segundo que a marchas forzadas se dirigiese al punto donde iban a combatir. El ayudante cumplió la orden, que mal trasmitida o mal interpretada, no fue inmediatamente ejecutada, regresando al lado de Heredia cuando ya se había iniciado la lucha.
Esta tomaba contornos trágicos, pues las carabinas de fulminante erraban fuego con suma repetición, que fue lo que sucedió entonces, siendo en este caso muy grande el número de las que fallaron y muy pocos los tiros que salieron, circunstancia que envalentonó a los salvajes; fue necesario recurrir al arma blanca para defender sus vidas en un terrible cuerpo a cuerpo. Los indios blandiendo enormes lanzas abrían profundos claros en aquel pequeño cuadro. Heredia, magníficamente bravo, exhortaba a sus soldados a mantenerse firmes mientras llegaba el resto del Regimiento. Ya se habían producido como 20 bajas.
Viendo que no aparecía el resto de su cuerpo destacó nuevamente al ayudante con la orden de hacer acelerar la marcha al mayor encargado; regresando aquél una vez cumplida la misión encomendada. Sin embargo, continuaban raleando las magras filas del comandante Heredia y el tan esperado socorro no llegaba nunca. Por tercera vez partió el veloz ayudante, pero esta vez no encontró al resto del regimiento y el digno oficial, único que sobrevivía aún, volvió al lado de su Jefe, pero éste ya no se hallaba a caballo: ¡era demasiado tarde! El ayudante se volvió loco.
Cuando sólo quedaban 8 o 10 hombres de pie, el baqueano Peralta se acercó a Heredia a invitarle a montar en su caballo parejero, para huir ambos; pero aquel valiente soldado se negó terminantemente, expresando que no podía abandonar a aquel puñado de bravos que había obedecido su voz de mando hasta el último momento. Antes que pudiera insistir el baqueano, una nueva arremetida de los salvajes sólo dejó tres soldados en pie. Heredia castigó su caballo, y haciendo fuego con su revólver se puso al lado de aquellos tres leones. Dos minutos después todo había concluido; el valiente comandante había recibido el postrer lanzazo, rodando sonriente y valeroso entre aquellos 80 cadáveres, pues los salvajes tenían 30 muertos.
Peralta, aprovechando la confusión producida entre los salvajes por la muerte del heroico comandante Heredia, y la precipitación con que se lanzaron para desnudarlo, fugó dirigiéndose al Fuerte General Paz, donde se hallaba el resto del regimiento, afirmando el mayor que la orden que había recibido era la de retirarse.
Cuando al día siguiente llegaron al lugar de la terrible tragedia, que había tenido lugar el 27 de junio de 1872, encontraron a Heredia y sus 50 valientes, desnudos y horriblemente mutilados, rodeados de trozos de sables y carabinas.
El 17 de julio de aquel año, recibían piadosa sepultura en esta Capital, aquellos despojos gloriosos. Su viuda, Mercedes Cari de Heredia, recibió el 30 de junio de 1873 la pensión del medio sueldo asignado a su valiente esposo.
Las listas de revista del mes de julio de 1872 señalan a la posteridad el nombre de los que murieron gloriosamente en la triste jornada del 27 de junio de aquel año. Ellos fueron:

1ª compañía del 1º escuadrón: sargentos Juan S. Herrera y José Molina; cabo Hermógenes Bustamante; y soldados Rufino Maldonado, Ramón Gómez y Narciso Rearte.
2ª compañía del 1º escuadrón: sargento 2º Nicasio Rodríguez; soldados Silvestre Maciel, Tomás Ibáñez, Néstor Rosales, Dalmacio Ramos, Ramón Rodríguez, Juan Castro y Gregorio Borsala.
1ª compañía del 2º escuadrón: cabo 2º Domingo Contreras; soldados Juan Martínez, Ezequiel Caldez e Hilario Lasarte.
2ª compañía del 2º escuadrón: aspirantes Juan Barquita y soldado Crescencio Ortega.

En la nota de baja del teniente coronel Heredia se lee textualmente en las listas mencionadas: “El teniente coronel graduado sargento mayor D. Estanislao Heredia, con fecha 27 de ppdo. por haber muerto en la pelea con los indios”.
Era segundo jefe del Regimiento 5º de Caballería el sargento mayor graduado José Díez. Muerto Heredia, tomó el mando del cuerpo el teniente coronel Hilario Lagos, quien ya figura en tal carácter en las listas del 1º de julio de 1872.
El 27 de diciembre de 1963, el Concejo Deliberante de Nueve de Julio sancionó una ordenanza designado “con el nombre de Teniente Coronel Estanislao Heredia, la calle de la ciudad de Nueve de Julio, que corre paralela a la Ricardo Gutiérrez hacia el lado oeste”. El proyecto había sido presentado por el bloque de ediles de la Unión Conservadora, a fines de octubre del mismo año; habiendo recibido el pedido de aprobación, por parte de las comisiones de Vialidad y Obras Públicas y de Presupuesto y Hacienda, el 10 de diciembre.
El 13 de julio de 1982 es declarado Monumento Histórico Nacional el monolito que guarda los restos del comandante Estanislao Heredia y sus 20 soldados, muertos en junio de 1872.

Fuentes: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / www. Revisionistas.com.ar / Gutiérrez, Eduardo – Croquis y siluetas militares – Edivérn – Buenos Aires (2005) / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939)

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

sábado, 26 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE CHOIQUE MAHUIDA


El 26 de junio de 1879 en Choique Mahuida (Sierra del Avestruz), departamento de Añelo, al norte de la localidad homónima, en el camino viejo a Chos-Malal, se enfrentaron las tropas al mando del comandante Adrián Illescas; integradas por la 2ª Compañía del Regimiento 7º de Caballería de Línea, al mando del capitán Gualberto Torena y 5 soldados de la 1ª Compañía de Voluntarios (Guardias Nacionales), que comandaba el propio Illescas (se les llamaba choiqueros), con los indios del capitanejo Luciano, de la tribu de Namuncurá.

El Parte Oficial dice lo siguiente: “El jefe de la vanguardia – Campamento El Mangrullo, junio 28 de 1879 – Al señor Comandante en jefe de la 4ª División del Ejército, teniente coronel don Napoleón Uriburu – Tengo el honor de dirigirme a usted comunicándole que en cumplimiento de las órdenes que me diera el 25 del corriente, de seguir unos indios que se habían dejado sentir por la vanguardia cortándoles rastro, marché sobre su huella con la 2ª Compañía del Regimiento 7º de Caballería de Línea, al mando del capitán don Gualberto Torena, y cinco hombres de Guardias Nacionales de la 1ª Compañía de Voluntarios.

Después de una marcha forzada de todo el día y toda la noche, di con ellos a la madrugada del 26; estaban acampados entre la sierra, al noroeste de Choique Mahuida, pero con los caballos prontos, de manera que saltaron tan luego de sentirnos.

Nuestra carga fue eficaz, y mediante la actividad desplegada por el oficial que me secundaba, capitán Torena, no tuvieron tiempo de formar los indios y fueron deshechos, quedando 9 de lanza muertos en el campo, 6 de lanza prisioneros y 53 de chusma, logrando sólo escapar los indios mejor montados, que según declaraciones, no pasan de ocho, quedando también en nuestro poder 65 caballos, 20 monturas y algunas armas. De la chusma no se escapó nadie; los caballos eran el total de animales que tenían.

Estos indios emigraban de La Pampa y eran mandados por el cacique o capitanejo Luciano, que murió en la pelea; pertenecían a la tribu de Namuncurá.

Antes de terminar con este parte, cumplo con el deber de hacer una mención especial de la conducta observada durante el combate por el capitán don Gualberto Torena, que con la actividad y buenas disposiciones que le distinguen en estos casos, ha contribuido eficazmente al éxito alcanzado; los individuos de tropa han cumplido con su deber. Dios guarde a V. S. – Adrián Illescas”.

Hay un detalle que reviste capital importancia, pues ello da muestra del valor de esos hombres de color moreno que luchaban por su libertad –como ellos la comprendían- con el coraje que da ese hermoso sentimiento congénito en los hombres bien nacidos, y que este parte omite. Por eso no podemos menos que transcribir fracción del telegrama por el cual el comandante de la división hace llegar la noticia del combate a su superior, el comandante e inspector de armas. Dicho telegrama fue cursado desde su campamento en El Mangrullo, el día 1º de junio de 1879 (y enviado por chasque hasta Mendoza, desde donde era transmitido) y expresaba, luego de los informes de rigor ya descriptos: “Los indios en su desesperada derrota se lanzaron de un peñasco a pico, donde quedaron completamente destrozados”.

¡Heroico gesto, digno de los más ilustres mártires de la libertad! Ellos supieron también, como los vencidos en Chancay y los indios curacas, preferir la muerte a la ignominia de la derrota. Este suceso que hoy recordamos se podría traducir con las palabras de Nice Lotus:

¡Página de oro y sangre
de la epopeya de la patria mía!
¡Triste memoria de un ayer lejano
que en los sones del canto resucita!…
La noche torna,
la luz no brilla,
ruedan los siglos y es más triste y honda
la eterna ausencia del divino día.

Comentarios
La tribu de Namuncurá se alejaba de sus antiguos aduares pampeanos, tratando de evitar el encuentro y caer en el cerco que le tendían las tropas de las tres divisiones que allí operaban (2ª, 3ª y 5ª)
Su destino era llegar hasta las tolderías de Reuquecurá, tío de Namuncurá, donde esperaban reorganizar sus huestes.
Pero con el fin de cortar la retirada india, el general Roca había dispuesto que las divisiones 1ª y 4ª actuaran como pinzas de una gran tenaza, que cerraría en su interior el territorio pampeano que batían otras tres divisiones, impidiendo con ello que las indiadas que no habían querido someterse pacíficamente, pudieran trasladarse fuera de la nueva frontera que debía instalarse por imperio de la Ley Nº 215.
No hacerlo así significaba tener a espaldas de los fortines que se erigían a orillas del Neuquén y Negro, indios levantiscos que podrían actuar casi impunemente en todas direcciones. Así se había previsto al sancionarse dicha ley, por lo que se autorizaba al gobierno a enviar una expedición punitiva.

Fuentes: Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Biblioteca del Suboficial Nº 143 / www. revisionistas.com.ar

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

viernes, 25 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS


El 20 de junio de 1814 a las tres y media de la tarde, se entregó por capitulación la plaza de Montevideo, y el día 22 a las diez de la mañana, las tropas argentinas al mando del general Alvear tomaron posesión de las fortalezas del Cerro, en la que ya flameaba la bandera de la patria. El día 23 de junio a las dos de la tarde, el ejército sitiador de Montevideo, guarnecía la fortaleza de la ciudad de San Felipe de Montevideo.

El Regimiento de Infantería Nº 6 fue el primero que entró a tomar posesión de la ciudadela, bajo cuyos fuegos acreditó tantas veces su intrepidez y valor. Un escuadrón de los valientes Dragones de la Patria le seguían. A éstos los brillantes y bravos del Regimiento de Granaderos de Infantería, luego el Nº 2, el Nº 3, el Nº 8 y el Nº 9, los Granaderos a Caballo y sucesivamente el resto del ejército. La moderación de aquella serenidad inalterable con que todos ellos acostumbraron a marchar delante de los peligros, distinguía esencialmente el acto de su pacífica entrada.

Como hasta esa fecha no habían sido ratificadas las condiciones de la capitulación, el general Alvear dispuso tomar a vivas fuerzas las fortalezas, parques y todo lo demás concerniente a los poderes públicos.

Las tropas realistas fueron trasladadas a extramuros, alojándoselas en la casa de los negros y la panadería de Pérez. Tanto el general Vigodet como toda la oficialidad veterana que existía en la plaza fueron arrestados, al mismo tiempo las tropas patriotas se apoderaron de los buques que se hallaban en la bahía, así como los demás pertrechos navales.

Los grupos subversivos orientales desde que el ejército iniciaba la entrada en Montevideo, iniciaron una seria actividad picando la retaguardia del mismo, y desplegando actos de hostilidad a ambas márgenes del río Santa Lucía. El día 23 a las doce de la noche, Alvear destacó a los Granaderos a Caballo para contener las correrías de los insurgentes, los que se habían extendido en sus atropellos hasta la costa del Arroyo Miguelete.

A las 3 de la mañana del día 24, le fue comunicado al general Alvear, que un capitán del insurrecto coronel Otorguéz, llegaba con cartas de éste para el comandante del campamento de los prisioneros, que se encontraba en Arroyo Seco, por la que los invitaba a sublevarse y a unirse a él.

Alvear se trasladó inmediatamente a dicho campamento, donde los prisioneros detuvieron al capitán comisionado, pudiendo constatar la veracidad de la comunicación, pues le fue entregada la referida carta, que el general elevó al Supremo Director Posadas. De las averiguaciones hechas al detenido se supo que Otorguéz se encontraba con sus fuerzas en Las Piedras y que lo había acompañado esa misma noche hasta el Miguelete, con el propósito de observar el efecto que su carta producía en el campamento de los prisioneros.

Impuesto el general Alvear de lo narrado, se dirigió al Cerrito, donde tenían su campamento los Dragones de la Patria y los Granaderos a Caballo, disponiendo que se aprontasen para marchar. En este estado, se presenta como parlamentario de Otorguéz, el doctor Revuelta, exigiendo la entrega de la plaza al ejército oriental. Con una rotunda negativa fue despedido el parlamentario por Alvear, quien ordenó al coronel Rafael de Hortiguera, hiciera montar a 200 Dragones de la Patria, y con ellos marchó a Las Piedras, dejando la orden al teniente coronel Zapiola, que con los Granaderos a Caballo y 400 infantes marchasen a su alcance. A eso de las 4 de la tarde, Alvear descubrió ya en las cuchillas a las partidas volantes del enemigo, a las que hizo cargar, y al trote largo se dirigió al pueblo de Las Piedras, encontrando antes de llegar, al enemigo formado en línea de combate, con el pueblo a su espalda, la que se extendía por lo más alto de las lomas de los alrededores. Hecho personalmente por el general Alvear el reconocimiento de la posición enemiga, ordenó a los dragones formar en línea de batalla, frente a la derecha del enemigo. A fin de distraer al enemigo, dispuso que los dragones formasen en ala, hasta la llegada de las demás tropas, llegando demorado a eso de las cinco y media de la tarde el regimiento, debido al mal estado de su caballada, agotada en la noche anterior, en cumplimiento de las funciones de guerra narradas.

Como principiaba a oscurecer, el general dispuso que el regimiento mudase sus caballos, tomándolos de un trozo de caballada arrebatada al paciente enemigo e inepto jefe Otorguéz. Mientras tanto llegó la infantería, lo que motivó la resolución de Alvear, de iniciar el ataque, siendo ya las 8 de la noche. Con tal propósito formó tres divisiones, la primera compuesta por 200 Granaderos a Caballo al mando del teniente coronel Eusebio Valdenegro; la segunda con igual número de Dragones de la Patria a las órdenes del coronel Rafael de Hortiguera; y la tercera, compuesta de 200 infantes del Nº 2 y 200 del Nº 6 a las órdenes del comandante Ramón Fernández, reservándose el general el mando de todas las fuerzas. En este orden de batalla, el general ordenó que la primera división flanqueara y atacara la derecha enemiga, mientras Alvear atacaba con la segunda y tercera en frente al enemigo. Este fue inmediatamente envuelto, arrollado y acuchillado, cargado con tanta bizarría y valor, que no tuvo otra salvación que una dispersión furiosa, siendo perseguido implacablemente hasta Canelones, a cinco leguas de Las Piedras. Fracciones de tropas continuaron la persecución de los restos insurgentes hasta Santa Lucía, cuyo río logró cruzar Otorguéz, con alguna gente que pudo seguirle.

Las pérdidas del enemigo, entre muertos y prisioneros, fueron de 200 hombres, sufiendo una dispersión numerosísima. Los patriotas sólo tuvieron dos dragones heridos. Además fueron tomadas dos banderas, dos cajas de guerra, 1.200 caballos, 2.000 cabezas de ganado y una porción de fusiles, sables, pistolas, ollas, calderas y mujeres que acompañaban a las tropas enemigas. Según los datos recogidos en el lugar, las fuerzas enemigas se calculaban que ascendían a unos 1.300 hombres, de los cuales, apenas unos 400 habían llegado a cruzar el río en su huída. Las tropas patriotas regresaron al día siguiente a la plaza, menos algunas partidas de dragones que quedaron vigilando la campaña.

Fuentes: Anschütz, Camilo – Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo – Círculo Militar – Buenos Aires (1945). / www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

jueves, 24 de junio de 2010

FESTIVAL DE BANDAS MILITARES EN LA CIUDAD DE SALTA


Organizado por el Ejército, el Gobierno de la Provincia y la comuna, a desarrollarse entre el viernes 25 y el domingo 27, en distintos puntos de la ciudad.
Esta actividad está enmarcada en los festejos del Bicentenario de la Patria. Durante estos tres días, los salteños podrán disfrutar de las actuaciones de las siguientes bandas de música: la Fanfarria “Alto Perú” del Regimiento Granaderos a Caballo, “Tacuarí” del Regimiento de Infantería “Patricios”, “Éxodo Jujeño” del Regimiento de Infantería de Montaña 20 de Jujuy y “Coronel Bonifacio Ruiz de los Llanos” del Regimiento de Caballería Ligero 5º. También participará una Banda de la hermana República de Chile denominada "Banda de Conciertos del Ejército de Chile”.
El viernes 25, las bandas partirán desde distintos lugares (Convento San Bernardo, el Parque San Martín, plaza Gurruchaga y la plaza Güemes) para concentrarse, a partir de las 19, en la plaza “9 de Julio”, ocupando las cuatro esquinas del centro histórico de la ciudad. Al momento de arribar, las Bandas Militares interpretarán en forma coordinada melodías folklóricas y marchas militares.
El sábado 26, desde las 15, en el estadio del Club Gimnasia y Tiro se llevará a cabo el 1er Festival de Bandas Militares. Cada agrupación hará su ingreso al campo de fútbol, para realizar una serie de carruseles e interpretar diferentes melodías folklóricas y militares. Durante el espectáculo se efectuará el lanzamiento, desde una avioneta, del equipo especial de paracaidista de la IV ta Brigada de Paracaidista con asiento en Córdoba.
Finalmente, el domingo 27, a partir de las 19, la Agrupación Sinfónica del Ejército brindará un concierto de música folklórica, tango y clásica en el Cabildo Histórico.
Con este evento, que se lleva a cabo en el mes de nuestro Héroe Gaucho, el General Martín Miguel de Güemes, el Ministerio de Defensa, el Ejército Argentino, el Gobierno de la Provincia, la Municipalidad y el Concejo Deliberante, quieren hacer un reconocimiento más a la figura de este héroe que protegió la frontera norte del país y brindar un espectáculo para que el pueblo salteño y las provincias del Noroeste Argentino puedan disfrutar en familia.

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

miércoles, 23 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL TENIENTE CORONEL ESTANISLAO MALDONES


Nació en Buenos Aires, en 1826, siendo sus padres, José María Maldones y Lorenza Percira. Entró al servicio de las armas en octubre de 1840, a la temprana edad de catorce años como soldado del Batallón “Restaurador”; pasando el 1º de noviembre del mismo año de guarnición a la isla Martín García, donde fue ascendido a cabo 1º en junio de 1845. Poco después pasó a incorporarse a la “División del Norte” del ejército de operaciones contra la escuadra anglo-francesa.

El 20 de noviembre de 1845 se batió con denuedo en las baterías de la Vuelta de Obligado, acción en la cual se arrancó una manga de la chaqueta de su uniforme para transformarla en tacos, de que se carecía y en cuya retirada salvó “su bandera”, a punto de caer en manos del enemigo, notable comportamiento que le valió el ascenso a alférez de artillería sobre el campo de batalla, por el general Mansilla “por autorización que para ello tenía”, según expresa el valiente coronel Ramón Rodríguez en un informe del 7 de setiembre de 1860 para la certificación de servicios del entonces mayor Maldones.

Con dicho cargo militar participó en el combate del Tonelero, el 25 del mismo mes y año, donde recibió una herida en el hombro derecho ocasionada por un casco de bomba. Permaneció destacado en San Nicolás de los Arroyos hasta setiembre de 1847, en que pasó a Buenos Aires. En enero de 1850 revistaba como subteniente del Batallón “Provincial”. Como teniente 2º de la artillería, División de Costas, se batió en Caseros y en abril de 1852 pasó a formar parte de la Brigada de Artillería de Buenos Aires acampada en “Palermo de San Benito” en su grado de teniente 2º. En setiembre del mismo año se le encuentra revistando en “El Fuerte”.

Participó en la defensa de esta ciudad en el sitio de 1853, figurando en junio de este mismo año como teniente 1º de la Batería del Paseo de Julio, sirviendo bajo el mando del comandante Martín Arenas. En setiembre de 1854 revista como ayudante mayor de la División de Artillería. Ascendió a capitán de la 2º compañía de la Brigada de Plaza, el 17 de junio de 1858, jerarquía con la cual participó en la batalla de Cepeda hasta consumir las municiones de reserva; siendo la de su mando, la única artillería que contribuyó poderosamente el día 25 de octubre de 1959, en el combate naval sostenido frente a San Nicolás contra la escuadra de Cordero, al efecto del fuego de las piezas navales de la fuerza porteña que mandaba el coronel Sussini.

Por su desempeño en aquella campaña, ascendió a sargento mayor graduado el 10 de diciembre de 1859, teniendo a su cargo la 2da compañía del 1er escuadrón de su regimiento. A las órdenes del general Benito Nazar participó en la batalla de Pavón, acción después de la cual prosiguió marchando con el ejército hasta el Rosario, donde estuvo hasta febrero de 1862, en que regresó a Buenos Aires. Promovido a la efectividad de su jerarquía el 12 de enero de 1863, pasó en octubre del año siguiente de guarnición a la isla Martín García, donde se hallaba en el momento de estallar la guerra del Paraguay, a la que marchó de los primeros en el Ejército que a las órdenes del general Paunero debía operar sobre la provincia de Corrientes.

Participó en la toma de la capital de Corrientes, el 25 de mayo de 1865, por lo que recibió la medalla de oro acordada por el Gobierno; participó en la batalla de Yatay el 17 de agosto, por la que fue agraciado con la condecoración del mismo metal discernida por la República Oriental del Uruguay, y estuvo en el sitio y rendición de Uruguayana, el 18 del mes siguiente, por lo que mereció la medalla de oro otorgada dos días después por el Emperador del Brasil.

Ya en terreno enemigo en 1866, asistió al combate de Estero Bellaco, el 2 de mayo, y los días 8, 10 y 20, en los cañoneos que facilitaron el pasaje de dicho estero, ganando los cordones de Tuyutí, en la gran batalla de ese nombre, librada el día 24 del mismo mes y año. El 3 de noviembre del año siguiente, guarneciendo los reductos de Tuyutí, sorprendidos por el enemigo, tuvo que abandonar momentáneamente sus posiciones pero para recuperarlas enseguida.

El 7 de setiembre de 1866 era propuesto junto con su colega Joaquín Viejobueno, para el grado de teniente coronel, por el general Julio de Vedia, comandante de la artillería. La propuesta elevada al general Gelly y Obes, fue rápidamente resuelta en forma favorable y el día 27 del mismo mes, el Ministro de Guerra, general Julio Martínez, extendía los despachos que llevaron su firma y la del vice Marcos Paz. Recibió la efectividad de aquel cargo, el 15 de setiembre de 1868. El 9 de mayo del año anterior obtuvo una corta licencia para bajar a Buenos Aires por enfermedad grave de su esposa.

Participó en la batalla de Lomas Valentinas, el 27 de diciembre de este último año, así como también, en la toma de Angostura, el día 30 de igual mes y año. Participó en las operaciones finales del año 1869, siguiendo las etapas del Ejército: en Cumbarity (enero), Trinidad (febrero a abril), Luque (mayo), Guazú Virá (junio a agosto), Caraguatay (setiembre) y Patiño-Cué (desde octubre a enero de 1870). Se hallaba en Villa Berges en abril de este último año, cuando llegaron las noticias simultáneas del asesinato del general Urquiza y el alzamiento en armas del general Ricardo López Jordán.

Incorporado al ejército del general Gelly y Obes, asistió a la campaña anti-jordanista hasta la terminación de aquella desde el mes de mayo de 1870 hasta junio del año siguiente, en que regresó a Buenos Aires, habiéndose hallado en el combate de “San Cristóbal” y en otros hechos menos importantes.

El 21 de julio de 1871 se dispuso el pase del teniente coronel Maldones a la isla Martín García, como 2º Jefe, con guarnición del Regimiento de Artillería Ligera que mandaba el entonces coronel Joaquín Viejobueno. En aquel puesto sofocó dos sublevaciones verificadas en los años 1871 y 1875; habiendo desempeñado el cargo de jefe de un regimiento de artillería el 74, a las órdenes del general Juan Ayala, con el objeto de sofocar la revolución de aquel año.

El 1º de diciembre de 1874 se dispuso su pase a las órdenes del coronel Lucio V. Mansilla, pero el reclamo interpuesto por el Jefe de la isla de Martín García, coronel José María Bustillo, pidiendo un jefe de la jerarquía de Maldones para reemplazarlo, determinaron a la Superioridad a anular aquel pase el día 26 de igual mes.

El 1º de diciembre de 1875, a solicitud del propio Maldones, motivada ésta por “un fuerte reumatismo que le imposibilitaba cumplir con sus funciones del servicio”, pasó a revistar en la P. M. A.

En esta situación de revista falleció el 23 de junio de 1876, a consecuencia de las enfermedades contraídas en los campamentos y combates a que asistió en bien de la Patria en el espacio de más de 35 años de servicios sin interrupción. Al fallecer contaba sólo 50 años de edad.

“Era el teniente coronel Maldones, dice su biógrafo en el “Album del Paraguay”, un oficial práctico de artillería, de relevantes prendas para el servicio de campaña, descollando por su vigilancia, actividad y valor sereno que suplían con ventaja su falta de conocimientos técnicos de que, por razón de la época, carecían como él, muchos de sus contemporáneos”.

El 13 de noviembre de 1852 contrajo matrimonio en Buenos Aires con Teodora Linares. La viuda de Maldones recibió la pensión militar correspondiente el 24 de noviembre de 1876, y falleció en San Nicolás de los Arroyos, el 30 de noviembre de 1891, a la edad de 60 años. Fue hijo de aquel matrimonio el teniente coronel Estanislao Maldones, también del arma de artillería.

Fuentes: Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939) / www. revisionistas.com.ar

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

martes, 22 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL RUDECINDO ALVARADO



Nacido en Salta, recibió su bautismo de fuego en el combate de Huaqui. Como guerrero de la independencia, participó de combates y batallas durante toda su extensión. Alcanzó los grados de Mariscal de Campo de Chile, Gran Mariscal del Perú y Brigadier General argentino. En la Batalla de Maipú rindió al Regimiento Real Burgos, de muy exitosa actuación en la Guerra de la Península. Fue gobernador de la fortaleza del Callao durante la revuelta de los prisioneros realistas y hecho prisionero y liberado después de la victoria decisiva de Ayacucho. En 1831, fue gobernador de Salta.

Nacido en Salta el 1 de marzo de 1792. Hijo de un comerciante español, Don Francisco de Alvarado y Doña Luisa Pastora Toledo y Pimentel de Alba, se educó en su ciudad natal. Estudió derecho en la Universidad de Córdoba, debió abandonar demasiado pronto por la muerte de su padre que lo puso al frente del hogar debiendo convertirse en comerciante en defensa de la integridad familiar pero a la muerte de su padre se dedicó al comercio. Con ese motivo viajaba continuamente a Buenos Aires procurando afianzar el comercio heredado, razón por la que se encontró allí en la semana de mayo de 1810.
Estaba en Buenos Aires cuando se produjo la Revolución de Mayo. Se unió al Ejército del Norte, pero no hizo la primera campaña al Alto Perú.
En 1812 participó en la batalla de Tucumán y, al año siguiente, en la de Salta, en ambas ocasiones a las órdenes del general Manuel Belgrano. Formó parte de la escolta de Juan Martín de Pueyrredón. Con José Rondeau se batió en Sipe Sipe. En agosto de 1816, junto a San Martín atravesó los Andes.
En 1818 se distinguió en Chacabuco; mandando el ala izquierda del Ejército que aseguró la independencia chilena, obligó al famoso regimiento de Burgos a rendirse por vez primera en Maipú. Su sereno coraje ante el desastre de Cancha Rayada salvó a gran parte del ejército. Creó la campaña al sur de Chile, para luego retornar a Mendoza para descansar sus tropas y obtener nuevos reclutas. Intrépidamente recruzó los Andes hacia Chile. Organizo un ejército para la futura empresa de San Martín en el Perú, en prevención de que sus tropas se contagiaran de los motines de Cuyo.
En 1820 pasó a ser comandante del famoso regimiento de granaderos a caballo. En el Perú operó junto a Tomás Guido representando a San Martín en las reuniones previas a las negociaciones de Punchauca.
Fue jefe del Estado Mayor de San Martín cuando Lima fue ocupada. Permaneció al frente del ejército unido tras la renuncia y partida de San Martín del Perú.
En octubre de 1822 emprendió la previamente planeada expedición de los puertos intermedios peruanos, con desastrosos resultados; sin embargo, tanto el gobierno peruano como Bolívar, lo excusaron. Nombrado gobernador del Callao, hubo de hacer frente a una rebelión de la guarnición, que lo retuvo prisionero hasta después de la batalla de Ayacucho (1824).
Fue remitido a los españoles, se fugó, junto con otros prisioneros patriotas, al conocer las noticias sobre la victoria de Sucre en Ayacucho, para levantar a los bolivianos contra los realistas que quedaban. A su retorno a Lima, ya ganada la independencia, Alvarado recibió de Bolívar los más altos honores, incluyendo el grado de gran mariscal del Perú. Vuelto a la Argentina, Alvarado obtuvo distinciones y cargos, pero pronto comenzó su oposición a Rosas y a los caudillos locales.
En 1831 Quiroga lo obligó a exiliarse mientras era gobernador de Salta. En 1848 regresó, a su provincia natal con permiso especial de Rosas. Después de Caseros reanudó su vida pública. En 1854 fue nombrado ministro de la Guerra en el gobierno de Justo José de Urquiza (1853-1860), conforme a la nueva Constitución de 1853.
Renunció para reasumir la gobernación de su provincia. Hasta sus últimos días. Murió en Salta el 22 de junio de 1872.

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

lunes, 21 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE HUAQUI


Luego del triunfo de Suipacha, del 7 de noviembre de 1810, las fuerzas de Buenos Aires habían cumplido el objetivo estratégico de ocupar ciertamente el Alto Perú. Pero, el interrogante que se planteaba ahora era saber qué hacer con este triunfo. Castelli, a diferencia de Moreno, no creía que la Patria terminara en el Desaguadero. José María Rosa nos transmite las angustiosas palabras de Castelli al respecto:
“…que la gloria emprendedora de la capital se sentará en el virreinato de Lima para confundir el orgullo de sus habitantes… estimo muy importante y necesario que nuestras armas se adelanten al Desaguadero… no conviene dejar enfriar el calor de nuestra gente… Estamos muy cerca, y nada falta para realizarlo sino la resolución de V. E. …”.
Pero Castelli debe atenerse a las “Instrucciones” ordenadas desde Buenos Aires. El “terror” cobra las vidas de Córdova, Nieto y Paula Sanz. Asimismo, el ejército es muy bien recibido en Potosí, Charcas y en La Paz. Finalmente se dirige a Laja, junto al Desaguadero. Ahí debe contentarse con observar pasivamente cómo Goyeneche prepara las fuerzas peruanas. El grave error estratégico estaba sellado… Sin embargo hemos de destacar que otro error cometido por la Junta porteña es haber nombrado jefe militar operativo al Dr. Juan José Castelli. Dice Bassi:
“Los patriotas continuaron en el campamento de Huaqui, como en el de la Laja, descuidando la instrucción y disciplina de las tropas y llevando una vida irregular bajo el amparo de Castelli. En medio de este desorden, agentes del enemigo entraban con facilidad en el campamento, llevando al comando español toda clase de informaciones respecto a lo que hacían y proyectaban los patriotas”.
Según parece Castelli pasó por alto groseramente los comentarios de Santo Tomás de Aquino, quien en su “Summa Teológica”, Parte II, Sección II, cuestión, advertía sobre la ocultación de los planes de guerra.
Más aún, entre los patriotas se habían formado dos bandos: uno de ellos respondía a Castelli y Balcarce y el otro a Viamonte, quien a su vez contaba con el apoyo del gobierno.
El 16 de Mayo de 1811, se había firmado el “armisticio del Desaguadero”, un notorio fiasco pues sólo consiguió darle el tiempo suficiente a Goyeneche para preparar la contraofensiva. Sumados los siguientes elementos nada desdeñables: el ejército patriota indisciplinado y con el comando dividido en facciones. El ejército realista, en cambio, contaba con unidad de comando y era férreamente disciplinado, faena a la que se había dedicado con ahínco Goyeneche en esos meses de aparente inactividad. El germen de la derrota ya estaba sembrado según Bassi.
La mañana del día 19, los revolucionarios habían localizado sus fuerzas en Huaqui, Caza y Machaca y echado un puente sobre el río Desaguadero haciendo pasar una columna de 1.200 hombres con la excusa de evitar que continuasen las acciones de saqueo llevadas adelante por fuerzas realistas que cruzaban el río Desaguadero en busca de víveres, debido a que el paso no se hallaba guarnecido. Sin embargo, con este plan pretendían distraer las fuerzas de Goyeneche por el frente y flanco derecho mientras rodeaban a los realistas por la espalda mediante la comunicación establecida con este nuevo puente.
En esta situación de violación del armisticio por los patriotas y franco peligro para todas sus tropas al verse rodeado por todos los flancos, el general Goyeneche determinó el ataque directo con todo su ejército. A las 3 de la mañana del 20 de junio ordenó a los coroneles Juan Ramírez (con los batallones de los beneméritos), Pablo Astete, tenientes coroneles Luis Astete y Mariano Lechuga (con 350 efectivos de caballería y cuatro cañones) que atacaran Caza, que es una quebrada sobre el camino de Machaca con comunicación a Huaqui, mientras él se dirigía a la toma de Huaqui con los coroneles Francisco Picoaga y Fermín Piérola al mando de 300 efectivos de caballería, 40 miembros de su guardia y 6 piezas de artillería.
Al amanecer las alturas de los cerros que las tropas españolas debían conquistar estaban tomadas por gran número de independentistas, caballería y fusileros que hacían fuego sobre los españoles con acompañamiento de granadas y hondas. Sin embargo el ejército realista les puso en fuga en pocas horas.
Cuando las tropas independentistas tuvieron noticia de la aproximación de Goyeneche a Huaqui, salieron de dicha población Castelli, Balcarce y Montes de Oca al mando de 15 piezas de artillería y 2.000 hombres tomando una posición sobre el camino a Huaqui casi inexpugnable entre la laguna y los montes superiores.
Goyeneche ordenó el avance introduciéndose bajo fuego enemigo sin contestar con un fusilazo mientras el batallón del coronel Picoaga rompía el fuego, contestado por los independentistas con enorme energía. Como las tropas independentistas, al reconocer al general Goyeneche, dirigían su fuego contra él, ordenó a uno de sus edecanes que transmitiera la orden de atacar al flanco derecho de su ejército, mantuvo cubierto el camino con el batallón de Piérola y destacó tres compañías para que avanzasen dispersas por el frente mientras él, con el resto de tropa en columna atacaba por la izquierda.
La caballería argentina trató de detener el empuje pero fue arrollada y huyó, junto a todo el ejército rebelde, hacia Huaqui. Goyeneche dio orden de perseguirlos y consiguió tomar el pueblo. El coronel Ramírez comunicó poco después la victoria en Caza.
La batalla terminó en la desbandada de las tropas argentinas, con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería. En precipitada retirada, se refugiaron en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy. Dice Sierra respecto a la huida:
“El desbande del ejército patriota se efectuó en el mayor desorden en todas direcciones y cometiendo toda clase de depredaciones. Castelli, Balcarce y Monteagudo pasaron la noche del veinte en Laja, de donde siguieron a Sicasica, a donde no pudieron entrar por estar alzada. Refiere Bolaños que cuando llegó a ese pueblo, a las doce de la noche, encontró en la plaza a unos quinientos hombres de tropa, que embriagados descerrajaban las puertas e insultando de todos modos al vecindario. (…). El ejército patriota se desbandó completamente. Los soldados oriundos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba abandonaron las columnas llevados por el pánico de la persecución, viéndose alejados de sus lugares nativos en provincias que les eran extrañas (…). Hecho triste la retirada. En su huida los soldados cometieron robos, asesinatos, incendios, siendo atacados por los naturales”.
Días después, Castelli achacaría el desastre a la infantería de La Paz, que se desarticuló casi de inmediato, dejando a Viamonte desguarnecido, entre otras excusas. Goyeneche iría por los caudales de Potosí, pero la rápida acción de Juan Martín de Pueyrredón los salvo, remitiéndolos a Salta.
Las bajas patriotas fueron más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería
Según Goyeneche: Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron “seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (…) y una bandera”.
Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.

Algunas consideraciones
¿Por qué la magnitud de esta derrota? A priori, volvemos sobre lo citado más arriba, vale decir, la carencia de una unidad de comando efectiva que mantuviera organizado al ejército al unísono cual orquesta sinfónica. ¿Disidencias entre los mandos intermedios? ¿Tropas multitudinarias pero indisciplinadas? ¿Inactividad de Viamonte? ¿La ausencia del comandante en jefe en el campo de batalla? Para el académico de la Historia César García Belsunce fue principalmente la indisciplina de la soldadesca: “a tal punto que el ejército se evaporó después de la batalla”

Análisis político de la batalla
El historiador de larga duración, como diría la Escuela de los Annales, puede ver claramente la magnitud del desastre y el daño político causado ante el colapso de esta primera expedición al Alto Perú. La pérdida definitiva de estas antiguas provincias del Virreinato del Río de la Plata era casi inevitable. Bassi es más atrevido aún y manifiesta tranquilamente que la posterior privación de la Banda Oriental está vinculada con Huaqui en el norte. La revolución quedaba con un frente de batalla en situación inerme, pues los realistas bien podrían haber descendido hacia Salta y Tucumán y de ahí a Córdoba y quizás hasta Buenos Aires. Dada la exigüidad de los efectivos de la Revolución y ante la necesidad de disponer de fuerzas que fueran la base de la resistencia en orden de salvarla, Buenos Aires dispone el retiro del ejército sitiador de Montevideo. El frente político interno se desplomó y la Junta debió por sí misma cambiar de forma de gobierno en la forma de un triunvirato. Nacía el Primer Triunvirato, más, la Junta se mantiene como órgano moderador bajo el nombre de “Junta conservadora”. El camino del norte quedaba bloqueado definitivamente para las fuerzas revolucionarias. Sucesivas campañas militares tendrían éxitos engañosos que terminarían inexorablemente en derrotas, como verbigracia, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe. Sólo la mente brillante estratégica del Libertador San Martín comprendería que el camino emancipador conducía hacia otro lado. Moralmente, la Revolución se hallaba en un momento de hondo dramatismo. El norte perdido, la expedición al Paraguay fracasada y las operaciones contra Montevideo suspendidas. Sumado a estos factores estructurales, debemos mencionar las conductas deplorables desde el comandante en jefe, Castelli y de sus subalternos hasta la tropa. Este y Balcarce casi son asesinados después de Huaqui en Oruro, calificados de impíos y herejes. Económicamente la campaña fue también un cataclismo, pues amén de los pertrechos perdidos (no pocos por cierto), debemos añadir los considerables tesoros que cayeron en manos de los “godos”, salvo algunos pocos rescatados por Pueyrredón.

Análisis militar
A diferencia del ejército español, se advertía una dualidad de comando, pues no era Balcarce quien se hallaba en la cúspide de mando, sino Castelli, quien no se desprende del mando militar en ningún momento, pese a que “no dio orden alguna durante la batalla”, hecho lo cual es inadmisible. Sin embargo, de facto, tuvo Balcarce que impartir las órdenes más acuciantes para el movimiento de tropa. Reparamos, ergo, en una especie de colegialidad impensable y aberrante en la cadena de mando que debe existir en la lógica militar, “(…) el ejército patriota no fue dirigido con unidad de concepción; los comandos de división procedieron sin concierto entre si y sin que la acción del único jefe militar se dejara sentir debida y oportunamente”. Fue inaceptable que tanto Castelli como Balcarce no tomaran medida disciplinaria alguna en referencia a la vida licenciosa del ejército. Una vez más subrayamos esto, pues sólo las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez podrían ser consideradas aptas para combatir. El resto era una masa informe y tosca apenas armada con chuzas o lanzas. Aunque parezca casi absurdo, en el plan patriota, el objetivo principal no era el ejército enemigo, sino las alturas de Vila-Vila, un mero objetivo táctico geográfico que solamente reportaba una posición más ventajosa y que en razón del armisticio fue dejada en manos de los españoles por la ineptitud de Castelli. Dado el tiempo otorgado a Goyeneche, ¿Se estaba en condiciones de conquistar el Perú con apenas 2500 hombres frente a un enemigo más numeroso, adiestrado, disciplinado, ordenado? Ocupar Vila-Vila sería un objetivo táctico, que vislumbraría corregir el error cometido. Expulsando al enemigo de Vila-Vila, se evitaría que éste atacara por sorpresa a Huaqui. El plan de Castelli, sólo se hubiera coronado con éxito con un factor: la sorpresa. Pero ésta fue esquiva, al ocupar el enemigo las alturas de mentas. Ni bien se movieron las divisiones Viamonte y Díaz Vélez los realistas las advirtieron. También el “dispositivo de avance” fue improcedente, pues el ejército revolucionario se encontraba fragmentado, lo que permitió a los realistas “batirlos por partes”, además de no ocupar la quebrada que intercomunicaría a las columnas patriotas, causando ello la división irremisible de éstas. En lo concerniente a la “exploración”, podemos decir que fue ineficaz en ambos bandos. Ninguno de los ejércitos enviaron partidas de reconocimientos que son imprescindibles para proyectar cualquier ataque. Del lado godo, pese al éxito rotundo logrado, se comete el grave error de no buscar la persecución a fondo y aniquilamiento del adversario.
Para finalizar dejaremos a Bassi cerrar este breve escrito:
“El resultado de la batalla de Huaqui, no es sino la consecuencia a que siempre ha de estar expuesto un ejército poco disciplinado, mal instruido y sin una dirección única, capaz y decidida”.
Los historiadores civiles posteriores han coincidido plenamente con estas apreciaciones vertidas.

Fuentes: www. revisionistas.com.ar / Vai, Jorge; Maratea, Vladimiro y Turone, Oscar A. – Primera expedición libertadora al Alto Perú – Escuela Superior de Guerra – Buenos Aires (2010).

http://www.fotolog.com/ejercitonacional

domingo, 20 de junio de 2010

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL MANUEL BELGRANO


En el libro parroquial de bautismos de la Iglesia Catedral de Buenos Aires, iniciado en el año de 1769 y concluido en el de 1775, se lee al final de la página 43: “En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel canónigo magistral de esa santa iglesia Catedral, provisor y vicario general de este obispado, y abogado de las reales audiencias del Perú y Chile, bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa González: fue padrino D. Julián Gregorio de Espinosa”.

Nació nuestro héroe, cuarenta años antes de la gran revolución que lo inmortalizó y a la que sirviera con abnegación ejemplar.

Manuel Belgrano fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. El padre, Domingo Belgrano y Peri, había llegado al Plata en 1751. Era genovés. En Buenos Aires prosperó; obtuvo la naturalización; integró el núcleo de comerciantes importantes; se casó en 1757 con doña María Josefa González Casero -de antiguo arraigo en la ciudad-, y dio a su numerosa familia, educación esmerada y vida cómoda. Los hijos correspondieron a la solicitud de los padres: sirvieron al Estado en la milicia, en la administración o el sacerdocio, con dedicación y brillo.

Quebrantos financieros en los últimos años de su vida -murió en 1795- motivados por un proceso en el cual se vio implicado sin razón, le crearon situaciones difíciles. Los hijos se hicieron cargo de las obligaciones pendientes, al abrirse la sucesión. Y la gloria de su cuarto vástago arrancó para siempre del anónimo a este esforzado comerciante ligur que tuvo confianza en la generosa tierra del Plata.

Sus comienzos

Belgrano cursó las primeras letras en Buenos Aires. En el Colegio San Carlos, bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía, acordándosele el diploma de licenciado en esta última disciplina el 8 de junio de 1787, cuando ya se encontraba en España adonde lo había enviado su padre para instruirse en el comercio.

Sin embargo, fue en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó, graduándose de abogado en Valladolid en 1793. Poco ha contado Belgrano de su paso por las aulas peninsulares. Más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución – filtradas a pesar de la rigurosa censura -, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los fisiócratas – mágica palabra – y hacían adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá GaIiano.

Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, leyó a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés; cultivó, en fin, su espíritu.

Cercana la hora del regreso recibió a fines de 1793 una comunicación oficial en la que se le anunciaba haber sido nombrado Secretario perpetuo del Consulado que se iba a crear en Buenos Aires. En febrero de 1794 se embarcó para el Plata. Iniciaba, así, a los veinticuatro años de edad, su actuación pública. Hasta su hora postrera, estaría consagrado a servir a sus compatriotas.

Apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica. Redactó sus reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, prontamente anuladas por la incomprensión peninsular.

Halló todavía tiempo para traducir un libro de Economía Política, redactar un opúsculo sobre el tema, contribuir a la fundación del “Telégrafo Mercantil”,. e interesar a un grupo de jóvenes que como él deseaba lo mejor para su patria, en los principios fundamentales de la economía política. No descuidó, sin embargo, su tarea específica de secretario del Consulado, donde, detallada y cuidadosamente, redactaba las actas. Durante una década – agitada ya por fermentos e inquietudes — se preparó para manejar a los hombres y encauzar los acontecimientos. El primer cañonazo del invasor inglés – que precipitó los hechos- alejará a Belgrano de su bufete, para lanzarlo a la acción.

Actitud durante las Invasiones Inglesas

El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires. Bajo un copioso aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado, hacia Córdoba.

Belgrano – capitán honorario de milicias urbanas – había estado en el Fuerte para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada hicieron, luego, para oponerse al invasor. “Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa”.

Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica. Belgrano se negó a hacerlo, y como fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad, aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular.

Belgrano militar

Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido sargento mayor del Regimiento de Patricios. Celoso del cargo, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de instructor. Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de Buenos Aires. Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos .Aires.

A comienzos de 1815, Manuel Belgrano abandona completamente sus funciones militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones diplomáticas. Conoce allí al célebre naturalista Amado Bonpland, y lo convence de venir a América, a estudiar la naturaleza y el paisaje de estas regiones.

También se destacará como diplomático, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad es que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente.

Propuesta monárquica

Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo. Tres días antes de la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia. Propone una idea que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía: “Ya nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobierne. Yo, yo mismo he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.” No obstante, la propuesta monárquica de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la cesión de la corona a la casa de Portugal.

Más tarde, Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad político-diplomática: por ejemplo, será el encargado de firmar el Pacto de San Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, pondrá fin a las disputas entre Buenos Aires y el litoral. Además, volverá a encabezar el Ejército del Norte, en el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será vivamente admirado por la tropa.

Sus últimos días

Aquejado por una grave enfermedad que lo minó durante más de cuatro años, y todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia. Si bien no se casó, de sus amores con una joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a Buenos Aires, para instruirse y establecerse. También tuvo un hijo con María Josefa Ezcurra. Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, hermana de María Josefa, adoptan al pequeño, que pasa a llamarse Pedro Rosas y Belgrano.

Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico” se ocupó de la muerte de Belgrano, para los demás no fue noticia.

Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico. En este sentido, se destaca de Belgrano que fue el promotor de la enseñanza obligatoria que el virrey Cisneros decretó en 1810. Se destaca también su labor como periodista (después de su actuación en el Telégrafo Mercantil), creó el Correo de Comercio, que se publicó entre 1810 y 1811, y en el cual se promovió la mejora de la producción, la industria y el comercio); y como fundador de la Escuela de Matemáticas (en 1810, costeada por el Consulado), y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró para la educación de los cadetes del ejército.

La Bandera Nacional

Belgrano es el creador de la bandera “azul y blanca” y no la “celeste y blanca” que impusieron Sarmiento y Mitre. La bandera, creada en Rosario el 27 de febrero de 1812 por Belgrano inspirada en la escarapela azul-celeste del Triunvirato, debido al color de la heráldica, que no es azul-turquí ni celeste sino el que conocemos como azul. Nada tuvo que ver el color del cielo con que nos quisieron convencer. El Congreso sancionó la ley de banderas el 25 de enero de 1818 estableciendo que la insignia nacional estaría formada por “los dos colores blanco y azul en el modo y la forma hasta ahora acostumbrados”.

Tampoco fueron “celeste y blanca” las cintas que distinguieron a los patriotas del 22 de mayo, sino que eran solamente blancas o “argentino” que en la heráldica simboliza “la plata”. Fueron solamente blancas. La cinta azul se agregó como distintivo del Regimiento de Patricios. Pero tampoco era celeste, sino tomados del azul y blanco del escudo de Buenos Aires.

Azul y blanca fue la bandera que flameó en el fuerte de Buenos Aires, en la Batalla de Ituzaingó durante la guerra con Brasil, y en la guerra del Paraguay. En 1813, José Gervasio de Artigas le agregaría una franja colorada (punzó) cruzada para distinguirse de Buenos Aires sin desplazar la “azul y blanca”. La bandera cruzada fue usada en Entre Ríos y Corrientes. La cinta punzó fue adoptada por los Federales, mientras los Unitarios, para distinguirse, usaron una cinta celeste, y no el azul de la bandera. Cuando Lavalle inició la invasión “libertadora” contra su patria (apoyado y financiado por Francia) también uso la bandera “celeste y blanca” para distinguirla de la nacional. ….. “ni siquiera enarbolaron (los libertadores) el pabellón nacional azul y blanco, sino el estandarte de la rebelión y la anarquía celeste y blanco para que fuese más ominosa su invasión en alianza con el enemigo” (Coronel salteño Miguel Otero en carta Rufino Guido, hermano de Tomas Guido, el 22 de octubre de 1872. Memorias. ed. 1946, pág. 165).

Juan Manuel de Rosas, para evitar que al desteñirse por el sol, se confundiera con la del enemigo, la oscurece más, llevándola a un azul-turquí. ¿Por qué Rosas eligió el azul turquí? Por varias razones: porque el “azul real” es más noble y resiste por más tiempo, al sol, a la lluvia, etc. Rosas pensó que el color argentino era el azul, porque así lo estableció el decreto de la bandera nacional y de guerra del 25 de febrero 1818, y también porque el celeste siempre fue el color preferido de liberales y masones. Fue la bandera que, sin modificarse la ley flameó en el fuerte, en la campaña al desierto (1833 – 1834) en el Combate de la Vuelta de Obligado y en Batalla de la Angostura del Quebracho (1845 – 1846), y la misma que fue saludada en desagravio por el imperio ingles con 21 cañonazos.

El 23 de marzo de 1846 Rosas le escribió al encargado de la Guardia del Monte, diciéndole que se le remitiría una bandera para los días de fiesta, agregando que “…Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en el centro y en los extremos el gorro punzo de la libertad. Esta es la bandera Nacional por la ley vigente. El color celeste ha sido arbitrariamente y sin ninguna fuerza de Ley Nacional, introducido por las maldades de los unitarios. Se le ha agregado el letrero de ¡Viva la Federación! ¡Vivan los Federales Mueran los Unitarios!”. La misma bandera se izó en el Fuerte de Bs. As. el 13 de abril de 1836 al celebrarse el segundo aniversario del regreso de Rosas al poder. La misma bandera que Urquiza le regala a Andrés Lamas y que hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional de Montevideo.

Rosas, quiso que las provincias usaran la misma bandera y evitaran el celeste, y con ese propósito mantuvo correspondencia, entre otros, con Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, entre abril y julio de 1836. “Por este motivo debo decir a V. que tampoco hay ley ni disposición alguna que prescriba el color celeste para la bandera nacional como aun se cree en ciertos pueblos.” (José Luis Busaniche) “El color verdadero de ella porque está ordenado y en vigencia hasta la promulgación del código nacional que determinará el que ha de ser permanente es el azul turquí y blanco, muy distinto del celeste.” Y le recordó que las enseñas nacionales que llevó a las pampas y la del Fuerte, tenían los mismos colores, y que las mismas banderas para las tropas fueron bendecidas y juradas en Buenos Aires.

Rosas usó la azul y blanco y le adicionó cuatro gorros frigios en sus extremos, según Pedro de Angelis, en honor a los cuatro acontecimientos que dieron nacimiento a la Confederación Argentina: el tratado del Pilar del 23 de febrero de 1820 (que adoptó el sistema Federal), el Tratado del Cuadrilátero (de amistad y unión entre Bs. As y las provincias), la Ley Fundamental de 23 de enero de 1825 (que encargó a Bs. As. las relaciones exteriores y la guerra) , y el Pacto Federal del 4 de enero de 1831 (creación de la Confederación, a la que se adherían las provincias).

Derrocado Juan Manuel de Rosas, Sarmiento adopta el celeste unitario en vez del azul de la bandera nacional. En su “Discurso a la Bandera” al inaugurar el monumento a Belgrano el 24 de septiembre de 1873 señaló a la enseña de la Confederación como un invento de bárbaros, tiranos y traidores, y en su Oración a la Bandera de 1870, denigra la “blanca y negra” del Combate de la Vuelta de Obligado diciendo además que “la bandera blanca y celeste ¡Dios sea loado! no fue atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”.

Mitre se basa en el “celeste” basándose entre otros argumentos en un óleo de San martín hecho en 1828, como si el color adoptado por un artista fuera argumento suficiente. El general Espejo, compañero de San Martín, en 1878 publicaba sus Memorias y recordaba como azul el color original de la bandera de los Andes conservada desteñida en Mendoza. Pero Mitre lo atribuyó a una “disminuida memoria del veterano”.

En 1908, ante la confusión existente y a pedido de la Comisión del Centenario, se estableció el color azul de la ley 1818 para la confección de banderas. Sin embargo, siguió empleándose el celeste y blanco, en lugar del la gloriosa “azul y blanca” La misma bandera que acompaño a San Martín en su gloriosa gesta y la misma que acompaño los restos del propio Juan Manuel de Rosas en Southampton.

Fuentes: Antook – Manuel Belgrano (2007). / Corvalán Mendhilarzu, Dardo: “Los Colores de la Bandera Nacional”. Hist. de la Nac. Arg. / Educar / www. Revisionistas.om.ar / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Fernández Díaz, Augusto: “Origen de los Colores Nacionales”. Revista de Historia, Nº 11. / HT (Hijo ‘e Tigre) – La Bandera Nacional / Ramallo, Jorge María: “Las Banderas de Rosas”. Rev. J. M. de Rosas, N’ 17. / Ramirez Juárez, Evaristo: “Las Banderas Cautivas”. / Rosa, José María – Historia Argentina

http://www.fotolog.com/ejercitonacional