El comandante Dónovan, en carta al inspector general de armas, Puán, 5 de julio de 1878, informa que, según telegrama del coronel Villegas, del 29 de junio, Namuncurá piensa invadir. Añade que el cacique lo invita a una entrevista en Pichicurá, ocho leguas a vanguardia. Hace reflexionar el último párrafo: “La miseria espantosa que reina entre los indios los obliga a someterse, y si hoy no lo hacen es por temor”.
En mensaje al Congreso Nacional, el 14 de agosto, Nicolás Avellaneda se refiere a las tribus como notablemente disminuidas a causa de los últimos contrastes y derrotas con motivo de la expedición realizada y del avance de la línea de fronteras hasta Carhué. Más adelante dice que Namuncurá se encuentra con cien guerreros, la flor de su tribu y de su familia, en Maracó Grande, veinte leguas aproximadamente al sudoeste de Chilihué, hacia el Colorado.
El ministro de Guerra recoge los informes siguientes: el comandante Conrado E. Villegas escribe desde Trenque Lauquen, el 14 de setiembre, que los prisioneros tomados en una batida hecha por el mayor Ruiz contra Pincén dicen ser de Namuncurá y ranqueles y que los manda el cacique Urriqueo, subordinado a este último; en un parte fechado en Monte el 16 de octubre el teniente coronel Marcelino Freire comunica que Garrón de Piedra y sus parientes han abandonado todo, que huye hacia Chilihué y que no se le persigue porque le lleva tres días de ventaja, por camino de médanos y “muy pesado”; según carta del comandante Rudecindo Roca, firmada en Villa Mercedes el mismo día, “una comisión de indios, parientes todos del cacique general Namuncurá, se ha presentado a esta comandancia proponiendo en nombre de este cacique la paz con los indios del Sud”; y finalmente el teniente coronel Teodoro García, en parte enviado desde Puán el 18, habla de “tribus en completa dispersión y a largas distancias un toldo que otro entre montes”, y sitúa a Namuncurá en Traro Lauquen, dos días de galope de Tumucó Grande.
El general Roca comunica al teniente coronel Freire haber recibido un parte del comandante Vintter según el cual se le presentó a este último, Juan José Catriel con 150 lanzas, acompañado de Cañincuil, con el anuncio de que Namuncurá, Epumer y Baigorrita están en Salinas preparándose para invadir. En otra carta a mismo Freire, desde Buenos Aires, el 11 de noviembre, deja entrever su deseo de que se ataquen las tolderías “antes que aprieten los calores”. Más adelante dice: “Quiero que esta expedición, que será la última grande hasta que pase el verano, alcance lo más lejos posible”. Y en un telegrama despachado cinco días después insta al comandante García a que juntamente con Levalle y Freire tenga una conferencia en Carhué y acuerden un plan de operaciones para caer al mismo tiempo sobre el enemigo y someterlo. En otro telegrama de igual fecha pide que le “comuniquen lo que acuerden y los derroteros que cada uno debe llevar para el mejor éxito”. A Levalle le telegrafía el 20: “Necesitamos dar una lección a Namuncurá y perseguirlo lo más lejos posible”. El 21 telegrafía a Freire, aprobando lo resuelto y confiando “en que si ni cae Namuncurá, lo que no es difícil, podrán tomar una gran parte de su tribu”.
El general Luis M. Campos, en una circular a los jefes de Carhué, Guaminí y Puán, fechada en Buenos Aires el 22, dice que por telegrama del comandante Vintter se sabe que Juan José Catriel con toda su tribu, más de quinientas personas, se viene a presentar a Fuerte Argentino, siendo hostilizado en la marcha por Namuncurá. “Catriel avisa a Vintter que Namuncurá, Baigorrita y Epumer se encuentran actualmente cerca de Salinas Grandes con todos sus indios reunidos”.
El coronel Levalle comunica al inspector y comandante general de armas en una carta fechada en Carhué el 28 de noviembre que por declaración del sargento Campos, del batallón 7, que ha estado prisionero en los toldos, se sabía “que Namuncurá se iba a mudar a la laguna Algañaraz (10 leguas de la de los Caranchos), que el citado cacique tuvo una gran reunión y que ha reconcentrado los indios y que ha oído decir que tienen mucho temor de ser rodeados por las fuerzas nacionales”. Hace presente la necesidad imperiosa de atacar.
Cuando las divisiones de Carhué y Guaminí se encontraban ya próximas a las tolderías, Levalle “recibió un mensaje del cacique anunciándole que lo esperara, que vendría a batirlo. El coronel tomó sus disposiciones e hizo acampar a las fuerzas en un terreno escogido, que nos daba dos ventajas; se pasó el día y el cacique con sus guerreros se presentarnos a batirnos, de donde se dedujo que era un ardid del indio para ganar tiempo y huir”.
Se acampó en Traro Lauquen, en el mismo lugar donde habían estado los toldos de Garrón de Piedra. El 17 de diciembre por la tarde, en vista de los datos obtenidos, ensilló a la sordina toda la tropa, y sigilosamente se puso en marcha en dirección a Lihué Calel, con caballos de tiro, los sables trabados y con la orden de no fumar durante la noche.
Dice el teniente coronel Vivot: “Nos racionaron con un trozo de carne asada de potro; yo no le hacía mal gusto; el hambre me hacía acostumbrar a esta nueva alimentación. Emprendimos, pues, la marcha en una tarde calurosa para recorrer un trayecto de veintidós leguas sin agua, y que nosotros llamábamos travesía. Se marchó toda la noche y el día siguiente, con cortos intervalos de descanso. En el día empezó a hacérsenos insoportable la sed, y más nos atormentaba bajo los rayos de un sol de fuego. Buscamos medios de aliviarnos de este tormento, que se hacía cada vez más insoportable, introduciéndonos en la boca seca, balas u objetos metálicos para provocar la salivación y hallar algún alivio; pero era inútil, no aplacábamos la sed. Citábase de algunos soldados que bebieron los orines de los caballos. En la tarde, la caballada de reserva olfateó el agua y se lanzó a la carrera, sin que los soldados caballerizos pudieran contenerla, hasta llegar a un charco que había en el medio del camino, donde se habían guarecido un número considerable de sapos. La caballada bebió, ensució y pisoteó el charco, hasta transformarlo en lodazal. Cuando llegó el regimiento allí hizo un descanso, varios soldados se arrojaron al barro, tomaban con las manos una porción de ese lodo inmundo y se lo llevaban a la boca. Algunos extraían de sus bolsillos un pañuelo sucio, lo llenaban de barro y luego absorbían el agua. Yo, desesperado, hice algo parecido”.
La noche siguiente tenía la inmutable serenidad de las regiones del sur. Un silencio patético reinaba en la columna, sólo turbado por los rítmicos golpes de los cascos sobre el suelo. Antes de amanecer habíase alcanzado un punto situado a unos 15 kilómetros del objetivo (El Cerro). Se ordenó ensillar los caballos de reserva y se prosiguió el avance. El plan del comando era ejecutar un rápido movimiento envolvente, por escuadrones y regimientos, de manera que no escapase ningún indio. Como punto de convergencia se señaló la cumbre de Lihué Calel.
Veinte leguas antes de llegar a los toldos, el coronel Levalle, teniendo en cuenta el mal estado de la caballada, formó una columna que, con un efectivo de 190 hombres y una pieza Krupp, marcharía a retaguardia con la orden de recoger todos los caballos rezagados por cansancio y poniendo a su frente al jefe de “detall” de la división Carhué, teniente Bernardino País, quien cumplió muy bien su cometido.
La marcha de flanco, ejecutada con las tres divisiones unidas, tenía por objeto: primero, no ser sentidos al avanzar por un camino desconocido y de travesía; segundo, que el ataque se realizase tomando la división Puán el camino de la izquierda, la división Carhué el del centro, y la Guaminí el de la derecha.
Lo segundo no pudo cumplirse, porque los tres caminos convergían hacia un solo punto, a la altura de Chiloé, un bajo de 15 a 20 leguas de largo, donde estaban situados los toldos, que tenía por un lado una cadena de médanos elevados y por orto el monte.
El adversario estaba apercibido, ya que sus centinelas habían sentido la aproximación y dado el alarma. Así, pues, Namuncurá, con su mujer principal y sus hijos, tuvo tiempo de emprender la fuga ocho horas antes, en dirección al Sudoeste, organizados en grupos montados, casi sin que lo advirtieran las tribus dependientes.
El ataque se ejecutó en forma convergente y con simultaneidad cronométrica. Los estampidos del Remington eran ahogados por los estridentes alaridos de los fanáticos guerreros indígenas. La intensidad de la lucha precipitó el desenlace, y la victoria sonrió a las armas cristianas. En esta acción los indígenas tuvieron 50 muertos: 1 cacique, 3 capitanejos y 46 indios de lanza y 270 de chusma prisioneros; y todo el ganado que tenían las tribus de la Sierra de Lihué Calel, que se componía de 1.000 vacunos, 80 caballos y 800 animales entre ovejas y cabras.
Fuentes: Clifton Goldney, Adalberto A. – El cacique Namuncurá, el último soberano de la pampa – Buenos Aires (1963) / www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
En mensaje al Congreso Nacional, el 14 de agosto, Nicolás Avellaneda se refiere a las tribus como notablemente disminuidas a causa de los últimos contrastes y derrotas con motivo de la expedición realizada y del avance de la línea de fronteras hasta Carhué. Más adelante dice que Namuncurá se encuentra con cien guerreros, la flor de su tribu y de su familia, en Maracó Grande, veinte leguas aproximadamente al sudoeste de Chilihué, hacia el Colorado.
El ministro de Guerra recoge los informes siguientes: el comandante Conrado E. Villegas escribe desde Trenque Lauquen, el 14 de setiembre, que los prisioneros tomados en una batida hecha por el mayor Ruiz contra Pincén dicen ser de Namuncurá y ranqueles y que los manda el cacique Urriqueo, subordinado a este último; en un parte fechado en Monte el 16 de octubre el teniente coronel Marcelino Freire comunica que Garrón de Piedra y sus parientes han abandonado todo, que huye hacia Chilihué y que no se le persigue porque le lleva tres días de ventaja, por camino de médanos y “muy pesado”; según carta del comandante Rudecindo Roca, firmada en Villa Mercedes el mismo día, “una comisión de indios, parientes todos del cacique general Namuncurá, se ha presentado a esta comandancia proponiendo en nombre de este cacique la paz con los indios del Sud”; y finalmente el teniente coronel Teodoro García, en parte enviado desde Puán el 18, habla de “tribus en completa dispersión y a largas distancias un toldo que otro entre montes”, y sitúa a Namuncurá en Traro Lauquen, dos días de galope de Tumucó Grande.
El general Roca comunica al teniente coronel Freire haber recibido un parte del comandante Vintter según el cual se le presentó a este último, Juan José Catriel con 150 lanzas, acompañado de Cañincuil, con el anuncio de que Namuncurá, Epumer y Baigorrita están en Salinas preparándose para invadir. En otra carta a mismo Freire, desde Buenos Aires, el 11 de noviembre, deja entrever su deseo de que se ataquen las tolderías “antes que aprieten los calores”. Más adelante dice: “Quiero que esta expedición, que será la última grande hasta que pase el verano, alcance lo más lejos posible”. Y en un telegrama despachado cinco días después insta al comandante García a que juntamente con Levalle y Freire tenga una conferencia en Carhué y acuerden un plan de operaciones para caer al mismo tiempo sobre el enemigo y someterlo. En otro telegrama de igual fecha pide que le “comuniquen lo que acuerden y los derroteros que cada uno debe llevar para el mejor éxito”. A Levalle le telegrafía el 20: “Necesitamos dar una lección a Namuncurá y perseguirlo lo más lejos posible”. El 21 telegrafía a Freire, aprobando lo resuelto y confiando “en que si ni cae Namuncurá, lo que no es difícil, podrán tomar una gran parte de su tribu”.
El general Luis M. Campos, en una circular a los jefes de Carhué, Guaminí y Puán, fechada en Buenos Aires el 22, dice que por telegrama del comandante Vintter se sabe que Juan José Catriel con toda su tribu, más de quinientas personas, se viene a presentar a Fuerte Argentino, siendo hostilizado en la marcha por Namuncurá. “Catriel avisa a Vintter que Namuncurá, Baigorrita y Epumer se encuentran actualmente cerca de Salinas Grandes con todos sus indios reunidos”.
El coronel Levalle comunica al inspector y comandante general de armas en una carta fechada en Carhué el 28 de noviembre que por declaración del sargento Campos, del batallón 7, que ha estado prisionero en los toldos, se sabía “que Namuncurá se iba a mudar a la laguna Algañaraz (10 leguas de la de los Caranchos), que el citado cacique tuvo una gran reunión y que ha reconcentrado los indios y que ha oído decir que tienen mucho temor de ser rodeados por las fuerzas nacionales”. Hace presente la necesidad imperiosa de atacar.
Cuando las divisiones de Carhué y Guaminí se encontraban ya próximas a las tolderías, Levalle “recibió un mensaje del cacique anunciándole que lo esperara, que vendría a batirlo. El coronel tomó sus disposiciones e hizo acampar a las fuerzas en un terreno escogido, que nos daba dos ventajas; se pasó el día y el cacique con sus guerreros se presentarnos a batirnos, de donde se dedujo que era un ardid del indio para ganar tiempo y huir”.
Se acampó en Traro Lauquen, en el mismo lugar donde habían estado los toldos de Garrón de Piedra. El 17 de diciembre por la tarde, en vista de los datos obtenidos, ensilló a la sordina toda la tropa, y sigilosamente se puso en marcha en dirección a Lihué Calel, con caballos de tiro, los sables trabados y con la orden de no fumar durante la noche.
Dice el teniente coronel Vivot: “Nos racionaron con un trozo de carne asada de potro; yo no le hacía mal gusto; el hambre me hacía acostumbrar a esta nueva alimentación. Emprendimos, pues, la marcha en una tarde calurosa para recorrer un trayecto de veintidós leguas sin agua, y que nosotros llamábamos travesía. Se marchó toda la noche y el día siguiente, con cortos intervalos de descanso. En el día empezó a hacérsenos insoportable la sed, y más nos atormentaba bajo los rayos de un sol de fuego. Buscamos medios de aliviarnos de este tormento, que se hacía cada vez más insoportable, introduciéndonos en la boca seca, balas u objetos metálicos para provocar la salivación y hallar algún alivio; pero era inútil, no aplacábamos la sed. Citábase de algunos soldados que bebieron los orines de los caballos. En la tarde, la caballada de reserva olfateó el agua y se lanzó a la carrera, sin que los soldados caballerizos pudieran contenerla, hasta llegar a un charco que había en el medio del camino, donde se habían guarecido un número considerable de sapos. La caballada bebió, ensució y pisoteó el charco, hasta transformarlo en lodazal. Cuando llegó el regimiento allí hizo un descanso, varios soldados se arrojaron al barro, tomaban con las manos una porción de ese lodo inmundo y se lo llevaban a la boca. Algunos extraían de sus bolsillos un pañuelo sucio, lo llenaban de barro y luego absorbían el agua. Yo, desesperado, hice algo parecido”.
La noche siguiente tenía la inmutable serenidad de las regiones del sur. Un silencio patético reinaba en la columna, sólo turbado por los rítmicos golpes de los cascos sobre el suelo. Antes de amanecer habíase alcanzado un punto situado a unos 15 kilómetros del objetivo (El Cerro). Se ordenó ensillar los caballos de reserva y se prosiguió el avance. El plan del comando era ejecutar un rápido movimiento envolvente, por escuadrones y regimientos, de manera que no escapase ningún indio. Como punto de convergencia se señaló la cumbre de Lihué Calel.
Veinte leguas antes de llegar a los toldos, el coronel Levalle, teniendo en cuenta el mal estado de la caballada, formó una columna que, con un efectivo de 190 hombres y una pieza Krupp, marcharía a retaguardia con la orden de recoger todos los caballos rezagados por cansancio y poniendo a su frente al jefe de “detall” de la división Carhué, teniente Bernardino País, quien cumplió muy bien su cometido.
La marcha de flanco, ejecutada con las tres divisiones unidas, tenía por objeto: primero, no ser sentidos al avanzar por un camino desconocido y de travesía; segundo, que el ataque se realizase tomando la división Puán el camino de la izquierda, la división Carhué el del centro, y la Guaminí el de la derecha.
Lo segundo no pudo cumplirse, porque los tres caminos convergían hacia un solo punto, a la altura de Chiloé, un bajo de 15 a 20 leguas de largo, donde estaban situados los toldos, que tenía por un lado una cadena de médanos elevados y por orto el monte.
El adversario estaba apercibido, ya que sus centinelas habían sentido la aproximación y dado el alarma. Así, pues, Namuncurá, con su mujer principal y sus hijos, tuvo tiempo de emprender la fuga ocho horas antes, en dirección al Sudoeste, organizados en grupos montados, casi sin que lo advirtieran las tribus dependientes.
El ataque se ejecutó en forma convergente y con simultaneidad cronométrica. Los estampidos del Remington eran ahogados por los estridentes alaridos de los fanáticos guerreros indígenas. La intensidad de la lucha precipitó el desenlace, y la victoria sonrió a las armas cristianas. En esta acción los indígenas tuvieron 50 muertos: 1 cacique, 3 capitanejos y 46 indios de lanza y 270 de chusma prisioneros; y todo el ganado que tenían las tribus de la Sierra de Lihué Calel, que se componía de 1.000 vacunos, 80 caballos y 800 animales entre ovejas y cabras.
Fuentes: Clifton Goldney, Adalberto A. – El cacique Namuncurá, el último soberano de la pampa – Buenos Aires (1963) / www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario