El 19 de enero de 1811 se produce la Batalla de Paraguarí. El General Manuel Belgrano es derrotado por el Ejército Paraguayo, sufriéndose un serio contraste que obligó a retirarse a las anteriores posiciones. Los argentinos combatieron en proporción de uno contra siete.
A las dos de la mañana del 18 todo está ya preparado. En primer lugar, una división de 220 hombres y dos piezas de artillería, que tiene la misión de iniciar la ofensiva. La segunda división, integrada por 250 infantes y otras dos piezas de artillería, se coloca a retaguardia para apoyar a la primera. Ciento treinta hombres de caballería cubren los flancos, Belgrano, con 70 soldados de caballería y 2 piezas de artillería sostiene el campamento. Los peones de las carretas enarbolan palos, que a la distancia pueden confundirse con armas.
A las tres de la mañana se inicia el avance, y una hora después suenan los primeros disparos.
El tronar de fusiles y cañones se oye durante algo más de media hora. Cuando el sol comienza a alumbrar el campo de batalla, se advierte que la infantería realista está dispersa, habiendo abandonado la principal batería, integrada por 5 piezas de grueso calibre. Velasco se da cuenta en seguida del desastre y opta por abandonar apresuradamente el terreno.
Luego, ya serenados los ánimos, se reúnen las informaciones, y entonces se advierte lo que ha ocurrido. El mismo Velasco lo relata:
"A pesar de la sorpresa que debió causar en nuestro ejército este movimiento inesperado de los enemigos, se les contestó con viveza y valor por la infantería y artillería de dicha división; sostuvo media hora el fuego, y ella hubiese derrotado a los insurgentes, si la primera impresión de la sorpresa no hubiera dispersarlo la mayor parte de las tropas de que se componía".
Belgrano destaca entonces 120 hombres de caballería en persecución de los enemigos, que huyen hacia la iglesia de Paraguarí. Pero los soldados expedicionarios se dedican a saquear los equipaje del cuartel general en vez de continuar la operación. Los paraguayos vuelven pronto de su sorpresa y en dos alas rodean a la división patriota, abrumándola con el fuego de once piezas de artillería. Durante tres horas el fuego continúa cruzándose mientras otro cuerpo de patriotas, creyendo ganada la batalla, insiste en el pillaje.
Los soldados, sometidos a intenso fuego por e enemigo, quedan de pronto sin proyectiles. Manuel Belgrano, a dos millas de allí, les envía una pieza de artillería y un carro con municiones, protegidos por un destacamento de caballería. El grupo se acerca velozmente, pero los patriotas lo confunden con el enemigo:
“¡Nos cortan!”, es el grito que se extiende por la filas criollas.
Se ordena entonces tocar la retirada, y los 12 hombres que han avanzado hasta la Iglesia, queda abandonados.
Desde lo alto del cerro, Belgrano advierte la confusión. Monta a caballo, y a todo galope desciende para contener la retirada. Pero todo es inútil. El desaliento ha minado a los oficiales. 120 prisioneros, 10 muertos y 15 heridos - éstos, salvados a hombros- es el saldo del encuentro por parte de los patriotas, mientras que los realistas registran 30 muertos y 16 prisioneros.
Iniciada bajo los augurios de la victoria, la recia batalla de más de cuatro horas ha concluido en derrota. Belgrano escribe el parte a la Junta de Gobierno: “Saldremos dentro de dos horas para volver por el camino que trajimos - adelanta en su oficio-. Mi ánimo es tomar un punto fuerte en la provincia, en donde pueda fortificarse hasta mejor tiempo, y hasta observar el resultado de las medidas que medito, para que se ilustren estos habitantes acerca de la causa de la libertad que hoy miran como un veneno mortífero, todas las clases y todos los estados de la sociedad paraguaya”.
Tres días tardan las tropas en atravesar el río Tebicuarí; al cabo de ellos aparecen en el horizonte los paraguayos, que han decidido reanudar la persecución, aunque manteniéndose a distancia. Cuarenta y ocho horas más tarde Manuel Belgrano traslada su campamento a Santa Rosa. Aquí llega a fines de enero y recibe un correo oficial de Buenos Aires. Son los pliegos de su ascenso a Brigadier general, un nuevo cargo recién creado por la Junta. Por curiosa coincidencia, el despacho tiene fecha 19 de Enero de 1811: el mismo día de la batalla, de Paraguarí. “Sentí más el título de brigadier que si me hubiesen dado una puñalada”, escribirá más tarde Manuel Belgrano al recordar este episodio.
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A las dos de la mañana del 18 todo está ya preparado. En primer lugar, una división de 220 hombres y dos piezas de artillería, que tiene la misión de iniciar la ofensiva. La segunda división, integrada por 250 infantes y otras dos piezas de artillería, se coloca a retaguardia para apoyar a la primera. Ciento treinta hombres de caballería cubren los flancos, Belgrano, con 70 soldados de caballería y 2 piezas de artillería sostiene el campamento. Los peones de las carretas enarbolan palos, que a la distancia pueden confundirse con armas.
A las tres de la mañana se inicia el avance, y una hora después suenan los primeros disparos.
El tronar de fusiles y cañones se oye durante algo más de media hora. Cuando el sol comienza a alumbrar el campo de batalla, se advierte que la infantería realista está dispersa, habiendo abandonado la principal batería, integrada por 5 piezas de grueso calibre. Velasco se da cuenta en seguida del desastre y opta por abandonar apresuradamente el terreno.
Luego, ya serenados los ánimos, se reúnen las informaciones, y entonces se advierte lo que ha ocurrido. El mismo Velasco lo relata:
"A pesar de la sorpresa que debió causar en nuestro ejército este movimiento inesperado de los enemigos, se les contestó con viveza y valor por la infantería y artillería de dicha división; sostuvo media hora el fuego, y ella hubiese derrotado a los insurgentes, si la primera impresión de la sorpresa no hubiera dispersarlo la mayor parte de las tropas de que se componía".
Belgrano destaca entonces 120 hombres de caballería en persecución de los enemigos, que huyen hacia la iglesia de Paraguarí. Pero los soldados expedicionarios se dedican a saquear los equipaje del cuartel general en vez de continuar la operación. Los paraguayos vuelven pronto de su sorpresa y en dos alas rodean a la división patriota, abrumándola con el fuego de once piezas de artillería. Durante tres horas el fuego continúa cruzándose mientras otro cuerpo de patriotas, creyendo ganada la batalla, insiste en el pillaje.
Los soldados, sometidos a intenso fuego por e enemigo, quedan de pronto sin proyectiles. Manuel Belgrano, a dos millas de allí, les envía una pieza de artillería y un carro con municiones, protegidos por un destacamento de caballería. El grupo se acerca velozmente, pero los patriotas lo confunden con el enemigo:
“¡Nos cortan!”, es el grito que se extiende por la filas criollas.
Se ordena entonces tocar la retirada, y los 12 hombres que han avanzado hasta la Iglesia, queda abandonados.
Desde lo alto del cerro, Belgrano advierte la confusión. Monta a caballo, y a todo galope desciende para contener la retirada. Pero todo es inútil. El desaliento ha minado a los oficiales. 120 prisioneros, 10 muertos y 15 heridos - éstos, salvados a hombros- es el saldo del encuentro por parte de los patriotas, mientras que los realistas registran 30 muertos y 16 prisioneros.
Iniciada bajo los augurios de la victoria, la recia batalla de más de cuatro horas ha concluido en derrota. Belgrano escribe el parte a la Junta de Gobierno: “Saldremos dentro de dos horas para volver por el camino que trajimos - adelanta en su oficio-. Mi ánimo es tomar un punto fuerte en la provincia, en donde pueda fortificarse hasta mejor tiempo, y hasta observar el resultado de las medidas que medito, para que se ilustren estos habitantes acerca de la causa de la libertad que hoy miran como un veneno mortífero, todas las clases y todos los estados de la sociedad paraguaya”.
Tres días tardan las tropas en atravesar el río Tebicuarí; al cabo de ellos aparecen en el horizonte los paraguayos, que han decidido reanudar la persecución, aunque manteniéndose a distancia. Cuarenta y ocho horas más tarde Manuel Belgrano traslada su campamento a Santa Rosa. Aquí llega a fines de enero y recibe un correo oficial de Buenos Aires. Son los pliegos de su ascenso a Brigadier general, un nuevo cargo recién creado por la Junta. Por curiosa coincidencia, el despacho tiene fecha 19 de Enero de 1811: el mismo día de la batalla, de Paraguarí. “Sentí más el título de brigadier que si me hubiesen dado una puñalada”, escribirá más tarde Manuel Belgrano al recordar este episodio.
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