El 2 de junio de 1982 durante la noche, la Compañía de Comandos 602, que ya había sufrido un 40% de bajas, ejecutó una misión de combate sobre Monte “Wall” atacando a una fracción inglesa que se hallaba en el lugar causándole numerosas bajas e incluso obligándolos a abandonar en su repliegue armamento y documentos.
“Una noche tuvimos una misión de combate, sería el 2 o 3 de junio, en el monte Wall. Salimos desde el puesto del teniente primero C.A.A., jefe de la compañía “B” en el monte Harriet, de destacada actuación, un gran oficial, para tener en cuenta.
Habíamos comenzado por la tarde con el intento de reglar el fuego de nuestra artillería, maniobra ya de por sí delicada. Había dos baterías que tiraban en paralelo y se dieron órdenes para la segunda. Por un malentendido, ésta recibió la coordinación de la primera. Lo concreto es que nos cayó fuego de nuestra propia artillería, que casi nos barre a todos. Posteriormente se regló bien el tiro y fue lo que utilizamos para el ataque nocturno.
Los tiros cayeron muy, muy cerca de la carpa donde estaba el “rancho” de la compañía “B” del teniente primero C.A.A. Pero ellos estaban bastante acostumbrados a recibir cañonazos, porque los barcos les tiraban todas las noches. A las seis y media de la tarde, un soldado “ranchero” nos preparó la única carne roja que pude comer en los quince días que estuve en la isla. La comimos con la mano y con cuchillo, es decir, a diente y boca. También nos dieron dulce de batata como postre.
Tomamos el armamento, nos enmascaramos y salimos hacia el Wall. Debimos andar haciendo zigzag para atravesar varios campos minados. Se veía muy mal y el oficial que había reconocido el camino no encontraba las marcas que había hecho de manera que anduvimos en un momento arriba de campo minado y tuvimos que regresar sobre nuestra marcha rogando a Dios que no pasara nada. Por suerte así fue.
Habíamos coordinado fuego de artillería para las veintidós horas y teníamos que alcanzar un punto. A esa hora la primera batería empezó a batir el Wall. Cuando iba a hacer fuego la segunda batería, el mayor A.R. apreció que lo iba a hacer donde estábamos nosotros. Ordenó entonces milagrosamente adelantarnos como ciento cincuenta metros a una especie de zanjón. No habían pasado dos minutos cuando los cañonazos empezaron a caer donde habíamos estado.
El mayor no quiso perder más tiempo y ordenó el asalto al monte. Pasamos al ataque y nos encontramos con que los ingleses se habían retirado abandonando todo; supongo que por el fuego de artillería. Había mucho equipo: mochilas completas, bolsas cama, cascos, telémetros laséricos, radios, baterías de radio, linternas de señales, comida, varios dispositivos de antenas. Es decir, era todo un equipo para un puesto adelantado para pasar información hacia atrás. Con sofisticados elementos además para la detección de nuestras posiciones, tanto para apuntar como para reglar la artillería. Había también paños para señalamiento de aterrizaje de helicópteros.
Tenían una posición muy, muy sólida. Nos había costado mucho llegar esa noche a la cima de ese monte y pienso que si los ingleses hubiesen estado se hubiera hecho difícil tomarlo. Nosotros estábamos trepando muy de frente, pero por suerte se fueron.
Yo llevaba un fusil calibre 300 Magnum con mira telescópica, un arma muy fuerte. La noche era muy fría y con llovizna y la marcha se había hecho toda a pie. A todo esto hubo que agregarle la vuelta acarreando el equipo de los ingleses inclusive como 8 ó 9 mochilas.
Nos apropiamos de cualquier cantidad de material que habían abandonado; se veía que les sobraba. Lo bueno fue que también dejaron comida, que por supuesto probamos. Una vez que llegamos a la base abrimos las mochilas. En una en particular, que se veía que era de un oficial de Royal Marines encontramos una caja de cuero típicamente inglesa. Al abrirla nos encontramos betún para zapatos, el cepillo correspondiente y una gamuza, todo muy bien colocadito. Así que este hombre se recorrió 14.000 kilómetros para estar en el medio de un monte perdido en las Malvinas, en un barrial infernal ¡pero sin dejar su betún! Yo diría que en las Malvinas llueve siempre y eventualmente sale el sol. Además el terreno es esponjoso. Esa turba maldita es como una esponja en la que uno se entierra y se llena siempre de barro. También tenía su afeitadora a pilas, otro objeto muy importante en combate, en el medio de un cerro. Nosotros, apenas llegamos nos habíamos dejado barba pues sistemáticamente todas las noches debíamos enmascararnos la cara con betún, con los pasamontañas negros o simplemente con barro. Al otro día le obsequiamos la afeitadora al suboficial que más se había destacado en la patrulla a criterio del jefe de sección. Todas estas cosas fueron registradas en notas con Nicolás Kasansew, con la gente del periodismo que estaba allá y estaba ansiosa por recibir información. Y parece que no era mucha.”
Testimonio extraido de: Así lucharon (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, diciembre de 1982). Dr. Carlos M. Túrolo
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
“Una noche tuvimos una misión de combate, sería el 2 o 3 de junio, en el monte Wall. Salimos desde el puesto del teniente primero C.A.A., jefe de la compañía “B” en el monte Harriet, de destacada actuación, un gran oficial, para tener en cuenta.
Habíamos comenzado por la tarde con el intento de reglar el fuego de nuestra artillería, maniobra ya de por sí delicada. Había dos baterías que tiraban en paralelo y se dieron órdenes para la segunda. Por un malentendido, ésta recibió la coordinación de la primera. Lo concreto es que nos cayó fuego de nuestra propia artillería, que casi nos barre a todos. Posteriormente se regló bien el tiro y fue lo que utilizamos para el ataque nocturno.
Los tiros cayeron muy, muy cerca de la carpa donde estaba el “rancho” de la compañía “B” del teniente primero C.A.A. Pero ellos estaban bastante acostumbrados a recibir cañonazos, porque los barcos les tiraban todas las noches. A las seis y media de la tarde, un soldado “ranchero” nos preparó la única carne roja que pude comer en los quince días que estuve en la isla. La comimos con la mano y con cuchillo, es decir, a diente y boca. También nos dieron dulce de batata como postre.
Tomamos el armamento, nos enmascaramos y salimos hacia el Wall. Debimos andar haciendo zigzag para atravesar varios campos minados. Se veía muy mal y el oficial que había reconocido el camino no encontraba las marcas que había hecho de manera que anduvimos en un momento arriba de campo minado y tuvimos que regresar sobre nuestra marcha rogando a Dios que no pasara nada. Por suerte así fue.
Habíamos coordinado fuego de artillería para las veintidós horas y teníamos que alcanzar un punto. A esa hora la primera batería empezó a batir el Wall. Cuando iba a hacer fuego la segunda batería, el mayor A.R. apreció que lo iba a hacer donde estábamos nosotros. Ordenó entonces milagrosamente adelantarnos como ciento cincuenta metros a una especie de zanjón. No habían pasado dos minutos cuando los cañonazos empezaron a caer donde habíamos estado.
El mayor no quiso perder más tiempo y ordenó el asalto al monte. Pasamos al ataque y nos encontramos con que los ingleses se habían retirado abandonando todo; supongo que por el fuego de artillería. Había mucho equipo: mochilas completas, bolsas cama, cascos, telémetros laséricos, radios, baterías de radio, linternas de señales, comida, varios dispositivos de antenas. Es decir, era todo un equipo para un puesto adelantado para pasar información hacia atrás. Con sofisticados elementos además para la detección de nuestras posiciones, tanto para apuntar como para reglar la artillería. Había también paños para señalamiento de aterrizaje de helicópteros.
Tenían una posición muy, muy sólida. Nos había costado mucho llegar esa noche a la cima de ese monte y pienso que si los ingleses hubiesen estado se hubiera hecho difícil tomarlo. Nosotros estábamos trepando muy de frente, pero por suerte se fueron.
Yo llevaba un fusil calibre 300 Magnum con mira telescópica, un arma muy fuerte. La noche era muy fría y con llovizna y la marcha se había hecho toda a pie. A todo esto hubo que agregarle la vuelta acarreando el equipo de los ingleses inclusive como 8 ó 9 mochilas.
Nos apropiamos de cualquier cantidad de material que habían abandonado; se veía que les sobraba. Lo bueno fue que también dejaron comida, que por supuesto probamos. Una vez que llegamos a la base abrimos las mochilas. En una en particular, que se veía que era de un oficial de Royal Marines encontramos una caja de cuero típicamente inglesa. Al abrirla nos encontramos betún para zapatos, el cepillo correspondiente y una gamuza, todo muy bien colocadito. Así que este hombre se recorrió 14.000 kilómetros para estar en el medio de un monte perdido en las Malvinas, en un barrial infernal ¡pero sin dejar su betún! Yo diría que en las Malvinas llueve siempre y eventualmente sale el sol. Además el terreno es esponjoso. Esa turba maldita es como una esponja en la que uno se entierra y se llena siempre de barro. También tenía su afeitadora a pilas, otro objeto muy importante en combate, en el medio de un cerro. Nosotros, apenas llegamos nos habíamos dejado barba pues sistemáticamente todas las noches debíamos enmascararnos la cara con betún, con los pasamontañas negros o simplemente con barro. Al otro día le obsequiamos la afeitadora al suboficial que más se había destacado en la patrulla a criterio del jefe de sección. Todas estas cosas fueron registradas en notas con Nicolás Kasansew, con la gente del periodismo que estaba allá y estaba ansiosa por recibir información. Y parece que no era mucha.”
Testimonio extraido de: Así lucharon (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, diciembre de 1982). Dr. Carlos M. Túrolo
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