jueves, 19 de septiembre de 2013

BAQUEANO DEL EJÉRCITO - EL MAPA VIVIENTE

La experiencia y conocimiento de ciertos ambientes geográficos de nuestro vasto territorio testimonian su idoneidad y le confieren al soldado baqueano la aptitud para servir de guía a nuestras tropas. Es única e insustituible para las de montaña y también para las del monte, nacidos del Proyecto de Integración Guaraní.
Hace 60 años, el 18 de agosto de 1953, en Laguna del Diamante, en el Departamento de San Carlos, distrito Pareditas, a 220km. de la ciudad de Mendoza, se produjo una tragedia militar por la que en 1966, sería instituido el Día del Baqueano bajo la protección de su patrono, San Francisco Solano. Los hechos se sucedieron cuando horas antes del luctuoso hecho, una comisión militar de 35 soldados del Ejército y algunos gendarmes, inició el reconocimiento de hitos limítrofes con ascensiones a las montañas circundantes. Pese a las advertencias de que el calor reinante presagiaba un temporal, el oficial al mando hizo continuar la marcha. Como se preveía, la tormenta de nieve y viento se desató y encontró a la comisión separada en tres patrullas. En el intento por replegarse en peligrosas condiciones, murieron 21 soldados y 2 gendarmes por el frío y el agotamiento. Varios baqueanos, entre ellos.

Historia de héroes
El baqueano conocía los caminos y atajos de un terreno, sus características físicas y el idioma y costumbres de su población. Su tarea es la más antigua del Ejército Argentino, desde aquellos viejos rastreadores. Tanto es así que hasta el propio General San Martín confió en su estrategia de campaña el uso de baqueanos y chasquis para sincronizar el cruce de la Cordillera de los Andes. En el libro “Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas”, de 1845 y en el capítulo Originalidad y Caracteres Argentinos, Sarmiento lo describe como a un “personaje eminente y que tiene en sus manos la suerte de los particulares y de las provincias. Es un gaucho grave y reservado que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él”.
“En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla, monta en seguida, y les dice, para asegurarlos: «Estamos en dereceras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al Sur»; y se dirige hacia el mundo que señala tranquilo, sin prisa de encontrarlo y sin responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros. Si aún esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la oscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca y, después de repetir este procedimiento varias veces, se cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente”.
“El baqueano anuncia también la proximidad del enemigo, esto es, diez leguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección. Cuando se aproxima, observa los polvos y por su espesor cuenta la fuerza: «Son dos mil hombres» -dice-, «quinientos», «doscientos», y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay de un lugar a otro; los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más, una senda extraviada e ignorada, por donde se puede llegar de sorpresa y en la mitad del tiempo…”

Los más conocidos
Podemos hablar de varios que pasaron a la inmortalidad. José Luis Molina es uno de ellos. Capataz en la estancia de Francisco Ramos Mejía, cuando el gobernador Martín Rodríguez detuvo a su patrón, dispersó y mató a muchos de los indios que vivían en la hacienda, huyó a las tolderías y se puso al frente de los indígenas. Sin embargo, escapó de ellos acusado de traición y pese a sus antecedentes y por su utilidad en los cuarteles, fue indultado por el gobierno y obtuvo el grado capitán de baqueanos en las expediciones de 1826 y 1827, del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana. Luego, sirvió bajo las órdenes de Juan Manuel de Rosas. El otro, se llamó Juan Rosas, uno de los Treinta y Tres Orientales de la Banda Oriental, quien luchó contra el Imperio del Brasil y en las guerras civiles de su país.
Sin embargo, José Alejandro Ferreyra está considerado como el más celebre de todos. Conocido como quichua Alicu o Alico, nació alrededor de 1770 en La Banda, provincia de Santiago del Estero. Ofreció sus servicios en la batalla de Cotagaita y Suipacha por el extraordinario conocimiento del territorio norteño. Desempeñó similares tareas contra Rosas, Facundo Quiroga y el general José María Paz. En 1840, en la derrota de Famaillá salvó al general Juan Lavalle de caer en manos de Manuel Oribe al hacerlo escapar por un desconocido atajo. Tras su muerte, guió a la partida que condujo sus restos por la Quebrada de Humahuca hacia Potosí. Murió en el destierro el 9 de octubre de 1855 y en esa misma ciudad donde una calle lleva su nombre. En la obra “El Pampa Ferreira, baqueano y lenguaraz”, de Juan Mario Raone, está descripto como de baja estatura, algo grueso, trigueño y de cabello canoso, de una honradez a toda prueba.
Texto: Lauro Noro para Diario Soldados Digital 2013.




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