Uno de los medios mas eficaces de destrucción empleado por los praguayos en su lucha con el ejército aliado y, por cierto, con funesta eficacia, fueron los cohetes a la Congreve. Cada choetazo significaba una brecha abierta en las filas, un montón de muertos y heridos, que perecen en medio del mayor dolor.
En la batalla de Yatayty-Corá cayó uno de esos proyectiles en el centro de los cuadros formados por la infantería argentina. El terror se apoderó aún de los mas serenos: apartáronse todos velozmente, esperando el instante en que, estallando el cohete, esparciera en derredor desolación y la muerte.
Entonces sucedió algo verdaderamente grandioso: el mayor don Fernando Echegaray aproximose rápido y sereno al lugar donde el proyectil mortífero rodaba vertiginoso; separó de un fuerte empellón al abanderado Uriarte, mientras que sujetando con mano fuerte la vara del cohete fatal, arriesgando la vida para salvar la de sus camaradas, corrió a lanzarle lejos… pero no tuvo tiempo. Antes de soltarlo estalló, y una nube de fuego y humo rodeó el cuerpo del heróico abnegado que permaneció aun un instante en pie para desplomarse en brazos del teniente Solier, que presuroso acudió en su auxilio.
El mayor Echegaray, como muchos otros héroes, no tuvo última palabra: tuvo último heroísmo, que ha dejado su nombre escrito indeleblemente en las páginas refulgentes de la Historia.
Fuente: Compilación de Anécdotas Militares, Subteniente Juan Carlos Cordoni, Bs. As. 1936.
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