Sabido es que el árbol es una tradición del Norte de Europa y que poco tiene que ver con lo Cristiano y español. En la vieja Buenos Aires, la Navidad se esperó siempre con un retablo o un pesebre, hasta que un 24 de Diciembre de 1828, se iluminó una casa en el Barrio del Alto (De la Plaza de Mayo al Sudeste) que alarmó a los vecinos. Era un pequeño abedul con decenas de velitas encendidas entre sus ramas que parecían estrellas. De este pendían Juguetes, muñecas, cornetas, soldaditos, cañoncitos y tambores reflejando los colores del arco iris. Debajo, montañas de caramelos, chocolates, mazapanes y turrones. Sentado al lado del pino, oculto el rostro en largas barbas y envuelto en una capa roja, el primer Papa Noél del Plata: un inglés.
Mister Miguel Himes, conocido luego como “El inglés del arbolito”, llegó a Buenos Aires en 1807, durante la segunda invasión Inglesa. Luchando contra los Criollos cayó herido en la actual calle Bartolomé Mitre (Antes de la Piedad) en la puerta de la familia Terreda, que no solo lo curó sino que lo retuvo hasta que las tropas inglesas se marcharon. Se dice también, que este era hijo natural de Jorge de Inglaterra –luego Jorge IV, rey de la Gran Bretaña. Miguel Himes, debido a que Jorge no tuvo otro hijo legitimo, hubiera sido el heredero al trono de no haber, a los 18 años, arrojado al Támesis el anillo real y los papeles que probaban su origen, embarcándose al Plata, quizás solo para encender, veintiún años después, aquel arbolito que nos cambiaría la tradición para siempre.
Mister Miguel Himes, conocido luego como “El inglés del arbolito”, llegó a Buenos Aires en 1807, durante la segunda invasión Inglesa. Luchando contra los Criollos cayó herido en la actual calle Bartolomé Mitre (Antes de la Piedad) en la puerta de la familia Terreda, que no solo lo curó sino que lo retuvo hasta que las tropas inglesas se marcharon. Se dice también, que este era hijo natural de Jorge de Inglaterra –luego Jorge IV, rey de la Gran Bretaña. Miguel Himes, debido a que Jorge no tuvo otro hijo legitimo, hubiera sido el heredero al trono de no haber, a los 18 años, arrojado al Támesis el anillo real y los papeles que probaban su origen, embarcándose al Plata, quizás solo para encender, veintiún años después, aquel arbolito que nos cambiaría la tradición para siempre.
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