viernes, 19 de junio de 2009

EL DUELO PROHIBIDO


Entre las muchas virtudes que adornaron la personalidad del Libertador, el respeto y el cariño por sus subalternos forman parte de aquellas que con mayor constancia ha recogido la historia. Su trato duro dejaba siempre translucir su permanente preocupación por todos los que integraban su ejército. Es así que a veces, a pesar de prohibir ciertas actitudes –que ciertamente no representaban beneficios para la campaña-las aceptaba a escondidas conociendo el temperamento de sus hombres.
Cuenta Pacífico Otero: “En el año de 1815 se encontraba en Mendoza con el grado de Teniente Coronel de Granaderos don José Melián, quien cierto día tuvo un incidente con el Teniente don Manuel Olazábal al que trató de mocoso. Como consecuencia del insulto, Olazábal – que era un jovencito- se sintió tocado en su honor y decidió desafiarlo a duelo.
Enterado San Martín se lo prohibió y lo amenazó aún con la pena de muerte si lo desobedecía. El joven salió de la presencia del General dispuesto a cumplir la orden, pero pronto cambió de opinión y le mandó sus padrinos a Melián. Llenadas las formalidades del caso, los duelistas se dirigieron a un punto de la Alameda, señalado para efectuarse un duelo. Llegados allí, cada cual empuñó un sable y se inició el desafío. Luego de un breve y duro combate, Melián recibió un sablazo en la pierna y Olazábal uno en la rodilla y otro en la mano derecha.
Este último – que luego relataría el episodio – cuenta que Melián, a fin de ocultar en lo posible lo sucedido, se lo llevó a su casa, pues la herida de la rodilla era de gravedad. Al día siguiente del suceso y a eso de las nueve de la mañana se presentó a la casa un sirviente desconocido con una bandeja portando un buen puchero de gallina y una cafetera con café y leche, con orden de entregarle a él un peso fuerte. Al día siguiente se repitió el envío a la hora del almuerzo, repitiéndose este obsequio durante el mes y medio que duró su convalecencia, e ignorando quien era el generoso benefactor. Sólo después supo él que era el General San Martín quien procedía de esa manera.
Restablecido de su herida, Olazábal pasó a vivir a su alojamiento, es decir, al cuartel instalado en el Convento de Santo Domingo. Un día que cruzaba el patio, todavía apoyado en sus muletas, oyó la voz del centinela anunciando la presencia del General. El Teniente sorprendido no tuvo tiempo de ocultarse de su vista. Cuando el Libertador se bajó del caballo y se enfrentó con Olazábal, al verlo éste portador de muletas, le colocó una mano sobre el hombro y le dijo:
- Y bien hijo, ¿Que tiene usted?
- Señor –contestó- una rodada que me he dado con mi caballo.
- Siempre será usted calavera, ¿No?, replicó San Martín y riéndose, agregó. Bueno, cuídese usted mucho y no vuelva a rodar
Extraído del libro de Luis Leopoldo Giunti “Páginas de Gloria” del Círculo Militar.

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