En el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”se exhibe un meteorito, un enorme trozo de hierro de 4120kg. De peso. Siguiendo la costumbre de algunos museos extranjeros, se lo ha individualizado con nombre propio: “El Toba”, en recuerdo de una de las tribus de nuestro Chaco. Este meteorito cayó –tal vez en épocas prehistóricas- en la zona limítrofe entre las provincias de Santiago del Estero y Chaco. Precisamente por esa zona existe una estación llamada “Campo del Cielo” para rememorar el lugar que recibió aquellos regalos provenientes de las alturas.
También existe, no muy lejos de la anterior, una estación llamada “Aerolito”.
Los descubridores españoles, en la época de la conquista , no supieron explicarse el origen de aquellos enormes trozos de metal. Pensaron que podían ser muestras a ras de la tierra, de grandes yacimientos metalíferos. También discutieron, sobre la cantidad de plata que podía contener la curiosa mezcla metálica.
En tiempos de Virrey Vértiz, por 1780, partió al Chaco una expedición científica de la que formaba parte Pedro Antonio Cerviño con alrededor de 200 hombres, con el fin de explorar la naturaleza de esos minerales. Encontraron un enorme fragmento cuyo peso se calculó en unos 18.000 kilos. No pudieron acarrearlo y se contentaron con traer algunas muestras. En 1803, otra expedición trajo a Buenos Aires un fragmento que pesaba 1000 kilos. Lo verdaderamente interesante de esta historia es que, nuestra primera fábrica de armas, dirigida por Esteban de Luca, utilizó para fabricar fusiles y pistolas aquel hierro meteórico. Esteban de Luca, además de ingeniero, militar y periodista, era poeta.
Lo que no sabemos si llego a advertir lo poético que resultaba el haber armado a los soldados patriotas con un hierro que nos había llegado del cielo, como augurio de la protección celestial que permanentemente cubrió a los valientes de nuestra lucha por la independencia.
Fuente: Crónicas Argentinas, Editorial Codex, Buenos Aires 1976.
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
También existe, no muy lejos de la anterior, una estación llamada “Aerolito”.
Los descubridores españoles, en la época de la conquista , no supieron explicarse el origen de aquellos enormes trozos de metal. Pensaron que podían ser muestras a ras de la tierra, de grandes yacimientos metalíferos. También discutieron, sobre la cantidad de plata que podía contener la curiosa mezcla metálica.
En tiempos de Virrey Vértiz, por 1780, partió al Chaco una expedición científica de la que formaba parte Pedro Antonio Cerviño con alrededor de 200 hombres, con el fin de explorar la naturaleza de esos minerales. Encontraron un enorme fragmento cuyo peso se calculó en unos 18.000 kilos. No pudieron acarrearlo y se contentaron con traer algunas muestras. En 1803, otra expedición trajo a Buenos Aires un fragmento que pesaba 1000 kilos. Lo verdaderamente interesante de esta historia es que, nuestra primera fábrica de armas, dirigida por Esteban de Luca, utilizó para fabricar fusiles y pistolas aquel hierro meteórico. Esteban de Luca, además de ingeniero, militar y periodista, era poeta.
Lo que no sabemos si llego a advertir lo poético que resultaba el haber armado a los soldados patriotas con un hierro que nos había llegado del cielo, como augurio de la protección celestial que permanentemente cubrió a los valientes de nuestra lucha por la independencia.
Fuente: Crónicas Argentinas, Editorial Codex, Buenos Aires 1976.
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