Una antigua manifestación del Espíritu Militar, relacionada con el mando y el comando, está dada por la particular forma que tenemos en el Ejército, de anteponer el pronombre posesivo “mi”, al dirigirnos a un superior y en muchas ocasiones, también de superior a subalterno.
El Ejército es la única Fuerza Armada de nuestro país que en el trato entre su personal, y particular aunque no solamente, de subalterno a superior, usa el trato de “Mi...” (y el grado que corresponda). La Gendarmería Nacional, desprendida en sus inicios hace más de setenta años de nuestro Ejército y heredera de muchísimos de sus usos, costumbres y tradiciones, también lo utiliza, pero no sucede lo mismo en ninguna de las otras FF.AA., de Seguridad ni Policiales. En ellas, de subalterno a superior, se emplea el trato de “señor” y a la inversa, se nombra el grado y apellido o sólo éste último.
La costumbre de usar el pronombre posesivo en el trato, heredada directamente de los usos y tradiciones españolas, debe su origen a usanzas españolas, cuyos orígenes se remontan a la más remota antigüedad.
En las épocas en que aún no se había organizado el Ejército Español, casi coincidentemente con el descubrimiento de América, las fuerzas militares existentes eran las huestes y mesnadas que respondían a los nobles, a cuyo coste y cargo corrían su organización, equipamiento y comando. Estas tropas eran reclutadas entre los vasallos de estos señores, muchas veces sólo para una campaña. A ellos, como sus soldados de tiempo de guerra, debían obediencia y subordinación. Luego de pasada ésta, continuaban siendo “sus” siervos y ellos, “sus” señores.El uso de estos pronombres posesivos era cosa corriente tanto para uno como para otro tiempo. De tal forma, para los vasallos - soldados, existía la convicción de prestar servicios bajo la bandera de “su” señor y éstos eran para él, “sus” hombres, “su” mesnada. En el trato directo entre la soldadesca, se haría referencia hacia “su” señor. La mención individual o singular, sería “mi” señor y cuando se daba la posibilidad de un encuentro personal con éste, el vasallo lo saludaría o nombraría, junto con los ademanes y gestos de saludo acostumbrados, como “mi señor”.
Con el correr del tiempo y con la aparición de los grados militares, se adoptaría el pronombre posesivo seguido de aquellos, en sus primitivas formas. De ellos podemos extraer como uno de los más antiguos, al del capitán (del latín caput , cabeza, jefe), de donde, aparece ya el conocido “mi capitán”, como referencia a mi jefe , (siempre en primera persona).
En consecuencia, la relación de dependencia en tiempos de paz como de comando en tiempos de guerra, estaba dada por la propiedad que el señor tenía por sobre sus hombres. Este uso lo continuamos viendo durante varios siglos, hasta la creación del Ejército Argentino. Desde la mesnada a la fuerza nacional o instrumento del Estado para proveer a su defensa y garantizar la seguridad común.Durante las Invasiones Inglesas todavía continuamos observando el sentido de propiedad que se le otorgaba y que, de hecho, tenía el jefe de un cuerpo sobre éste, quien además de esta propiedad, y por ella misma, debía instruirlo, y proveerle de las armas, caballo, vestimenta y equipo necesarios para la guerra...
Otra singularidad del uso de los pronombres posesivos en el trato entre el personal del Ejército, está dada por la circunstancia de que no es solamente de subalterno a superior. Se da por ejemplo el caso de que un oficial o suboficial que ha tenido por superior a otro, con el tiempo, por distintos avatares, lo sobrepasa. El reconocimiento hacia aquel viejo superior, el respeto y la costumbre de haberlo tenido por mucho tiempo como tal, lo mueven a continuar tratándolo de “mi...” (y el grado que su estado militar le confiere aún en situación de retiro), aún siendo el de éste, inferior al del nuevo superior, viejo subalterno.
También debe destacarse que estas formalidades se institucionalizaron reglamentariamente hacia fines del siglo pasado, habiéndose hasta entonces usado indistintamente, el pronombre personal que tratamos y el trato de “señor”. Estas costumbres, junto con saludos militares, no ajustadamente reglamentados, perduraron hasta la época mencionada, en que aparecen los primeros reglamentos de Orden Cerrado y Servicio Interno.
Estos proveyeron una norma, y una forma única a las manifestaciones de subordinación y obediencia por parte de subalternos a superiores y de benevolencia y respeto de éstos hacia aquellos. Esto es particularmente visible cuando, en los primeros grados, el oficial, debe apoyarse en el suboficial, para iniciarse en la práctica de los rudimentos del arte de mandar.
Es diferente, en cambio, el caso que se presenta tanto en la Armada como en la Fuerza Aérea. En ambas Fuerzas Armadas se utiliza solamente el trato de “señor”, de subalterno a superior, mientras que éste nombra o llama a aquel, por el grado y/o apellido...
Vemos que no deja de faltar en este estilo el mismo reconocimiento por parte del subalterno hacia aquel “señor”, que mencionáramos, descendiente de los usos entre señores y vasallos de épocas pretéritas. Así, en cualquiera de estos casos, el trato del superior al subalterno por el apellido, denota el conocimiento, la estima y la individualización, la distinción dentro del grupo.Hoy en día, no existen en nuestro sistema republicano de gobierno, ni en el Ejército, diferencias de clases o castas sociales. Sin embargo, éste mantiene y cultiva en virtud de su tradicional espíritu conservador, esta costumbre tan arraigada, que proviene de nuestros ancestros hispanos, sin que por ello, traduzca vasallaje alguno.
Como sea que fuere, el trato entre soldados, cuando son verdaderos jefes en cualquier nivel, refleja una conjunción de inteligencia, corazón y voluntad. Así, estos hombres jerárquicamente desiguales, se igualan cuando una misma causa, un mismo destino, y una misma razón, los une más allá del sentido de propiedad que refiriéramos.
El ideal es, entonces, vibrar cuando se responda al llamado del superior; pensando que ambos están embarcados en la misma empresa y que los moviliza un mismo objetivo. Ellos los igualan frente al resto de los hombres...
Tal vez sea este punto propicio para recordar en estas reflexiones aquellas otras del Coronel Don Julio Costa Paz y Roca cuando, refiriéndose a la relación entre el mando y la obediencia , nos decía que ni el mando debe ser arbitrario ni la obediencia ciega o incondicional, agregando que: “...son atributos de igual dignidad y términos correlativos en la cooperación que la disciplina exige para el cumplimiento del deber común. El incondicionalismo está reñido con la dignidad humana y es contrario y opuesto a la disciplina y a toda forma de educación cívico – militar, porque desvirtúa su noble sentido de colaboración, ya que para colaborar es indispensable tomar iniciativas y éstas comportan responsabilidades que los incondicionales son incapaces de afrontar, pudiendo llegar hasta el extremo de pisar el terreno de la traición.”
En la posmodernidad que vive toda la humanidad en nuestros días y, más concretamente, en el creciente auge de la “modernidad líquida” que preconiza el filósofo Sigmund Bauman, estamos observando peligrosas corrientes que tienden a desvalorizar subliminalmente a las viejas pero nobles tradiciones que encarnaron nuestros antepasados en la Milicia Heroica. Códigos de Honor que se cambian y relativizan, códigos de Justicia Militar, que se prestan más para el ámbito civil que el militar, usos, costumbres y tradiciones que se dejan de lado para dar paso a otros más modernos y actuales. Otros que “se amoldan a nuevos continentes”, tal como los líquidos lo hacen respecto de los recipientes que los contienen, logrando todo esto, que se ridiculicen, relativicen o directamente, se eliminen, llevando a que la Milicia , aquella “religión de hombres honrados”, al decir de Calderón de la Barca , se transforme en un empleo común y corriente.
De tal forma, vemos cómo la familiaridad gana terreno entre superiores y subalternos, así como entre pares y el chacoteo, el saludo y el trato informal, el tuteo y la falta de respeto a la jerarquía de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, van ganando espacio en forma alarmante.
Velemos, los militares, soldados en actividad y retirados, para que las viejas costumbres como estas que hemos rescatado en su antiguo sentido, persistan, esperando que los cambios que siempre provoca el paso del tiempo, no las borren de nuestros usos y tradiciones y menos de nuestros reglamentos.
Fuente: My (R) Sergio O. H. Toyos, para Diarios Soldados.
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