El 26 de marzo de 1881 se produce el encuentro entre la tropa de la
Primera Brigada de la 2º División de Ejército, en campaña al lago Nahuel
Huapi, almando del teniente coronel Rufino Ortega con las indiadas de
Ñancucheo y Huincaleo. El lugar de la batalla fue el desfiladero de San
Ignacio, en el valle del río Aluminé, en donde éste recibe las aguas del
Catan Lil y forma el Collon Curá (unión de los departamentos de Catan
Lil, Huiliches y Collón Curá, en la precordillera. “En todo este
trayecto se ha avistado al flanco izquierdo de la columna varios
jinetes. Son indios que observan nuestra marcha desde la cumbre de
elevados cerros, que tan pronto se aproximan como desaparecen, y van, a
medida que vamos avanzando, encendiendo el campo en diversas
direcciones. Sin temor de equivocarse puede asegurarse que por ese medio
avisan nuestra aproximación y el rumbo que seguimos. Diez baqueanos a
las órdenes del ayudante R. Guevara son enviados a examinar el camino
del Oeste que se interna en un estrecho cajón, y a la vez, alejar a la
partida de indios que tenemos al frente, que con toda osadía llegan a
aproximarse hasta un tiro de fusil. Parece que quieren lucir los
magníficos caballos que montan. Bajan y suben a escape empinadísimos
cerros y en cuyas cumbres hacen mil molinetes. El ayudante Guevara
regresó sin haber obtenido ningún resultado después de más de una hora
de inútiles correrías. Para llegar al paso del río tenemos que costearlo
algunas cuadras; pero todas ellas forman un estrecho desfiladero donde
sólo se puede ir de a uno. Nos internamos en él. Los indios nos
contemplan desde la orilla opuesta, desde donde pueden contarnos con
toda impunidad. A la conclusión del desfiladero se llega al paso del
río. En el momento de vadearlo, el Jefe del 11 de Caballería avisa que
los indios han avanzado por nuestra retaguardia y se tirotea con la
guardia que la cubre; que ha desprendido al mayor Ruibal con el 3er
Escuadrón en su protección. Efectivamente, un grupo de indios
aprovechándose encontrarnos comprometidos en el paso del desfiladero,
pasan el río un poco más abajo donde marchábamos y caen de improviso
sobre las reses que conducen para nuestra provisión. Los que las cuidan,
peones de proveeduría, no ofrenden resistencia; pero los caballerizos
más próximos los contienen hasta la llegada de la guardia y del mayor
Ruibal que los obliga a repasar el río. Al propio tiempo que esto pasa a
retaguardia, también la cabeza de la columna se bate. Marchan a
vanguardia 20 hombres a las órdenes del ayudante Guevara, e
inmediatamente detrás sigue la columna. Pásase el río y se emprende la
ascensión de un cerro por una pendiente algo inclinada. En la cumbre de
éstos, están todavía los indios. Esta osada insistencia hace suponer que
intentan algún golpe. Parte del 12 y todo el Regimiento 11 está todavía
encajonado en el desfiladero y paso del río. Hago situar sobre el paso
una compañía del Batallón para que proteja y cubra el paso que es
susceptible de un ataque por el flanco derecho. El resto avanza. Al
coronar el cerro, el ayudante Guevara es cargado violentamente por más
de 60 indios. Es apoyado inmediatamente por granaderos del 12 a órdenes
del capitán O`Donnell. Estas fuerzas cargan y doblan a los indios que en
su retirada se dividen en dos grupos. La mayor parte de la vanguardia
persigue a los de nuestra izquierda, pues los de la derecha han ido a
caer a un cajón por donde sigue la columna. A la izquierda son cargados
por retaguardia, y por los indios que perseguían, pero son completamente
rechazados. Mientras esto pasa a la izquierda, seis o siete soldados
han continuado persiguiendo a los de la derecha y siguen avanzando a su
frente. De improviso son cargados por retaguardia por un número
considerable de indios y por los que perseguían. Aunque el resto de la
fuerza acude velozmente desde la izquierda, no se puede evitar que
lanzeen (sic) a seis. Aquí muere el sargento Romero, el cabo Cortez y
dos soldados del Batallón, quedando un baqueano y un soldado del 12
heridos. Uno de los muertos debe ser un cacique o capitanejo, pues de su
cadáver se ha recogido una espada. Esta tiene en su tasa el escudo de
Chile. Los indios que he tenido al frente son los de Ñancucheo y
Huincaleo, tal lo asegura el capturado por el comandante Torres, dice
haberlos reconocido en los caballos que montan. Su número se calcula en
más de 200 los que se han presentado a vanguardia”. La Primera Brigada
había partido desde su acantonamiento en el fuerte 4ª División, el 8 de
marzo de 1881, siguiendo el curso descendente del río Agrio,
primeramente, para luego proseguir por el de Catan Lil, hasta encontrar,
en las cercanías del lugar donde se desarrolló el combate que hemos
referido, al río Aluminé. Más tarde prosiguieron por este río, que
cambia de denominación trocándose en Collón Cura, para proseguir su
marcha hasta el lago Nahuel Huapi, donde Villegas había dispuesto
instalar el campamento central de la División. Las fuerzas de la Brigada
estaban compuestas por: Plana Mayor, 2 jefes, 2 oficiales y 21
soldados; Regimiento 11 de Caballería, 2 jefes, 7 oficiales y 190 tropa;
Batallón 12 de Infantería, 2 jefes, 7 oficiales y 263 tropa. Total: 6
jefes, 16 oficiales y 474 tropa. Nótese la audacia y la estrategia de la
indiada que aprovecha al máximo su conocimiento de la topografía de la
región por la cual deben pasar los expedicionarios, como así también la
ventaja de poseer magníficas caballadas, aclimatadas y acostumbradas a
trepar los cerros de la zona. Esta expedición tenía como fin primordial
reconocer todo el territorio “del Triángulo” y tratar de someter a las
tribus indias. Esto posibilitó que en la segunda campaña ya se conociera
el terreno y las indiadas que se oponían al avance. Respecto a los dos
valientes suboficiales que perdieron la vida, con los dos soldados que
lo acompañaron en su entrada en la gloria, no tuvieron el consuelo que
el poeta y solado Eduardo Gutiérrez anhelaba para aquellos que iban al
Paraguay, a luchar, enviados a esos campos donde caerían tantos
argentinos. Inspirándose en la blanca figura del que fuera capellán de
las tropas argentinas en aquella guerra, canónigo Tomás A. Canavery,
habría de aspirar a contar con el consuelo de:
El misionero
Poncho blanco no te apartes
de las huestes argentinas denodadas,
cuando suenen los clarines de la guerra,
cuando ruja la batalla y en el peplo de su sangre
el soldado herido caiga;
que te vea discurriendo
como lirio entre las rosas escarlatas
despertando bendiciones en las bocas
alegrías en las almas,
besos cálidos de amor sobre los pliegues
de la enseña azul y blanca;
y en la noche de la muerte,
sé la aurora de la vida que no muere,
de la vida que no pasa para el héroe
que ha sabido dar su vida por la vida de la Patria.
Fuentes: Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Biblioteca del Suboficial Nº 143.
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