jueves, 30 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL PABLO RICCHERI

Nació en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, el 8 de agosto de 1859, siendo sus padres Lázaro Riccheri y Catalina Chufardi, ambos nacidos en la población marítima de la vieja Liguria llamada Sestri Levante. En 1848 llegó a Buenos Aires el padre del ilustre General, radicándose podo después en Rosario; pero al contraer enlace se estableció con una casa de comercio en el histórico pueblo donde San Martín recogió su primer laurel en su carrera libertadora en la América de Sud. Riccheri fue bautizado con el nombre de Pablo, el 13 de octubre de 1859, apadrinando la ceremonia Josefa Cutura (foja 12 del Libro 1º de bautismos de San Lorenzo).
Estudió las primeras letras en la escuela que funcionaba en el famoso convento de su pueblo natal, donde los misioneros franciscanos enseñaban con una paciencia y con una dulzura que el después general Riccheri no olvidó jamás. Su maestro de primeras letras fue el padre Antonio Bonti, y otro de sus maestros más notables fue fray Jeremías Petrelli, orador elocuente y erudito profundo.
Con motivo del estallido de la revolución del 24 de setiembre de 1874 se incorporó al Regimiento de Caballería que organizó en San Lorenzo el coronel Silverio Córdoba; pero mientras se organizaba el cuerpo, sus componentes se ejercitaban en la equitación y en uno de tales ejercicios, el caballo de Riccheri dio una rodada de la cual salvó milagrosamente el jinete, pero sufriendo la fractura de la clavícula derecha. Por esta causa debió quedarse en su casa cuando el Regimiento de Córdoba marchó a conquistar laureles en la batalla de Santa Rosa.
Al regreso de la campaña contra Arredondo, Córdoba fue recibido en forma estrepitosa en San Lorenzo y correspondió al jovencito Riccheri dar en nombre del vecindario, la bienvenida a aquellos valientes, y lo hizo en forma tan emocionante, que el veterano Coronel, conmovido, se quitó la espada y la puso en manos de Riccheri instituyéndolo caballero según los ritos medioevales de la caballería.Redactó su solicitud de ingreso al Colegio Militar y vino a Buenos Aires para gestionar personalmente su admisión de cadete. Con tal objeto, Riccheri iba todos los días a la Casa de Gobierno a la espera de una resolución, y allí, en el Ministerio de la Guerra esperaba tener noticias de su solicitud. Así pasaron 15 días. Al cabo de los cuales se le habían evaporado los pocos pesos que le había dado su familia, y se presentó por última vez a la Casa de Gobierno, decidido a regresar a San Lorenzo al día siguiente; al anochecer ya iba a retirarse, cuando un negro ordenanza –el moreno Luis- viéndolo tan triste, le preguntó qué le pasaba, y Riccheri le contó su aventura. El ordenanza lo condujo a una oficina de un empleado señor Manzini, el cual, a instancias del moreno Luis atendió al futuro General, y al dar éste su nombre, un militar que estaba allí, y que resultó ser el mayor Julián Falcato, que mandaba una compañía en el Colegio Militar, le dijo a Riccheri que su solicitud había sido despachada favorablemente desde hacía 15 días, y le ordenó que sin falta se presentase al día siguiente al Colegio, como lo hizo. Justamente, un cuarto de siglo después, al prestar el juramento de ley para hacerse cargo de la cartera de Guerra, el entonces coronel Riccheri, en medio del asombro de la compacta muchedumbre presente, rompiendo el protocolo, se abrió paso por entre los espectadores para ir a abrazar al humilde ordenanza Luis; y al día siguiente el Presidente Roca lo nombraba mayordomo de los ordenanzas de la Casa de Gobierno. A él le debía Riccheri su carrera y por ende, su cargo de Ministro.
En efecto, el 17 de marzo de 1875, el Ministro del Interior, Dr. Simón de Iriondo, se dirigía a su colega de Guerra, de parte del Presidente, manifestándole que estando “ocupadas todas las becas dotadas por el Gobierno en el Colegio Militar, me encarga decir a V. E. se sirva ordenar se acepte como alumno del expresado Colegio mientras no haya una vacante, al joven D. Pablo C. Riccheri, previos los requisitos legales, debiendo imputarse el valor de la beca a la partida de eventuales de este Ministerio”. El 17 de junio de 1975, habiéndose presentado el candidato, fue dado de alta como cadete.Su paso por las aulas fue singularmente distinguido; el 26 de diciembre de 1876 ascendió a cabo 2º, el 15 de noviembre de 1877 lo fue a cabo 1º y el 1º de setiembre de 1878 obtuvo las jinetas de sargento 2º. En las notas anuales del Jefe del Cuerpo, mayor Francisco Smith, en 1878 y 79, se leen conceptos como los que siguen: “Conducta inmejorable” – “De muchas esperanzas para la carrera militar” – “Sentimientos muy dignos de un soldado” – “Inteligencia despejada” – “Vida privada brillante” – “Carácter muy bueno aunque un poco ligero, tiene mucho amor a la carrera militar, como muy patrióticos sentimientos”.
Con tal brillantes conceptos y con clasificaciones sobresalientes, egresó del Colegio Militar el 24 de noviembre de 1879 con la jerarquía de teniente 2º de artillería, siendo destinado al día siguiente al Regimiento 1º del arma, destacado en esta Capital.
Asistió a la batalla de Los Corrales, el 21 de junio de 1880, y por los méritos que contrajo en aquella campaña, fue promovido a teniente 1º el 9 de julio de dicho año.
Su breve actuación en las filas del ejército le hizo ver de inmediato la necesidad que existía de perfeccionar los métodos de preparación del personal superior y subalterno, modernizando sus conocimientos y el material en uso. Al efecto, el 20 de enero de 1881 se dirigió a la Superioridad solicitando perfeccionar sus estudios en Europa, y el 29 del mismo mes, el Inspector y Comandante General de Armas, general Joaquín Viejobueno, elevaba aquella solicitud en los términos siguientes: aconsejaba fuese concedida la autorización pedida “En mérito de la conducta ejemplar y contracción que observa el recurrente”. El 22 de febrero le fue despachada favorablemente la solicitud formulada.
Se trasladó a Europa y el 10 de octubre de 1883 fue dado de alta en la Escuela Superior de Guerra de Bélgica, reputada la mejor del Continente, donde cursó regularmente todas las asignaturas para optar al codiciado título de Oficial de Estado Mayor Diplomado. Durante su permanencia en la Escuela de Guerra, el 15 de enero de 1884 fue promovido a capitán de artillería, , estando en 1er año, curso que terminó el 14 de agosto de de 1884.
Con singular aprovechamiento siguió los cursos de referencia, los que terminaron el 17 de diciembre de 1886, obteniendo el capitán Riccheri la clasificación final de 14,61 que lo colocó 2º en la lista de egreso, siendo aventajado sólo por un oficial belga que obtuvo unos centésimos más de punto. El 1º de febrero de 1887 el ministro argentino en París, Dr. José C. Paz, elevaba las notas y conceptos obtenidos por el capitán Riccheri en la Escuela de Guerra de Bruselas, y en dicha nota, Paz decía, entre otras cosas: “….. podría agregar que el señor Riccheri es también el primer oficial argentino de los que hoy hacen sus estudios en el extranjero que haya obtenido tan alto concepto entre sus profesores”. Egresado de la Escuela de Guerra mencionada, Riccheri fue nombrado el 1º de enero de 1887 agregado militar a la Legación argentina en París, en la que había figurado durante su permanencia en aquel Instituto. El 6 de diciembre de igual año pasó con el mismo cargo a la Legación en Alemania, donde ascendió a mayor el 26 de julio de 1888. El 12 de noviembre de este año se decidió postergar su permanencia en Europa, a fin de que asistiese a las experiencias de armas de repetición que tendrían lugar en Suiza y en el polígono de Beverloo; y para estudiar la organización de los establecimientos de enseñanza militar en Suiza.El 26 de diciembre de 1888 cesó en su cargo en la Legación en Berlín y pasó a revistar al E. M. G. -1er Cuerpo de Ejército- con la nota: “En comisión en Europa”. Asistió a las maniobras del XII Cuerpo de Ejército, en 1889, siendo condecorado con la cruz del Comendador de la Orden Militar de Alberto de Sajonia.
Terminada la comisión en Europa, Riccheri regresó al país, llegando a Buenos Aires en el momento del estallido del movimiento revolucionario del 26 de julio de 1890, presentándose de inmediato al Gobierno. Por su comportamiento en aquellas memorables jornadas, el 16 de agosto de aquel año ascendió a teniente coronel.
El 29 de setiembre de 1890 fue nombrado Director de la Comisión de Armamentos en Europa, y en el ejercicio de este cargo el comandante Riccheri prestó eminentes servicios al país, emprendiendo la adquisición del armamento que permitiese renovar por completo el muy anticuado que utilizaba nuestro Ejército. Adquirió importante cantidad de fusil Mauser modelo argentino de 1891, con innovaciones ventajosas ideadas por el propio Riccheri y miembros de la Comisión sobre el material en uso en el Viejo Continente. Se emprendió la adquisición del material de artillería indispensable para reemplazar el que se hallaba en servicio.
El 1º de enero de 1892 fue pasado a revistar en la P. M. A., regresando a Buenos Aires, donde permaneció hasta el mes de noviembre de aquel año, fecha en que volvió a Europa, continuando el desempeño de su comisión de armamentos. El 1º de enero de 1894 pasó a la “Reserva de 1ª Clase, pero figurando en Europa hasta abril de ese año en que regresó a Buenos Aires.
El 21 de mayo de 1895 pasó a la P. M. A., revistando en el Arsenal de Guerra con el título de “Director-Presidente de la Comisión Técnica, en la compra de armamentos en Alemania”, a donde se trasladó en aquella fecha. Promovido a coronel el 20 de setiembre del mismo año, en esta fecha fue designado Director titular del Arsenal de Guerra; el 20 de marzo de 1897 se dispuso que habiendo regresado de Europa recientemente el coronel Riccheri se le pusiese en posesión del cargo de Director del Arsenal de Guerra, para el que había sido nombrado en la fecha mencionada.
El 14 de enero de 1898 fue designado Director General de Arsenales hasta el 27 de marzo de igual año, en que pasó a ejercer el cargo de Jefe del E. M. G., pero debiendo ausentarse el coronel Riccheri “en comisión del servicio” a Europa, el 31 de mayo de 1898 se designó encargado del despacho del E. M. G. al coronel Saturnino E. García mientras durase la ausencia del titular.
Continuó al frente de la adquisición de armamentos hasta el 13 de julio de 1900, en que el presidente Roca lo nombró titular de la cartera de Guerra, habiendo revistado hasta aquella fecha como Jefe de E. M. G. en comisión en Europa. Terminada la importantísima misión, regresó al país, desempeñando entre tanto, la cartera respectiva el Subsecretario de Guerra, coronel Rosendo M. Fraga.
A las 3 de la tarde del 20 de setiembre de 1900 prestó el juramento de ley como Ministro de la Guerra. Con mano firme procedió a romper los moldes de una tradición vinculada a los orígenes mismos de la nacionalidad y con el pasado heroico de su ejército, para proceder a la modernización sistemática de éste.
La adquisición de Campo de Mayo dio a las fuerzas que servían en la Capital y sus proximidades el campo de maniobra y adiestramiento que tanto necesitaba. Dicho campo lo adquirió en un millón de pesos, sobrante de su presupuesto de un año que manejó con estricta economía y reconocida habilidad. Adquirió igualmente el “Campo de los Andes”, con el mismo objeto. Reorganizó el cuadro de oficiales, renovando los cuadros, para lo cual se impuso la dura necesidad de hacer retirar muchos gloriosos soldados que habían lidiado en los esteros paraguayos y en la lucha contra los salvajes. Dividió el país en siete regiones militares. Reorganizó el Ministerio de Guerra y el E. M. G.; creó el cuerpo de archivistas y aumentó el número de los regimientos de las distintas armas. Creó las siguientes Escuelas: de Mecánica, de Sanidad, de Aplicación de Clases, de Caballería y para suplir las necesidades de oficiales, que el Colegio Militar momentáneamente era imposible remediara por completo, creó la Escuela de Aspirantes a Oficial, que surtió grandes beneficios para el objetivo que fue creada. La Escuela de Sanidad Militar, creada el 21 de mayo de 1902, y cerrada después en el Gobierno siguiente, no obstante los buenos resultados que dio. Organizó brigadas mixtas y refundó el glorio el Glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo.Otras innumerables iniciativas del Ministro Riccheri transformaron fundamentalmente las características del ejército hasta entonces existente, dándole la fisonomía que ha servido de base al del presente. A los pocos meses de aprobada la ley de organización del Ejército y servicio militar obligatorio Nº 4031, que lleva su nombre, sancionada el 6 de diciembre de 1901, el Ministro Riccheri podía presentar en Campo de Mayo un ejército de contextura moderna que asombró a cuantos presenciaron sus demostraciones. Ese día, el domingo 15 de mayo de 1904, el coronel Riccheri alcanzó su consagración. Sobre el propio campo de ejercicios, en el cual juraron la bandera los conscriptos de la clase de 1882, el presidente Roca, recogiendo las ovaciones de la multitud que victoreaba entusiasmada al organizador del Ejército, lo promovió prácticamente a General, y al efecto, al día siguiente elevó el mensaje respectivo al Senado, que fue despachado de inmediato. El general Ignacio H. Fotheringham, en su libro “La vida de un soldado”, refiriéndose al Ministro Riccheri, dice: “Un gran organizador, dio al ejercito esa verdadera unción militar que hoy lo distingue. Un caballero correctísimo, y soldado lleno de ilusiones sanas y nobles entusiasmos. Se conquistó la estimación del país entero, a tal punto, que si no lo propone al Senado el P. E. para el ascenso a General, lo aclaman por “¡vox populi, vox Dei!”.
Sus despachos de general de brigada llevan fecha 19 de mayo de 1904 y ostentan la firma del presidente Roca y fueron refrendados por el ministro de Marina Onofre Betbeder. El 12 de octubre del mismo año cesó en su cargo de Ministro de Guerra y tres días después era nombrado Director de la Escuela Militar y de aplicación de Artillería e Ingenieros, en San Martín; cargo que asumió el 27 de octubre y del cual solicitó su relevo el 30 de diciembre del mismo año, el que le fue concedido el 3 de enero de 1905, pasando a revistar en la “Lista de Oficiales Generales”.
El 4 de octubre de 1905 fue nombrado jefe de la 2da Región Militar, con asiento en Bahía Blanca, cargo que ejerció hasta el 23 de setiembre de 1907, fecha en que fue pasado a la P. M. A., concediéndosele el relevo que había solicitado el general Riccheri desde Adrogué, el 18 de setiembre de aquel año.
El 14 de marzo de 1910 fue nombrado Presidente del Tribunal de Clasificación de Servicios Militares. El 19 de julio del mismo año, el P. E. envió un mensaje proponiendo al Senado su ascenso a general de división, junto con Saturnino E. García, Carlos E. O’Donnell, Victoriano Rodríguez, Rosendo M. Fraga y Rafael M. Aguirre. El 13 de agosto de 1910 se le confirió tan alta jerarquía militar.
El 14 de octubre de 1910 presentó una enérgica nota de protesta por haber ascendido el P. E. a varios capitanes declarados inaptos por el Tribunal que presidía el general Riccheri, renunciando al mismo tiempo a este cargo; el día 19 del mismo mes fue nombrado comandante del 3er Cuerpo de Ejército.
El 12 de junio de 1912 pasó a la P. M. A. y el 13 de diciembre del mismo año fue designado Presidente del Consejo de Guerra Permanente para Jefes y Oficiales, cargo en el cual fue reelecto por un nuevo período el 27 de marzo de 1913.
Se le concedió el 11 de enero de 1915 el relevo de la Presidencia del Consejo de Guerra, siendo reemplazado por el general Ricardo Cornell, y al día siguiente el P. E. expidió un decreto designando al general Riccheri para seguir las operaciones de la Guerra Europea: “Para adquirir conocimientos prácticos de la Gran Guerra, pudiendo alcanzar en el terreno mismo enseñanzas que es imposible adquirir en otras circunstancias”. Postergada su partida por su situación personal, el 26 de junio de 1916 dejó de figurar en la “Lista de Oficiales en el Extranjero” y pasó a Disponibilidad (Art. 31, inciso 1º, Boletín Militar 4476). El 5 de julio de 1916 solicitó un año de licencia para ausentarse al extranjero, la que le fue concedida el 20 del mismo mes (Boletín Militar Nº 4493), pasando a revistar en la lista respectiva.
No habiendo podido ausentarse a Europa como era su propósito por una grave afección a la vista que sufrió entonces, el general Riccheri permaneció en el país; y el 8 de febrero de 1918 se decretó que diese cumplimiento a la S. R. del 12 de enero de 1915. La terminación de la Guerra Mundial determinó el pase del general Riccheri a la Disponibilidad en noviembre de 1918, situación de revista que conservó en los años siguientes.Hallándose próximo a cumplir la edad máxima acordada por la Ley 4707 para la jerarquía de General de División, el 4 de agosto de 1922, el diputado Armando G. Antille presentó un proyecto de Ley que firmaban otros colegas de distintos colores políticos, proponiendo el ascenso de Riccheri al grado de Teniente General. El mismo día se trató en la Cámara el proyecto y en la discusión se pusieron en evidencia los eminentes servicios prestados a la Nación por el general Riccheri. En el curso del debate, el diputado Mariano Demaría dijo: “El verdadero título a la consideración pública que tiene, fue el de ser como Ministro de Guerra, quien promovió el establecimiento del servicio militar obligatorio. Pero éste no es el único, es uno de los tantos servicios que ha prestado y entre ellos hay uno que tengo presente y que quiero referir a la cámara. Cuando hizo la adquisición de armamentos el general Riccheri, un día el gobierno argentino recibió inesperadamente un giro por una suma muy grande; no quisiera darla porque no estoy seguro de ella, pero puedo asegurar que pasaba de dos o tres millones de pesos.
Sr. Antille – Ocho millones.
Sr. Demaría – Me alegro que de la cifra el señor diputado. Me parecía superior a la que yo di, pero como no estaba seguro no quería citar una cifra tan elevada. Se averiguó en el ministerio y se supo que esta era la comisión que habitualmente daban las casas a los oficiales encargados de controlar las compras, comisión que casi estaba establecida en el uso y que el general Riccheri en nombre de la comisión argentina recibió de los fabricantes y la entregó al gobierno argentino, pidiendo que ella fuese destinada a adquirir nuevos armamentos. Y este criterio lo ha mantenido invariablemente en toda su vida militar”.
Desgraciadamente, después de un largo debate, al ir a votarse el proyecto se encontró con que no había quórum y por esta causa el general Riccheri pasó a situación de retiro por edad el 8 de agosto de 1922, con el sueldo y grado de teniente general de acuerdo al Art, 4, Capítulo I, Título III de la Ley 4707 y por hallarse comprendido en el 1er párrafo del Art. 94 de la Ley 8675; con un total de 64 años, 1 mes y 23 días de servicios computados.
Por Ley 11907 del 26 de setiembre de 1934 paso el teniente general Riccheri a revistar en actividad. El Art. 1º de dicha Ley decía textualmente: “Considérese revistando en actividad en el Ejército al señor teniente general (en retiro) don Pablo Riccheri”. Ese mismo año, en la sesión de la Cámara de Diputados del 16 de mayo, con motivo de cumplirse el trigésimo aniversario de la promoción de Riccheri al generalato, el diputado Carlos Alberto Pueyrredón dijo: “Viene oportunamente este recuerdo, porque se han cumplido 30 años de la fecha memorable en que el presidente Roca ascendió a general a don pablo Riccheri. Es, a mi juicio, y lo comparten la mayoría de los ciudadanos de mi tierra, la personalidad más brillante del cuadro de oficiales de los últimos cincuenta años de nuestro glorioso ejército”.
Pero la salud del ilustre General se hallaba en estado precario; una bronconeumonía que le tomó en su domicilio en Temperley obligó a sus amigos a trasladarlo al Hospital Militar donde falleció a los ocho días, a las 3:10hs del 30 de Junio de 1936. Su cadáver fue embalsamado y expuesto en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Guerra hasta el día siguiente, en que colocado al ataúd en una cureña del Regimiento 1 de Artillería, escoltado por un escuadrón del 8 de Caballería, el cadáver del ilustre General fue conducido a la Catedral, a las 10 de la mañana del 1º de julio, donde ofició una misa de cuerpo presente monseñor Manuel Elzaurdia, ocupando todo el templo compacto y calificado público. Finalizada la misa, se continuó la marcha en dirección a la Recoleta, lugar al que se llegó pasadas las once de la mañana.En el cementerio pronunciaron sendos discursos; en nombre del P. E. el ministro de la Guerra, general Basilio B. Pretiñe, quien puso de manifiesto el profundo pesar que embargaba al Ejército y a toda la Nación por tan irreparable pérdida; en nombre del Ejército, el general Camilo Idoate, que trazó a grandes rasgos la magnífica carrera de soldado del ilustre muerto; el Dr. Manuel M. de Iriondo, en atención a la vieja amistad que lo ligó al general Riccheri; y el Dr. Virgilio Reffino Pereyra, por el Club del Progreso. Cerrando la serie, el diputado nacional Gregorio N. Martínez, quien lo hizo en el seno de la H. Cámara a que pertenecía, en la primer sesión celebrada después del entierro del inminente soldado y esclarecido patriota.
El general Riccheri contrajo matrimonio en la Iglesia del Carmen de esta Capital, el 9 de enero de 1901, con Dolores Murature, porteña, nacida el 17 de octubre de 1874, hija de José Murature y de Dolores Lagarreta. Hija de tal matrimonio fue María Victoria Johanna Riccheri, nacida el 16 de mayo de 1904. Quiso la desgracia que la muerte la arrebatase en plena niñez, a la edad de 10 años, el 15 de julio de 1914, fecha en que falleció en Temperley, víctima de una apendicitis. El entierro, verificado al día siguiente, en el Cementerio del Norte, congregó desde el Presidente de la República hasta las personas más humildes que testimoniaron su homenaje al afligidísimo padre, que recibió un golpe de muerte moral para todo el resto de su existencia con tal irreparable pérdida: única hija.Ejerció la presidencia del Círculo Militar por los períodos de 1913-15 y de 1915-17. El 8 de junio de 1929 volvió a ser elegido para igual cargo, pero renunció sin haberse hecho cargo del puesto.
El 30 de setiembre de 1838 se sancionó una ley destinando 80.000 pesos para levantar un mausoleo en la Recoleta para guardar los restos del General. No obstante, recién en 1951 se autorizó la ejecución de la obra en el sitio en que había estado Bernardino Rivadavia, antes de su traslado a Plaza Miserere (actualmente Plaza Once), en 1932. Se inauguró el 15 de marzo de 1952, siendo colocados también los restos de: Félix de Olazábal, Bernardo Monteagudo, Juan O’Brien, Francisco Fernández de la Cruz, Elías Galván, Juan José Quesada de Pinedo y Luciano Fernández. Posteriormente fueron colocados también los restos de su esposa y su hija.El general Riccheri vivió sus últimos 20 años en la forma más austera que es posible imaginar. El hondo sentimiento que embargó su noble espíritu por la pérdida de su única hija fue la causa principal que lo impulsó a vivir con tanta sencillez, y también, por qué no decirlo, las tremendas sacudidas que sufrió en sus intereses, que lo llevaron al borde de la ruina.Poseyó las siguientes condecoraciones: del “Aguila Roja” de Alemania, “Al Mérito” de Chile de la 1ª clase, y la placa de “Gran Oficial de la Orden de la Corona de Bélgica”.

Fuentes: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / López Mato, Dr. Omar – Ciudad de Angeles – Buenos Aires (2001) / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

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miércoles, 29 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA BATALLA EN LAS BARRANCAS DEL NEUQUEN

Esta batalla se libró el 28 de junio de 1879 en las barrancas de la margen septentrional del Río Neuquén, paraje llamado hoy “Vanguardia”, nombre que tomó del antiguo fortín que allí se construyera poco después. Por un lado combatieron las tropas al mando del teniente de baqueanos (de la Compañía de Voluntarios, llamados “choiqueros”) Isaac Torres, y 16 soldados de la 4ª División, y por el otro los indios del cacique Marillán. El Parte Oficial dice lo siguiente: “El teniente que suscribe – Campamento el Mangrullo, junio 30 de 1879 – Al señor comandante en jefe de la 4ª División del Ejército, teniente coronel don Napoleón Uriburu. – Tengo el honor de dirigirme a usted poniendo en su conocimiento que con la comisión de 16 hombres con que usted se sirvió despacharme el 27 del corriente, después de haber marchado en dirección de Auca-Mahuida casi todo el día, supe por prisioneros hechos por el mayor Illescas, que un pequeño grupo de seis indios, con algunos animales de arreo, debían caer al Neuquén abajo procedentes de La Pampa y como a cinco o seis leguas de este campamento. Marché toda la noche en su busca y a la diana de 28 di con ellos en el valle del río, pero no en número de seis como se me había informado, porque después de cargarlos sobre sus fogones, de día ya, se replegaron y formaron en las barrancas del río, en número de 90 de lanza, todos bien armados.
El desorden en que se puso la chusma y considerando que ésta se me escaparía si no andaba activo con ella, me obligó a juntarla, dejando que los indios se reunieran y así pude tomar ciento y tantas mujeres y criaturas, con una gran caballada, vacas y ovejas.
Entre los prisioneros hechos en la primera carga había quedado un viejo, y con éste mandé decir al cacique Marillán que mandaba los indios, y que con ellos formados me esperaba a una cuadra de distancia, que entregase las armas, bajo la formal garantía de sus vidas. Contestó a esta intimación que dudaba de mi palabra, y que antes quería pelear, a lo que le repliqué que descendiera al bajo, pero sin hacerles un tiro aún, pues me suponía que quisiera entrar por tratados. Un grito unánime de guerra fue su segunda contestación, y sin repararme mucho de la chusma prisionera y animales tomados, esperé, pie a tierra, haciendo fuego nutrido, la carga que rápidamente me traían a pie y a caballo, dirigida por el expresado Marillán. Sin embargo, de ser ésta muy violenta y excelentes los caballos en que venían montados, antes de llegar hasta chocar cayeron como 16 indios; pero los restantes nos rodearon por todas partes, trabándose un combate reñido a arma blanca. Muchos indios arrojaban al suelo las lanzas y luchaban brazo a brazo por arrancar a nuestros soldados las carabinas o fusiles; otros sacaban cuchillos y así duró un rato la pelea hasta desalojarlos y ponerlos en fuga, dejando ellos 14 muertos en el sitio, 5 prisioneros de lanza y 106 de chusma, con más de 80 caballos, 33 cabezas vacunas y 30 ovejas, teniendo por nuestra parte que lamentar la baja de 3 soldados heridos de lanza y cuchillo.
Los indios llevaban muchos heridos, pues dejaron en el camino un reguero de sangre
Terminado el combate me regresaba y en seguida de marchar encontré al comandante Aguilar con una fuerza, parte de la cual se encargó de conducir los prisioneros y ganados al campamento, acampando esa noche allí todos juntos. Ayer, 29, a la mañana, perseguimos a los indios nuevamente, el comandante Aguilar con la fracción de gente que tenía vacante, y yo con los trece hombres, los cuales todavía tomaron 5 indios de lanza prisioneros y 12 de chusma con 58 caballos y mulas.
Cada uno de los 16 individuos que componían la comisión que me ha cabido el honor de mandar en esta ocasión, se ha hecho digno de recomendación, pues todos ellos a la par han competido en valor y serenidad. Dios guarde a V. S. – Isaac Torres”.
En este combate resulta por demás destacable el comportamiento que le cupo a la reducida tropa del bravo teniente de choiqueros, a quien veremos actuar en muchísimas ocasiones, tanto en esta campaña como en las posteriores. Todos estuvieron a la altura de las circunstancias y dejaron bien alto el prestigio de esta tropa que, mal vestida, a veces mal montada y falta de abastecimientos, en pleno invierno neuquino (temperaturas de 8 y 10 grados bajo cero en ese invierno) supieron realizar el plan trazado por los altos mandos militares, llevando a cabo la construcción de los fortines que en aquella ocasión avanzaron la línea de frontera con el indio hasta la margen septentrional de los ríos Neuquén y Negro.
Fuente: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Biblioteca del Suboficial Nº 143

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martes, 28 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA SEGUNDA INVASIÓN INGLESA AL RÍO DE LA PLATA

El día 28 de junio de 1807, la costa sur del Río de la Plata es testigo nuevamente del desembarco de fuerzas invasoras de ultramar. En la ensenada de Barragán, provincia de Buenos Aires, desembarca procedente de Montevideo un ejército inglés de casi 9.000 hombres a órdenes del general John Whitelocke, protagonizando así el inicio de la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, nuevo intento de la corona inglesa de apoderarse de las colonias españolas en esta parte de América. Tras una heroica resistencia donde se destacan las figuras de Liniers, Pueyrredón y Alzaga, las fuerzas inglesas, pese a su mayor veteranía, capitulan el 7 de julio, y pierden más de 2.500 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.
En los primeros días del mes de marzo, el H.M.S. Thisbe partió de Inglaterra hacia Montevideo con el General John Whitelocke, nombrado comandante de las fuerzas británicas en el Río de la Plata, con la orden del gobierno británico de capturar Buenos Aires.
Whitelocke llegó a Montevideo el 10 de mayo y tomó el comando general. Poco tiempo después, la flota al mando del General Robert Craufurd llegó desde Ciudad del Cabo con 5.000 hombres. El 17 de junio el formidable ejército de Whitelocke, compuesto de unos 11.000 hombres, partió rumbo a Colonia. El coronel Browne quedó en Montevideo con un batallón de infantería, dos escuadrones de dragones y algunos marinos.
En Colonia el ejército británico fue organizado en cuatro brigadas:
La primera division ligera, á las órdenes del General Craufurd, compuesta de los rifles y los cazadores de todos los cuerpos, á las órdenes del Teniente Coronel Pack.
La Segunda, compuesta de tres batallones, á las órdenes del General Auchmuty.
La Tercera, de dos batallones, y un Regimiento de Dragones á pie, á las órdenes del General Lumley.
La Cuarta, compuesta de dos batallones, y un Regimiento de Dragones, á las órdenes del Coronel Manon.
Junto a estas, acompañaban tres brigadas de artillería, ingenieros, comisaria, hospitales, y demás partes de un ejército regular.
El día 28 de junio el almirante Murray desembarcó a los británicos en la Ensenada de Barragán. La vanguardia británica al mando del general Gower, compuesta de las brigadas Craufurd y Lumley, avanzó sin marchó sin ser atacada hasta Quilmes, mientras el resto de la fuerza la seguía de lejos.
El 1 de julio se puso el marcha el ejército español de Buenos Aires para proteger el paso del Riachuelo con 6.860 hombres y 53 cañones.
Mientras tanto, había llegado al virreinato la resolución de la corte española declarando a Ruiz Huidobro virrey interino. Sin embargo, el gobernador había sido embarcado hacia Londres luego de la caída de Montevideo. Por lo tanto, Liniers, siendo el militar de mayor rango presente fue nombrado en reemplazo de Huidobro por la Audiencia.
El ejército británico avanzó con dificultades los 50 kilómetros que separaban el lugar escogido para el desembarco y la capital. El 3 de julio ejército del flamante virrey interceptó el primer avance del enemigo cerca de Miserere, donde se produce el “Combate de Miserere”, pero el grupo comandado por Craufurd logró dividir y hacer retroceder a los hombres de Liniers. Al caer la noche, el combate cesó y muchos milicianos se retiraron a sus casas.
Luego de desbaratar a una fuerza local muy inferior en número, los británicos sitiaron la capital el día 4 de julio.
Parecía que todo estaba perdido, pero Whitelocke decidió esperar; suspendió el avance de Craufurd hacia la ciudad y exigió rendición inmediata. Les dio a los porteños tres días, que los criollos utilizaron para organizarse militarmente.
El alcalde de Buenos Aires, Martín de Álzaga ordenó montar barricadas, pozos y trincheras en las diferentes calles de la ciudad por las que el enemigo podría ingresar. Reunió todo tipo de armamento, y continuó los trabajos en las calles bajo la luz de miles de velas.
En la mañana del 5 de julio, la totalidad del ejército británico volvió a reunirse en Miserere. Confiado de la supremacía de su ejército, Whitelocke dio la orden de ingresar a la ciudad en 12 columnas, que se dirigirían separadamente hacia el fuerte y Retiro por distintas calles. En un alarde innecesario, llevaban orden de no disparar sus armas hasta llegar a la Plaza de la Victoria.
Sin embargo, los invasores se enfrentaban a una Buenos Aires muy diferente al que se había rendido ante Beresford. Según cuenta la tradición popular, los vecinos arrojaron piedras y agua hirviendo sobre las cabezas de los invasores. Lo cierto es que Liniers y Álzaga habían logrado reunir un ejército de 9.000 milicianos, apostados en distintos puntos de la ciudad. El avance de las columas se vio severamente entorpecido por las defensas montadas, el fuego permanente desde el interior de las casas y desinteligencias y malos entendidos entre los comandantes británicos. Whitelocke vio como sus hombres eran embestidos en cada esquina. Mediante la lucha callejera, los vecinos de Buenos Aires superaron la disciplina de las tropas británicas. Tras una encarnizada lucha, Whitelocke perdió más de la mitad de sus hombres entre bajas y prisioneros.
Cuando la mayoría de las columnas habían caído, Liniers exigió la rendición. Craufurd, atrincherado en la iglesia de Santo Domingo, rechazó la oferta y la lucha se extendió hasta pasadas las tres de la tarde. Whitelocke recibió las condiciones de la capitulación hacia las seis de la tarde ese mismo día.
Finalmente el 7 de julio, el General inglés comunicó la aceptación de la capitulación propuesta por Liniers y a la cual - por exigencia de Álzaga - se le había añadido un plazo de dos meses para abandonar Montevideo. Las tropas británicas se retiraron de Buenos Aires; abandonarían la banda oriental recién el 9 de septiembre.
De regreso al Reino Unido, una corte marcial encontró a Whitelocke culpable de todos los cargos excepto uno y fue removido de su función, al declarársele incapaz de servir a la Corona inglesa. Uno de los factores determinantes para esta decisión, fue el hecho que el general hubiera aceptado la devolución de Montevideo dentro de los términos de la rendición.
Fuente: Ejercito Argentino.

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lunes, 27 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL JOSÉ MATÍAS ZAPIOLA

El 27 de Junio de 1874 Muere en Buenos Aires el General José Matías Zapiola.
Héroe de la Independencia Argentina, (1780 - 1874), comandante del Regimiento de Granaderos a Caballo en la batalla de Chacabuco, peleó en Cancha Rayada y Maipú. En esta última batalla tuvo una actuación descollante, dirigiendo la mitad de la caballería patriota. Fue el Comandante de la 2da Campaña del sur de Chile, después de Marcos Balcarce, y tomó la ciudad de Chillán por asalto. Fue ascendido a general. Fue Comandante de la escuadra fluvial de Buenos Aires, y participó de la guerra contra Santa Fe y Entre Ríos, en los años 1820 y 1821. Después de 1828, fue jefe del Departamento de Marina y en 1852 fue ministro de Guerra y Marina.
Fue enviado a España para instruirse en la marina española; egresó de la Escuela Naval en 1796 y le asignaron tareas navales. Hacia 1805 lo destinaron a la guarnición naval de Montevideo, y de allí pasó a Buenos Aires, donde luchó en 1807 en la defensa contra las invasiones inglesas.
En 1810 era jefe del Puerto de Buenos Aires; apoyó la Revolución de Mayo y fue dado de baja de la Armada Española. De regreso en Montevideo, fue arrestado y enviado de regreso a España. Al llegar a Cádiz se unió a la logia de esa ciudad y acompañó a José de San Martín y Carlos María de Alvear a Londres. De allí regresó a Buenos Aires en 1812 en la fragata "George Canning", junto con San Martín y Alvear.
Cuando llegaron, en 1812, Zapiola se presentó de inmediato, junto con ellos, ante el Primer Triunvirato. Ayudó a San Martín a formar el Regimiento de Granaderos a Caballo, y fue el jefe del primer Escuadron de esta unidad.
En 1814 pasó al sitio de Montevideo, a órdenes de Alvear, y participó en la última etapa de este, hasta la caída de la ciudad. Tras esto, quedó como segundo jefe de la guarnición en esa ciudad; al año siguiente hizo, con Manuel Dorrego, una campaña contra Artigas. No llegó a tiempo a salvar a Dorrego de la derrota de Guayabos, que significó la pérdida de la Banda Oriental para el Directorio.
Quedó al mando del Regimiento de Granaderos y lo llevó a Mendoza, con lo cual reforzó el Ejército de los Andes. Cruzó la cordillera con San Martín, y peleó en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. En esta última batalla tuvo una actuación descollante, dirigiendo la mitad de la caballería patriota. Fue el comandante de la primera fase de la Segunda campaña al sur de Chile, después de Marcos Balcarce, y tomó la ciudad de Chillán por asalto. Fue ascendido a general.
En junio de 1819 regresó a Buenos Aires y se reincorporó a la marina. Después de la muerte de su anterior jefe, Ángel Hubac, fue el comandante de la escuadra fluvial de Buenos Aires, y participó de la guerra contra Santa Fe y Entre Ríos, en los años 1820 y 1821.
Pidió y obtuvo la baja de la marina en 1822, y se convirtió en estanciero gracias a la enfiteusis ideada por el ministro Bernardino Rivadavia. Organizó la flota que serviría en la guerra contra el Brasil, pero no llegó a embarcarse; le pasó el mando a Guillermo Brown.
Después de 1828, fue jefe del Departamento de Marina, pero en 1829, al final de su gobierno, se retiró de la vida pública para dedicarse a las actividades rurales; permaneció en esta situación hasta después de la caída de Rosas en Caseros en 1852. Ese año regresó al servicio activo como comandante de marina y fue ministro de Guerra y de Marina en el gabinete del gobernador Valentín Alsina de Buenos Aires.
Permaneció en distintos cargos públicos hasta la derrota de Cepeda y la renuncia de Alsina, y se retiró definitivamente en 1859.

En el combate de caballería que tuvo lugar el 19 de marzo de 1818 en las inmediaciones de Talca, el Coronel D. José Matías Zapiola que era jefe de los Granaderos, estuvo a punto de caer en manos del enemigo, pues fue muerto su caballo.Se disponía a vender cara su vida, cuando se le acercó a la carrera el cabo Torres que prestaba servicios en la segunda Compañía del primer Escuadrón, y desmontando de un salto le alargó las riendas, diciéndole:
“- Sálvese, mi coronel, que poco importa que se pierda el cabo Torres.”Este valiente fue ascendido luego, como premio a su indomable arrojo, hasta alcanzar el grado de coronel, que se le confirió el 25 de octubre de 1833.
Fuente: “Anecdotario Histórico Militar” de Juan Román Sylveira.

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domingo, 26 de junio de 2016

ANIVERSARIO DEL COMBATE DE QUILMES

Al amanecer del día 26 el coronel Arze – con el cargo de SubInspector - comprobó que el enemigo, “en número de dos mil hombres y seis cañones de a 8”, se hallaba “a la orilla opuesta de un bañado o pantano, que todos los prácticos del país aseguraban impracticable su tránsito”.
A pesar de esta relativa seguridad, de la dominante posición que sus tropas ocupaban y del aumento de su pequeña fuerza con los ciento cincuenta hombres del coronel de la Quintana, Arze estimó necesario hacer acudir en su apoyo la reserva que, según la comunicación del virrey recibida en la noche, se encontraba en el Puente de Gálvez esperando sus órdenes.
A tal fin envió la siguiente orden al coronel de Elía:
“Inmediatamente póngase V. S. en marcha a incorporarse conmigo, en donde me encuentre, por el camino carril de los Quilmes, con el Tren volante, y pasando aviso al Capitán Dn. Florencio Terrada para que haga lo mismo, pues tenemos los enemigos a la vista y es conforme a lo dispuesto por el Exmo. Señor Virrey.”
Recibida esa orden a las ocho y media de la mañana, el coronel de Elía se apresuró a darle cumplimiento, mandando aviso al capitán Terrada – que se encontraba en la quinta Marull, al sur del riachuelo - de que se le incorporase con su compañía y comunicando al virrey la orden recibida y su correspondiente ejecución.
La reserva que a las órdenes del coronel de Elía iba a marchar de Puente de Gálvez a los Quilmes, se componía de las siguientes tropas:
160 hombres del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Buenos Aires
100 hombres de la Compañía montada del Batallón de Voluntarios de Infantería.
División de Tren volante (capitán Vereterra); Dos cañones y un obús.
Formado el destacamento, el coronel de Elía se puso en marcha hacia la Reducción (Quilmes), al paso, pues consideraciones de diverso orden impedían una marcha más rápida. “Los caminos estaban algo pesados por la fuerte lluvia de la noche del 25, que se hacen más sensibles en los terrenos de bañados por donde transitamos”. Además, era necesario considerar que hacía treinta horas que los caballos estaban ensillados y sin comer; y en el deseo de apresurar la marcha, no era aconsejable llegar al lugar del combate con los caballos completamente agotados. Por último, parece que aquel aire de marcha había sido determinado en la orden general de la plaza, dictada el día anterior a mediodía, posiblemente en atención al estado general del ganado y a la falta de caballadas de reserva
El orden de marcha del destacamento del coronel de Elía era el siguiente: A vanguardia una patrulla exploradora de 25 hombres, al mando del alférez Juan Ignacio Terrada, con la misión de “descubrir bañados y caminos, así como para dar parte de cualquier ocurrencia que hubiese, a fin de que la artillería no sufriese demora ni tropiezo algunos en la marcha”. A una distancia prudencial iban las piezas del capitán Vereterra, seguidas por el Regimiento de Voluntarios de Caballería. Cerraba la marcha la compañía del capitán Juan Florencio Terrada.
En este orden el destacamento llegó sin mayores tropiezos a las inmediaciones de la Reducción en momentos en que el combate se había iniciado
“Eran las once de la mañana del 26 y aun había podido moverme de mi posición primera, pudiendo el enemigo desde la suya haber contado uno por uno los hombres que yo tenía”. Así comienza el mayor general Beresford su sintético relato del encuentro, con las fuerzas del coronel Arze y que consigna en su informe del 2 de julio al general Baird.
Agrega a continuación el jefe de la columna inglesa: “Él – refiriéndose al enemigo – se hallaba colocado a lo largo del frente de una loma en que se encuentra el pueblo de Reducción, que cubría su flanco derecho, consistiendo su fuerza principalmente en caballería (he sido después informado de que eran dos mil), con ocho piezas de Tren volante. La naturaleza del terreno era tal, que me hallé en la necesidad de avanzar directamente a su frente y de extender mi línea tanto como podía igual a la suya. Formé todas las tropas en una línea, excepto la infantería de Santa Elena, que constaba de ciento cincuenta hombres, los cuales formaron a 130 yardas a retaguardia con dos piezas de tren, con orden de hacer rente a la derecha o a la izquierda, y al mismo tiempo a nuestros costados si fuesen amenazados por su caballería. Yo tenía dos cañones de a 6 en cada costado y dos obuses en el centro de la primera línea. En este orden avancé contra el enemigo...”
No es posible formarse una idea cierta y exacta de cómo debió librarse el combate entre las tropas de Beresford y las del coronel Arze. En su obra, Beverina trata de esbozar una descripción aproximada, utilizando fragmentariamente los datos de diferentes testigos presénciales, como el cap. Gillespie del Regto. 71° y el de Pedro Antonio Cerviño que formaba parte de la columna del coronel Elía. A este respecto comenta Beverina: Las relaciones de estos dos actores principales y las de algunos testigos presénciales (Gillespie, Cerviño), omiten detalles imprescindibles, o los que consigan ofrecen discordancia.
Desde el momento de su llegada en la tarde anterior al pequeño pueblo de Reducción, el coronel Arze había ocupado con sus tropas una altura dominante, situada a cuatro kilómetros de la playa en la cual desembarcado el enemigo.
En la mañana del 26 la fuerza del coronel Arze “estaba formada en el extremo de un verde y profundo bañado y sobre una llanura elegida, que semejante al banco empinado de un río se elevaba rápidamente muchas yardas sobre nuestro nivel. Nada más adecuado para una posición defensiva”
El coronel Arce consciente que dadas la inferioridad y la menor eficacia táctica de sus tropas y, asimismo, las características del terreno a su frente – inadecuado para la acción de la caballería -, resolvió esperar el ataque del enemigo en la posición en que se hallaba, confiando en desordenar sus filas durante el avance a través del bañado mediante el fuego de artillería, para atacarlo después si las circunstancias resultaban favorables. La formación que dio a sus tropas fue en dos líneas, ocupando la primera los blandengues, en dos filas y desplegados en batalla; a treinta pasos a retaguardia y también en dos filas, los milicianos, cuyo costado izquierdo sobresalía del de los blandengues. En el costado derecho de la primera línea fueron emplazadas tres piezas
Saliendo de la playa en donde habían desembarcado y pasado la noche, “nuestras tropas – escribe Gillespie – formaron en dos columnas, y después de un movimiento de frente de ochocientas yardas – 730 metros -, desplegaron en línea de batalla. El Regimiento 71 llevaba la derecha; el Batallón de Infantería de Marina, un poco a retaguardia de aquél, la izquierda; y el Cuerpo de Santa Elena, doscientos pasos atrás, formaba la reserva”.
Grandes dificultades tuvieron que vencer los ingleses para atravesar el bañado de 2 km de extensión; los cañones, que eran arrastrados a mano por la marinería, debieron ser abandonados por haberse atascado. Además, la artillería enemiga abrió el fuego con alguna eficacia, especialmente en sus primeros disparos. Por último, una columna - Elía - de caballería española, proveniente de Buenos Aires, amenazaba su flanco derecho
A pesar de estos contratiempos, en particular, de la inutilización de su artillería, Beresford no detuvo su avance. A las 11,00 hs. el Regimiento 71(teniente coronel Pack) al sonido de sus gaitas, recibió la orden de avanzar sobre la altura de la Reducción para desalojar de allí enemigo; el Batallón de Infantería de Marina (capitán King) seguiría a su retaguardia, ya para sostenerlo directamente, ya para prolongar cualquiera de las alas; la infantería de Santa Elena (teniente coronel Lane) a 100 metros a retaguardia, con una conversión a la derecha, cubriría este flanco contra la columna que venía llegando desde Buenos Aires
“Habiendo llegado el Regimiento 71 al centro de las eminencias en muy buen orden, seguido por el Batallón de Marina, el enemigo no quiso esperar que se acercase más, sino que se retiró del frente de la altura, ganada la cual por nuestras tropas y comenzado el fuego de los fusiles, aquél huyó con precipitación, dejándonos cuatro piezas de tren y un tambor”
Para saber como había llegado la columna del coronel Elía, utilizaremos las memorias de Pedro A. Cerviño. Cuando la columna se aproximaba a la Reducción, se observó el avance del enemigo a través del bañado y el fuego de artillería que el subinspector Arce había ordenado abrir sobre los británicos; “lo que visto por nuestro Coronel – narra Cerviño – mandó acelerar el paso del Tren y de la tropa, y como a proporción que ésta se aproximaba notaba la formación enemiga, que presentaba a nuestra columna todo el costado derecho de la suya, hizo alto y mandó por un portaestandarte prevenir al Sub Inspector que si le parecía que con su gente en batalla y con el auxilio de los tres cañones del Tren los atacase por el que le presentaban, para distraerle o llamar su atención a dos puntos. Mientras logró su respuesta, se hicieron reconocer las armas, que consistían en espadas y pistolas, de éstas las más estaban sin piedra por el desorden y precipitación con que se les hizo su entrega, y las demás o todas las que carecían de este defecto, tenían el de que las balas de los cuatro cartuchos por individuo no venían de modo alguno al cañón de la pistola”
La respuesta del coronel Arze fue decepcionante, la columna de Elía simplemente debía prolongar la izquierda de las tropas desplegadas en batalla
Mientras daba cumplimiento a esta orden y las tropas de refuerzo formadas en batalla y con sable en mano trataban de alinearse con las anteriores, el coronel Arze ordenó el toque de retirada. Beresford había ordenado atacar a la bayoneta, orden que fue cumplida con gritos atronadores por parte de los hombres del 71º. Ante el ímpetu del avance de los escoceses, los blandengues hicieron entonces una conversión sobre su izquierda y, para substraerse al fuego del enemigo, atropellaron a las tropas del coronel Elía, introduciendo la confusión y el pánico en toda la línea española. Los milicianos no tardaron en seguir el ejemplo, dándose a la fuga en el mayor desorden y dejando en poder del enemigo cinco piezas de artillería
Con grandes dificultades pudieron los jefes reunir la mayor parte de su gente en la altura situada a unos tres kilómetros del campo de la acción, donde, al no verse perseguidos, se detuvieron para reorganizarse
“Contenidas, aunque a la larga distancia, las dos terceras partes de mi tropa, di inmediatamente parte al Virrey de lo ocurrido por medio de un Ayudante, que repetí a poco rato con otro con circunstanciada noticia del número de los prófugos; y manteniéndome a la vista de los enemigos, recibí en contestación la orden de retirarme a Barracas, separando su puente, y en donde debería esperar sucesivas prevenciones”
Dueño del terreno abandonado por el enemigo, el general Beresford detuvo allí a las tropas durante dos horas, tanto para darles un descanso, como para permitir que la artillería pudiese ser sacada del pantano Esto último se logró por la pronta intervención del capitán Donelly, de la fragata Narcissus, quien de propia iniciativa desembarcara con algunos marineros para rescatarlas. Reorganizada su columna, el general Beresford se puso en marcha en dirección al puente de Gálvez (que según datos obtenidos distaba ocho millas), procurando apresurar su llegada al Riachuelo con el fin de impedir que el enemigo pudiese destruir el puente. Y de esa manera, tener el camino abierto hacia la capital del Virreinato, Buenos Aires
Fuentes: Archivo General de la República Argentina; segunda serie; tomo XII, p 25) / www . granaderos.com.ar / Calise, Manuel Juan. La Reconquista y Defensa de Buenos Aires, 1806-1870. Editores Peuser, Buenos Aires, 1947 / Gillespie, Alexander. Buenos Aires y el interior (Gleanings and Remarks Collected During many Months of Residence at Buenos Ayres and Within the Upper Country). Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
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sábado, 25 de junio de 2016

ANIVERSARIO DEL DESEMBARCO BRITÁNICO EN QUILMES

En la mañana del 25 de Junio de 1806, frente a Buenos Aires, siendo las 11 de la mañana los ingleses, después de recorrer la costa en busca del mejor lugar, empiezan el desembarco en Quilmes. Son veinte botes que van y vienen con soldados uniformados de rojo, cañones, caballos, arreos, pólvora, que depositan trabajosamente en la playa bajo una llovizna fría; un bañado los separa de la barranca. Desde allí un sargento de artillería española con cinco hombres y una de las piezas encargadas de las señales dispara el cañonazo de alarma, conforme a lo convenido, y permanece firme. Tal vez los ingleses creen que hay más tropas ocultas en los espinillos, pues se quedan en la playa, calados y ateridos. Hasta el anochecer dura el desembarco de los 1.635 hombres, con sus implementos.
Arze llega a mediodía a Quilmes con 400 milicianos elegidos entre los más dispuestos y mejor montados, a los que ha agregado cien blandengues, dos cañoncitos de a 4 y un obús de a 6. Toma posición en las barrancas junto al sargento del cañón y no hace nada, nada, en toda la tarde. Mirar, nada más. Los milicianos y blandengues desean cargarse al grupo de ateridos ingleses, que se va engrosando cada vez más, pero el subinspector sólo quiere obrar sobre seguro. Manda pedir refuerzos; y mientras vienen, seguirá esperando.
Llega la noticia del desembarco a Buenos Aires. Sobremonte manda tocar generala a las dos y media de la tarde, y la multitud vuelve a congregarse en la plaza; los milicianos reclaman armas, pero el virrey no se atreve a armar a las milicias, dirá más tarde el cabildo en su informe. Se limita a distribuirlas, desarmadas, en compañías al mando de algunos oficiales veteranos. Sólo más tarde les dará una carabina con cuatro tiros a los de caballería.
"Se tocó la alarma general" dirá Belgrano en su Autobiografía "y conducido del honor volé a la Fortaleza, punto de reunión: allí no había orden ni concierto en cosa alguna como debía suceder en grupos de hombres ignorantes de toda disciplina y sin subordinación alguna. Allí se formaron las compañías y yo fui agregado a una de ellas, avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia".
Sobremonte ordena que la caballería vaya al puente de Gálvez (hoy puente Pueyrredón) donde atraviesa el Riachuelo el camino del sur: son 129 hombres de a caballo, la mitad mal armados. El resto de las milicias debe concentrarse en sus cuarteles, a la espera de armas y órdenes. El virrey revista los 129 del puente, a quienes agrega un tren volante de artillería; luego vuelve a la Fortaleza a disponer se saquen los caudales para el interior, conforme a lo previsto, con una escolta de cien blandengues. Como ha cumplido su deber, se va otra vez a dormir.
Fuente: www. lagazeta.com.ar

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viernes, 24 de junio de 2016

EL PATRIOTISMO DE UN SOLDADO

Encontrabanse el que después fuera General, y entonces Mayor Ignacio Garmendia, en la memorable tarde del asalto de Curupaity, en las cercanías del campamento argentino, cuando vió pasar a Sarmiento, el hijo del gran luchador, conducido, herido, por cuatro soldados, y seguidamente a Francisco Paz, vástago del vicepresidente de la República Coronel Marcos Paz, que tuvo que sobreponerse al luto de su hogar para hacer frente al duelo público.
Tras éstos y otros caidos ilústres, vio pasar a un amigo Martín Viñales, destilando sangre por una hemorragia inextinguible, que se escapaba de tres heridas mortales.
Estuperfacto, dolorosamente sorpendido, Garmendia, sin saber lo que hacía ni lo que se hablaba, se acercó a la camilla en que agonizaba su amigo, y le preguntó, casi inconsciente:
- ¿Estas herido?
- No es nada – contestó el moribundo con encortada voz, pero sereno, - no es nada, un brazo menos. La patria merecía mucho mas; y sus ojos, entristecidos, se fijaron piadosamente sobre el inanimado cuerpo del intrépido Alejandro Diaz, retirado yerto del campo de batalla por alguno de sus fieles camaradas.
Fuente: Compilación de Anécdotas Militares, Subteniente Juan Carlos Cordoni, Bs. As. 1936.

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jueves, 23 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA TOMA DE LA CIUDAD DE MONTEVIDEO

El día 23 de junio de 1814 se produce la toma de la ciudad de Montevideo por el General Carlos María de Alvear. Además de obtener un muy importante arsenal en tierra firma, captura 99 buques mercantes y de guerra y 8 banderas, entre ellas las de los regimientos de infantería Lorca, América, Provincia, Albuera y Madrid, además de miles de prisioneros. Con la ocupación de la ciudad cayó el último baluarte español en el Río de la Plata.
El Ejército Argentino a órdenes del general Rondeau sitió Montevideo desde octubre de 1812, pero dos años más tarde seguía resistiendo el asedio por el continuo flujo de aprovisionamientos que recibían por el puerto.
La estrategia naval fue cortar con es suministro. Entonces, el almirante Brown zarpó con de nueve naves armadas con 147 cañones decidido a enfrentar a los españoles, que zarparon de Montevideo el 14 de mayo a bordo de 11 buques con 155 cañones, para hacer frente a las naves argentinas. 
El plan de Brown fue simular que se retiraba mar afuera para que los realistas fueran en su persecución, luego cambiar de rumbo para interponerse entre la fuerza española y Montevideo y por último presentar batalla.
Las acciones se sucedieron entre los días 15 y 17. Este último día, la fragata "Hércules", buque insignia del almirante, penetró en aguas de Montevideo persiguiendo a los buques enemigos. Dos de ellos buscaron refugio al amparo de la Fortaleza del Cerro y otras tres naves se ubicaron bajo los muros de la ciudad.
La fuerza naval española abandonó la lucha y Brown impuso desde entonces un cerrado bloqueo a aquel puerto que derivó en la rendición de la plaza de Montevideo, el 23 de junio de 1814, a manos del Ejército Argentino a órdenes del general Carlos María de Alvear.
Buenos Aires conoció la buena nueva por intermedio del teniente Lázaro Roncayo, oficial de la sumaca "Itatí" que Brown comisionó para enviar el parte. 
El pueblo manifestó su profundo júbilo llevando al marino de la escuadra vencedora en andas hasta el fuerte.
Tras la victoria de Montevideo y una vez consolidada la independencia en 1816, la Armada Argentina comenzó a desarrollar su misión.

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miércoles, 22 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL RUDECINDO ALVARADO

Nacido en Salta, recibió su bautismo de fuego en el combate de Huaqui. Como guerrero de la independencia, participó de combates y batallas durante toda su extensión. Alcanzó los grados de Mariscal de Campo de Chile, Gran Mariscal del Perú y Brigadier General argentino. En la Batalla de Maipú rindió al Regimiento Real Burgos, de muy exitosa actuación en la Guerra de la Península. Fue gobernador de la fortaleza del Callao durante la revuelta de los prisioneros realistas y hecho prisionero y liberado después de la victoria decisiva de Ayacucho. En 1831, fue gobernador de Salta.Nacido en Salta el 1 de marzo de 1792. Hijo de un comerciante español, Don Francisco de Alvarado y Doña Luisa Pastora Toledo y Pimentel de Alba, se educó en su ciudad natal. Estudió derecho en la Universidad de Córdoba, debió abandonar demasiado pronto por la muerte de su padre que lo puso al frente del hogar debiendo convertirse en comerciante en defensa de la integridad familiar pero a la muerte de su padre se dedicó al comercio. Con ese motivo viajaba continuamente a Buenos Aires procurando afianzar el comercio heredado, razón por la que se encontró allí en la semana de mayo de 1810.Estaba en Buenos Aires cuando se produjo la Revolución de Mayo. Se unió al Ejército del Norte, pero no hizo la primera campaña al Alto Perú.En 1812 participó en la batalla de Tucumán y, al año siguiente, en la de Salta, en ambas ocasiones a las órdenes del general Manuel Belgrano. Formó parte de la escolta de Juan Martín de Pueyrredón. Con José Rondeau se batió en Sipe Sipe. En agosto de 1816, junto a San Martín atravesó los Andes.En 1818 se distinguió en Chacabuco; mandando el ala izquierda del Ejército que aseguró la independencia chilena, obligó al famoso regimiento de Burgos a rendirse por vez primera en Maipú. Su sereno coraje ante el desastre de Cancha Rayada salvó a gran parte del ejército. Creó la campaña al sur de Chile, para luego retornar a Mendoza para descansar sus tropas y obtener nuevos reclutas. Intrépidamente recruzó los Andes hacia Chile. Organizo un ejército para la futura empresa de San Martín en el Perú, en prevención de que sus tropas se contagiaran de los motines de Cuyo.En 1820 pasó a ser comandante del famoso regimiento de granaderos a caballo. En el Perú operó junto a Tomás Guido representando a San Martín en las reuniones previas a las negociaciones de Punchauca.Fue jefe del Estado Mayor de San Martín cuando Lima fue ocupada. Permaneció al frente del ejército unido tras la renuncia y partida de San Martín del Perú.En octubre de 1822 emprendió la previamente planeada expedición de los puertos intermedios peruanos, con desastrosos resultados; sin embargo, tanto el gobierno peruano como Bolívar, lo excusaron. Nombrado gobernador del Callao, hubo de hacer frente a una rebelión de la guarnición, que lo retuvo prisionero hasta después de la batalla de Ayacucho (1824).Fue remitido a los españoles, se fugó, junto con otros prisioneros patriotas, al conocer las noticias sobre la victoria de Sucre en Ayacucho, para levantar a los bolivianos contra los realistas que quedaban. A su retorno a Lima, ya ganada la independencia, Alvarado recibió de Bolívar los más altos honores, incluyendo el grado de gran mariscal del Perú. Vuelto a la Argentina, Alvarado obtuvo distinciones y cargos, pero pronto comenzó su oposición a Rosas y a los caudillos locales.En 1831 Quiroga lo obligó a exiliarse mientras era gobernador de Salta. En 1848 regresó, a su provincia natal con permiso especial de Rosas. Después de Caseros reanudó su vida pública. En 1854 fue nombrado ministro de la Guerra en el gobierno de Justo José de Urquiza (1853-1860), conforme a la nueva Constitución de 1853.Renunció para reasumir la gobernación de su provincia. Hasta sus últimos días. Murió en Salta el 22 de junio de 1872.

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martes, 21 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE HUAQUI

Luego del triunfo de Suipacha, del 7 de noviembre de 1810, las fuerzas de Buenos Aires habían cumplido el objetivo estratégico de ocupar ciertamente el Alto Perú. Pero, el interrogante que se planteaba ahora era saber qué hacer con este triunfo. Castelli, a diferencia de Moreno, no creía que la Patria terminara en el Desaguadero. José María Rosa nos transmite las angustiosas palabras de Castelli al respecto:
“…que la gloria emprendedora de la capital se sentará en el virreinato de Lima para confundir el orgullo de sus habitantes… estimo muy importante y necesario que nuestras armas se adelanten al Desaguadero… no conviene dejar enfriar el calor de nuestra gente… Estamos muy cerca, y nada falta para realizarlo sino la resolución de V. E. …”.
Pero Castelli debe atenerse a las “Instrucciones” ordenadas desde Buenos Aires. El “terror” cobra las vidas de Córdova, Nieto y Paula Sanz. Asimismo, el ejército es muy bien recibido en Potosí, Charcas y en La Paz. Finalmente se dirige a Laja, junto al Desaguadero. Ahí debe contentarse con observar pasivamente cómo Goyeneche prepara las fuerzas peruanas. El grave error estratégico estaba sellado… Sin embargo hemos de destacar que otro error cometido por la Junta porteña es haber nombrado jefe militar operativo al Dr. Juan José Castelli. Dice Bassi:
“Los patriotas continuaron en el campamento de Huaqui, como en el de la Laja, descuidando la instrucción y disciplina de las tropas y llevando una vida irregular bajo el amparo de Castelli. En medio de este desorden, agentes del enemigo entraban con facilidad en el campamento, llevando al comando español toda clase de informaciones respecto a lo que hacían y proyectaban los patriotas”.
Según parece Castelli pasó por alto groseramente los comentarios de Santo Tomás de Aquino, quien en su “Summa Teológica”, Parte II, Sección II, cuestión, advertía sobre la ocultación de los planes de guerra.
Más aún, entre los patriotas se habían formado dos bandos: uno de ellos respondía a Castelli y Balcarce y el otro a Viamonte, quien a su vez contaba con el apoyo del gobierno.
El 16 de Mayo de 1811, se había firmado el “armisticio del Desaguadero”, un notorio fiasco pues sólo consiguió darle el tiempo suficiente a Goyeneche para preparar la contraofensiva. Sumados los siguientes elementos nada desdeñables: el ejército patriota indisciplinado y con el comando dividido en facciones. El ejército realista, en cambio, contaba con unidad de comando y era férreamente disciplinado, faena a la que se había dedicado con ahínco Goyeneche en esos meses de aparente inactividad. El germen de la derrota ya estaba sembrado según Bassi.
La mañana del día 19, los revolucionarios habían localizado sus fuerzas en Huaqui, Caza y Machaca y echado un puente sobre el río Desaguadero haciendo pasar una columna de 1.200 hombres con la excusa de evitar que continuasen las acciones de saqueo llevadas adelante por fuerzas realistas que cruzaban el río Desaguadero en busca de víveres, debido a que el paso no se hallaba guarnecido. Sin embargo, con este plan pretendían distraer las fuerzas de Goyeneche por el frente y flanco derecho mientras rodeaban a los realistas por la espalda mediante la comunicación establecida con este nuevo puente.
En esta situación de violación del armisticio por los patriotas y franco peligro para todas sus tropas al verse rodeado por todos los flancos, el general Goyeneche determinó el ataque directo con todo su ejército. A las 3 de la mañana del 20 de junio ordenó a los coroneles Juan Ramírez (con los batallones de los beneméritos), Pablo Astete, tenientes coroneles Luis Astete y Mariano Lechuga (con 350 efectivos de caballería y cuatro cañones) que atacaran Caza, que es una quebrada sobre el camino de Machaca con comunicación a Huaqui, mientras él se dirigía a la toma de Huaqui con los coroneles Francisco Picoaga y Fermín Piérola al mando de 300 efectivos de caballería, 40 miembros de su guardia y 6 piezas de artillería.
Al amanecer las alturas de los cerros que las tropas españolas debían conquistar estaban tomadas por gran número de independentistas, caballería y fusileros que hacían fuego sobre los españoles con acompañamiento de granadas y hondas. Sin embargo el ejército realista les puso en fuga en pocas horas.
Cuando las tropas independentistas tuvieron noticia de la aproximación de Goyeneche a Huaqui, salieron de dicha población Castelli, Balcarce y Montes de Oca al mando de 15 piezas de artillería y 2.000 hombres tomando una posición sobre el camino a Huaqui casi inexpugnable entre la laguna y los montes superiores.
Goyeneche ordenó el avance introduciéndose bajo fuego enemigo sin contestar con un fusilazo mientras el batallón del coronel Picoaga rompía el fuego, contestado por los independentistas con enorme energía. Como las tropas independentistas, al reconocer al general Goyeneche, dirigían su fuego contra él, ordenó a uno de sus edecanes que transmitiera la orden de atacar al flanco derecho de su ejército, mantuvo cubierto el camino con el batallón de Piérola y destacó tres compañías para que avanzasen dispersas por el frente mientras él, con el resto de tropa en columna atacaba por la izquierda.
La caballería argentina trató de detener el empuje pero fue arrollada y huyó, junto a todo el ejército rebelde, hacia Huaqui. Goyeneche dio orden de perseguirlos y consiguió tomar el pueblo. El coronel Ramírez comunicó poco después la victoria en Caza.
La batalla terminó en la desbandada de las tropas argentinas, con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería. En precipitada retirada, se refugiaron en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy. Dice Sierra respecto a la huida:
“El desbande del ejército patriota se efectuó en el mayor desorden en todas direcciones y cometiendo toda clase de depredaciones. Castelli, Balcarce y Monteagudo pasaron la noche del veinte en Laja, de donde siguieron a Sicasica, a donde no pudieron entrar por estar alzada. Refiere Bolaños que cuando llegó a ese pueblo, a las doce de la noche, encontró en la plaza a unos quinientos hombres de tropa, que embriagados descerrajaban las puertas e insultando de todos modos al vecindario. (…). El ejército patriota se desbandó completamente. Los soldados oriundos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba abandonaron las columnas llevados por el pánico de la persecución, viéndose alejados de sus lugares nativos en provincias que les eran extrañas (…). Hecho triste la retirada. En su huida los soldados cometieron robos, asesinatos, incendios, siendo atacados por los naturales”.
Días después, Castelli achacaría el desastre a la infantería de La Paz, que se desarticuló casi de inmediato, dejando a Viamonte desguarnecido, entre otras excusas. Goyeneche iría por los caudales de Potosí, pero la rápida acción de Juan Martín de Pueyrredón los salvo, remitiéndolos a Salta.
Las bajas patriotas fueron más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería
Según Goyeneche: Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron “seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (…) y una bandera”.
Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.
Algunas consideraciones
¿Por qué la magnitud de esta derrota? A priori, volvemos sobre lo citado más arriba, vale decir, la carencia de una unidad de comando efectiva que mantuviera organizado al ejército al unísono cual orquesta sinfónica. ¿Disidencias entre los mandos intermedios? ¿Tropas multitudinarias pero indisciplinadas? ¿Inactividad de Viamonte? ¿La ausencia del comandante en jefe en el campo de batalla? Para el académico de la Historia César García Belsunce fue principalmente la indisciplina de la soldadesca: “a tal punto que el ejército se evaporó después de la batalla”
Análisis político de la batalla
El historiador de larga duración, como diría la Escuela de los Annales, puede ver claramente la magnitud del desastre y el daño político causado ante el colapso de esta primera expedición al Alto Perú. La pérdida definitiva de estas antiguas provincias del Virreinato del Río de la Plata era casi inevitable. Bassi es más atrevido aún y manifiesta tranquilamente que la posterior privación de la Banda Oriental está vinculada con Huaqui en el norte. La revolución quedaba con un frente de batalla en situación inerme, pues los realistas bien podrían haber descendido hacia Salta y Tucumán y de ahí a Córdoba y quizás hasta Buenos Aires. Dada la exigüidad de los efectivos de la Revolución y ante la necesidad de disponer de fuerzas que fueran la base de la resistencia en orden de salvarla, Buenos Aires dispone el retiro del ejército sitiador de Montevideo. El frente político interno se desplomó y la Junta debió por sí misma cambiar de forma de gobierno en la forma de un triunvirato. Nacía el Primer Triunvirato, más, la Junta se mantiene como órgano moderador bajo el nombre de “Junta conservadora”. El camino del norte quedaba bloqueado definitivamente para las fuerzas revolucionarias. Sucesivas campañas militares tendrían éxitos engañosos que terminarían inexorablemente en derrotas, como verbigracia, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe. Sólo la mente brillante estratégica del Libertador San Martín comprendería que el camino emancipador conducía hacia otro lado. Moralmente, la Revolución se hallaba en un momento de hondo dramatismo. El norte perdido, la expedición al Paraguay fracasada y las operaciones contra Montevideo suspendidas. Sumado a estos factores estructurales, debemos mencionar las conductas deplorables desde el comandante en jefe, Castelli y de sus subalternos hasta la tropa. Este y Balcarce casi son asesinados después de Huaqui en Oruro, calificados de impíos y herejes. Económicamente la campaña fue también un cataclismo, pues amén de los pertrechos perdidos (no pocos por cierto), debemos añadir los considerables tesoros que cayeron en manos de los “godos”, salvo algunos pocos rescatados por Pueyrredón.
Análisis militar
A diferencia del ejército español, se advertía una dualidad de comando, pues no era Balcarce quien se hallaba en la cúspide de mando, sino Castelli, quien no se desprende del mando militar en ningún momento, pese a que “no dio orden alguna durante la batalla”, hecho lo cual es inadmisible. Sin embargo, de facto, tuvo Balcarce que impartir las órdenes más acuciantes para el movimiento de tropa. Reparamos, ergo, en una especie de colegialidad impensable y aberrante en la cadena de mando que debe existir en la lógica militar, “(…) el ejército patriota no fue dirigido con unidad de concepción; los comandos de división procedieron sin concierto entre si y sin que la acción del único jefe militar se dejara sentir debida y oportunamente”. Fue inaceptable que tanto Castelli como Balcarce no tomaran medida disciplinaria alguna en referencia a la vida licenciosa del ejército. Una vez más subrayamos esto, pues sólo las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez podrían ser consideradas aptas para combatir. El resto era una masa informe y tosca apenas armada con chuzas o lanzas. Aunque parezca casi absurdo, en el plan patriota, el objetivo principal no era el ejército enemigo, sino las alturas de Vila-Vila, un mero objetivo táctico geográfico que solamente reportaba una posición más ventajosa y que en razón del armisticio fue dejada en manos de los españoles por la ineptitud de Castelli. Dado el tiempo otorgado a Goyeneche, ¿Se estaba en condiciones de conquistar el Perú con apenas 2500 hombres frente a un enemigo más numeroso, adiestrado, disciplinado, ordenado? Ocupar Vila-Vila sería un objetivo táctico, que vislumbraría corregir el error cometido. Expulsando al enemigo de Vila-Vila, se evitaría que éste atacara por sorpresa a Huaqui. El plan de Castelli, sólo se hubiera coronado con éxito con un factor: la sorpresa. Pero ésta fue esquiva, al ocupar el enemigo las alturas de mentas. Ni bien se movieron las divisiones Viamonte y Díaz Vélez los realistas las advirtieron. También el “dispositivo de avance” fue improcedente, pues el ejército revolucionario se encontraba fragmentado, lo que permitió a los realistas “batirlos por partes”, además de no ocupar la quebrada que intercomunicaría a las columnas patriotas, causando ello la división irremisible de éstas. En lo concerniente a la “exploración”, podemos decir que fue ineficaz en ambos bandos. Ninguno de los ejércitos enviaron partidas de reconocimientos que son imprescindibles para proyectar cualquier ataque. Del lado godo, pese al éxito rotundo logrado, se comete el grave error de no buscar la persecución a fondo y aniquilamiento del adversario.
Para finalizar dejaremos a Bassi cerrar este breve escrito:
“El resultado de la batalla de Huaqui, no es sino la consecuencia a que siempre ha de estar expuesto un ejército poco disciplinado, mal instruido y sin una dirección única, capaz y decidida”.
Los historiadores civiles posteriores han coincidido plenamente con estas apreciaciones vertidas.
Fuentes:  Vai, Jorge; Maratea, Vladimiro y Turone, Oscar A. – Primera expedición libertadora al Alto Perú – Escuela Superior de Guerra – Buenos Aires (2010).

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lunes, 20 de junio de 2016

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL MANUEL BELGRANO

En el libro parroquial de bautismos de la Iglesia Catedral de Buenos Aires, iniciado en el año de 1769 y concluido en el de 1775, se lee al final de la página 43: “En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel canónigo magistral de esa santa iglesia Catedral, provisor y vicario general de este obispado, y abogado de las reales audiencias del Perú y Chile, bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa González: fue padrino D. Julián Gregorio de Espinosa”. 
Nació nuestro héroe, cuarenta años antes de la gran revolución que lo inmortalizó y a la que sirviera con abnegación ejemplar. 
Manuel Belgrano fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. El padre, Domingo Belgrano y Peri, había llegado al Plata en 1751. Era genovés. En Buenos Aires prosperó; obtuvo la naturalización; integró el núcleo de comerciantes importantes; se casó en 1757 con doña María Josefa González Casero -de antiguo arraigo en la ciudad-, y dio a su numerosa familia, educación esmerada y vida cómoda. Los hijos correspondieron a la solicitud de los padres: sirvieron al Estado en la milicia, en la administración o el sacerdocio, con dedicación y brillo. 
Quebrantos financieros en los últimos años de su vida -murió en 1795- motivados por un proceso en el cual se vio implicado sin razón, le crearon situaciones difíciles. Los hijos se hicieron cargo de las obligaciones pendientes, al abrirse la sucesión. Y la gloria de su cuarto vástago arrancó para siempre del anónimo a este esforzado comerciante ligur que tuvo confianza en la generosa tierra del Plata. 
Sus comienzos
Belgrano cursó las primeras letras en Buenos Aires. En el Colegio San Carlos, bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía, acordándosele el diploma de licenciado en esta última disciplina el 8 de junio de 1787, cuando ya se encontraba en España adonde lo había enviado su padre para instruirse en el comercio. 
Sin embargo, fue en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó, graduándose de abogado en Valladolid en 1793. Poco ha contado Belgrano de su paso por las aulas peninsulares. Más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución – filtradas a pesar de la rigurosa censura -, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los fisiócratas – mágica palabra – y hacían adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá GaIiano. 
Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, leyó a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés; cultivó, en fin, su espíritu. 
Cercana la hora del regreso recibió a fines de 1793 una comunicación oficial en la que se le anunciaba haber sido nombrado Secretario perpetuo del Consulado que se iba a crear en Buenos Aires. En febrero de 1794 se embarcó para el Plata. Iniciaba, así, a los veinticuatro años de edad, su actuación pública. Hasta su hora postrera, estaría consagrado a servir a sus compatriotas. 
Apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica. Redactó sus reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, prontamente anuladas por la incomprensión peninsular. 
Halló todavía tiempo para traducir un libro de Economía Política, redactar un opúsculo sobre el tema, contribuir a la fundación del “Telégrafo Mercantil”,. e interesar a un grupo de jóvenes que como él deseaba lo mejor para su patria, en los principios fundamentales de la economía política. No descuidó, sin embargo, su tarea específica de secretario del Consulado, donde, detallada y cuidadosamente, redactaba las actas. Durante una década – agitada ya por fermentos e inquietudes — se preparó para manejar a los hombres y encauzar los acontecimientos. El primer cañonazo del invasor inglés – que precipitó los hechos- alejará a Belgrano de su bufete, para lanzarlo a la acción.
Actitud durante las Invasiones Inglesas
El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires. Bajo un copioso aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado, hacia Córdoba. 
Belgrano – capitán honorario de milicias urbanas – había estado en el Fuerte para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada hicieron, luego, para oponerse al invasor. “Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa”. 
Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica. Belgrano se negó a hacerlo, y como fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad, aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular. 
Belgrano militar
Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido sargento mayor del Regimiento de Patricios. Celoso del cargo, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de instructor. Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de Buenos Aires. Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos .Aires. 
A comienzos de 1815, Manuel Belgrano abandona completamente sus funciones militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones diplomáticas. Conoce allí al célebre naturalista Amado Bonpland, y lo convence de venir a América, a estudiar la naturaleza y el paisaje de estas regiones. 
También se destacará como diplomático, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad es que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente. 
Propuesta monárquica
Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo. Tres días antes de la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia. Propone una idea que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía: “Ya nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobierne. Yo, yo mismo he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.” No obstante, la propuesta monárquica de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la cesión de la corona a la casa de Portugal. 
Más tarde, Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad político-diplomática: por ejemplo, será el encargado de firmar el Pacto de San Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, pondrá fin a las disputas entre Buenos Aires y el litoral. Además, volverá a encabezar el Ejército del Norte, en el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será vivamente admirado por la tropa.
Sus últimos días
Aquejado por una grave enfermedad que lo minó durante más de cuatro años, y todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia. Si bien no se casó, de sus amores con una joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a Buenos Aires, para instruirse y establecerse. También tuvo un hijo con María Josefa Ezcurra. Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, hermana de María Josefa, adoptan al pequeño, que pasa a llamarse Pedro Rosas y Belgrano. 
Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico” se ocupó de la muerte de Belgrano, para los demás no fue noticia. 
Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico. En este sentido, se destaca de Belgrano que fue el promotor de la enseñanza obligatoria que el virrey Cisneros decretó en 1810. Se destaca también su labor como periodista (después de su actuación en el Telégrafo Mercantil), creó el Correo de Comercio, que se publicó entre 1810 y 1811, y en el cual se promovió la mejora de la producción, la industria y el comercio); y como fundador de la Escuela de Matemáticas (en 1810, costeada por el Consulado), y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró para la educación de los cadetes del ejército.
La Bandera Nacional
Belgrano es el creador de la bandera “azul y blanca” y no la “celeste y blanca” que impusieron Sarmiento y Mitre. La bandera, creada en Rosario el 27 de febrero de 1812 por Belgrano inspirada en la escarapela azul-celeste del Triunvirato, debido al color de la heráldica, que no es azul-turquí ni celeste sino el que conocemos como azul. Nada tuvo que ver el color del cielo con que nos quisieron convencer. El Congreso sancionó la ley de banderas el 25 de enero de 1818 estableciendo que la insignia nacional estaría formada por “los dos colores blanco y azul en el modo y la forma hasta ahora acostumbrados”. 
Tampoco fueron “celeste y blanca” las cintas que distinguieron a los patriotas del 22 de mayo, sino que eran solamente blancas o “argentino” que en la heráldica simboliza “la plata”. Fueron solamente blancas. La cinta azul se agregó como distintivo del Regimiento de Patricios. Pero tampoco era celeste, sino tomados del azul y blanco del escudo de Buenos Aires. 
Azul y blanca fue la bandera que flameó en el fuerte de Buenos Aires, en la Batalla de Ituzaingó durante la guerra con Brasil, y en la guerra del Paraguay. En 1813, José Gervasio de Artigas le agregaría una franja colorada (punzó) cruzada para distinguirse de Buenos Aires sin desplazar la “azul y blanca”. La bandera cruzada fue usada en Entre Ríos y Corrientes. La cinta punzó fue adoptada por los Federales, mientras los Unitarios, para distinguirse, usaron una cinta celeste, y no el azul de la bandera. Cuando Lavalle inició la invasión “libertadora” contra su patria (apoyado y financiado por Francia) también uso la bandera “celeste y blanca” para distinguirla de la nacional. ….. “ni siquiera enarbolaron (los libertadores) el pabellón nacional azul y blanco, sino el estandarte de la rebelión y la anarquía celeste y blanco para que fuese más ominosa su invasión en alianza con el enemigo” (Coronel salteño Miguel Otero en carta Rufino Guido, hermano de Tomas Guido, el 22 de octubre de 1872. Memorias. ed. 1946, pág. 165). 
Juan Manuel de Rosas, para evitar que al desteñirse por el sol, se confundiera con la del enemigo, la oscurece más, llevándola a un azul-turquí. ¿Por qué Rosas eligió el azul turquí? Por varias razones: porque el “azul real” es más noble y resiste por más tiempo, al sol, a la lluvia, etc. Rosas pensó que el color argentino era el azul, porque así lo estableció el decreto de la bandera nacional y de guerra del 25 de febrero 1818, y también porque el celeste siempre fue el color preferido de liberales y masones. Fue la bandera que, sin modificarse la ley flameó en el fuerte, en la campaña al desierto (1833 – 1834) en el Combate de la Vuelta de Obligado y en Batalla de la Angostura del Quebracho (1845 – 1846), y la misma que fue saludada en desagravio por el imperio ingles con 21 cañonazos. 
El 23 de marzo de 1846 Rosas le escribió al encargado de la Guardia del Monte, diciéndole que se le remitiría una bandera para los días de fiesta, agregando que “…Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en el centro y en los extremos el gorro punzo de la libertad. Esta es la bandera Nacional por la ley vigente. El color celeste ha sido arbitrariamente y sin ninguna fuerza de Ley Nacional, introducido por las maldades de los unitarios. Se le ha agregado el letrero de ¡Viva la Federación! ¡Vivan los Federales Mueran los Unitarios!”. La misma bandera se izó en el Fuerte de Bs. As. el 13 de abril de 1836 al celebrarse el segundo aniversario del regreso de Rosas al poder. La misma bandera que Urquiza le regala a Andrés Lamas y que hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional de Montevideo. 
Rosas, quiso que las provincias usaran la misma bandera y evitaran el celeste, y con ese propósito mantuvo correspondencia, entre otros, con Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, entre abril y julio de 1836. “Por este motivo debo decir a V. que tampoco hay ley ni disposición alguna que prescriba el color celeste para la bandera nacional como aun se cree en ciertos pueblos.” (José Luis Busaniche) “El color verdadero de ella porque está ordenado y en vigencia hasta la promulgación del código nacional que determinará el que ha de ser permanente es el azul turquí y blanco, muy distinto del celeste.” Y le recordó que las enseñas nacionales que llevó a las pampas y la del Fuerte, tenían los mismos colores, y que las mismas banderas para las tropas fueron bendecidas y juradas en Buenos Aires. 
Rosas usó la azul y blanco y le adicionó cuatro gorros frigios en sus extremos, según Pedro de Angelis, en honor a los cuatro acontecimientos que dieron nacimiento a la Confederación Argentina: el tratado del Pilar del 23 de febrero de 1820 (que adoptó el sistema Federal), el Tratado del Cuadrilátero (de amistad y unión entre Bs. As y las provincias), la Ley Fundamental de 23 de enero de 1825 (que encargó a Bs. As. las relaciones exteriores y la guerra) , y el Pacto Federal del 4 de enero de 1831 (creación de la Confederación, a la que se adherían las provincias). 
Derrocado Juan Manuel de Rosas, Sarmiento adopta el celeste unitario en vez del azul de la bandera nacional. En su “Discurso a la Bandera” al inaugurar el monumento a Belgrano el 24 de septiembre de 1873 señaló a la enseña de la Confederación como un invento de bárbaros, tiranos y traidores, y en su Oración a la Bandera de 1870, denigra la “blanca y negra” del Combate de la Vuelta de Obligado diciendo además que “la bandera blanca y celeste ¡Dios sea loado! no fue atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”. 
Mitre se basa en el “celeste” basándose entre otros argumentos en un óleo de San martín hecho en 1828, como si el color adoptado por un artista fuera argumento suficiente. El general Espejo, compañero de San Martín, en 1878 publicaba sus Memorias y recordaba como azul el color original de la bandera de los Andes conservada desteñida en Mendoza. Pero Mitre lo atribuyó a una “disminuida memoria del veterano”. 
En 1908, ante la confusión existente y a pedido de la Comisión del Centenario, se estableció el color azul de la ley 1818 para la confección de banderas. Sin embargo, siguió empleándose el celeste y blanco, en lugar del la gloriosa “azul y blanca” La misma bandera que acompaño a San Martín en su gloriosa gesta y la misma que acompaño los restos del propio Juan Manuel de Rosas en Southampton. 
Fuentes: Antook – Manuel Belgrano (2007). / Corvalán Mendhilarzu, Dardo: “Los Colores de la Bandera Nacional”. Hist. de la Nac. Arg. / Educar / Fernández Díaz, Augusto: “Origen de los Colores Nacionales”. Revista de Historia, Nº 11. / HT (Hijo ‘e Tigre) – La Bandera Nacional Ramirez Juárez, Evaristo: “Las Banderas Cautivas”. / Rosa, José María – Historia Argentina
 
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