El día 18 de septiembre de 1865 se produce la rendición paraguaya en Uruguayana. El jefe de las fuerzas paraguayas que ocupaban la ciudad brasileña de Uruguayana, se rinde al General Bartolomé Mitre, comandante en jefe de las fuerzas aliadas argentinas, brasileñas y uruguayas y al General Cabral, ayudante de campo del emperador del Brasil, en lo que se conoce como la Guerra del Paraguay.
Casi dos meses antes, el día 16 de julio de 1865, las fuerzas de Canabarro habían iniciado el sitio Uruguayana, pero no pudo accionar de ninguna manera contra las fuerzas sitiadas. Casi simultáneamente con la batalla de Yatay, se unió al mismo el ejército de Manuel Marques de Sousa, aunque disminuido por las fuerzas enviadas a incorporarse al ejército de Flores.
Tras la victoria de Yatay, gran parte de las fuerzas aliadas cruzaron el río Uruguay y se unieron al sitio. El 19 de agosto, el General Flores envió a Estigarribia una intimación a rendirse, en que le decía que, dado que no tenía posibilidades de éxito, más le valía evitar efusiones de sangre. Afirmaba también que:
“Los aliados no hacen la guerra a los paraguayos, sino al tirano López que los gobierna y los trata como esclavos; nuestro propósito es darles la libertad e instituciones, dándoles un gobierno por libre elección.”
Estigarribia respondió que:
“…como militar, como paraguayo y como soldado que defiende la causa de las instituciones e independencia de su patria, rechazo la oferta de V. E. Los jefes, oficiales y soldados de División son del mismo parecer, y están todos dispuestos a sucumbir antes que aceptar una proposición que deshonraría y llenaría de eterna infamia el nombre del soldado paraguayo.”
A una intimación similar del jefe brasileño, contestó que:
“…si las fuerzas de que dispone V. E. son tan numerosas como asegura, venga y entonces sabrá lo que debe esperar el Emperio del Brasil y sus aliados del soldado paraguayo, que sabe morir gloriosamente cerca de su bandera, pero no rendirse.”
Por otras dos veces, los jefes aliados enviaron a Estigarribia sendas intimaciones, a las que responde altivamente, en parecidos términos heroicos, llegando a compararse con el rey de Esparta, Leónidas, que murió combatiendo en la batalla de las Termópilas.
Pero su principal enemigo no era el ejército sitiador, sino el hambre: sus soldados se debilitaban a vista de todos, y las enfermedades costaban vidas diariamente. Para tratar de disminuir el consumo de alimentos, solicitó permiso a los sitiadores para dejar salir a toda la población civil hacia el campamento sitiador; la operación tuvo lugar el 11 de septiembre. Mientras tanto, sus efectivos se habían visto reducidos a apenas 5.500 hombres, la mayor parte de los cuales enfermos.
Ese mismo día, llegaba al campamento sitiador el Emperador Pedro II, encontrándose allí con los presidentes aliados, Mitre y Flores. El primer le hizo saber que los jefes brasileños no aceptaban el mando militar, a lo que Don Pedro puso fin de inmediato, poniendo al mando de sus tropas a sus dos yernos, Augusto, príncipe de Sajonia Coburgo Gotha y Gastón de Orleans, Conde d’Eu.
En ese momento, las fuerzas aliadas contaban con 17.346 combatientes, de los cuales 12.393 brasileños, 3.802 argentinos y 1.220 uruguayos, con 54 cañones. Las tropas argentinas – todas de infantería – estaban bajo el mando del General Paunero y su Jefe de Estado Mayor era Indalecio Chenaut; las divisiones eran mandadas por: Julio de Vedia; comandaba la artillería; Manuel Rosetti, Adolfo Orma, Juan Bautista Charlone, Manuel Fraga y Matias Rivero. La caballería había quedado del lado argentino del río.
Pocos días antes de la llegada del Emperador, el jefe de la división paraguaya del ejército aliado escribió a Estigarribia, rechazando el cargo de traición a la patria esgrimido por el jefe sitiado, y acusando a López de traicionar a su patria por llevar adelante una política opresiva hacia su pueblo. La respuesta de Estigarribia a esta carta reveló un sorprendente cambio en el tono de las comunicaciones de Estigarribia:
“…compañeros, yo les contestaré más tarde. Tengo que consultar a los míos, cuyas opiniones están divididas.”
Esta actitud de los jefes causó una serie de deserciones de las fuerzas paraguayas, que empeoró la situación de los sitiados.
El 13 de septiembre se produjo la Junta de Guerra entre los comandantes en jefe, durante la cual Mitre decidió dar el asalto sobre la ciudad el día 18.
En la mañana del 18 de septiembre, mientras el ejército aliado tomaba posiciones para un asalto, Marques se Souza envió una intimación final:
“En nombre del Emperador y de los generales aliados, anuncio a V. S. que dentro del plazo de dos horas, nuestras operaciones van a dar comienzo. Prevengo a V. S. que cualquier proposición que hiciere, que no sea la de rendir sus tropas sin condiciones, no será aceptada, en razón de que anteriormente V. S. rechazó las más honrosas que le fueron ofrecidas.”
Estigarribia aceptó rendirse, poniendo como condiciones solamente que los mandos superiores pudieran regresar al Paraguay o retirarse a donde quisiesen. Además exigía que los soldados y oficiales orientales que formaban en sus filas no fueran entregados a Flores, ya que temía que éste los ejecutara.
Aceptadas las condiciones de Estigarribia, las fuerzas paraguayas se entregaron a los sitiadores esa misma tarde.
Estigarribia pasó el resto de su vida en Río de Janeiro, pero no está claro qué ocurrió con los oficiales rendidos, ya que no consta que los aliados hayan permitido a ninguno de ellos regresar al Paraguay.
Horas antes de la rendición formal del ejército sitiado, los soldados de la caballería riograndense se lanzaron sobre los soldados; eligiendo a los más jóvenes y de piel más oscura, capturaron a muchos de ellos y los llevaron a su campamento; los jóvenes estaban contentos de poder verse libres y alimentarse, pero la mayor parte de ellos habían sido sacados de la ciudad para ser vendidos más tarde como esclavos. Mientras algunas fuentes citan 300 prisioneros capturados en esas condiciones, otras afirma que llegaron a 1.000 hombres.
Los soldados rendidos eran un espectáculo terrible: descalzos y desnutridos, muchos de ellos estaban tan débiles que murieron en los días siguientes. Tras alimentarlos, fueron repartidos en partes iguales entre las divisiones brasileña, argentina y uruguaya, para ser incorporados a las fuerzas de infantería de esos países. Otros pasaron a engrosar la división paraguaya del ejército aliado, para luchar contra su patria.
En total, se tomaron 5.574 prisioneros: 59 oficiales, 3.860 soldados de infantería, 1.390 de caballería, 115 de artillería y 150 auxiliares.
La desaparición de las dos columnas del Uruguay no sólo significó el fracaso de la ofensiva paraguaya contra el Brasil. También dejó en las fronteras de Corrientes un ejército que podía desplazarse hacia el río Paraná y luego a la ciudad de Corrientes. La ocupación de esta última carecía de objeto desde entonces, por lo que López ordenó evacuar toda la provincia de Corrientes, para adoptar posiciones defensivas en el sur del Paraguay.
La evacuación se completó el 3 de noviembre, y a fines de diciembre, un ejército aliado de casi 50.000 hombres acampaba al norte de la capital provincial.
El 5 de abril de 1866, las fuerzas aliadas tomaron la Fortaleza de Itapirú, iniciando la tercera fase de la guerra, la Campaña de Humaitá o del Cuadrilátero.
Los soldados paraguayos habían luchado con asombroso valor en Corrientes y en Yatay, pero – acosados por el hambre y las enfermedades – se habían rendido sin combatir en Uruguayana. Sería el único caso conocido en la larga guerra: en muchas otras oportunidades, los paraguayos demostrarían un valor y una resistencia heroica, aún en condiciones mucho peores que en Uruguayana.
En la imagen: La rendición de Uruguayana. Grabado de Janet Lange, publicado en "El Correo de Ultramar", París.
Fuente: Ejercito.
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