viernes, 31 de enero de 2020

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL TENIENTE GENERAL JUAN ESTEBAN PEDERNERA

El 1 de febrero de 1886 fallece el Teniente General Juan Esteban Pedernera. Nacido en la Provincia de San Luis en 1796, formó parte del Ejército de los Andes, que restauró la libertad de Chile. Se halló en la toma de la ciudad de Lima, el 9 de julio de 1821; en el combate de Miranave, el 16 de febrero de 1825 recibió dos heridas graves. Restablecido, tomó parte de luchas internas en la Argentina, sirviendo a las órdenes del General José M. Paz contra los caudillos federales Bustos y Quiroga. Una vez preso Paz, emigró a Bolivia y luego al Perú. Regresó al país luego de la Batalla de Caseros.
Juan Esteban Pedernera nació en San José del Morro, hijo de Juan Esteban de Quiroga y Dominga Pedernera y Calderón.
En 1815 se incorporó al Regimiento de Granaderos a Caballo de José de San Martín, con el que cruzó los Andes y actuó en las batallas de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. Bajo las órdenes de Marcos Balcarce participó en la segunda campaña al sur de Chile, combatiendo en la batalla de Bío Bío.
Hizo también la campaña del Perú, donde cayó en manos de los españoles y fue liberado en el Callao. Participó en las Campaña de puertos Intermedios, luchando Ica, Mirave, Torata, Moquegua y Zepita. En la huida tras el fracaso de la campaña, su barco fue tomado por corsarios españoles y fue llevado prisionero a la isla de Chiloé. Escapó algún tiempo después y regresó a la Argentina hacia 1826.
Al mando de un regimiento tomó parte en la guerra del Brasil, pero sólo después de la central batalla de Ituzaingó, por lo que estuvo casi inactivo.
A su regreso, apoyó la revolución de Juan Lavalle contra el gobernador Manuel Dorrego, y fue uno de sus jefes de caballería en la batalla de Navarro, en la que fue ascendido a coronel. Luego se incorporó a la división del general José María Paz en su lucha contra Juan Bautista Bustos, luchando en las batallas de San Roque, La Tablada y Oncativo como jefe de una parte importante de la caballería.
Por orden del general Paz, incorporó a su regimiento — a la fuerza — a los soldados del caudillo federal derrotado, Juan Facundo Quiroga. Comandó una campaña por la sierra cordobesa, en que capturó y ejecutó a varios caudillejos federales, como los demás jefes de la represión de la resistencia federal.
Destinado a la frontera sudeste de Córdoba, en febrero de 1831 fue sorprendido por Ángel Pacheco en Fraile Muerto. Los soldados federales incorporados a su fuerza se pasaron al enemigo al principio de la batalla, y fue completamente derrotado. Tras la captura de Paz, siguió al general Lamadrid en su retirada a Tucumán, donde fueron derrotados en la batalla de La Ciudadela. En sus memorias, Lamadrid culpó a Pedernera de esa derrota, porque una maniobra inesperada suya causó el desbande de sus tropas. Emigró a Bolivia y Perú, donde le reconocieron sus antiguos servicios.
En 1840 regresó hacia La Rioja para luchar contra el gobierno de Rosas, enviado por la comisión argentina de emigrados antirrosistas, para ser el jefe de estado mayor del caudillo local Tomás Brizuela; éste lo ascendió al grado de general. Tras algunos desencuentros con Brizuela, se unió a las fuerzas del general Lavalle. Fue el jefe de la más importante división de caballería en la batalla de Famaillá, en que los unitarios fueron completamente derrotados. Acompañó a Lavalle hasta San Salvador de Jujuy, donde éste fue muerto por una partida federal, y se encargó del mando de las tropas que huían a Bolivia, llevando también el cadáver de Lavalle. En el camino, como el cuerpo comenzara a descomponerse, ordenó descarnarlo para huir con sus huesos hasta Potosí.
Regresó al Perú, incorporándose al ejército de ese país, con el grado de general. Permaneció allí trece años.
En 1855 fue electo senador nacional por San Luis en el Congreso de Paraná. Un año más tarde fue nombrado comandante de la División de Ejército Sur, con sede en San Luis. En diciembre de 1858, al conocerse el asesinato del general Nazario Benavídez, ocupó con sus tropas la provincia de San Juan y aseguró la intervención federal a esa provincia.
En 1859 fue elegido gobernador de su provincia; se dedicó casi exclusivamente a organizar fuerzas militares para defenderse contra la agresión del Estado de Buenos Aires. Participó en la batalla de Cepeda, que obligó a Buenos Aires a unirse al resto del país, en octubre de 1859. Formó parte de la comisión que firmó el Pacto de San José de Flores con el gobierno porteño.
Poco después fue elegido para integrar la fórmula presidencial como vice de Santiago Derqui, que derrotó a la unitaria de Mariano Fragueiro y Antonino Taboada el 6 de marzo de 1859. Asumió la vicepresidencia y debió reemplazar a Derqui en varias oportunidades; especialmente cuando éste se trasladó a Córdoba a dirigir la intervención y a preparar el ejército para el nuevo enfrentamiento con Buenos Aires.
Después de la derrota de Justo José de Urquiza en la batalla de Pavón, en 1861, y tras la defección de Urquiza, Derqui se retiró del país, dejando una carta que fue interpretada como su renuncia. Pedernera asumió como presidente, con la intención de convencer al ex presidente de enfrentar a los porteños. Pero todo fue en vano, y tras la derrota de Cañada de Gómez, declaró caduco el gobierno de la Confederación, dejando abierto el camino de Bartolomé Mitre al poder. Había sido presidente durante 38 días.
Se retiró a la vida privada en San Luis, y falleció en Buenos Aires el 1 de febrero de 1886. Sus restos están sepultados a los pies del imponente monumento ecuestre inaugurado en 1915, y que honra su figura en la Plaza Pedernera de la localidad de Villa Mercedes, en la Provincia de San Luis.
Según Carlos Pellegrini,
"Su voz ha enmudecido, pero la fama recoge su nombre y lo inscribe en la página inmortal que recuerda el de los padres de la patria. La lápida de su sepulcro es pequeña para contener el nombre de sus campañas y de los hechos de armas donde se distinguió por su valor."
En palabras de Adolfo Saldías,
"Perteneció a una generación de bronce que dejó por herencia medio mundo redimido por la libertad. A las generaciones que se sucedan no les será dado realizar evoluciones tan estupendas en el orden del progreso humano, pero sí hacerse digna de aquéllas manteniendo vivo en su espíritu el fuego sagrado de esa tradición humanitaria y progresista."
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
https://www.facebook.com/EJERCITO.NACIONAL.ARG

jueves, 30 de enero de 2020

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CORONEL RUFINO ZADO RODRÍGUEZ

Nació en la provincia de Salta en el año 1792. Muy joven, en 1812, abandonó la carrera de las letras que había abrazado y se trasladó a Buenos Aires para incorporarse en el Regimiento de Granaderos a Caballo, en calidad de soldado raso.
Su primer campaña fue en el sitio de Montevideo, a donde marchó en mayo de 1813, en uno de los escuadrones de Granaderos, bajo el mando del comandante José Matías Zapiola, recibiendo su bautismo de fuego al pie de las murallas de aquella plaza. Perteneció a los que entraron vencedores en aquella ciudad, el 23 de junio del año 1814.
Tomó parte en la campaña llevada a cabo contra Artigas, hallándose en numerosos encuentros, en los que acreditó entre sus compañeros su arrojo e inteligencia, mereciendo sucesivamente los grados de cabo, sargento y alférez, este último con fecha 20 de noviembre de 1816.
En aquel entonces se organizaba en Mendoza el Ejército de los Andes, destinado a la empresa de libertar a Chile del yugo español. Allí se congregaron los cuatro escuadrones de Granaderos a Caballo, esto es, los dos que se encontraban en la Banda Oriental y los dos que estaban en el Ejército del Alto Perú. El alférez Zado marchó con ellos a aquel destino, a formar parte de las legiones del general San Martín.
En los dos años que Zado estuvo en el campamento del Plumerillo, perteneció a la compañía del teniente Juan Lavalle.
El 17 de enero de 1817 rompía la marcha el Ejército de los Andes, para atravesar la majestuosa cordillera, en cuya tarea se suceden algunos encuentros con los destacamentos españoles. Traspuesta aquella cadena montañosa, el 12 de febrero las armas de la Patria se coronaban de laureles en la Cuesta de Chacabuco. En esta batalla Lavalle y Zado, al frente de la 2ª Compañía del 4º Escuadrón, cargaron y acuchillaron a todo un batallón de infantería realista, persiguiéndolo hasta el centro de las fuerzas enemigas.
El alférez Zado formó parte de la división de las tres armas que a las órdenes del coronel Juan Gregorio de Las Heras marchó a combatir a los españoles al sur de Chile. Se halló en las acciones de Curapaligüe, el 4 de abril y del Cerrito del Gavilán, el 5 de mayo. A mediados de este mes, el general O’Higgins, que había asumido el comando de las fuerzas que operaban en las proximidades de Talcahuano, destacó de las fuerzas a sus órdenes una división volante de 300 hombres al mando del teniente coronel Ramón Freire, con la misión de ocupar la línea de fuertes de Arauco. En este destacamento marchó el alférez Zado, al frente de 50 granaderos escogidos. En el paso del río Carampangue se produce el ataque y rendición de las fortalezas de Santa Juana de los Angeles y Nacimiento. Zado hizo prodigios de valor a la cabeza de sus valientes Granaderos, siendo uno de los oficiales que más contribuyeron a la destrucción de los realistas en el sur de Chile. Tomo parte en una serie de encuentros que se produjeron en los alrededores de la plaza de Talcahuano, especialmente los días 7 de junio, en el camino de Penco a Concepción; el 2 de julio en las afueras de las murallas de Talcahuano, bajo el mando superior del coronel Las Heras; el día 5 de este mes, a las órdenes de Lavalle, en un combate contra un pelotón realista, al que derrotaron y quitaron los materiales que conducían; el 22 del mismo en la ofensiva contra la defensa de la plaza; en los combates de Arauco y Tubul, el 12 y el 25 de setiembre. Pero de todos estos encuentros, en el que más se distinguió el alférez Zado, fue en la recuperación de Arauco, mereciendo en el parte del comandante Freire, sobre el combate del 8 de julio, figurar en la forma siguiente:
“Tengo el honor…. a V.E. como hoy a las 6 de la mañana sorprendí al enemigo pasando con el piquete de Granaderos a Caballo al mando del teniente D. José María Boyl, y alguna infantería, a la grupa, por el vado mismo por donde él tenía sus trincheras a orillas del Carampangue. A pesar del vivo fuego de fusil y cañón que empezó a hacer desde ellas, les cargó sable en mano con la mayor bizarría dicho teniente hasta el extremo de desalojarlos, y tomarles las baterías, tanto que por su intrepidez lo hirieron gravemente con tres soldados más. La primera Compañía de la División de mi mando con su capitán, D. Francisco Xavier Molina, sostuvo el fuego, en tanto que los Granaderos cargaban y hasta que se reunieron las Compañías 2ª y 3ª al mando de sus comandantes Rencoret y Tenorio, que por mi orden habían quedado a la banda del Norte, haciendo fuego para proteger el tránsito de la demás tropa. La acción fue entonces más animada; por la gravedad de las heridas de Boyl, siguieron la carga con igual valentía el teniente D. Pedro Ramos y el alférez D. Rufino Zado del mismo Regimiento de Granaderos, hasta destrozar al enemigo y perderlos en los caminos extraviados que van hacia Valdivia. Se nos unieron entonces 48 hombres de los que se le dispersaron a Cienfuegos, que muchos días ha se hallaban ocultos en el monte. Constaba la fuerza enemiga de 40 a 50 fusileros e innumerables indios armados de lanza”.
Se halló en el memorable asalto de Talcahuano, en la madrugada del 6 de diciembre de 1817, acción en la que fue derribado su caballo por un casco de metralla, distinguiéndose al lado de su compañero de proezas, el capitán Lavalle. Reconcentrado el Ejército Unido en Chimbarongo, el 12 de marzo de 1818, Zado se halló en la sorpresa de Cancha Rayada, donde conjuntamente con Lavalle, lograron sacar intacta su compañía de Granaderos, la que se incorporó al día siguiente a la división del coronel Las Heras, salvada del desastre.
En los llanos de Maipo, los Granaderos a Caballo hicieron prodigios y a la compañía que mandaba el capitán Lavalle, de la que formaba parte Zado, correspondió el honor de tomar prisionero al coronel Morgado, uno de los jefes más distinguidos del ejército español, el que quiso entregar su espada al teniente Zado, que por ser de más edad que Lavalle, creyó ser el jefe; pero aquél le indicó que tal honor correspondía a su superior jerárquico. Por su actuación, el general San Martín lo propuso para teniente graduado, lo que se le otorgó con fecha 13 de mayo de 1818, pero con antigüedad del 15 de abril. El 14 de diciembre del mismo año obtenía su baja y absoluta separación del servicio, pasando a prestar servicios al ejército de Chile. El 16 de julio del mismo año había obtenido la efectividad de teniente de Granaderos a Caballo. A las órdenes del general Balcarce actuó en el sur de Chile y se halló en la batalla de Bío-Bío, en enero de 1819.
No compartió con Lavalle la lucha de la independencia del Perú, pues Zado marchó con el 4º Escuadrón de Granaderos a la frontera, en calidad de capitán, cuando el resto del famoso cuerpo se dirigió al Norte. En los años sucesivos, Zado figuró siempre en primera línea al lado del esforzado general Ramón Freire, hasta que elevado al rango de comandante, dirigió 500 hombres de caballería cuando en 1824 los patriotas iban a terminar por fin la cruzada emancipadora, despedazando en los alrededores de la ciudad de Talca a los últimos realistas que aún pisaban el territorio de los araucanos.
En esta acción, el comandante Zado tuvo su caballo derribado por el plomo enemigo en lo más recio del combate, quedando tendido en medio de las infanterías realistas, dislocada su columna vertebral y su cuerpo horrorosamente mutilado.
Pocas horas después fue recogido por sus compañeros vencedores y saludado coronel sobre el campo de batalla. Con posterioridad, durante el gobierno de Rosas, por Orden Superior se dispuso su alta en la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires en las listas de diciembre de 1841 con anterioridad al 27 de diciembre de 1840, en las que revistó durante el resto del gobierno rosista.
Largos años estuvo radicado en el pueblo de San Fernando, en Chile. Posteriormente pasó a Buenos Aires, donde solicitó el 19 de noviembre de 1857 pasar al Cuerpo de Inválidos, lo que le fue concedido el 22 de enero de 1858 con medio sueldo de teniente coronel. Aquí le sorprendió la muerte el 31 de enero de 1871. Fue alcalde, juez de paz y comandante del Batallón Cívico de San Fernando.
El 19 de noviembre de 1857 revistaba como coronel graduado de infantería de línea en el Ejército de la Provincia de Buenos Aires, en la Plana Mayor Inactiva. El 3 de noviembre de 1868 fue reconocido como “Guerrero de la Independencia”, en cumplimiento a la ley del 24 de setiembre de aquel año. En 1818 había contraído enlace en San Fernando (Chile) con Ana Josefa Munita, hija de Martín José de Munita y de María Manuela Quesada; la que falleció el 8 de marzo de 1853, en aquel pueblo.
Fuentes: www. revisionistas.com.ar / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).


https://www.facebook.com/EJERCITO.NACIONAL.ARG

miércoles, 29 de enero de 2020

ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DEL HOSPITAL MILITAR DE CAMPO DE MAYO

La creación del Hospital Militar en Campo de Mayo data de principios del siglo actual. En efecto, según los antecedentes que figuran en la Colección de Leyes Nacionales sancionadas por el Honorable Congreso (Tomo XIII, Pág 128), el 26 de Enero de 1904, se dispuso su construcción por Ley Nro 4290, por la cual el Senado y la Cámara de Diputados autorizan al Poder Ejecutivo para la construcción de numerosos edificios para el servicio del Ejército.
Posteriormente por Decreto el Presidente FIGUEROA ALCORTA y del Ministro de Guerra General Don ROSENDO FRAGA, publicado en Boletín Militar Nro 204, resolución del 21 de Setiembre de 1906, por considerar: “Que es de Urgente necesidad proceder a la construcción de dicho Hospital, pues el que se utiliza actualmente como tal, es una barraca Epitalier, que no reúne las condiciones de capacidad e higiene para el objeto a que le destina”, se ordena construir un Hospital.
El Primer Médico nombrado Director del Hospital fue el Mayor de Sanidad Don MARTIN RUIZ MORENO, dispuesto por Boletín Militar Nro 91 de fecha 25 de Abril de 1907.
En 1927, por Decreto del 9 de Agosto, Publicado en el Boletín Militar Nro 7712, se aprueban los Planos, Pliegos de condiciones, etc., de parte del Edificio que ocupa actualmente el Hospital Militar Campo de Mayo, el cual fue entregado provisoriamente en 1930.
Desde su habilitación provisional hasta hace pocos años, el Hospital fue objeto de sucesivas modificaciones en su organización y ampliación:
- En 1933 se crearon los servicios de Oftalmología – Otorrinolaringología y los consultorios del pedicuro y el masajista.
- En 1934 se creó el consultorio de Dermatología.
- En 1935 se crearon los siguientes Edificios para enfermos Infecciosos, cocina, usina, alojamiento de la tropa y lavadero.
- En 1936 se finalizaron las obras del pabellón Consultorios Externos o pabellón de Dirección.
- Desde 1930 – 1937, se pavimentaron las calles internas.
- En 1939 se creó el servicio de Cardiología.
- En 1949 Se creó el Servicio de Clínica Quirúrgica con capacidad de 200 a 333 camas.
- En 1944 se creó el Servicio de Traumatología.
- En 1948 finalizó la construcción del Pabellón de las Hermanas y la Subdirección.
En Octubre de 1937 se realizó la ceremonia de inauguración Oficial del Hospital, que en esa época se denominaba Hospital Militar Campo de Mayo.
En 1942, el nombre del Hospital sufrió una nueva modificación, Por decreto del 14 de noviembre de 1942 publicado en Boletín Militar Público Nro 3842 - 2da Parte se resuelve “Visto lo propuesto por el Ministro de Guerra y considerando;
Que el Doctor Juan MADERA fue el Primer Cirujano Médico de los Ejércitos de la Independencia; Es un deber de la Nación rendir Homenaje a los que con esforzado patriotismo y sacrificio personal, contribuyeron a su emancipación;
El Presidente de la Nación Argentina Decreta:
Art 1º - El Hospital Militar Campo de Mayo se denominará en adelante “Hospital Militar Campo de Mayo Doctor Juan MADERA”.
En 1952, el Hospital tomo la denominación con que actualmente se lo conoce, por Boletín Militar Público Nro 2387 del 13 de junio de 1952, se estableció que en lo sucesivo se denominará: Hospital Militar Campo de Mayo “Cirujano Doctor Juan MADERA
Aparte de sus funciones normales, el Hospital Militar ha sabido dispensar su colaboración asistencial y de socorro al medio civil radicado en la zona de su influencia, especialmente en caso de epidemia, accidentes e inundaciones, estas ultimas muy periódicas en las zonas próximas al río Reconquista.
Debemos recordar la asistencia médica prestada a alguna de las víctimas del terremoto ocurrido en San Juan en 1944.
Entre los casos de epidemia que le tocó intervenir cabe mencionar la epidemia de Poliomielitis en el año 1956 azoto vastas zonas del país.
Se elaboraron para ello diversas medidas de desinfección en cuarteles, barrios militares y poblaciones de los alrededores, inoculándose además la vacuna SALK, a casi todo el personal militar y civil de la Guarnición, especialmente a familiares de los mismos, tarea llevada cabo de acuerdo con un plan de vacunación ejecutado por la jefatura del Servicio de Epidemiología del Hospital.
Durante el conflicto desarrollado en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, Oficiales Médicos de este Nosocomio se desempeñaron, en el Hospital Interfuerzas de Puerto Argentino.
Esta síntesis nos ha permitido seguir desde su creación las distintas estapas que debió recorrer el Hospital para llegar a su situación actual. Fueron largos años durante los cuales se alternaron ampliaciones y variaciones en su organización primitiva, más allá de lo que suele ser común en este tipo de organismos. Este dinamismo constructivo debemos interpretarlo no solo como un esfuerzo destinado a acrecentar su capacidad para poder responder a las exigencias que le fueron creando los planes de Evacuación, sino también como un intento logrado de perfeccionar su organización en beneficio de su misión, incrementando también su jerarquía.

Fuente: www.cdosan.ejercito.mil.ar

martes, 28 de enero de 2020

EL ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL SALUDO MILITAR

He aquí una de las expresiones más vibrantes del Espíritu Militar. El saludo militar, tal como hoy lo conocemos, debe su origen a varias versiones, de las que hemos escogido las que nos han parecido más convincentes, a la luz del rigor histórico. Entre ellas, tenemos la antigua, gentil y elegante costumbre de descubrirse o sacarse el sombrero ante una dama, o una persona de mayor jerarquía o edad, gesto acompañado normalmente por una inclinación de cabeza, una reverencia o un movimiento efectuado con gracia con el cubrecabeza. Esta costumbre perduró con diversas variantes hasta nuestros días, tanto en el ámbito civil como en el militar, a través del gesto masculino de descubrirse ante las damas, las personas conocidas, o con aquellas con las que se observen especiales muestras de respeto. También está aquella otra que vincula su origen a un antiguo gesto de los caballeros del medioevo, quienes durante las justas o lances “deportivos”, o llevados a cabo para limpiar el honor de alguna ofensa, acostumbraban antes del combate a levantar la celada del yelmo para mirar a los ojos al adversario, demostrando con ello la ausencia de temor, y al mismo tiempo, infundir, a la vez que demostrarle, respeto a aquél.
En el Ejército Español, institución a la que le debemos muchos de nuestros usos y costumbres tradicionales, el saludo militar tuvo también estos orígenes, pudiéndose observar hasta pasados los mediados del siglo pasado una total falta de uniformidad en las formas de efectuarlo. Existe iconografía de diferentes aspectos, épocas y autores, que nos muestran a militares saludándose de las más diversas formas: sacándose el sombrero, llevándose solamente la mano a él, o haciendo el gesto de sacarlo, pero sin llegar a hacerlo y todo esto, indistintamente con una u otra mano, entre otras formas.
Resulta curioso que en nuestra Armada [...] hasta 1880, el uso era saludar conforme al tradicional estilo civil, es decir, descubriéndose ante el superior, reteniendo la gorra o sombrero en la mano derecha. En ese año, con el arribo del acorazado ARA Almirante Brown, los oficiales de su Plana Mayor introdujeron la costumbre de no sacarse la gorra y solamente efectuar el intento de tocar la visera, deteniendo el saludo, como se había puesto en boga en la armada inglesa. La practicidad de este saludo, especialmente a bordo, hizo que de inmediato fuese adoptado reglamentariamente. Pese a ello, hacia 1898, aún existían viejos oficiales y suboficiales que saludaban descubriéndose en lugar de efectuar la, mal llamada, venia, ya que este término significa inclinar la cabeza como saludo o requerir por este medio permiso o autorización para hacer algo.
En todos los ejércitos del mundo existe el saludo militar, teniendo diversas manifestaciones de acuerdo al país o época de que se trate o, aún, de las circunstancias políticas por las que hayan atravesado. Así, entre los más curiosos, tenemos a los países de la esfera de influencia británica, que lo hacen mostrando la palma de la mano derecha, indicando con ello, que no se esconde nada cuando se saluda al superior. La misma forma de saludo tiene el ejército francés. El ejército polaco tiene un curioso saludo en el que los dedos anular y meñique, son sujetados por el pulgar de la mano derecha, llevándose a la sien los dedos índice y mayor pegados.
Existen otros en los que el gesto del saludo va al centro de la visera, como en el ejército italiano, y otras curiosas variedades de actitudes y movimientos, con las clásicas variantes personales que siempre aportan las modalidades personales. Podrían agregarse también aquellos que, al mismo tiempo que indicar una muestra de subordinación y respeto, demostraron alguna vez una forma de simbolismo o identificación política. Así recordamos, por ejemplo, al muy conocido saludo empleado durante la 2da Guerra Mundial por el partido nazi y por aquellos militares que lo integraban o por los que, sin serlo, se veían obligados por las circunstancias a efectuarlo. También, tenemos al singular saludo efectuado por las fuerzas republicanas y las Brigadas Internacionales, durante la terrible Guerra Civil Española, consistente en llevar el puño derecho cerrado a la misma sien.
Por último, podría incluirse entre estas formas de saludo, al empleado por los Boy Scouts. Esta organización internacional a la que desde su nacimiento adhirió nuestro país, a través de su introducción por parte del perito Francisco P. Moreno, fue creada por el general inglés Lord Robert Baden Powell, luego de las experiencias que recogiera durante su participación en la Guerra Anglo Bóer, en Sudáfrica, entre 1899 y 1902. En esa ocasión, y durante el sitio de la ciudad de Mafeking, reunió a un numeroso grupo de muchachos y adolescentes, a los que organizó como mensajeros y auxiliares, instruyéndolos en técnicas de supervivencia y desenvolvimiento en la jungla y en las sabanas de esa región, teniendo su formación un gran contenido militar, al que no escapaban las formalidades disciplinarias y protocolares.
Terminada la guerra y habiendo vuelto a Gran Bretaña, decidió volcar todos sus esfuerzos a transmitir sus experiencias a los jóvenes, a través de la organización de un movimiento dedicado a ellos para que practicaran actividades educativas, recreativas y de aventura, aprovechando todas las bondades y posibilidades que brinda la naturaleza.
Una larga serie de libros y folletos escritos por él fueron dando forma al scoutismo que, entre otras formalidades, adoptó un saludo particular, consistente en tomar el dedo meñique de la mano derecha con el pulgar, manteniendo unidos y en alto, los dedos índice, mayor y anular, significando con ello que el mayor protege siempre al menor, teniendo siempre por divisa, los tres principios de todo scout: Dios, Patria y Hogar.
Volviendo al saludo militar en nuestro Ejército, y tal como citáramos lo sucedido en nuestra Armada hacia fines del siglo pasado, no existían tampoco en él formalidades estrictas para todos los movimientos y manejos de orden cerrado. Esta actividad, más bien, era empleada como complemento del orden abierto o práctica de formaciones de combate en el terreno.
En efecto, resultaba muy importante el mecanizar muchos movimientos, para que en el momento del combate, el soldado no dudara y respondiera con precisión a las órdenes que se impartieran. Baste mencionar como dato curioso que hasta que aparecieron las armas de retrocarga y más tarde las de repetición, las voces de mando para cargar, apuntar y disparar los mosquetes de una compañía, hacían falta alrededor de dieciséis voces de mando consecutivas. En consecuencia, los aspectos relacionados con la uniformidad y precisión de los detalles protocolares, tales como llevar el paso, la presentación de armas y los saludos con o sin ellas, eran relativamente secundarios, o no estaban meticulosamente reglamentados, como sí lo estaban aquellas voces y movimientos más relacionados con la actividad de combate. 
Será en las postrimerías del siglo pasado, cuando nacían tanto el moderno Ejército como la Armada, de la mano de nuevas doctrinas importadas de la vieja Europa, cuando aparece el saludo militar tal como hoy lo conocemos. No obstante ello, es curioso ver en viejas fotografías de los años '20 y '30, cómo aún se observaban costumbres personales que escapaban de las formalidades prescriptas reglamentariamente.
En nuestros días, el reglamento de Orden Cerrado precisa con todo detalle las formas y oportunidades en que debe efectuarse el saludo militar. Se realiza de subalterno a superior, devolviéndolo éste de la misma manera, comprendiendo un profundo gesto en el que, junto con el ademán, se intercambian miradas que dicen “aquí estoy”, respondidas por un “cuente conmigo”, todo en una centésima de segundo. Esto es el saludo: un mensaje de mutua confianza y correspondencia. A pesar de ello, son innumerables y tragicómicos los errores en su ejecución que hemos cometido todos los que hemos pasado por las filas del Ejército.
Hoy nos encontramos con la novedad del saludo militar ejecutado sin cubrecabeza. Sin duda, fue pensado para mayor comodidad del personal que se desempeña en lugares cubiertos, como comandos, organismos y reparticiones administrativas, donde no se usa birrete, gorra u otro tipo de cubrecabeza. Esto resulta un verdadero per saltum a múltiples planillas de sanción (por saludar sin el cubrecabeza colocado), a la vez que un aggiornamento de las costumbres militares. Conservador, el personal militar acostumbrado a largos años del saludo clásico, no termina de adoptar la nueva modalidad y aún en los sitios mencionados, resulta rara su práctica.
A pesar de ello, cuando se llega a comprender el simple gesto del saludo en su profundo y magnífico significado y simbolismo, demuestra ante los ojos de todos el testimonio de la perennidad que une a los hombres que juntos sirven a la misma bandera. Lejos de marcar una dependencia, los subordinados dan testimonio orgulloso de la importancia que el saludo tiene y representa. Se convierte en una prueba de confianza y cohesión. Es el testimonio de la certeza que el oficial, el suboficial y el soldado se manifiestan para poder contar el uno con el otro. El saludo representa de tal manera, la camaradería militar y la fraternidad entre los hombres de armas.
Cualquiera sea la forma del saludo que se emplee, lejos de indicar servilismo, siempre ha implicado un profundo significado; una correspondencia entre subordinado y superior signada por el respeto mutuo, aquella relación, en definitiva, que en palabras de Ortega y Gasset, dicen que obedecer no es aguantar. Aguantar es envilecerse. Por el contrario, obedecer es estimar al que manda y seguirlo solidarizándose con él, bajo el ondeo de su bandera.
Fuente: Mayor (R) Sergio O. H. Toyos para Diario Soldados Digital enero 2010.- 
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
https://www.facebook.com/EJERCITO.NACIONAL.ARG

lunes, 27 de enero de 2020

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL TENIENTE GENERAL NICOLÁS LEVALLE

Nació en Cicagna, Chiavari, provincia de Génova, Reino de Italia, el 6 de diciembre de 1840; siendo sus padres Lorenzo Lavalle y Benedicta Daneri (que sobrevivió a su hijo), ambos de nacionalidad italiana. A la edad de dos años vino a la República Argentina; ingresando al Ejército como aspirante el 10 de octubre de 1857 en la Academia Militar. Dos años después revista como tal en la 2º Compañía del 1er Escuadrón del Regimiento de Artillería Ligera.
Ascendió a portaestandarte de la brigada de plaza de la división de artillería, el 18 de febrero de 1859, asistiendo a la campaña de Cepeda bajo el mando directo del coronel Benito Nazar, hallándose en la batalla de aquel nombre, el 23 de octubre de igual año; y por su comportamiento en dicha campaña fue ascendido a alférez del Regimiento 1º de Artillería, el 10 de diciembre de 1859, perteneciendo al 1er escuadrón de dicho cuerpo. Se halló en el combate naval de San Nicolás, el 25 de octubre embarcado en el “Constitución” (Capitán Py), en el que sirvió como cabo de pieza; y en el sitio de Buenos Aires cubrió las calles de Potosí (actual Alsina) y Cevallos con una pieza y su dotación de artilleros.
El 31 de julio de 1861 fue ascendido a teniente 2º del mismo escuadrón, jerarquía con la cual tomó parte en la campaña de Pavón, siempre bajo el mando superior del general Mitre y el directo del coronel Nazar. Poco después pasó a prestar servicios al Batallón 4º de Infantería, cuerpo en el cual fue ascendido a teniente 1º, de la compañía de cazadores, el 27 de junio de 1862; y el 26 de noviembre del mismo año, a capitán de la 4ª compañía del batallón de referencia, con el que formó parte de la guarnición de la Frontera Norte de la provincia de Buenos Aires, con asiento en Rojas y en Junín. Permaneció en aquella línea fronteriza hasta el 19 de abril de 1865 en que marchó con su batallón a la campaña del Paraguay.
El capitán Levalle se incorporó en junio de 1865 con su batallón en Esquina, a las fuerzas destinadas a operar en el Paraguay, formando parte de la 2ª División “Buenos Aires”, interviniendo en la rendición de Uruguayana, el 18 de setiembre, por lo que fue condecorado con la medalla discernida por el Emperador del Brasil; habiendo recibido igualmente, la medalla oriental por la batalla de Yatay, librada el 17 del mes anterior. A comienzos de 1866 formaba parte de las fuerzas que se organizaban en el campamento de las Ensenaditas.
El Ejército argentino prosiguió su avance al Norte, para alistarse a invadir el territorio enemigo; asistiendo Levalle con inusitada bizarría al combate de Pehuajó o de los Corrales, el 31 de enero de 1866. En el campamento de las Ensenaditas, el 29 de marzo de este año, pasó al 2º Batallón de la División Buenos Aires mencionada, cuyo comando accidental y reorganización se le confió; cuerpo en el cual cruzó el Paraná por el Paso de la Patria, penetrando en el territorio paraguayo después de librar los combates de la Confluencia, los días 16 y 17 de abril.
Se halló en el combate de Estero Bellaco, el 2 de mayo; así como también en la sangrienta batalla de Tuyutí, el día 24 de igual mes, recibiendo los cordones de plata discernidos a los vencedores. Intervino en el combate de Boquerón, el 16 de julio y en el del Sauce, el 18 del mismo mes y año; donde recibió un balazo en una rodilla; y posteriormente, en el asalto de Curupaytí, el 22 de setiembre de 1866, por cuya participación recibió el escudo de plata otorgado por Ley a los asistentes a aquella cruenta jornada.
A principios de 1867, el general Paunero, con 4.000 hombres, debió abandonar los esteros paraguayos para ir a sofocar la rebelión que había estallado en el interior de la República Argentina; Levalle formó parte de aquella expedición, y se encontró en el combate del Portezuelo; y en la batalla de San Ignacio, el 1º de abril de 1867. Con el general Conesa tomó parte en la intervención a la provincia de Santa Fe, levantada en armas contra el gobernador Nicasio Oroño y en la sofocación de la rebelión que había estallado en Córdoba, el 19 de agosto de 1867, y que derrocó al gobernador Mateo J. Luque, encabezada por el famoso Simón Luengo, siendo repuesto a los diez días el gobernador depuesto. A principios de abril de 1868, regresó al Paraguay donde sofocó un conato de rebelión de su tropa con intrépida sangre fría.
Levalle fue promovido a sargento mayor graduado el 11 de enero de 1867, recibiendo la efectividad el 23 de abril de 1868, desempeñando (nombrado por O. G. del 10 de este último mes), las funciones de jefe accidental del batallón 5º de Infantería, cuya segundía ejercía en efectividad, cuerpo con el cual se encontró nuevamente en la álgida lucha en los esteros paraguayos, donde iba a cosechar laureles inmarcesibles que destacarían luminosamente su figura de soldado valeroso. Toma parte en los ataques a la fortaleza de Humaitá, iniciados el 15 de julio de 1868, operaciones que terminaron con la toma de aquel punto y con la rendición del jefe paraguayo, coronel Martínez, el 5 de agosto, juntamente con 1.300 hombres. Por su comportamiento en estas acciones, Levalle fue graduado teniente coronel el 15 de setiembre de 1868, grado cuya efectividad recibió el 1º de marzo de 1869, así como también, el comando en propiedad del 5º de Infantería. El 3 de agosto de 1868 se halló en el combate naval de las Canoas y otros parciales, con Rivas.
Tomó parte en la campaña de Pikiciry, a fines de 1868, interviniendo con un brillo inusitado, a la cabeza del 5º de Línea, en la segunda batalla de Itaivaté o Lomas Valentinas, el 27 de diciembre de aquel año, y en la rendición de Angostura, el 30 del mismo mes y año. Ocupada la capital paraguaya, Levalle quedó a cargo de su guarnición, hasta la terminación de la guerra. Se distinguió en la toma de Peribebuy, el 12 de agosto de 1869, y en otros encuentros postreros de tan cruenta campaña.
El teniente coronel Levalle fue herido en el combate del Sauce, el 16 de julio de 1866 y fuera de las condecoraciones que se han citado, que recibió en esta ruda campaña, deben agregarse las siguientes: medalla de honor por el asalto de Peribebuy; medalla de oro por la terminación de la campaña del Paraguay, discernida por los gobiernos argentino, oriental y brasileño y medalla de oro conferida por el mismo motivo, por la provincia de Buenos Aires.
De regreso del Paraguay, tomó parte en la campaña de Entre Ríos, realizada para sofocar el alzamiento del general López Jordán, en el año 1870, llegando a Paraná el 4 de mayo y tomando intervención en todas las acciones de guerra que se produjeron en aquella campaña. Asistió a la batalla del Sauce, el 20 de mayo de aquel año.
Cumplimentando órdenes del coronel Juan Ayala, el comandante Levalle sorprendió las fuerzas rebeldes del Diamante, el 23 de agosto de 1870, consiguiendo tomar un crecido número de prisioneros, entre éstos el doctor Juan Mantero, Ministro del gobierno de López Jordán y alguna cantidad de armamento. Permaneció en la zona de guerra hasta mayote 1871, en que regresó a Buenos Aires, pasando inmediatamente con el 5º de Infantería de guarnición al Fuerte General Paz; donde permaneció hasta que la nueva rebelión jordanista lo llamó para intervenir en la provincia de Entre Ríos. El 8 de marzo de 1872 se halló en el combate de San Carlos contra la indiada de Catriel.
El 4 de mayo de 1873 desembarca en Paraná con el 5º de Línea y combate a los 2.000 rebeldes, que a las órdenes del caudillo jordanista Exequiel Leiva acababa de poner cerco a la ciudad, obligándolos a huir, Levalle se fortificó en seguida para resistir a posibles ataques ulteriores. Efectivamente, el día 28 del mismo mes, los revolucionarios a las órdenes de Leiva, atacan violentamente la plaza, pero el jefe de la misma coronel Ayala, recibe bravamente a los asaltantes, que son rechazados, distinguiéndose el coronel Joaquín Viejobueno y el comandante Levalle en esta operación. El 26 de junio se halló en el combate de las Cuchillas. A principios de julio desembarcó con el batallón de su mando en el Diamante, derrotando y dispersando su guarnición.
El 2 de agosto del mismo año, Levalle se embarca en Paraná, en dos vapores y al día siguiente desembarca bajo el fuego de los jordanistas, en la ciudad de la Paz, de la que se posesiona después de vencer una fuerte resistencia; punto cuya defensa organizó, efectuando varias salidas en las que siempre derrotó a los rebeldes; permaneciendo allí hasta entregar la plaza a un jefe designado por Orden Superior, regresando Levalle a Paraná con los batallones 5º y 7º donde se organizaba el ejército de Gainza.
En la batalla de Don Gonzalo, librada el 9 de diciembre de 1873, el comandante Levalle fue herido pero no abandonó su batallón mientras duró la acción, en la que se distinguió por su incomparable valor, mandando la brigada compuesta por el 5º y el 7º de Infantería y 4 piezas de artillería. También se encontró en el combate del Talita, el día anterior contra la vanguardia jordanista.
Terminada la campaña regresó a Buenos Aires en julio de 1874 y con motivo de la revolución que estalló el 24 de setiembre, el teniente coronel Levalle salió a operar con el 5º de Línea, interviniendo activamente en la represión del movimiento y en la organización de las milicias de Chivilcoy y Mercedes, al Oeste y de San Vicente, al Sud y mandó la infantería del “Ejército del Oeste”; y al mando de 1.100 hombres, se incorporó a los coroneles Arias y Villegas, fuerzas que sorprendieron a los rebeldes en la jornada del 2 de diciembre en Junín, donde el general Mitre se entregó prisionero siendo ascendido Levalle a coronel “sobre el campo de batalla”, a propuesta del Ministro de la Guerra en campaña y con la fecha de aquella rendición.
Inmediatamente fue nombrado jefe de la frontera sud de Buenos Aires, con asiento en Blanca Grande y después en Fuerte Lavalle. El 14 de abril de 1876 partió de Blanca Grande en dirección a Carhué, punto, este último, que el coronel Levalle ocupó el 24 de abril de 1876, después de penosos encuentros con los salvajes, entre ellos el librado en las proximidades de la laguna de Paragüil, el 6 de marzo, en el que derrotó a la tribu de Juan José Catriel. En noviembre-diciembre del mismo año permaneció destacado en Fuerte General Paz. El 10 de enero del año siguiente atacó en sus propias tolderías de Chiloé, al cacique Namuncurá, consiguiendo el coronel Levalle matarle unos 400 indios, y obligándolo a ponerse en retirada hasta unas 20 leguas más al Oeste.
El 25 de noviembre de 1878, teniendo conocimiento de que Namuncurá se preparaba a efectuar una invasión al frente de 2.000 salvajes, el coronel Levalle salió en su busca y dio una batida general en una zona comprendida entre Guaminí, Carhué y Bahía Blanca, en sus frentes hasta el Colorado, recorriendo un trayecto de más de 250 leguas, sin dejar una sola toldería sin registrar. Se traban algunos combates y se logran muchas sorpresas, como la del 7 de diciembre, consiguiendo rescatar cautivos y haciendas productos del robo; en esta acción los indígenas tuvieron 50 muertos: 1 cacique, 3 capitanejos y 46 indios de lanza y 270 de chusma prisioneros; y todo el ganado que tenían las tribus de la Sierra de Lihué-Calel, que se componía de 1.000 vacunos, 80 caballos y 800 animales entre ovejas y cabras.
En la expedición al Río Negro, bajo el superior comando del general Roca, al año siguiente, el coronel Levalle mandó la 2º División. El 4 de setiembre de 1879 fue nombrado jefe de las fuerzas de Carhué, Puán, Guaminí, Trenque-Lauquén y Fuerte Argentino.
Acababa de llegar de Sur con aquella, cuando estalló el movimiento revolucionario del mes de junio de 1880. El día 20 de este mes, con su división, compuesta por los batallones 5º y 7º de Infantería, el Regimiento 6º de Caballería y dos piezas de montaña, con un efectivo de 650 hombres, se aproximó hasta el Puente de Barracas para efectuar un reconocimiento; empeñando a las 12 del día un violento combate contra los revolucionarios que defendían la ciudad y después de combatir hasta las cuatro y media de la tarde, el coronel Levalle se replegó sobre Lomas de Zamora por habérsele agotado las municiones. En esta acción murió violentamente el teniente coronel Apolinario de Ipola, “al pie del cañón que mandaba, casi entreverado con el enemigo”.
Por su comportamiento en esta campaña, Levalle fue promovido a coronel mayor el 9 de julio de 1880. El 20 de octubre de ese mismo año fue nombrado jefe de la 1ª División del Ejército, constituida por los cuerpos de la Capital y de la Chacarita. Al día siguiente, el Gobierno dispuso que el general José Octavio Olascoaga se hiciese cargo del mando de la línea de fronteras de la provincia, que había mandado Levalle.
Este permaneció al frente de la 1ª División, que guarnecía esta Capital hasta el 12 de octubre de 1886, fecha en que fue nombrado Ministro de Guerra y Marina; ya ostentando la jerarquía de general de división que le había sido conferida el 3 de noviembre de 1882. En los primeros meses de 1886 mandó las fuerzas del ejército que ocuparon la línea del Uruguay con motivo de la invasión de Arredondo al Estado Oriental, teniendo Levalle a sus órdenes, además, el transporte “Azopardo”.
Dejó el Ministerio el 7 de febrero de 1887 para ir a ocupar la Jefatura de E. M. G., que desempeñó hasta el 18 de abril de 1890, fecha esta última en que pasó nuevamente a ejercer el cargo de Ministro de la Guerra, que recibió el mismo día. Al producirse el movimiento revolucionario armado del 26 de julio de aquel año, Levalle obró con tal energía, que gracias a su valor y pericia, la subversión pudo ser dominada; a la cabeza de las fuerzas leales se apoderó del Parque de Artillería que se encontraba en manos de los rebeldes. Por su comportamiento en aquellas luctuosas jornadas, fue promovido a teniente general “sobre el campo de batalla”, con fecha 27 de aquel mes y año.
Continuó ejerciendo el ministerio hasta que terminó la presidencia del Dr. Carlos Pellegrini, el 12 de octubre de 1892. El 4 de noviembre del mismo año se le acordaron seis meses de licencia que se prorrogaron con otros tres más.
Con motivo de los sucesos revolucionarios de 1893, el 20 de setiembre de este año fue nombrado jefe de las fuerzas nacionales destacadas en Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja. Operó contra los sublevados que se hallaban en el Rosario.
El 11 de febrero de 1895 fue designado Presidente de la Junta Superior de Guerra hasta el 19 de mayo de 1897, en que fue nombrado por tercera vez para ejercer la cartera de Guerra y Marina, siendo el último que desempeñó el ministerio de las dos instituciones armadas. El 12 de octubre de 1898, al abandonar la presidencia el Dr. José Evaristo Uriburu, el general Levalle pasó a la “Lista de Oficiales Generales”:
El 11 de abril de 1901 se le acordó licencia para trasladarse a Europa en busca de un alivio a su salud cruelmente quebrantada, asignándosele en Acuerdo de Ministros 8.000 pesos oro sellado para atender los gastos de su cura. El 20 de abril zarpó en el vapor “Chili”, llegando a Burdeos, de donde se trasladó de inmediato a París, ingresando el 19 de mayo en la Maison de Sant Jean de Dieu, en donde fue operado al día siguiente del tumor que tenía en el labio inferior. Regresó a fines del mismo año y el 31 de diciembre era nombrado Jefe de la “Región de la Capital”. El 16 de enero de 1902 el general Levalle agradecía al ministro Riccheri su designación en los términos siguientes:
“Al contestar la nota de V. E. y manifestarle la expresión de mi profundo reconocimiento por los benévolos conceptos con que en ella me favorece, cúmpleme manifestarle, que no omitiré sacrificio alguno a fin de responder dignamente a la confianza depositada en mí, pidiéndole quiera ser intérprete de estos sentimientos acerca del Excmo. Sr. Presidente”.
Desgraciadamente la vida restante del General iba a ser breve, pues falleció en Buenos Aires el día 28 de enero de 1902, a la una y cincuenta y cinco de la tarde; decretando inmediatamente el Poder Ejecutivo bandera nacional a media asta los días 29 y 30.
Numerosos telegramas de los países de Sudamérica fueron una demostración palpable del prestigio que rodeaba a tan eminente soldado. La concurrencia a su sepelio y las numerosas notas de condolencia dirigidas a su viuda, Aurelia F. de Levalle, evidenciaron el hondo sentimiento público por su deceso.
Ostentó sobre su pecho: medalla por la toma de Corrientes; idem por la batalla de Yatay y toma de Uruguayana; cordones de Tuyutí y escudo de Curupaytí; medalla por la terminación de la guerra por la Argentina, Brasil y Uruguay y también de la provincia de Buenos Aires; y las acordadas del Río Negro y Los Andes.
Después de la revolución de 1880 con el coronel F. Bosch e Ingeniero del Parque, Sr, Nikelh, presidió la comisión que recibió el armamento y municiones pertenecientes a la provincia de Buenos Aires. El 24 de julio de 1881 fue elegido primer presidente del Círculo Militar, recientemente creado.
Levalle se casó en Buenos Aires, el 12 de mayo de 1865 con Aurelia Ferreira, porteña, de 21 años, hija de José Ferreira y Josefa Zeballa, ambos del país.
Un hijo de este matrimonio, Nicolás M. Levalle, falleció en Buenos Aires, el 21 de junio de 1888, a la edad de 29 años, ostentando la jerarquía de teniente coronel; habiendo ingresado al Colegio Militar, escalando rápidamente los grados por sus superiores méritos.

De numerosos militares argentinos quedaron gestos o expresiones que aseguraron su ingreso en la historia con recuerdos memorables.
El día 9 de diciembre de 1873 se libró, en la provincia de Entre Ríos, en las inmediaciones de un arroyo cerca de Nogoyá, la batalla que recibiera el nombre de Don Gonzalo (nombre del arroyo donde se produjo la acción) entre Unitarios y Federales. Esta tuvo por consecuencia la derrota del caudillo Ricardo López Jordán frente a las fuerzas nacionales, al mando del general Martín de Gainza.
El mayor Nicolás Levalle al mando del “5° de Fierro”, tenía orden de cargar al oponente. A punto de hacerlo, recibió la contraorden del general Gainza: Debía replegarse. Levalle la ignoró y continuó los aprestos.
El general despachó un ordenanza reiterando el parte, que el subordinado otra vez desoyó.
Impaciente, Gainza envía otro ayudante con una orden perentoria:
“Mayor Levalle, desista del ataque o le mando pegar cuatro tiros”.
Levalle vuelve a hacer oídos sordos, arremete al frente de sus hombres –eran infantes; en esa época, el jefe debía marchar montado– y recibe un disparo en la rodilla. Impávido, chorreando sangre, continúa la carga, que dura varias horas, y concluye por aplastar la resistencia de los adversarios. Al final, con el último aliento, se presentó al general Gainza:
“Señor, vengo a que me pegue los tres tiros que faltan; el cuarto me lo dieron en la batalla”.

Fuentes: Capitán Juan Norberto Rubio Larreta / Patricios de Vuelta de Obligado / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
https://www.facebook.com/EJERCITO.NACIONAL.ARG