El 22 de septiembre de 1866, Bartolomé Mitre, general en jefe de la Triple Alianza, ordenó el asalto a la formidable posición fortificada enemiga de Curupaytí con 9.000 soldados argentinos y 8.000 brasileños, la flor y nata del ejército, el apoyo del cañoneo de la escuadra imperial y la cooperación de las fuerzas orientales de Venancio Flores. De toda la guerra del Paraguay ésta es la primera batalla planeada por Mitre y también la primera (y única) dirigida directamente por él
El mariscal Francisco Solano López destinó a su mejor hombre de guerra, el general Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón, que preparó en poco tiempo la defensa del campo, cortando árboles (abatíes) dispuestos por sus enormes raíces para dentro, ocultando unas 50 bocas de fuego.
El ataque al frente terrestre de Curupaytí se iniciaría con un bombardeo de la escuadra de modo de inutilizar sus defensas y ahuyentar las fuerzas de la trinchera. Los aliados calculaban que esto se conseguiría en dos horas de fuego. Después seguiría el ataque de las fuerzas de tierra.
El ataque estaba previsto para la madrugada del día 17 de setiembre de 1866, pero se postergó por el mal tiempo reinante. Se realizó recién el día 22. A las 7 de la mañana de ese día, la escuadra brasileña se movió para tomar la colocación dispuesta por el almirante Tamandaré a fin de iniciar el bombardeo. Entre los navíos había cuatro nuevos acorazados a vapor. El fuego de la escuadra se prolongó hasta el mediodía sin resultados apreciables. Las cubiertas del terreno impedían a los artilleros efectuar correctamente sus tiros. El duelo de artillería duró cuatro horas. Los paraguayos contestaban al fuego de la escuadra logrando mantener a los buques alejados de las fortificaciones.
Más o menos al mediodía, el almirante Tamandaré suspendió el fuego contra la fortificación del frente terrestre y se concentró sobre el frente fluvial. Comenzó entonces el ataque terrestre cuya dirección estaba a cargo del general Mitre.
Las dos columnas centrales, encargadas del ataque principal sufrieron desde el primer momento un fuego intensísimo de la artillería paraguaya mientras su marcha se veía entorpecida por el terreno fangoso y las malezas. Lograron salvar los obstáculos mediante el uso de fajinas y escalas que llevaban para tal fin y se lanzaron al asalto de la trinchera principal, pero se encontraron con una laguna y una inabordable barrera de malezales que les hizo imposible continuar su avanzada. En esta marcha, sufrieron pérdidas enormes.
La tercera columna, al mando del coronel Rivas siguió avanzando a pesar de los obstáculos, pero su ataque fracasó y los pocos hombres que lograron penetrar en la posición fueron ultimados. La cuarta columna, al mando del coronel Martínez, también fue detenida al borde de la laguna y la línea de malezales.
El combate se sostenía tenazmente sin que los asaltantes lograran el menor éxito sobre las tropas paraguayas. Se acordó entonces hacer replegar simultáneamente todas las tropas comprometidas en el ataque. La retirada se efectuó en orden y a las 17hs el ejército aliado estaba de regreso en Curuzú. Una vez que se retiró el ejército, la armada hizo lo propio.
Los paraguayos salieron entonces de sus trincheras para recoger el botín abandonado por el asaltante, desnudar a los muertos y ultimar a los heridos graves.
El desastre táctico de Curupaytí reconoce como causa esencial el desconocimiento de la situación del enemigo en su posición y de las características principales del terreno, cuyas ya de por sí magníficas condiciones naturales, fueron aumentadas aún más por las lluvias y las excelentes obras defensivas que realizaron los paraguayos.
La orden de ataque se había demorado por una torrencial lluvia de varios días que dejó el terreno convertido en un pantano. Lo cierto es que cuando se lanzaron los 17.000 aliados a la carga a bayoneta sobre las fortificaciones, en avance franco y a pecho descubierto, los cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hicieron estragos. Los infantes chapoteando barro resultaron un blanco servido para el fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían. Cuando inexplicablemente tarde se dio el toque de retirada, el campo de batalla hecho un fangal frente a Curupaytí quedó sembrado con 5.000 cadáveres argentinos y brasileños tendidos. Las bajas paraguayas fueron 92.
El emperador debió gestionar amistosamente que Mitre volviese a su país porque en las provincias del Oeste se habían levantado nuevamente las montoneras. Nunca se supo si la insinuación de la licencia fue nada más que por alejarlo de los campos de batalla. Porque efectivamente por los llanos de La Rioja se volvía a galopar como en los tiempos de Facundo o los más recientes del Chacho Peñaloza: Felipe Varela, el Quijote de los Andes, había enarbolado su proclama revolucionaria.
En la sangrienta batalla de Curupaytí el impacto de un casco de granada le destrozó la mano derecha a un ciudadano argentino alistado hacía unos meses como voluntario. Evacuado a Corrientes, la amenaza de la gangrena obligó a amputarle el brazo por encima del codo. Se trataba de un joven dibujante y cronista de 26 años, teniente segundo del ejército, que se llamaba Cándido López. Menos de un año después cumplió su promesa de enviarle al médico que le amputó el brazo un óleo suyo fruto de una prodigiosa reeducación de su mano izquierda. El sería, a través de sus cuadros, el documentalista histórico de la Guerra de la Triple Alianza.
También, en Curupaytí perdió la vida Dominguito, hijo adoptivo de Domingo F. Sarmiento.
Curupaytí
(autor: Cayetano Silva)
Saludemos la enseña sacrosanta
El ataque al frente terrestre de Curupaytí se iniciaría con un bombardeo de la escuadra de modo de inutilizar sus defensas y ahuyentar las fuerzas de la trinchera. Los aliados calculaban que esto se conseguiría en dos horas de fuego. Después seguiría el ataque de las fuerzas de tierra.
El ataque estaba previsto para la madrugada del día 17 de setiembre de 1866, pero se postergó por el mal tiempo reinante. Se realizó recién el día 22. A las 7 de la mañana de ese día, la escuadra brasileña se movió para tomar la colocación dispuesta por el almirante Tamandaré a fin de iniciar el bombardeo. Entre los navíos había cuatro nuevos acorazados a vapor. El fuego de la escuadra se prolongó hasta el mediodía sin resultados apreciables. Las cubiertas del terreno impedían a los artilleros efectuar correctamente sus tiros. El duelo de artillería duró cuatro horas. Los paraguayos contestaban al fuego de la escuadra logrando mantener a los buques alejados de las fortificaciones.
Más o menos al mediodía, el almirante Tamandaré suspendió el fuego contra la fortificación del frente terrestre y se concentró sobre el frente fluvial. Comenzó entonces el ataque terrestre cuya dirección estaba a cargo del general Mitre.
Las dos columnas centrales, encargadas del ataque principal sufrieron desde el primer momento un fuego intensísimo de la artillería paraguaya mientras su marcha se veía entorpecida por el terreno fangoso y las malezas. Lograron salvar los obstáculos mediante el uso de fajinas y escalas que llevaban para tal fin y se lanzaron al asalto de la trinchera principal, pero se encontraron con una laguna y una inabordable barrera de malezales que les hizo imposible continuar su avanzada. En esta marcha, sufrieron pérdidas enormes.
La tercera columna, al mando del coronel Rivas siguió avanzando a pesar de los obstáculos, pero su ataque fracasó y los pocos hombres que lograron penetrar en la posición fueron ultimados. La cuarta columna, al mando del coronel Martínez, también fue detenida al borde de la laguna y la línea de malezales.
El combate se sostenía tenazmente sin que los asaltantes lograran el menor éxito sobre las tropas paraguayas. Se acordó entonces hacer replegar simultáneamente todas las tropas comprometidas en el ataque. La retirada se efectuó en orden y a las 17hs el ejército aliado estaba de regreso en Curuzú. Una vez que se retiró el ejército, la armada hizo lo propio.
Los paraguayos salieron entonces de sus trincheras para recoger el botín abandonado por el asaltante, desnudar a los muertos y ultimar a los heridos graves.
El desastre táctico de Curupaytí reconoce como causa esencial el desconocimiento de la situación del enemigo en su posición y de las características principales del terreno, cuyas ya de por sí magníficas condiciones naturales, fueron aumentadas aún más por las lluvias y las excelentes obras defensivas que realizaron los paraguayos.
La orden de ataque se había demorado por una torrencial lluvia de varios días que dejó el terreno convertido en un pantano. Lo cierto es que cuando se lanzaron los 17.000 aliados a la carga a bayoneta sobre las fortificaciones, en avance franco y a pecho descubierto, los cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hicieron estragos. Los infantes chapoteando barro resultaron un blanco servido para el fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían. Cuando inexplicablemente tarde se dio el toque de retirada, el campo de batalla hecho un fangal frente a Curupaytí quedó sembrado con 5.000 cadáveres argentinos y brasileños tendidos. Las bajas paraguayas fueron 92.
El emperador debió gestionar amistosamente que Mitre volviese a su país porque en las provincias del Oeste se habían levantado nuevamente las montoneras. Nunca se supo si la insinuación de la licencia fue nada más que por alejarlo de los campos de batalla. Porque efectivamente por los llanos de La Rioja se volvía a galopar como en los tiempos de Facundo o los más recientes del Chacho Peñaloza: Felipe Varela, el Quijote de los Andes, había enarbolado su proclama revolucionaria.
En la sangrienta batalla de Curupaytí el impacto de un casco de granada le destrozó la mano derecha a un ciudadano argentino alistado hacía unos meses como voluntario. Evacuado a Corrientes, la amenaza de la gangrena obligó a amputarle el brazo por encima del codo. Se trataba de un joven dibujante y cronista de 26 años, teniente segundo del ejército, que se llamaba Cándido López. Menos de un año después cumplió su promesa de enviarle al médico que le amputó el brazo un óleo suyo fruto de una prodigiosa reeducación de su mano izquierda. El sería, a través de sus cuadros, el documentalista histórico de la Guerra de la Triple Alianza.
También, en Curupaytí perdió la vida Dominguito, hijo adoptivo de Domingo F. Sarmiento.
Curupaytí
(autor: Cayetano Silva)
Saludemos la enseña sacrosanta
Que en cien combates flameó triunfal
Cobijando los héroes inmortales
De Tuyutí, Bellaco y Humaitá.
Saludemos la enseña inmaculada
Saludemos la enseña inmaculada
Que heroica tremoló en Curupaytí,
Cuyos campos bañaron con su sangre
Rivas Díaz, Charlone y otros mil.
Saludemos la enseña victoriosa
Saludemos la enseña victoriosa
Que en Corrientes, Yatay y Boquerón
Nuevos lauros de gloria inmarcesible
Para el pueblo de Mayo conquistó.
Gloria eterna bandera azul y blanca
Gloria eterna bandera azul y blanca
Gloria eterna a los héroes que por ti
Inmolaron sus vidas en los campos
De Tuyutí, Humaitá y Curupaytí.
Fuentes: Agenda de Reflexión Nº 221, Año III, Buenos Aires, 22 de septiembre de 2004 / www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Agrupación Patricios Reservistas / Patricios de Vuelta de Obligado.
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
Fuentes: Agenda de Reflexión Nº 221, Año III, Buenos Aires, 22 de septiembre de 2004 / www. revisionistas.com.ar / Efemérides – Agrupación Patricios Reservistas / Patricios de Vuelta de Obligado.
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
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