El 27 de febrero de 1812, en la Batería Independencia de Rosario, a las seis y media de la tarde, Manuel Belgrano mandó a enarbolar por primera vez la bandera argentina; pero de inmediato el Triunvirato lo amonestó y le ordenó guardarla.
El cumpleaños de la mayor insignia patria conlleva por esto un sabor amargo: haber fijado el Día de la Bandera el 20 de junio, aniversario de la muerte de su creador, es un homenaje, pero también, una forma de evitar tan engorrosa historia.
Explicar que tras la creación de la enseña azul y blanca, la Argentina volvió a tener durante cuatro años la bandera roja realista, incomoda a más de uno.
El 13 de febrero de 1812, Belgrano le había pedido al Triunvirato una escarapela nacional que distinguiese a sus soldados de los españoles, porque la insignia que usaban era igual a la de las tropas enemigas.
El 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creó la escarapela nacional, gesto al que nueve días más tarde un entusiasmado Belgrano respondió con el enarbolamiento de la primera bandera.
El 27 de febrero le escribió al Triunvirato: “En este momento, que son las 6 y media de la tarde, se ha hecho la salva en la Batería de la Independencia (…) Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E.” Pero el Triunvirato no la aprobó: jaqueado por la situación política internacional, el 3 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó ocultarla; sin embargo, el general, en viaje al noroeste, no recibió a tiempo la orden y el 25 de mayo enarboló bandera en Jujuy, donde fue bendecida por primera vez.
En junio, el Triunvirato volvió a recriminarle: “La situación presente, como el orden y consecuencia de principios a que estamos ligados, exige (…) que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por esto, la demostración con que V.S. inflamó a las tropas de su mando enarbolando la bandera blanca y celeste, es a los ojos de este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos que justifican nuestras operaciones”.
Y agregaba: “ha dispuesto este gobierno que sujetando V.S. sus conceptos a las miras que reglan determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza y que hace el centro del Estado”.
Belgrano prometió guardarla hasta que un triunfo meritara volver a exponerla y la oportunidad se la dio la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812.
Entre tanto, en Buenos Aires, el fervor patrio se mantenía en pie: el 23 de agosto, en la Iglesia San Nicolás de Bari, al celebrarse un oficio para festejar el aplastamiento de la conjuración de Alzaga, la bandera flameó en las narices de uno de los triunviros, Miguel de Azcuénaga, que asistió a ese acto.
Lo mismo ocurrió al saberse del triunfo de Belgrano en Tucumán: “El 5 de octubre (1812), cuando en esta capital se difundió la noticia de la victoria de Tucumán, a la puesta del sol se arrió la bandera rojo y gualda del fuerte y en la misma asta se izó un gallardete celeste y blanco, que dominaba a la insignia amarilla y encarnada que quedaba debajo”, escribió en sus “Memorias curiosas” Juan Manuel Beruti.
No fue todo: al año siguiente, el 13 de febrero, el Ejército del Norte juró obediencia a la Asamblea del Año XIII en presencia de la bandera nacional, que sin embargo no fue reconocida como tal sino hasta el 20 de julio de 1816, cuando el Congreso de Tucumán le dio por ley ese carácter.
”Elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango de una Nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca”, sancionó.
Pero ya habían pasado cuatro años y apenas faltaban otros tantos para que, olvidado y pobre, muriera Belgrano, su creador. Tan olvidado, que sólo uno de los ocho periódicos de Buenos Aires informó de su deceso. Tan pobre, que tuvo por lápida el mármol del lavatorio familiar.
Fuentes: www. revisionistas.com.ar / Bertolini, Ana María – La azul y blanca cumple 195 años – Buenos Aires (2007)
Dibujo de Héctor Ruben Arenales Solís
El cumpleaños de la mayor insignia patria conlleva por esto un sabor amargo: haber fijado el Día de la Bandera el 20 de junio, aniversario de la muerte de su creador, es un homenaje, pero también, una forma de evitar tan engorrosa historia.
Explicar que tras la creación de la enseña azul y blanca, la Argentina volvió a tener durante cuatro años la bandera roja realista, incomoda a más de uno.
El 13 de febrero de 1812, Belgrano le había pedido al Triunvirato una escarapela nacional que distinguiese a sus soldados de los españoles, porque la insignia que usaban era igual a la de las tropas enemigas.
El 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creó la escarapela nacional, gesto al que nueve días más tarde un entusiasmado Belgrano respondió con el enarbolamiento de la primera bandera.
El 27 de febrero le escribió al Triunvirato: “En este momento, que son las 6 y media de la tarde, se ha hecho la salva en la Batería de la Independencia (…) Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E.” Pero el Triunvirato no la aprobó: jaqueado por la situación política internacional, el 3 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó ocultarla; sin embargo, el general, en viaje al noroeste, no recibió a tiempo la orden y el 25 de mayo enarboló bandera en Jujuy, donde fue bendecida por primera vez.
En junio, el Triunvirato volvió a recriminarle: “La situación presente, como el orden y consecuencia de principios a que estamos ligados, exige (…) que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por esto, la demostración con que V.S. inflamó a las tropas de su mando enarbolando la bandera blanca y celeste, es a los ojos de este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos que justifican nuestras operaciones”.
Y agregaba: “ha dispuesto este gobierno que sujetando V.S. sus conceptos a las miras que reglan determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza y que hace el centro del Estado”.
Belgrano prometió guardarla hasta que un triunfo meritara volver a exponerla y la oportunidad se la dio la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812.
Entre tanto, en Buenos Aires, el fervor patrio se mantenía en pie: el 23 de agosto, en la Iglesia San Nicolás de Bari, al celebrarse un oficio para festejar el aplastamiento de la conjuración de Alzaga, la bandera flameó en las narices de uno de los triunviros, Miguel de Azcuénaga, que asistió a ese acto.
Lo mismo ocurrió al saberse del triunfo de Belgrano en Tucumán: “El 5 de octubre (1812), cuando en esta capital se difundió la noticia de la victoria de Tucumán, a la puesta del sol se arrió la bandera rojo y gualda del fuerte y en la misma asta se izó un gallardete celeste y blanco, que dominaba a la insignia amarilla y encarnada que quedaba debajo”, escribió en sus “Memorias curiosas” Juan Manuel Beruti.
No fue todo: al año siguiente, el 13 de febrero, el Ejército del Norte juró obediencia a la Asamblea del Año XIII en presencia de la bandera nacional, que sin embargo no fue reconocida como tal sino hasta el 20 de julio de 1816, cuando el Congreso de Tucumán le dio por ley ese carácter.
”Elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango de una Nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca”, sancionó.
Pero ya habían pasado cuatro años y apenas faltaban otros tantos para que, olvidado y pobre, muriera Belgrano, su creador. Tan olvidado, que sólo uno de los ocho periódicos de Buenos Aires informó de su deceso. Tan pobre, que tuvo por lápida el mármol del lavatorio familiar.
Fuentes: www. revisionistas.com.ar / Bertolini, Ana María – La azul y blanca cumple 195 años – Buenos Aires (2007)
Dibujo de Héctor Ruben Arenales Solís
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