En la madrugada del 21 de mayo, la fragata HMS “Ardent” se
hallaba en la bahía de
San Carlos formando junto a la HMS “Broadsword”, el HMS
“Antrim”, el HMS
“Argonaut” y el HMS “Arrow”, un escudo defensivo tendiente a
“atajar” las oleadas de
aviones provenientes del continente. Junto a esa tarea, se
le había encomendado
cañonear las posiciones argentinas en Puerto Darwin y Prado
del Ganso evitando
posibles incursiones de los Pucará desde ese aeródromo.
A las 11.30 hora argentina (14.30Z) despegó desde la base
aérea de Río Gallegos la
escuadrilla “Mula” integrada por cuatro Skyhawk A4B del
Grupo 5 de Caza,
encabezada por su líder, el capitán Pablo Marcos Rafael
Carballo, con sus numerales, el
teniente Carlos Rinke, el primer teniente Carlos Cachón y su
escolta, el alférez
Leonardo Carmona, cerrando la formación.
Las aeronaves despegaron una tras otra, volando directamente
hacia el punto de
encuentro con uno de los dos Hércules KC-130 que la FAS
mantenía en operaciones
entre las islas y el continente.
Los aviones se aproximaron pausadamente y de ese modo, uno a
uno se fueron
enganchando a la manguera, primero el jefe de la sección,
después su primer numeral y
enseguida el primer teniente Cachón. Fallas técnicas
impidieron a este último cargar
combustible por lo que después de informar a su líder y
comunicarse con la torre de
control, hizo un amplio viraje y regresó a la base.
Los pilotos restantes se dirigieron hacia el objetivo
volando en un día realmente
espectacular, con un cielo cubierto en un 50% y una
visibilidad excelente. El capitán
Carballo pensó para sí que aquella era la jornada ideal para
efectuar un vuelo en tiempos
de paz ya que según lo que relata en Dios y los Halcones,
todo era azul, cielo y mar, un
cielo y un mar tan inmensos que de caer al agua, nadie
podría encontrarlos.
Los jets entraron a vuelo rasante por la Bahía San Julián,
al oeste de la Gran Malvina,
sobrevolando tierra hasta el monte María, al que encontraron
cubierto de nubes. Al
llegar a ese punto, se desviaron un tanto a la derecha y
tomando a los montes Hornby
como referencia, siguieron avanzando a una velocidad que
oscilaba entre los 900 y los
950 km/h, buscando al enemigo.
Fue entonces que el teniente Rinke comenzó a experimentar
problemas en su tanque
suplementario ubicado debajo de las alas, que de manera
repentina dejó de enviar
combustible al principal. En vista de ello, el capitán
Carballo le ordenó regresar pero
aquel se negó aduciendo que podía continuar.
El líder se tuvo que ponerse firme para que Rinke
obedeciera. De mala gana, el bravo
numeral viró hacia el oeste y a la misma velocidad se alejó
hacia Río Gallegos en tanto
la escuadrilla, reducida al capitán Carballo y el alférez
Carmona alcanzaba la ladera
oeste de las alturas Hornby y en sentido contrario,
pegándose lo más posible al mar.
En esos momentos, la fragata “Ardent”, se desplazaba hacia
el norte cumpliendo la
directiva de contener los ataques que pudiesen llegar desde
el sur.
Mientras tanto, dejando atrás los montes Hornby, Carballo y
Carmona divisaron una
bahía que se extendía al otro lado del estrecho y dentro de
ella lo que les parecía ser una
fragata clase 21.
Lanzando el grito de guerra de la Fuerza Aérea Argentina
(¡Viva la Patria!), los dos
pilotos se lanzaron sobre su presa listos para atacar. Pero
hubo algo que llamó
poderosamente la atención del guía: la nave no le disparaba
y recordando el incidente
del 1 de mayo cuando bombardeó y ametralló por error al
transporte “Formosa”, se
abstuvo de disparar temiendo que fuera propia Alberto N.
Manfredi (h)
Intentando prevenir a Carmona, estableció contacto de radio
con él para manifestarle su
temor pero su reacción fue tardía ya que para entonces, el
joven numeral había lanzado
sus bombas. Fue un breve momento de incertidumbre para los
aviadores, incertidumbre
que desapareció al instante cuando al virar hacia la
izquierda comprobaron aliviados que
se trataba de un buque enemigo.
Como el alférez Carmona se había quedado sin bombas,
Carballo le ordenó retirarse en
tanto él seguía solo hacia el norte, en busca de un nuevo
blanco.
Volando rasante, con las aguas discurriendo a gran velocidad
debajo de su avión, el
líder de la formación sintió una extraña sensación de
confianza y una euforia especial
que atribuyó al hecho de volar en la Gracia de Dios.
De repente, al ingresar en la Bahía Ruiz Puente apareció
ante él una fragata que sin
ninguna duda era enemiga. Se trataba del HMS “Ardent” que
por la primera impresión
que tuvo, no le pareció tan grande como se había imaginado a
las clase 21.
Poniendo sus motores a plena potencia, Carballo se lanzó al
ataque al tiempo que la
embarcación abría fuego sobre él.
El argentino vio que el agua parecía hervir a causa de las
esquirlas y que algo muy veloz
pasaba a 50 metros de su ala derecha (sin ninguna duda un
misil), mientras una suerte
de túnel formado por los disparos y proyectiles le tiraban,
tomaba cuerpo delante.
De esa manera, siguió avanzando entre las columnas de agua
que levantaban las
municiones, disparando a su vez con sus cañones de 30 mm con
los que perforó el casco
de la nave. Al cabo de dos minutos que le parecieron
interminables, se elevó y lanzó sus
bombas.
Una cosa que le llamó poderosamente la atención fue el
sonido de una extraña
respiración que le llegó a través de sus auriculares; algo
así como los estertores de
alguien que agonizaba. El alférez Carmona, que en esos
momentos regresaba al
continente, también los sintió y así lo manifestó después de
la misión. Tardaría mucho
en darse cuenta pero al fin comprendió que se trataba del
retumbar de su propia
respiración.
Carballo tuvo la sensación de que se iba a estrellar contra
las antenas de la nave pero un
movimiento instintivo de su palanca y la pérdida de peso que
el avión experimentó al
lanzar las cargas explosivas, lo hicieron tomar altura y
pasar por encima de ellas, a muy
pocos centímetros de la más elevada. Casi enseguida recuperó
la calma y virando
suavemente hacia la izquierda se pegó al mar mientras daba
plena aceleración a sus
turbinas. Entonces notó que una columna de humo se elevaba
desde la proa de la
fragata, distante a tres kilómetros a su izquierda y que el
buque no le disparaba.
El bravo piloto jamás encontraría explicación a eso y una
vez más atribuyó su suerte a la
divina protección de Nuestro Señor Jesucristo cuya imagen
llevaba en una pequeña
estampa en el interior de su cabina.
Tras un retorno sin sobresaltos, Carballo aterrizo en Río
Gallegos y al descender de su
avión, tuvo la grata sorpresa de que en el aeropuerto lo
estaba esperando el brigadier
Basilio Lami Dozo quien había estado siguiendo desde la base
las incidencias de la
misión, acompañado por altos oficiales de la fuerza.
Lami Dozo ya había hablado con el alférez Carmona (una
fotografía suya estrechando la
mano del joven aviador, rodeados por otros jefes de la
Fuerza Aérea, fue publicada en el
libro La campaña de las Malvinas de los españoles Bendala,
Martín y Pérez Seoane) y
se había impuesto de los planes de batalla que se habían
programado para todo ese día.
Junto al alto oficial, integrante de la Junta Militar,
Carballo y sus superiores se
encaminaron al interior del edificio donde los pilotos
tenían su sala y allí lo puso al
tanto de los pormenores de su incursión. Malvinas. Guerra en
el Atlántico Sur
Lami Dozo les habló a todos sus pilotos felicitándolos por
su profesionalismo e
incitándolos a seguir adelante, con los dientes apretados,
porque la lucha continuaba y
todavía quedaba un largo camino por recorrer.
El HMS “Ardent” había recibido impactos de cañones de 30 mm
y la bomba de
Carballo que si bien no llegó a explotar, causó importantes
averías y un incendio de
magnitud que los británicos pudieron controlar al cabo de
varias horas de trabajo.
Pero aquello no había sido todo.
A las 10.15 hs (13.15Z) seis Skyhawk A4Q navales despegaron
desde Río Grande
conformando una escuadrilla de dos secciones que debían
atacar a los buques de
transporte que navegaban frente a Puerto Zorro (Bahía Fox).
Integraban la primera el capitán Rodolfo Castro Fox (jefe de
la escuadrilla), el teniente
de fragata Daniel Olmedo y el teniente de navío Marcos A.
Benítez y en tanto la
segunda, iba conformada por el capitán de corbeta Carlos
Zubizarreta, el teniente de
corbeta Félix Médici y el teniente de navío Carlos Oliveira.
Mientras volaban hacia sus blancos, sin haber hecho
reabastecimiento en vuelo debido a
la urgencia de prestar apoyo aéreo, se les ordenó cambiar de
ruta y dirigirse hacia el
norte del estrecho donde, en esos momentos, penetraban dos
barcos.
En cumplimiento de esa directiva los pilotos se encaminaron
hacia el nuevo objetivo y
cuando se hallaban a mitad de recorrido, recibieron una
nueva comunicación que les
informaba que los buques que en esos momentos ingresaban en
San Carlos eran doce y
no dos. Escasos de combustible, los A4Q abortaron la misión
y regresaron a la base a
efectos de planificar una nueva incursión y proveerse del
armamento adecuado.
Mientras tanto, aguardando en pista se encontraban el
capitán de corbeta Alberto J.
Philippi, el teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez y
el teniente de navío José
César Arca esperando la orden para decolar, el primero en el
avión matrícula 3-A-518,
el segundo en el 3-A-519 y el tercero en el 3-A-294.
Recibida la directiva desde la torre, los aviadores navales
dieron máxima potencia a sus
turbinas e iniciaron el carreteo con una diferencia de un
minuto entre uno y otro. Bajo
una persistente y fría llovizna, los cazas navales se
elevaron uno después de otro
llevando cuatro bombas con cola de retardo cada uno además
190 cargas de proyectiles
de 20 mm en sus cañones.
Volando a 30.000 pies de altura y a 900 km/h pusieron proa
hacia los objetivos seguidos
a escasos seis minutos por los tenientes de navío Benito
Italo Rotolo como sublíder en
el avión matrícula 3-A-306, Roberto Gerardo Sylvester en el
3-A-301 y Carlos Alberto
Lecour en el 3-A-305, con la misión de prestar apoyo al
capitán Philippi.
A poco de adentrarse en el mar, desde la torre de control de
Río Grande se le comunicó
al líder que un PAC de por lo menos cuatro Sea Harrier
protegía a las unidades de
superficie y que en caso de no hallar el blanco debían
dirigirse a San Carlos para atacar
a los barcos allí apostados.
Con la Gran Malvina a la vista, Philippi ordenó iniciar el
descenso, efectuando para ello
un balanceo con sus alas dado que estaba terminantemente
prohibido romper el silencio
de radio. De ese modo, al iniciar la maniobra, los pilotos
conectaron sus masters de
armamento y aceleraron.
Debido al fuerte viento de cola los Skyhawk llegaban con
cinco minutos de anticipación
a la zona. Eso no solamente los catapultó hacia delante con
mas velocidad sino que los
ayudo a ahorrar combustible, algo que el 1 de mayo esperaron
en vano cuando se
programó el ataque a la Task Force desde el “25 de Mayo”.
Durante su corrida de aproximación, Philippi, en condiciones
climáticas desfavorables,
con lluvias, chubascos y un techo de nubes bajo, descendió
todavía más, hasta tocar casi
las aguas, maniobra que imitaron sus numerales
inmediatamente. En esas condiciones Alberto N. Manfredi (h) alcanzaron la Isla
de los Pájaros, al sudeste de la Gran Malvina, pegándose a la costa a 50 pies
de altura con una visibilidad que no alcanzaba los 1000 metros.
El mencionado promontorio emergía de las negras aguas del
mar como una mole rocosa
de impresionantes dimensiones en cuya base rompían con
fuerza las olas.
Mientras volaban atentos para no chocar contra los
accidentes geográficos, con el agua
del mar salpicaba sus parabrisas, Philippi pensó si era
acertado seguir adelante o si en
realidad, convenía regresar. De haber optado por la primera
opción, hubiera sido una
decisión totalmente justificada dadas las difíciles
condiciones que imperaban en esos
momentos. Además, las fragatas contaban con un sistema de
misiles Sea Wolf que
disparaban automáticamente cuando el radar captaba sus
blancos a 5 millas de distancia.
Sin embargo, decidió seguir, confiando en la Providencia.
A bordo de las naves sabían que los pilotos atacantes
carecían de detector de
contramedidas electrónicas y que su visibilidad era de
apenas 4 millas, es decir, una
menos que la de los misiles y que eso los hacía presas
extremadamente fáciles de aquel
mecanismo. Sin embargo, los Skyhawk siguieron avanzando,
girando hacia la izquierda,
casi a ciegas buscando el rumbo 070º para cruzar hacia el
estrecho de San Carlos y
atravesarlo en solo cuatro minutos.
Para ese entonces la fragata “Ardent” se había ubicado en la
ensenada de Grantham
Sound y cañoneaba desde allí Puerto Darwin y Prado del Ganso
en un intento por
neutralizar a los Pucará que operaban desde allí y de paso,
apoyar el ataque de
distracción que los SAS efectuaban a 18 kilómetros del
lugar.
En su avance, el capitán Philippi rompió inconcientemente el
silencio de radio cuando
se dijo a sí mismo en voz alta: “que largo es esto”. Nadie
le respondió pues, en esos
momentos, reinaban la tensión y la ansiedad.
Cuando los argentinos llegaron al punto calculado, no
encontraron nada, razón por la
cual, se dirigieron al blanco alternativo sobrevolando la
costa oeste de la Isla Soledad en
dirección norte.
Giraron a la izquierda, pusieron rumbo 025º y poco después
comenzaron a recorrer las
playas, siempre a 50 pies de altura y 450 nudos de
velocidad. Fue ahí cuando notaron
que el clima comenzaba a mejorar.
La escuadrilla repasó Puerto Finlay y casi enseguida ubicó
un buque muy cerca de
Puerto Rey (Bahía King) al que Philippi señaló a sus escoltas
moviendo las alas. Sin
embargo, casi al mismo tiempo, se dio cuenta que se trataban
del averiado “Río
Carcarañá” y desistió de atacar.
Cinco millas antes de alcanzar Bahía Ruiz Puente los
aviadores navales vieron un barco
que se movía detrás del promontorio rocoso conocido como
Isla del Noroeste, sobre el
extremo norte de la misma, muy cerca de Punta Federal y
decidieron que ese sería su
blanco. Fue el teniente Arca quien rompió el silencio para
dar el alerta a sus
compañeros.
-¡Vamos a atacar! – ordenó el capitán Philippi mientras la
formación entraba en la
corrida de tiro.
Después de conectar los masters de armamentos, los
argentinos atravesaron la bahía y
embistieron de babor a estribor.
Al verlos venir, la fragata aceleró tanto sus motores que
Philippi necesitó hacer una
brusca maniobra hacia la izquierda para arrojarle sus
bombas, haciendo perder su radio
de giro al teniente Arca.
Con el teniente Márquez a su izquierda, el capitán Philippi
accionó sus cañones pero
estos se negaron a disparar. Lanzando una maldición siguió
avanzando y cuando estuvo Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
a distancia de tiro, arrojó sus bombas mientras desde la
fragata le disparaban frenéticamente.
El capitán Alan West se encontraba en el puente de mando,
hablando con la sala de
máquinas, cuando vio venir a los jets. A los gritos ordenó a
todos buscar cobertura e
inmediatamente después se arrojó al suelo mientras una
impresionante explosión hacía
estremecer la nave.
En el comedor se encontraba el suboficial Ken Entiakajab,
jefe del equipo de control de
daños y responsable de los sistemas de refrigeración, aire
acondicionado y maquinarias
domésticas, quien a poco de producirse el estallido, se
incorporó y echó a correr hacia el
lugar del impacto, seguido por algunos de sus hombres. El
característico olor acre y el
humo denso comenzaban a inundar los pasillos interiores del
“Ardent” en tanto
numerosas vías de agua empezaban a inundar las cámaras
próximas a las cubiertas
superiores. Había rajaduras en los techos de las recámaras
contiguas al lugar de la
explosión y daños de distinta consideración por todas
partes.
Rápidamente ordenó a su equipo preparar las bombas para
extraer el agua y trabajando
duro con su gente logró aislar los sistemas en torno al área
siniestrada, disminuyendo
con ello el ingreso del líquido. Se efectuó entonces una
evaluación de los daños y se
comprobó que todos los tableros estaban destruidos, cortados
a la mitad con sus cables
colgando y que existía peligro de que alguien se
electrocutase. En ese sentido, se
tomaron los recaudos necesarios para que ello no ocurriera
alejándose a la gente del
lugar.
Pese a que los motores todavía funcionaban, poco a poco, muy
lentamente, la nave
comenzó a escorarse.
Después de lanzar sus bombas, el capitán Philippi saltó por
encima del buque e inició la
retirada mientras se las ingeniaba para evitar el
contraataque enemigo.
Se hallaba inmerso en esa maniobra cuando le llegó nítida la
voz del teniente Arca:
“¡¡Bravo señor, una en la popa!!
El teniente Arca tenía esperanzas de que las bombas de
Philippi erraran el blanco para
no recibir el impacto de sus esquirlas, pero no fue así, la
cuarta dio de lleno en la parte
posterior de la nave y produjo una explosión tremenda. No le
quedó más remedio que
lanzar las suyas mientras atravesaba la columna de fuego que
había desencadenado su
líder.
Detrás suyo llegó el teniente Márquez arrojando también sus
cargas explosivas y luego
los tres, al mismo tiempo, iniciaron el escape lo más pegado
posible al agua, Philippi
adelante, Arca mil metros detrás y Márquez a otros mil
quinientos, cerrando la
formación.
En plena maniobra de escape, 15 segundos después de
efectuado el ataque, la sección
fue detectada por un PAC de Sea Harrier que patrullaban el
sector y que orientados
posiblemente por la “Brilliant”, se lanzaron tras ella.
El teniente Márquez fue quien dio el alerta por radio,
informando que los aviones
enemigos se les venían encima por la izquierda.
-¡¡Harrier!! ¡¡Harrier enemigos a la izquierda!! – gritó.
Se trataba de los tenientes John Leeming y Clive Morell del
Escuadrón 800 embarcado
en el “Hermes”, quienes advertidos sobre las explosiones en
el “ArdenT y observando
las evoluciones que efectuaban los cazas argentinos,
iniciaron su persecución.
Al verlos aproximarse, el capitán Philippi ordenó desprender
los tanques de las cargas
exteriores de combustible e iniciar la retirada hacia el sur
del estrecho. Alberto N. Manfredi (h)
Morell disparó una ráfaga con sus cañones y alcanzó al
teniente Márquez cuyo avión
estalló y se desintegró en el aire. Leeming, a su vez, lanzó
un Sidewinder que comenzó
a seguir de manera implacable al capitán Philippi cuando
aquel pronunciaba un cerrado
giro. El misil pegó en la parte trasera de la aeronave pero
no la derribó.
Philippi sintió la explosión y casi enseguida una fuerte
sacudida. Cuando el avión
comenzaba a encabritarse con la nariz hacia arriba y girando
hacia la derecha, notó que
la palanca de mandos no le respondía. Instintivamente giró
su cabeza a su diestra y vio
que un Sea Harrier se le acercaba para rematarlo, demasiado
cerca, según su parecer.
No lo dudó más. Informó a su división por radio que había
sido alcanzado, que estaba
cayendo, y que se encontraba bien, accionó la palanca de su
asiento y se eyectó
perdiendo el conocimiento instantáneamente debido a la gran
velocidad que llevaba el
avión.
El combate, sin embargo, no había terminado.
Persiguiendo al teniente Arca, Morell disparó uno de sus
misiles pero el mismo se negó
a salir. Al ver eso, oprimió el obturador y lo alcanzó en
pleno con sus cañones, sin
lograr abatirlo. El argentino sintió los impactos pero
comprobó aliviado que el aparato
le respondía por lo que, accionando su palanca, tomó altura
e intentó evadirse
realizando un nuevo giro. Pero el teniente Leeming estaba
allí y lo acribilló con sus
cañones.
Arca vio que las luces de alarma de su tablero se encendían
al mismo tiempo y eso era
señal de que estaba en grave peligro. Sin embargo, giró
nuevamente hacia la izquierda
comprobando aliviado que los Sea Harrier se retiraban,
apremiados por la falta de
combustible y eso le dio cierta esperanza de sobrevivir.
Sabía que en las condiciones en
que se encontraba su avión no podría alcanzar el continente
y por esa razón se dirigió a
Puerto Argentino con la intención de aterrizar allí.
Con solamente 1100 litros, redujo la velocidad a 200 nudos e
intentó comunicarse con
la torre de control para notificar que avanzaba hacia en esa
dirección mientras se alejaba
lo más posible de Prado del Ganso para no ser derribado por
las antiaéreas propias.
Una rápida ojeada a la parte visible de su aparato le
permitió observar seis orificios de
cañón en su ala izquierda y cuatro en la derecha.
En Puerto Argentino no pudieron captarlo aunque sí lo hizo
un helicóptero del Ejército
que le hizo de puente. Gracias a ello, desde la torre se le
informó que podía aproximarse
tranquilo ya que las baterías de tierra habían sido
advertidas de su presencia pero como
a través de la radio se escuchaban voces en inglés, decidió
suspender las
comunicaciones y guiarse por la carta de navegación que
tenía sobre sus rodillas.
Así fue pudo identificar primero a Fitz Roy, próximo a Bahía
Agradable y después
Puerto Argentino, hacia donde se dirigía.
Volando sobre Bahía Agradable volvió a establecer
comunicación con la torre de
control y así fue como sus interlocutores le informaron que
lo tenían identificado en
pantalla y que debía eyectarse.
Arca se negó a abandonar su avión ya que tenía la esperanza
de preservarlo. Sin
embargo, mientras se aproximaba, volvieron a insistirle que
abandonase la aeronave,
pero él, una vez más, volvió rechazar la orden.
Fue en ese momento que un nuevo PAC de Sea Harrier apareció
de la nada disparándole
con sus cañones, aunque sin alcanzarlo.
Los ingleses se retiraron y Arca siguió vuelo comunicándole
al mayor Alberto
Iannariello, a cargo de la torre de control, que se disponía
a aterrizar. El oficial de la
Fuerza Aérea le ordenó que bajara el tren de aterrizaje y
cuando lo tuvo a la vista, le
ordenó con energía que se eyectase porque la rueda izquierda
del avión se había
trabado. Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
El teniente Arca no tuvo más remedio que obedecer. Después
de quitarse la máscara de
oxígeno que pendía de un costado de su casco, desaceleró
hasta los 170 nudos, ascendió
hasta los 2500 pies, accionó el mando superior de su asiento
y tras una explosión
violenta salió despedido de su cabina como si se tratase de
un bólido.
Lo primero que sintió fue que daba vueltas en el aire y que,
pasados unos segundos, su
paracaídas se abrió. Para su sorpresa y la de quienes
observaban desde tierra, el avión
continuó volando solo, dando vueltas en círculo como si se
tratase de un potro salvaje
en los cielos.
Mientras descendía, Arca vio que el A4Q, realizando un suave
giro en espiral
descendente, se le venía encima y que se lo iba a llevar por
delante. Maldiciendo su
suerte se encomendó a Dios y cerró instintivamente los ojos
rogando un milagro. Y ese
milagro ocurrió.
Cuando la aeronave se hallaba a escasos metros suyo, giró
repentinamente y se alejó,
como guiado por una mano invisible. Arca respiró aliviado y
agradeció al
Todopoderoso su intervención divina pero casi enseguida notó
que el caza, después de
un pronunciado giro, volvía a cargar hacia él, apuntándole
directamente con su nariz.
Fue necesario que las baterías de tierra abrieran fuego y lo
derribasen para acabar con su
alocada carrera. Sus restos, envueltos en llamas, se
precipitaron al mar.
Comenzaba de ese modo, la segunda parte de la odisea.
Arca cayó en las heladas aguas de Puerto Argentino, a 400
metros de la costa, cerca del
aeropuerto. Lo primero que hizo fue inflar su bote
salvavidas pero este no solo no le
respondió, sino que lo dejó en una posición sumamente
incómoda.
Después de quitarse los guantes para maniobrar mejor,
procedió a inflar su chaleco
salvavidas y esta vez sí tuvo éxito, siendo eso lo que lo
mantuvo a flote. El traje
antiexposición le permitiría sobrevivir unos cuantos minutos
en el mar y eso le daría
tiempo al helicóptero Bell UH-1H matrícula AE-424 del
Ejército Argentino, llegar al
lugar.
El aparato, piloteado por el capitán Jorge Rodolfo Svendsen
y el sargento primero
Miguel Ángel Santana, tardo poco tiempo en llegar. Lo
primero que hicieron sus
tripulantes verificar el estado del aviador y para su
alivio, pudieron comprobar que
estaba vivo.
La aeronave, que carecía de los elementos adecuados para un
rescate de ese tipo, se
mantuvo en vuelo estático cerca de veinte minutos,
maniobrando permanentemente para
sacar a Arca del agua. Al piloto le resultaba prácticamente
imposible moverse porque el
salvavidas se lo impedía.
Toda tentativa parecía inútil. Svendsen hizo prodigios para
acercar los esquís al agua
pero Arca, extenuado, no podía asirse a ellos, incluso el
viento que producía el rotor lo
empujaba con fuerza hacia abajo.
En un momento dado, intentó empujarlo hacia la costa con el
aire de la hélice pero la
playa se hallaba distante y el piloto naval tendía a
hundirse o alejarse en sentido
contrario. En vista de ello, Arca les hizo señas a los
pilotos para que se alejasen y estos
así lo hicieron, retirándose a unos 30 metros de distancia.
Eso le permitió quitarse el
chaleco salvavidas y obtener de ese modo mayor movilidad.
Cuando Svendsen se acercó, Arca intentó nuevamente alcanzar
el helicóptero pero no
logró.
Fue entonces que el cabo primero Martín Héctor San Miguel,
sacando su cuerpo fuera
del fuselaje, se paró sobre el patín derecho y mientras la
aeronave se mantenía en vuelo
estático a escasos cuatro metros de la superficie, arrojó
una soga para que Arca se
tomase de ella. Alberto N. Manfredi (h)
La gente desde la costa se hallaba fuera de sí, presa de
viva excitación, sobre todo
cuando la soga con la que era izado el aviador, se cortó.
Lanzando gritos intentaban
darle ánimo y intentaban advertirle que se estaba
aproximando a una zona minada, pero
aquel no los oía.
El aviador naval no podía más; estaba extenuado, tenía las
manos congeladas y la falta
de fuerzas le estaba haciendo tragar mucha agua. Entonces
Svendsen, con gran
habilidad, metió el patín derecho en el mar y eso le
permitió a San Miguel tomar al
piloto de los pelos y subirlo hacia él. Arca se tomó con
fuerza del esquí y con San
Miguel sujetándolo del brazo con firmeza, el helicóptero
remontó vuelo.
Con Arca colgado, Svendsen le ordenó al cabo San Miguel que
impidiese por todos los
medios que el aviador naval perdiese el conocimiento. El
bravo suboficial hizo todo lo
que estuvo a su alcance para que Arca estuviese despierto:
le frotaba las manos, le
masajeaba los brazos y le daba sopapos en el rostro y la
cabeza para impedir que se
durmiera.
-¡¿Usted como se llama?! –le preguntaba mientras le deba un
bofetón.
- José César Arca –respondía el aviador.
-¡¿Qué grado tiene?! – volvía a preguntar el suboficial
mientras le daba un nuevo
sopapo.
- Teniente de navío
Y así durante todo el trayecto, a muy baja altura, hasta
alcanzar la costa, donde
prácticamente entumecido, el aviador fue depositado en la
playa donde lo esperaban los
integrantes de diferentes equipos de curación quienes lo
cargaron, lo subieron a una
ambulancia y lo condujeron hasta el hospital de Puerto
Argentino para practicarle las
primeras curaciones. Fue necesario enyesaron la mano derecha
porque se la había
fracturado.
José César Arca, casado y padre de tres hijos, permaneció
internado ocho días hasta que
el 29 de mayo fue evacuado hacia el continente a bordo de un
Hércules C-130 de la
Fuerza Aérea Argentina, junto a otros pilotos derribados.
Mientras tanto, en San Carlos, la fragata “Ardent” era un
verdadero infierno. Había
recibido en la popa, el impacto de cuatro bombas de 230
kilogramos (500 libras cada
una) dos de Philippi, una de Arca y otra de Márquez, las que
al estallar con inusitada
violencia, desataron incendios imposibles de controlar.
Cuando el capitán Alan West llegó al sector y comprobó los
daños, no tuvo la menor
duda de que su barco había quedado fuera de combate con su
sistema de misiles
inutilizado y el humo invadiéndolo todo. Aún así, todavía
tenía esperanzas de poder
salvarlo.
En otro sector, el oficial Entickajab se desmayó a causa de
las heridas que había
recibido en su cabeza, por lo que debió ser evacuado. Cuando
volvió en sí, comprobó
aterrado que tenía un trozo de fórmica incrustado en el
cráneo. Mientras intentaba
quitárselo, escuchaba los gritos de los tripulantes y sentía
el aire completamente
enrarecido. Al intentar pararse, comprobó que le era
imposible hacerlo, lo mismo
cuando quiso ponerse en cuatro patas con la idea de alejarse
del lugar gateando. Fue
entonces que empezó a rezar, seguro como estaba, de que iba
a morir.
Afortunadamente para él, alguien lo levantó y comenzó a
arrastrarlo por entre los
escombros y poco después, una ráfaga de aire puro invadió
sus pulmones y le devolvió Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur parte de su
vitalidad; estaba en cubierta, al aire libre, donde el marinero Dillon le colocó
un chaleco salvavidas. Cerca de allí el apuntador de misiles Sea Cat se hallaba
cubierto de sangre, después de haber volado por el aire.
Varios marineros se arrojaron al agua y comenzaron a nadar.
Un barco pasaba cerca y
un helicóptero Wessex se aproximaba trayendo a bordo al
abnegado cirujano mayor
Rick Jolly, quien ordenó evacuar a los heridos hacia el
“Canberra”.
Entickajab quedó internado allí, donde tras amputarle dos
dedos de su mano derecha,
debió ser atendido de sus graves heridas en la cabeza y la
espalda.
Después de recibir la novedad de que también el cañón de 110
mm estaba fuera de
servicio, el capitán West intentó llevar su nave hacia un
lugar seguro. Sin embargo, a
esa altura, el “Ardent” era un verdadero caos. Aún así,
cinco hombres de su dotación, al
mando del teniente de navío John Sephton se apostaron en las
ametralladoras montadas
sobre los afustes y allí se encontraban cuando los
sorprendió el tercer ataque.
La sección del teniente Benito Italo Rotolo llegó a la bahía
seis minutos después que la
de su líder, el capitán Philippi. Cuando iniciaba el
descenso en busca de los objetivos,
escucharon por radio las vicisitudes del combate en el que
los Sea Harriers se abatían
sobre sus compañeros. Eso les dio fuerzas y los impulsó a
aumentar la velocidad.
-¡A babor! - gritó el teniente Rotolo a través de la radio
al ver un buque en la ensenada.
Los aviadores se pegaron al agua y mientras entraban en la
corrida de tiro, comenzaron
a zigzaguear con violencia para esquivar los provenientes de
las naves apostadas junto a
los morros cercanos; incluso un misil pasó muy cerca de
ellos.
A 60 metros de la fragata, el teniente Rotolo tomó altura,
niveló su avión y apuntó
mientras el mar se llenaba de piques.
El teniente Lecour vio su lanzamiento horquillando el blanco
sin provocar daños pero
levantando enormes columnas de agua que sacudieron al buque.
El arrojó las suyas y
detrás hizo lo propio el teniente Sylvester iniciando, los
tres, maniobras de escape sin
perder de vista a su líder dado que era el único que llevaba
el equipo de navegación
VLF y solo disponían de eso para orientarse.
-¡Rompo por derecha y me voy por el morro del costado! –
comunicó Rotolo a través de
la radio.
El silencio angustiante que siguió a continuación le hizo
temer lo peor. Sin embargo,
para su alivio, segundos después aparecieron a sus numerales
a ambos lados, primero
Lecour y luego Sylvester, iniciando los tres el regreso a
Río Grande.
Una de las bombas del teniente Lecour pegó muy cerca del
orificio producido por la
bomba del capitán Carballo, penetrando en profundidad y
estallando debajo de los
depósitos de combustible.
La embestida fue demoledora y terminó por sellar la suerte de
la embarcación. Sephton
murió en el acto, alcanzado por las ráfagas de los jets y
los estallidos desencadenaron
nuevos y feroces incendios que se expandieron a gran
velocidad.
Veintidós hombres murieron a bordo del “Ardent” y un número
similar resultó con
lesiones graves. Helicópteros Sea King y Wessex se acercaron
a la nave una vez pasado
el peligro y comenzaron a trasladar a los heridos a otras
embarcaciones.
La mayoría de ellos presentaban espantosas quemaduras en
tanto otros marineros eran
extraídos del interior por sus compañeros, semiasfixiados o
completamente Alberto N. Manfredi (h) inconcientes. El resto de la tripulación
se hallaba extremadamente shockeada por la intensidad y violencia de los
ataques.
La nave era pasto de las llamas cuando su comandante, con
lágrimas en los ojos,
impartió la orden de abandono. Muchos de sus oficiales y
varios marineros también
lloraban; el típico llanto de pena e impotencia de los
hombres de verdad cuando después
de darlo todo, se enfrentan a algo inevitable. El capitán
diría después del conflicto que
desde el principio de la crisis supo que iba a haber guerra
“…porque los argentinos no
se iban a retirar ya que esa no era la actitud de su
pueblo”( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro).
La fragata HMS “Yarmouth” se aproximó a la “Ardent” y se
situó a su lado para recibir
a los sobrevivientes en tanto helicópteros Wasp se sumaban a
la tarea de trasladar a los
heridos hasta el “Canberra”.
El HMS “Ardent” (F184), fragata de la clase 21, de 2750
toneladas de desplazamiento,
384 pies de eslora y 30 nudos de velocidad, dotada de un
helicóptero Westland Lynx
HAS Mk-2 con torpedos antisubmarinos, misiles Sea Cat,
cañones de 4,5 pulgadas y
una pieza de 110 mm, ardió toda la noche y a la mañana
siguiente se hundió a la altura
de un promontorio conocido como Punta Naufragio. Había sido
construida por la
Yarrow Shipbuilders de Glasgow, Escocia y puesta en servicio
el 14 de octubre de 1977
en la base naval de Devonport, con su sistema lanzatorpedos
de última generación, que
sería destruido durante uno de los ataques.
Se percibe una dosis de resentimiento en las palabras del
capitán West cuando le dijo a
los periodistas Michael Milton y Meter Kosminsky, autores de
Hablando Claro, que en
absoluto lo había sorprendido la decisión y profesionalidad
de los aviadores argentinos,
lo mismo al minimizar la pérdida de su buque diciendo que
“…ellos cayeron en la
trampa tendida de ex profeso al atacar a los buques de
guerra”( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro)
. En contraposición, el corresponsal de la BBC a bordo de la
Royal Navy, Brian Hanraham, tuvo expresiones mucho más gallardas al afirmar:
“Los pilotos argentinos se comportaron como
verdaderos kamikazes”. Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur. Alberto N.
Manfredi (h) Páginas 355 a 365.
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