La experiencia y
conocimiento de ciertos ambientes geográficos de nuestro vasto territorio
testimonian su idoneidad y le confieren al soldado baqueano la aptitud para
servir de guía a nuestras tropas. Es única e insustituible para las de montaña
y también para las del monte, nacidos del Proyecto de Integración Guaraní.
Hace 60 años, el 18 de agosto de 1953, en Laguna del
Diamante, en el Departamento de San Carlos, distrito Pareditas, a 220km. de la
ciudad de Mendoza, se produjo una tragedia militar por la que en 1966, sería
instituido el Día del Baqueano bajo la protección de su patrono, San Francisco
Solano. Los hechos se sucedieron cuando horas antes del luctuoso hecho, una
comisión militar de 35 soldados del Ejército y algunos gendarmes, inició el reconocimiento
de hitos limítrofes con ascensiones a las montañas circundantes. Pese a las
advertencias de que el calor reinante presagiaba un temporal, el oficial al
mando hizo continuar la marcha. Como se preveía, la tormenta de nieve y viento
se desató y encontró a la comisión separada en tres patrullas. En el intento
por replegarse en peligrosas condiciones, murieron 21 soldados y 2 gendarmes
por el frío y el agotamiento. Varios baqueanos, entre ellos.
Historia de héroes
El baqueano conocía los caminos y atajos de un terreno, sus
características físicas y el idioma y costumbres de su población. Su tarea es
la más antigua del Ejército Argentino, desde aquellos viejos rastreadores.
Tanto es así que hasta el propio General San Martín confió en su estrategia de
campaña el uso de baqueanos y chasquis para sincronizar el cruce de la
Cordillera de los Andes. En el libro “Facundo o Civilización y Barbarie en las
pampas argentinas”, de 1845 y en el capítulo Originalidad y Caracteres
Argentinos, Sarmiento lo describe como a un “personaje eminente y que tiene en
sus manos la suerte de los particulares y de las provincias. Es un gaucho grave
y reservado que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras,
bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un
general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su
lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la
campaña; la suerte del ejército, el éxito de una batalla, la conquista de una provincia,
todo depende de él”.
“En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en
las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta
en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se
inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que
se halla, monta en seguida, y les dice, para asegurarlos: «Estamos en dereceras
de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al Sur»;
y se dirige hacia el mundo que señala tranquilo, sin prisa de encontrarlo y sin
responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros.
Si aún esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la oscuridad es
impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la
tierra, las masca y, después de repetir este procedimiento varias veces, se
cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y
sale en su busca para orientarse fijamente”.
“El baqueano anuncia también la proximidad del enemigo, esto
es, diez leguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de
los avestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección. Cuando
se aproxima, observa los polvos y por su espesor cuenta la fuerza: «Son dos mil
hombres» -dice-, «quinientos», «doscientos», y el jefe obra bajo este dato, que
casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo
del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es un campamento recién
abandonado, o un simple animal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay
de un lugar a otro; los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más,
una senda extraviada e ignorada, por donde se puede llegar de sorpresa y en la
mitad del tiempo…”
Los más conocidos
Podemos hablar de varios que pasaron a la inmortalidad. José
Luis Molina es uno de ellos. Capataz en la estancia de Francisco Ramos Mejía,
cuando el gobernador Martín Rodríguez detuvo a su patrón, dispersó y mató a
muchos de los indios que vivían en la hacienda, huyó a las tolderías y se puso
al frente de los indígenas. Sin embargo, escapó de ellos acusado de traición y
pese a sus antecedentes y por su utilidad en los cuarteles, fue indultado por
el gobierno y obtuvo el grado capitán de baqueanos en las expediciones de 1826
y 1827, del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana. Luego, sirvió
bajo las órdenes de Juan Manuel de Rosas. El otro, se llamó Juan Rosas, uno de
los Treinta y Tres Orientales de la Banda Oriental, quien luchó contra el
Imperio del Brasil y en las guerras civiles de su país.
Sin embargo, José Alejandro Ferreyra está considerado como
el más celebre de todos. Conocido como quichua Alicu o Alico, nació alrededor
de 1770 en La Banda, provincia de Santiago del Estero. Ofreció sus servicios en
la batalla de Cotagaita y Suipacha por el extraordinario conocimiento del
territorio norteño. Desempeñó similares tareas contra Rosas, Facundo Quiroga y
el general José María Paz. En 1840, en la derrota de Famaillá salvó al general
Juan Lavalle de caer en manos de Manuel Oribe al hacerlo escapar por un
desconocido atajo. Tras su muerte, guió a la partida que condujo sus restos por
la Quebrada de Humahuca hacia Potosí. Murió en el destierro el 9 de octubre de
1855 y en esa misma ciudad donde una calle lleva su nombre. En la obra “El
Pampa Ferreira, baqueano y lenguaraz”, de Juan Mario Raone, está descripto como
de baja estatura, algo grueso, trigueño y de cabello canoso, de una honradez a
toda prueba.
Texto: Lauro Noro para Diario Soldados Digital 2013.
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