martes, 8 de octubre de 2013

ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE PAMPA DE LOS MOLLES

La evidencia de que el poder destructivo de los soberbios ranqueles no había sido quebrado por la poderosa expedición de 1833 y por el efímero triunfo que obtuvo Ruiz Huidobro en Las Acollaradas, es clara e incontrovertible si se considera que desde ese momento en adelante en las regiones más ricas y pobladas, recrudecieron los malones con su cortejo fúnebre de saqueos, incendios y matanzas.

Los acometedores habitantes de la llanura, con más osadía y encono que nunca, en marzo de 1834 cayeron sobre Achiras y El Morro extendiendo su devastadora acción hasta dar con las estribaciones de la sierra de Intihuasi y hasta golpear en las puertas de Carolina y sus alrededores.
También aparecieron incursionando por Lince y Chischaca, llegando a tres leguas de la ciudad de San Luis extrayendo de una y otra zona un gran botín de más de 20.000 cabezas de ganado y numerosos cautivos dejando el tendal de muertos.
En vista de la afligente situación que se había creado por la posibilidad de contener la ola de salvajes que tenían aterrorizados a los habitantes de la provincia, el gobierno de San Luis consiguió la ayuda afectiva de la provincia de Buenos Aires de la que concurrió el regimiento que se denominó “Auxiliares de los Andes”, integrado por 200 hombres bien armados y disciplinados al mando del experimentado y bizarro coronel Pantaleón Argañaraz quien, “independiente de ser un conocedor del terreno y de la táctica del indio, era un bravo y sagaz soldado”.
Con esta fuerza más noventa lanceros del coronel Pablo Lucero y cincuenta soldados de caballería comandados por el comandante Argañaraz en carácter de jefe, se dispuso a la lucha sabiendo que de su heroísmo y sacrificio dependía la vida de centenares de habitantes, el consuelo de otros tantos hogares y la tranquilidad, por lo menos momentánea del pueblo de la Provincia.
El encuentro tuvo lugar en la Pampa de los Molles, al pie de los Cerros Largos, a media legua de La Toma, el 8 de octubre de 1834. La indiada pertenecía a la tribu del célebre Yanquetruz y venía capitaneada por caciques de segundo orden pero de renombre como Colipay, Carroné, Pallan, Cuitiño y otros que no fueron individualizados.
Todos estos legionarios del asalto aleve y crimen nefando, regresaban después de haber realizado una cruenta razzia en los departamentos Pringles y San Martín, al frente de más de 1.500 indios de Pelea. No entraba en sus cálculos librar un combate pues lo que les interesaba era salvar el cuantioso fruto de su correría y el rico elenco de cautivas que habían atrapado, pero una vez que vieron interceptado su paso sin poder echar marcha atrás ni dar un rodeo, se decidieron a pelear con el empuje y ferocidad que les eran característicos.
El choque fue de una extraordinaria violencia y sino hubiera sido la disciplina de las tropas veteranas y el valor de sus jefes, los indios habrían alcanzado una victoria de trágicas consecuencias para la civilización.
En el primer momento el coronel Pantaleón Argañaraz y sus soldados fueron cortados encontrándose a punto de perecer. Al mismo tiempo el comandante José León Romero se encontró en situación apremiante, defendiéndose bizarramente del terrible ataque que los indios habían concentrado sobre su sector. Por su parte el mayor José Mendiolaza, el coronel Patricio Chávez y el teniente coronel Luis Argañaraz, sostenidos eficaz y valientemente por Isidoro Torres, consiguieron reagrupar sus fuerzas y correr en auxilio de los jefes y soldados que estaban defendiendo sus vidas a lanza y sable frente al grueso de las bravas huestes indígenas.
Restablecido el equilibrio se impuso la disciplina y destreza de los cristianos por sobre la indómita bravura y el cuerpo a cuerpo preferido por los guerreros del desierto. En el campo de batalla quedaron muertos todos los caciques que hemos nombrado y además setenta y tantos de sus guerreros; fueron rescatadas veintitrés familias cautivas y 16.000 cabezas de ganado mayor. La victoria costó a las fuerzas del orden numerosas bajas entre muertos y heridos. Los despojos de los que murieron “allí quedaron, marcando con su sangre y con su vida esa etapa dolorosa de los grandes sacrificios por la civilización y la humanidad”.

Fuentes: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).

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