Cuando el Gran Capitán forjó en la heroica Mendoza la saeta con la cual habría de herir al propio corazón del poderío de Su Majestad española en tierras de América, recorría a menudo los alrededores solicitando aquí y allá ayuda y colaboración. Un día que pasaba por la finca de un español, vio que este daba azotes a un peoncito criollo que soportaba el castigo con pasiva resignación. Mandó llamar San Martín al muchacho y, como este le manifestara que su patrón lo golpeaba a menudo, muchas veces sin razón, le aconsejó:
- Otra vez que te castigue sin motivo, defiéndete como un criollo.
No había transcurrido una semana cuando le informaron que el paisanito estaba preso por haber dado muerte a puñaladas a su patrón, en momentos en que éste le daba una azotaina, a lo que respondió San Martín:
- Que incorporen a ese muchacho al ejército.
- ¿Y el difunto, mi General? – le preguntaron.
- Entiérrenlo.
- Otra vez que te castigue sin motivo, defiéndete como un criollo.
No había transcurrido una semana cuando le informaron que el paisanito estaba preso por haber dado muerte a puñaladas a su patrón, en momentos en que éste le daba una azotaina, a lo que respondió San Martín:
- Que incorporen a ese muchacho al ejército.
- ¿Y el difunto, mi General? – le preguntaron.
- Entiérrenlo.
De “Anecdotario Historico Militar” de Juan Román Silveyra. Ediciones Argentinas Brunetti 1958.
En la imagen: San Martín y Aguado, -Jean Baptiste Madou - Óleo, c.1836.
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