lunes, 20 de enero de 2014

ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL JOSÉ FÉLIX ESQUIVEL Y ALDAO

Nació en Mendoza el 11 de octubre de 1785 siendo sus padres, Francisco de Esquivel y Aldao, porteño (nacido el 23 de octubre de 1752), teniente coronel de los Reales Ejércitos, Comandante de Armas de la Campaña y de Mendoza y del Fuerte de San Carlos; y María del Carmen Anzorena, mendocina (hija del general Jacinto de Anzorena Ponce de León, Corregidor de Cuyo y de Catalina Nieto). Este segundo matrimonio del padre del general Aldao, tuvo lugar en Mendoza, el 21 de octubre de 1784.
Tomó los hábitos en el Convento de Predicadores de su ciudad natal, el 6 de junio de 1802, recibiendo las órdenes sagradas en Santiago de Chile en 1806, bajo el obispado del señor Morán y el patrocinio del padre domínico Velazco, quien le ayudó a celebrar su primera misa. Más adelante pasó a su provincia natal, donde se hallaba cuando el general San Martín empezó a organizar el Ejército de los Andes.
Fray José Félix Aldao fue dado de alta como capellán del Regimiento 11 de Infantería que mandaba el coronel Juan Gregorio de Las Heras; siendo el 2º capellán de la 1er columna expedicionaria que atravesó la Cordillera por el paso de Uspallata. Su alta en el ejército lleva fecha de 21 de enero de 1817.
En el combate de Guardia Vieja, el 4 de febrero de este mismo año, el novel capellán, vencido por los ardientes impulsos de su naturaleza y de sus pasiones dominantes, tomó parte en la pelea. Por su comportamiento en dicho combate, fue recomendado por Las Heras en el parte, por su brava conducta y por haber rendido personalmente un oficial real, expresando en él que, antes de marchar el destacamento al combate el fraile domínico Aldao le había pedido armarse de sable y tercerola y que durante el curso de la acción primero había empleado su fusil y después “cargó a sable sobre la fuga de los enemigos”, en cuyas circunstancias hizo prisionero al oficial enemigo, ya citado (Parte fechado en Juncalillo, el 5 de febrero de 1817).
Se batió con bizarría en la Cuesta de Chacabuco, el 12 de febrero del mismo año, conquistando honrosamente la medalla de plata que la Patria otorgó a los vencedores. San Martín decidió entonces incorporarlo en el Regimiento de Granaderos a Caballo con el grado de teniente que le fue otorgado con fecha 19 de febrero de 1817. Se encontró en las acciones de Curapaligüe y Cerro del Gavilán, Costa de San Vicente (10 de setiembre), combate del 29 de octubre y asalto de Talcahuano. Se halló en Cancha Rayada y en Maipú, vistiendo el honroso uniforme de aquel cuerpo, y en la persecución que siguió a esta última acción, el teniente Aldao alcanzó a un gigantesco granadero español que se habría paso a filo de sable por entre los enemigos suyos, y a cada golpe de su brazo armado echaba a rodar por tierra un cadáver de un soldado patriota. El teniente Aldao inmediatamente se lanza sobre él, y cuando los compañeros esperaban verle caer abierto en dos, lo ven parar el tremendo sablazo que le manda el granadero, hundirle enseguida y revolverle repetidas veces la espada hasta el puño, en el corazón. Mil vivas fueron la inmediata recompensa de su temerario arrojo. El 6 de julio de 1818 le fue acordado el cordón de Maipú.
Hizo la campaña al Sud de Chile después de Maipú y asistiendo al ataque de Chillán. Figura honrosamente en el parte del combate librado en Bío-Bío el 18 de enero de 1819 cerca de Los Angeles, en que tropas de los Regimientos de Granaderos y Cazadores a Caballo, bajo las órdenes del coronel Rudecindo Alvarado, batieron a los españoles completamente. Por sus merecimientos en esta campaña, Aldao fue promovido a teniente 1º de Granaderos a Caballo con fecha 23 de junio de 1819.
Formó parte de las legiones libertadoras que, bajo las órdenes de San Martín, partieron de Valparaíso el 20 de agosto de 1820 rumbo a las costas del Perú, donde desembarcaban en la playa de Pisco el 8 de setiembre siguiente. Aldao ya ostentaba las presillas de capitán. Hizo la primera campaña a la Sierra, a las órdenes de Arenales, siendo inexacto que se hallara en la batalla de Pasco, como lo aseveran algunos biógrafos; Arenales organizó una pequeña división que confió al coronel Francisco Bermúdez y al ya sargento mayor Aldao, para que cubrieran la retaguardia del cuerpo expedicionario. La división fue organizada en Ica y operó a distancia considerable del cuerpo principal, lo que impedía una frecuente e íntima relación entre uno y otro agrupamiento. Mientras Arenales triunfaba completamente en Pasco, Bermúdez y Aldao se veían obligados a abandonar su posición, amenazados por fuerzas muy superiores, que operaban en la costa y la sierra. Se replegaron sobre esta última, buscando la incorporación al cuerpo principal, llegando hasta Huancayo, tenazmente perseguidos por fuerzas reales destacadas desde Lima bajo el comando del coronel Juan A. Prado, además de la hostilización constante por parte de los naturales. Pardo alcanzó a Bermúdez y Aldao el 26 de noviembre a 5 leguas de Ica, y en el choque les mató 14 hombres y les hirió 4, capturándoles 13 prisioneros. Fue en aquel punto que tuvieron noticias del triunfo de Pasco. Entonces Bermúdez y Aldao, desobedeciendo las órdenes de Arenales de replegarse a Jauja, evitando todo encuentro decisivo hasta reunirse con las demás fuerzas patriotas que operaban entre Tarma, Jauja y Pasco, para volver sobre los realistas que amagaban por la espalda, se pusieron resueltamente al frente de la insurrección indígena de Huancayo, logrando organizar una columna de 5.000 indios mal armados, a los que servía de base un escuadrón de caballería organizado por Aldao y un piquete de fusileros con tres piezas de artillería. Alcanzados por el brigadier Ricafort, en la pampa de Huancayo, con 1.300 hombres de las tres armas (29 de diciembre de 1820), fueron completamente derrotados, no obstante los prodigios de valor que realizó Aldao que se batió como un león, acreditando en esta acción sus excelentes cualidades militares. Con los restos de su pequeño escuadrón se replegó sobre Jauja, donde desavenido con Bermúdez, se puso a la cabeza de las fuerzas insurrectas de aquel valle auxiliado eficazmente por el coronel Francisco de Paula Otero, argentino, que gobernaba la región por mandato de San Martín. Aldao continuó su marcha hasta Tarma y se situó en Reyes decidido a sostenerse en el terreno mientras Ricafort descendía la cordillera por la quebrada de San Mateo, hostilizada su retaguardia por los indígenas y naturales del país. En enero de 1821, Aldao, a la cabeza de 260 hombres que había reunido, volvió a Tarma con el ánimo de renovar las hostilidades, recorriendo el valle de Jauja, reanimando la insurrección, situándose nuevamente en Huancayo y avanzando hasta Iscuchaca. En breves días logró reunir otros 5.000 bajo su estandarte de guerrillero, favorecido en sus gestiones por la propaganda de los curas patriotas de los pueblos de aquella comarca. Con esta fuerza a la que trató de darle un tinte de organización militar, ocupó los desfiladeros y las cabezas de puente del río Grande, cuya línea se propuso defender contra una división realista que comandaba el activo coronel José Carratalá, el cual siguió los pasos de Ricafort en lo referente a crueldades.
A pesar de la naturaleza de los elementos con que contaba Aldao pudo mantenerse en las posiciones conquistadas hasta la llegada del coronel Agustín Gamarra, a quien San Martín había conferido el título de comandante general de las fuerzas de la Sierra, a cuyas órdenes se puso el ex-capellán del Ejército de los Andes, el cual entregó a Gamarra dos cuerpos regimentados: “Granaderos a Caballo del Perú” y “Leales del Perú”, que fueron los primeros cuerpos de aquella nacionalidad organizados “para sustentar con las armas en la mano la independencia de la nueva nación”. Tan excelentes elementos se inutilizaron en las manos del jefe sin pericia que había tomado aquel comando. En diciembre de 1820 ascendió a sargento mayor y en 1822 a teniente coronel.
En la segunda campaña a la Sierra que dirigió el general Arenales, los restos de la división de Aldao desempeñaron el penoso servicio de vanguardia y al término de esta campaña, con las presillas de teniente coronel, bajó a Lima.
En 1823 resolvió separarse del ejército, habiendo obtenido despachos de coronel graduado el 7 de abril de aquel año. Vivamente apasionado de una joven limeña, Manuela Zárate, y con la cual no podía contraer enlace por sus condiciones de fraile apóstata la sedujo para que la acompañase a tierra extranjera. Aldao fijó su residencia en San Felipe de Aconcagua, donde se consagró al comercio, llevando una vida regular que en nada se diferenciaba de las de los demás vecinos. Pero el cura Espinosa, párroco de la localidad empezó a inquietarlo, amenazando hacerlo conducir a Santiago con una barra de grillos y entregarlo a la justicia del prelado de la orden a que había pertenecido. Esto decidió a Aldao a dirigirse con su compañera a su provincia natal, a la que llegó en 1824, estableciéndose en una hacienda apartada en la cual se dedicó a la industria con una inteligencia y una actividad que le hacen honor, y donde pudo dedicarse con tranquilidad a las atenciones de su familia formada en contra de los preceptos de la religión, pero que por su situación anormal no había podido hacerlo conforme a las leyes.
Una circunstancia especial lo arrancó de aquel apacible retiro: en la noche del 26 de julio de 1825, un motín encabezado por clérigos fanáticos dio por tierra con el gobierno que ejercía en San Juan el Dr. Salvador María del Carril, asumiendo su lugar un español llamado Plácido Fernández Maradona. Del Carril emigró a Mendoza acompañado por las familias más encumbradas de su provincia, recabando del gobierno mendocino auxilio para someter a los amotinados. Las fuerzas de Mendoza fueron puestas a las órdenes del coronel José Aldao, y con ellas marchó también José Félix Aldao, a quien se le dio el mando de la artillería e infantería, tropas con las que contribuyó a la victoria obtenida en Las Leñas, el 9 de setiembre de aquel año, en la que fueron completamente derrotados los perturbadores del orden, entrando los mendocinos en la capital sanjuanina bajo un diluvio de flores y los vivas entusiastas del pueblo.
Aquel hecho de armas, insignificante en sí, dio a los hermanos Aldao prestigio muy grande; les permitió arrancar a los vencidos mucho dinero, mediante el sistema de las contribuciones forzosas. Desde aquel instante la influencia política de Aldao empieza y se robustece día a día. En 1827 se le encomendó por el gobernador Corvalán, la formación de un escuadrón de Granaderos a Caballo, con el pretexto de guardar la frontera de Mendoza. Afiliado al principio al partido liberal, con Lavalle y Barcala había contribuido, el 28 de junio de 1824, al derrocamiento del gobernador Albino Gutiérrez. El 20 de octubre de 1828 derrotó en “Los Aucas” (Paso del río Diamante), algunas leguas más adentro del destruido fortín San Juan, avanzado a los de San Rafael y San Carlos, en un reñido combate, a los Pehuenches mandados por el cacique Goyco, muerto en la pelea, por lo que recibió Aldao una medalla de oro. Pero los sucesos de 1828 se precipitan y el partido unitario cae, y Aldao se entiende con Juan Facundo Quiroga. Al invadir este caudillo la provincia de Córdoba para ir en busca del general Paz, vencedor de Bustos en San Roque, Aldao se le incorporó con el regimiento llamado “Auxiliares de los Andes” fuerte de cuatro escuadrones, formado en Mendoza y sometido a la más rígida disciplina. En la batalla de La Tablada, librada el 22 y 23 de junio de 1829, los llaneros de La Rioja y los “Auxiliares de los Andes”, combatieron con sin igual bizarría, recibiendo el coronel Aldao una herida de bala en el pecho que le obligó a retirarse, haciéndolo con algunos cientos de hombres con los cuales tomó el camino de la provincia de San Luis, a donde fue a curarse y a preparar los elementos para una segunda invasión.
Producida en Mendoza, el 10 de agosto de 1829, la revolución que encabezó el coronel Juan Cornelio Moyano que derrocó al gobernador Juan Reje Corvalán colocando en su lugar al general Alvarado, el coronel Aldao, que convalecía de su grave herida en San Luis, se puso en marcha inmediatamente sobre su provincia natal operando en combinación con los generales Quiroga y José Benito Villafañe; siendo además poderosamente auxiliado por sus hermanos los coroneles José y Francisco Aldao que, depuestos y presos por Moyano habían sido dejados en libertad por el general Alvarado. Del 20 al 21 de agosto llegó José Félix Aldao a Corocorto (hoy Villa de la Paz) y el día 24 tuvo una entrevista con el general Alvarado en la posta de Las Catitas, en la que logró el primero infiltrar una peligrosa confianza en el último, sirviendo esto solamente para permitir a Aldao robustecer sus tropas.
Las fuerzas de Aldao se encontraron con los rebeldes en el Pilar, lugar distante 5 millas de Mendoza, combatiéndose las jornadas del 21 y del 22 de setiembre de 1829.
Aldao sabía que las municiones de sus adversarios debían agotarse después de un consumo tan elevado, y sus propios soldados se parapetaban detrás de murallas y tapias. Finalmente una comisión de sacerdotes se aproximó al lugar del combate, logrando una suspensión de hostilidades. Estando en vigor el armisticio, el coronel Francisco Aldao se trasladó al campo enemigo para parlamentar, pero inexplicablemente recibió un pistoletazo en pleno rostro que le cortó la palabra y el aliento, desplomándose sin vida.
De hecho, la misión pacificadora había fracasado de la peor manera. Ahora, la artillería del ejército agredido respondía el aleve ataque con fuego a granel. El combate se generalizó desatando un pandemonio de disparos a diestra y a siniestra, de jinetes topándose lanza en ristre, de soldados luchando cuerpo a cuerpo y, por cierto, de muertos, de muchos muertos. Las huestes de los Aldao, finalmente se impusieron por superioridad numérica y por bravura, derrotando de modo contundente a un adversario que no pudo superar el desconcierto que produjo el artero ataque sorpresivo. Pocas horas después, la ciudad de Mendoza caía en manos de los vencedores, completándose una etapa más de la prolongada guerra civil argentina.
Al enterarse el general Aldao de la muerte de su hermano, esta circunstancia lo acicateó para ejecutar a varios enemigos. De resultas de ella perdieron la vida: Francisco Narciso Laprida, el Presidente del Congreso de Tucumán; el doctor José María Salinas; el mayor Plácido Sosa; José María y Joaquín Villanueva; Luis Infante; 12 sargentos y cabos y 200 soldados. Moyano se refugió en casa de su primo Cornelio, pero éste tuvo miedo de protegerlo y lo entregó a Aldao. Fue sometido a consejo de guerra y condenado a muerte. Murió fusilado en Mendoza el 13 de octubre de 1829.
Jorge A. Calle, testigo y actor de esos mismos hechos, cuenta que Domingo Faustino Sarmiento, con el grado de teniente unitario, huye del combate y en su huida lo toma prisionero un negro de San Juan y lo entrega a un oficial.
La provincia de Mendoza quedó en manos de Facundo Quiroga y de José Félix Aldao.
El caudillo riojano se apresuró a reunir un nuevo ejército para ir a batir al vencedor de La Tablada; y a tal efecto penetra en la provincia de Córdoba en los primeros días de enero de 1830, haciéndolo por el sud, mientras que por la parte septentrional lo hace el general Villafañe al frente de 1.000 hombres. Aldao forma parte de las fuerzas de Quiroga en calidad de segundo jefe del ejército. Después de negociaciones que realiza Quiroga con el fin de ganar tiempo para la expedición de Villafañe, encargado de hacer levantar las montoneras cordobesas, Paz ataca al caudillo riojano en los campos de Oncativo o Laguna Larga, y desde el primer momento se impuso su táctica y su habilidad en la maniobra. Quiroga se vio obligado a huir, pero el coronel Aldao cayó prisionero como a 4 leguas del campo de batalla en el curso de una persecución que personalmente dirigió el vencedor. Aldao fue llevado prisionero a la ciudad de Córdoba.
El 10 de mayo de 1831 caía prisionero el general Paz de una división federal al mando de Francisco Reynafé. Su ejército pasó a las órdenes del general Lamadrid, el cual pocos días después iniciaba su marcha retrógrada al Norte, llevándose consigo al general Aldao. Vencido Lamadrid en la Ciudadela, el 4 de noviembre de 1831 por Facundo Quiroga, los derrotados se llevaron consigo a Salta al general prisionero; pero el 2 de diciembre Quiroga firmaba con Nicolás Laguna un acuerdo por el cual el gobernador salteño, general Alvarado, ponía en libertad a Aldao, al mismo tiempo que daba cumplimiento a otras cláusulas impuestas por el vencedor. Aldao debió trasladarse momentáneamente a Bolivia en virtud de la condición que impusieron los unitarios para libertarlo. De regreso Aldao a su provincia natal, fue reconocido como General y abonados sus sueldos, computándolos desde que cayó prisionero en Oncativo, el 6 de mayo de 1832.
En el mes de setiembre ocupó la silla del gobierno mendocino el general Pedro Molina, y el 22 de aquel mes y año designaba éste a Aldao, comandante general de armas de la Provincia, cargo del cual tomó posesión el día 27. Cuando a comienzos del año siguiente se preparó la famosa expedición al Desierto, el general Aldao recibió el comando de la División Derecha que debía operar en la región de la Cordillera andina batiendo a los indios que se encontraban en el territorio comprendido entre los ríos Barrancos y Neuquén; avanzar hasta la confluencia de éste con el Limay y reunirse oportunamente con la Izquierda en las inmediaciones de Los Manzanos o nacientes del Río Negro.
Aldao al frente de dos batallones de infantería con tres piezas de artillería y dos regimientos de caballería de las provincias de Mendoza y San Juan, emprendió su marcha siguiendo por el río Diamante hasta el río Atuel, para dirigirse al Sur que lo conducía al río Barrancos y de aquí al Neuquén. Al llegar a Malalhué, supo que el general Huidobro (Jefe de la División del Centro), se dirigía a batir los indios Ranqueles de Yanquetrú. Creyendo Aldao y con razón, de que éstos una vez derrotados tratarían de dirigirse a la cordillera repasando el río Chandilevú que atraviesa esa parte de la pampa central donde estaban situados, el general Aldao giró hacia el Este, con la idea de ocupar los pasos de aquel río y concluir con los salvajes, para lo cual debió efectuar una larga y penosa travesía. El 17 de marzo de 1833 prosiguió su marcha a Iancael en dirección a Cochicó, punto que alcanzó el día 25; cuatro días después se dirigió a Salinitas, como a 5 leguas del vado del río y como éste no presentara paso, en la noche del 30 marchó con 400 hombres por la parte opuesta hasta llegar a lo de Yanquetruz, y ordenó al coronel Velazco que al oscurecer del 31 de marzo se dirigiese con su columna al paso Limay Mahuida; colocase la balsa y cargase a los indios que hubiese en la isla. Los indios, sorprendidos, se replegaron sobre las tolderías de Yanquetruz, sin aceptar combate. Perseguidos hasta allí, fueron completamente dispersados, dejando 250 prisioneros, 70 cautivos y 600 cabezas de ganado vacuno y lanar en manos de las tropas de Aldao, el cual hizo alto en aquel punto, agotados sus medios de movilidad completamente. Habiendo llegado hasta las márgenes del Colorado, tomó prisionero al cacique Borbón, al que había derrotado con sus 800 indios, y recuperó gran cantidad de artículos casi todos robados en los malones.
En 1835 el coronel Barcala meditaba un plan de conspiración contra el gobernador Molina, el cual instigado por Aldao, solicitó del gobierno de San Juan la entrega del odiado negro, quien sometido a un consejo de guerra, fue pasado por las armas en la plaza pública de Mendoza, el 1º de agosto de aquel año.
Declarado contra Rosas el gobernador Brizuela, de La Rioja, Aldao en combinación con Benevídez marchó sobre él. Ausente de Mendoza estalló en esta ciudad un movimiento revolucionario que derrocó al gobernador Justo Correas, el 4 de noviembre de 1840, a quien sucedió el general Pedro Molina. Hallándose Aldao el 9 de aquel mes en Las Vizcacheras a 10 leguas al norte de San Luis, tuvo conocimiento de lo ocurrido en la sede de su poderío, y a las 5:30 de la misma tarde se puso en marcha por caminos desusados y habiendo arribado al Alto Grande el 10, encontró un comisionado de los revoltosos, para celebrar una entrevista donde Aldao eligiese. Este contestó que la entrevista tendría lugar en Villanueva, a 12 leguas de Mendoza, y prosiguió su marcha vertiginosa, llegando al punto indicado donde dispersó un grupo de 700 hombres que los liberales habían reunido en El Retamo. El 14 llegaba a Mendoza; el 15 ocupaba la silla del gobierno; y el 19 aparecía un bando declarándose delegado del gobernador propietario Correas. El 16 de mayo de 1841 fue nombrado Aldao, a su vez, gobernador de Mendoza, pero sin ocupar el puesto hasta el año siguiente por haber salido a campaña. En efecto, se había dirigido desde Cometa, al frente de 2.700 hombres, para batir a Lavalle que se encontraba en La Rioja. En Machigasta, el 20 de mayo de 1841, Aldao batió completamente una columna al mando del coronel Acha; y el 20 de junio del mismo año, batía completamente a las fuerzas riojanas del general Brizuela quien murió en la acción por un pistoletazo disparado por el mayor Azis, jefe de uno de sus escuadrones. Después de este combate, Aldao se apostó con Benavídez en La Rioja, para estorbar el paso de las tropas de Lamadrid que descendían del Norte. En las inmediaciones de San Juan, campos de Angaco o El Albardón, el 16 de agosto Acha derrota a Aldao, quien se dirige luego hacia Olta. Acha se retiró hacia la ciudad de San Juan, pero el 19 de agosto era sorprendido en aquel punto y obligado a rendirse después de tres días de lucha. En la batalla del Rodeo del Medio, ganada el 24 de setiembre de 1841, por Pacheco, Aldao no tuvo ninguna intervención, pero aquella acción de guerra le devolvió el gobierno de Mendoza.
Luego de la batalla de Angaco, Aldao emprendió su viaje a Buenos Aires, a donde llegó el 16 de noviembre de 1841, siendo recibido con honores por Juan Manuel de Rosas. Permaneció en esta ciudad hasta el 5 de enero de 1842. Se recibió del gobierno de Mendoza el 19 de marzo del mismo año.
El general Aldao continuó gobernando su provincia hasta el día de su muerte, que acaeció el 19 de enero de 1845. Sus últimos meses de vida fueron crueles, pues había sido atacado por un cáncer en la cara, que lentamente le deterioraba la nariz y sus adyacencias. Rosas le mandó a uno de los mejores facultativos de Buenos Aires, su cuñado Miguel Rivera, con esta piadosa misiva: “Va mi hermano político el doctor don Miguel Rivera, profesor de crédito en medicina y cirugía… quedo rogando a Dios Nuestro Señor por su completa curación. Así lo espero de su infinita bondad”.
Llegando Rivera a Mendoza después de doce días de trajines, le comunicaba al cuñado el 24 de julio la situación del enfermo. Cinco días antes de su arribo, siendo ya insoportables los dolores, se había sometido Aldao a la intervención del doctor español Garviso. “El tumor, en mi opinión – explicaba Rivera a Rosas-, está formado en la membrana que cubre el hueso de la frente, de su parte media a la derecha y sobre la ceja derecha”. La extirpación había sido incompleta, con haber durado tres cuartos de hora la penosísima operación, que era menester reiterar. Esto fue el 28 de agosto. Rivera -conforme cercioraba a Rosas el ulterior 2 de setiembre- procedió a “la extirpación del resto del tumor que le había dejado Garviso”. La operación duró menos de dos minutos y medio. Y todo pronosticaba un éxito seguro. El enfermo ya se levantaba.
Hubo tercera intervención el 2 de octubre, con exiguos resultados. Una junta de médicos a fines de aquel mes dio negativo. El mismo Aldao lo comunicaba a Rosas el 30: “Dos comisionados del pueblo que habían asistido a dicha junta se dirigieron después “a mi para que arregle mi conciencia, que es decir que no hay que dudar de mi fallecimiento”. Haciendo un supremo esfuerzo –le expresaba- dicto esta carta para “despedirme del amigo más tierno, más querido en mi corazón, protestando que si los méritos de Jesucristo me llevan a la mansión celestial, desde allí no cesaré un momento de rogar a Dios Nuestro Señor por la conservación del Padre de la Patria Argentina y del más consecuente amigo. Adiós mi querido amigo, hasta la eternidad, si la Providencia por su infinita misericordia no dispone otra cosa”.
En el mismo tono iba la respuesta de Rosas del 15 de noviembre, recomendándole “la confianza en la divina Providencia. Dios es justo y su bondad infinita”.
Rivera no desesperaba todavía. Pero ya el 2 de enero del siguiente año él había perdido “las esperanzas de triunfar”. Así lo representaba a Rosas con estas importantes nuevas: “El general comenzó a hacer sus disposiciones religiosas el 21 del próximo pasado (diciembre). Se hizo poner bajo la ropa por el reverendo padre fray Dionisio Rodríguez el escapulario de la religión dominicana, y comenzó a confesarse. El 22 recibió (a) Su Majestad, y el 30 del mismo ha vuelto a repetirlo. Estos actos religiosos han llenado, Señor, de contento a todo el pueblo mendocino, y muy particularmente a los federales, que lo miran como un gran triunfo contra los salvajes unitarios, que creían que moriría apóstata uno de los campeones de la federación, y que hoy se hallan confundidos por la conversión voluntaria del señor General al seno de nuestra religión”.
Y ya el mal fue precipitando hasta el final desenlace a las seis y tres cuartos de la tarde del 19 de enero de 1845, según comunicaba Rivera a Rosas al siguiente día.
El gobernador delegado, doctor Celedonio Cuesta, que había desempeñado en su carácter de ministro, las funciones gubernamentales mientras Aldao sufría los crueles tormentos de su mal, le decretó los honores correspondientes a su alta investidura militar y civil, y su cadáver fue depositado en la iglesia asistiendo al acto numerosísima concurrencia.
Cumpliendo con su última voluntad fue enterrado con los hábitos de los padres dominicos y sus insignias militares.
Abierto su testamento, Aldao instituía por su heredero y sucesor a Pedro Pascual Segura, última voluntad suya que fue cumplida por sus comprovincianos.
Manuela Zárate, la hermosa limeña que lo acompañó desde el Perú, fue reemplazada con el correr de los años por Dolores Torres, con quien si bien no pudo legitimar su unión por las razones religiosas expuestas anteriormente, los hijos que tuvo de la misma llevaron el apellido de Aldao. Estos últimos fueron: José Félix, Dolores y Adolfo Aldao.
Por su actuación en el Perú recibió dos medallas de oro: una con el lema “Yo fui del Ejército Libertador” y la otra: “El valor es mi divisa” y en su reverso “A las partidas de guerrillas, 1º de octubre de 1822”.

Fuentes: Bataller, Juan Carlos – Laprida, ese ilustre ignorado. / Bruno, Cayetano – Creo en la vida eterna – Buenos Aires (1988). / Demarchi, Gustavo E. – Fatídica mezcla de impaciencia y alcohol desata masacre cuyana (1829) / Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Mircovich, Guillermo – Sarmiento: la novela de un prócer de cartón / Montiel Belmonte, Jorge – Documentación de su archivo personal / Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).


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1 comentario:

Patricios de Vuelta de Obligado dijo...

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