Momento histórico. La bandera argentina clavada en el Polo Sur es saludada por los integrantes de la expedición
Hace 50 años, el 10 de diciembre de 1965, una patrulla del Ejército alcanzaba el Polo Sur. El sueño del general Hernán Pujato estaba cumplido. Tras una marcha de 2980 kms que comenzó el 26 de octubre y a lo largo de 66 días, ese grupo de militares alcanzó el anhelado objetivo. “Se trataba de ocupar, dominar y administrar hasta los últimos reductos del territorio nacional”, afirmó más tarde el entonces Coronel Jorge Leal, jefe de la expedición. El Sargento Ayudante (R) Alfredo Pérez, de 84 años y uno de sus protagonistas, cuenta detalles de la proeza polar.
El 6 de diciembre de 1964 el Sargento Alfredo Pérez, casado y con un hijo de 14 meses que apenas caminaba, subió a un avión en El Palomar con rumbo a la Base Belgrano, en la Antártida Argentina, para preparar el raid al Polo Sur. Estaba acompañado por los que serían sus compañeros de ruta, casi todos antárticos. Ricardo Ceppi, uno de los expedicionarios, lo había elegido por su entrenamiento de cinco años en el continente blanco. “Es un soldador de primera y sabe un montón de cosas”, fue el argumento para que lo liberaran de su puesto en el Registro Prendario del Automotor donde revistaba.
Llegaron a destino. Enseguida, el segundo jefe de la Patrulla de Asalto, Capitán Gustavo Giró, partió con dos vehículos y cuatro o cinco hombres para estudiar rutas que nunca se habían hecho y planear la instalación de una base secundaria de operaciones, con víveres y combustibles, aproximadamente a los 83º latitud Sur. Antes, debieron elegir vestuario, equipos y seis tractores Sno-Cat para transportar personal, equipamiento y provisiones.
“Cuando empezó la noche polar dejamos inaugurada la Base de Avanzada Científica Alférez de Navío Sobral. Hicimos seis viajes de ida y otros tanto de vuelta de 500 kilómetros cada uno (en total unos 7.000 kms) y llevamos más de 50 toneladas de materiales”- recuerda. La orden había sido clara: “Muchachos, acá se acabaron los francos y trabajaremos de lunes a lunes. Cuando terminemos el laburo vamos a descansar. Por ahora no nos podemos dar ese lujo, así que le vamos a dar con todo aprovechando el buen tiempo”- les dijo Giró. El resultado fue que en un verano construyeron lo que estaba previsto hacerlo en dos. Como su primera dotación dejaron al Teniente Adolfo Goetz acompañado por el Sargento Ayudante Julio Ortiz, el Sargento 1º Adolfo Moreno y el Cabo 1º Leonardo Guzmán para que hicieran meteorología, observación de auroras y otras actividades con dos vehículos.
Difícil rescate
El 21 de septiembre con el inicio del día polar, hubo que ir a reemplazarlos. El piloto teniente Pedro Acosta se aprestó hacerlo en el avión Cessna AE-205 del Ejército y llevar a una nueva dotación a la Sobral. Despegó, llegó a destino y cumplida la misión regresó con algunos que habían estado allá. En el viaje un frente de tormenta lo obligó a aterrizar para no consumir combustible hasta que aclarase. En ese intento el patín de cola se enganchó en una pequeña pirámide de hielo y el pequeño avión se partió en dos. “La radio funcionó 10 segundos y Goetz alcanzó a decir “estamos sobre hielo de mar”, como que ya habían sobrepasado la Base. Pero, no sabíamos donde estaban. Hubo que ir a buscarlos. Fue toda una odisea encontrarlos”, relata Pérez.
Mientras tanto, Giró había girado un radiograma a Leal donde anunciaba que la base de avanzada estaba lista y contaba con todo lo necesario para apoyar la expedición y que “demorarla un año más es contraproducente y puede constituir un fracaso porque la masa de hielo de la barrera de Filchner está en continuo movimiento y la actual ruta, reconocida y enmarcada, puede en un plazo de dos años sufrir variantes que la anulen perdiéndose los abastecimientos ya adelantados y el esfuerzo que ello significa”. Fue entonces cuando ocurrió el accidente del Cessna. Todos salieron a recorrer la costa, a tocar bocina y prender luces para que los supervivientes pudiesen ver algo. Pasó una semana y no había noticias. Cuando finalmente llegó Leal en el avión Douglas C-47 TA 05, piloteado por el comandante Mario Olezza, se lo sumó a la búsqueda. Pero surgió otro inconveniente. En el decolaje había roto el amortiguador izquierdo y en el momento del aterrizaje lo hizo con el ala de ese lado casi tocando el hielo.
“Con Ceppi tuvimos que fabricar un compresor y le mandamos aire comprimido para levantar el aparato. Así pudieron salir”, rememora nuestro entrevistado. En el segundo día, el 4 de octubre, Leal tuvo una corazonada: “¿Por qué no los buscamos por el otro lado de la cadena montañosa que sobrevolamos ayer. A ver si cayeron ahí?. Así lo hicieron, cruzaron los montes y empezaron a abanicar la zona antes de que se acabase el combustible. A los 79º de latitud sur, finalmente los vieron.
- “Los cuatro estaban caminando y tirando de un trineo banana donde tenían la carpa y casi sin comida ni elementos para fabricar agua. Olezza hizo un vuelo rasante mientras ellos los saludaban a los saltos. Les tiraron nueve bultos con víveres y otras cosas en paracaídas y regresaron a Belgrano. A todo esto, en la base ya habían recibido y anotado el sitio donde estaban. Prepararon los vehículos y salieron. Estaban a unos 130 kilómetros. A 4 o 5 kms por hora necesitaron dos días para rescatarlos. Los encontraron y los trajeron de vuelta”- rememora
Otro incidente
Entre todos estos acontecimientos, Giró había semblanteado a cada uno. Así, eligió a los ocho que los acompañarían. El 26 de octubre salieron de Belgrano hacia Sobral para iniciar la patriada. Hasta ese momento, Pérez no iba. El plan era simple.
“Brito, Acosta y yo salíamos con dos vehículos como apoyo por si los expedicionarios tenían algún inconveniente. Después, Goetz, Guzmán, el cocinero Alvarez y el pichón Villar, campeón argentino de esquí, montañés y que había hecho dos veces cumbre en el Aconcagua, lo habían hecho antes con los trineos de perros. Nos acompañaron hasta el kilómetro 500”.
Las cosas andaban sobre ruedas, cuando se presentó otro imponderable: “Ya en Sobral, el santiagueño Guido Bulacio sufrió un accidente. La polea del dínamo pellizcó su guante y le llevó la mano, con tan mala suerte que se la dejó en carne viva. No se la cortó de casualidad. A los dos o tres días Leal le anunció que lo lamentaba mucho pero que no podría ser de la partida. Entonces, designó a Brito para reemplazarlo”.
Aquí talló Giró. “Mire, mi Coronel, creo que es la oportunidad para que todos los que están aquí elijan quien quieren que vaya en lugar del herido”. La nominación no dejó dudas: ocho suboficiales se decidieron por Pérez. Con una sonrisa Pérez dice que “cambiaron a un santiagueño por uno de la provincia de Buenos Aires porque Leal era salteño; Giró y Moreno, cordobeses; Ceppi y Alfonso, santafesinos; Carrión, puntano; Ortiz, catamarqueño; Zacarías, formoseño y Rodríguez, chaqueño”. Hace un alto en el relato para referirse a Alfonso. “Un chico que arrancó como soldado. Llegó a hacer veinte invernadas siempre de a dos años. Era carpintero. Para orientarse y andar con los perros, era campeonísimo. Sabía un montón sobre la Antártida”.
El viaje
El primer problema se presentó cuando comenzaron a subir hasta los 2000 metros. La temperatura oscilaba entre 40 y 50 grados bajo cero. Los vehículos lo hicieron sin inconvenientes - “Pero, en lugar de encontrar nieve, había hielo. Los que no aguantaron fueron los trineos de tiento y madera. Se rompieron y no teníamos donde llevar el combustible” – señala Pérez- “Cargaban 10 tambores de combustible de 200 litros; o sea, dos mil litros cada uno porque el 95% de la carga era nafta. En las trepadas los vehículos consumían tres litros por kilómetro con un promedio de otros tantos por hora. Eran muy bravas. El Polo está a 3000 metros de altura”- y continúa- “ Entonces, en una parada, armamos la carpa taller y con un tubo de oxígeno y acetileno y picos para soldar, reparamos cinco o seis trineos y los atamos con sogas y alambres. Les cargamos 200 litros de combustible y dejamos la misma cantidad para la vuelta”.
El relato sigue. Llegaron a hacer jornadas de manejo bastante largas, de 48 horas, sin comer y sin dormir. “Tomábamos mate y comíamos galletitas de agua con pate de foie, sardinas u otras cosas para untar, siempre dentro del vehículo para hacer 50 kilómetros. Bajábamos para cargar nafta y verificar cosas”. Leal no paraba de arengarlos. “Tenemos que proponernos hacer 50 kilómetros porque no sé si vamos a llegar”. Pero, la cuestión era no errarle a los lugares. Aquí, Pérez no deja de elogiar a Moreno. “Un navegante de lujo, y Carrión no se quedaba atrás. Hacía mediciones de gravimetría (comparación del valor de la gravedad en un punto con relación a otro) cada 20 kilómetros en 1500 de recorrido” – cuenta- “Parábamos y medía con el gravímetro dentro de una caja con resortes como si fuese un parachoques. La tarea a veces demandaba dos o tres horas porque se movía y no podía regularlo. Lo teníamos que acuñar para que no se moviera y colocar un vehículo contra el viento para que no afectase la medición. Algo muy peligroso, por la maniobras de desenganche y movimiento. Un trabajo muy bien hecho, a conciencia. Tanto fue así que cuando se enteró el jefe científico de la Base Polo los felicitó a ambos y preguntó qué premio habíamos tenido por eso”, sonríe.
Las grietas a veces cubiertas a veces por débiles capas de nieve estuvieron a punto de tragarse a algunos de los Sno-Cat y los filos de los sastrugis (superficies nevadas modeladas por surcos agudos e irregulares por la erosión del viento) obligaban pasarlos lentamente. En la meseta polar los temporales los inmovilizaron. “Estamos detenidos perdiendo precioso tiempo consumiendo víveres y combustible que tenemos tan medidos”, registró Leal en su diario en ese tiempo.
Finalmente, el 10 de diciembre, el Coronel bajó del tractor Salta y plantó la bandera argentina. Habían pasado 45 días. El 15 emprendieron el regreso.
Cuando llegaron a la capital noticias de que la meta había sido lograda, el presidente de la Nación, doctor Arturo Illia, ordenó el ascenso inmediato de todos los integrantes de la expedición. “Pero nunca llegó la orden que nosotros dábamos como un hecho, y no pudimos ascender”, concluye Pérez. En cierta ocasión consultó con el entonces comandante en jefe del Ejército, Teniente General Pascual Pistarini, porqué no se había cumplido con ese mandato del primer magistrado.
“Mire, como vuestra participación fue voluntaria considero que por lo tanto, no merece ningún tipo de premio”, fue la respuesta.
Fuente: Lauro Noro para Diario Soldados Digital 2015.
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