viernes, 19 de mayo de 2017

EL ESCUADRÓN DE EXPLORACIÓN DE CABALLERÍA BLINDADO 10 EN MALVINAS

Esto que transcribo a continuación, es un resumen de una historia de valor y heroísmo, la historia de una Unidad, y remarco lo de Unidad porque eso es lo que fuimos, somos y seremos por y para siempre, la historia del Glorioso Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10, única Unidad de Caballería que combatió (a pie) en la Gloriosa Gesta de Recuperación de nuestras Islas Malvinas, historia que, vaya a saber por que extraños vericuetos, es omitida y dejada de lado en el momento de hablar y contar sobre la heroicidad de los efectivos del Ejercito Argentino. Esta es la historia de una Unidad formada por 150 hombres, los cuales a partir de ser incorporados a sus filas, no solo se convirtieron en Soldados, sino que se convirtieron en Hermanos, quienes junto a los suboficiales (buenos y de los otros) y oficiales (buenos y de los otros), siguen, aun hoy, juntos y unidos como hace 24 años ("AGUANTE EL ESCUADRON"):
TRES NOCHES CON SUS DIAS
Por el Coronel de Caballería Rodrigo Alejandro Soloaga - Hoy General de Caballeria retirado.
La guerra constituye, a no dudarlo, un hecho extremo, un episodio brutal, que cambia la historia de los bandos participantes y también de los individuos involucrados.
Como participante de la llamada "Guerra de Malvinas", puedo dar testimonio de lo expresado. Mi vida profesional y personal ha quedado marcada por los episodios vividos.
El presente relato, sin otras aspiraciones que la de ser eso, un relato, tiene la modesta intención de compartir algunas de las vivencias de aquel momento, con la perspectiva que da el hecho de escribirlo dieciséis años después de ocurridas.
Como es dable imaginar, el tiempo transcurrido entre el 2 de abril y el 14 de julio, puede ser cronológicamente corto, pero emocionalmente resulta sumamente largo. En consecuencia, me limitaré voluntariamente en el alcance de mis recuerdos, tratando de circunscribirlos a los momentos de mayor carga emocional, de mayor contenido, a aquellos transcurridos en los últimos días, cuándo el combate llegó a nuestra zona de responsabilidad, imponiéndonos el tener que enfrentarnos con el otro gran protagonista de esta historia, el enemigo.
Sin embargo, antes de comenzar con el recuerdo de lo sucedido en el lapso del 11 al 14 de junio, es importante tener en cuenta que ello se desarrolló en un marco temporal más amplio, lo que implica que existe un antes y un después que, aunque brevemente, voy a abordar.
El "ANTES"
Cómo no recordar la profunda emoción que me embargó, cuando al despertar, el 2 de abril, tomé conocimiento de la recuperación de nuestras Islas Malvinas. Emoción que continuó durante el período previo a conocer que el destino del Escuadrón sería el de participar en las operaciones, incrementándose significativamente a partir de la recepción de las órdenes para cruzar a las Islas.
Cómo no recordar las febriles jornadas previas a la partida, la multiplicidad de tareas, las idas y venidas, la búsqueda de la inalcanzable perfección en los preparativos.
Un párrafo aparte para los soldados, los incorporados, con su predisposición y entusiasmo al máximo nivel y los convocados, que brindaron una respuesta tan rápida y eficiente que resultó conmovedora.
Llegó así el momento de la partida, interpretada por todos como la cristalización de un postergado pero siempre latente anhelo.
El 16 de abril llegamos al aeropuerto de lo que pocos días después pasaría a llamarse Puerto Argentino.
Después de reunir el Escuadrón, que transitoriamente se había separado como exigencia de los planes de transporte, nos aprestamos a pasar la primera de una larga serie de noches en las Islas Malvinas. Cabe agregar que no todas serían tan tranquilas como ésta.
Recibida la orden de defensa impartida por el Comando de Brigada, tomamos conocimiento de la que, con algunas variantes posteriores, sería nuestra misión. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando comprobamos, a partir de ella, que el Escuadrón debería actuar separado, llegado el momento, constituyendo dos elementos de reserva del dispositivo defensivo. En lo personal, pese a ser 2do Jefe, pasé a ser un jefe "a plazo fijo", situación que se concretaría en el momento de la verdad, esto es, en el momento de ser empleada la fracción a mis órdenes. La opción de serlo, me produjo una carga adicional de responsabilidad, inquietud, incertidumbre y, por qué no, de orgullo y satisfacción, por poder conducir un elemento en combate, por pequeño que éste fuera.
Como lógica consecuencia, ocupamos nuestra zona de reserva, inicialmente apoyados sobre una construcción que nos brindaba comodidad, abrigo y cierta dosis de confort. Todo ello fue rápida e involuntariamente abandonado el 1 de mayo, como consecuencia del bombardeo británico.
Nos desplazamos a un posición próxima en la cual permanecimos seguros, gracias a la acertada decisión del Jefe de Escuadrón, hasta que llegó la hora de la verdad.
Fue allí, cerca de la zona de Moody Brook, donde pasamos el lapso previo a las tres noches con sus días que mencioné. Fue allí donde armamos nuestras carpas, instalamos nuestro eficiente y apreciado rancho, allí donde entregamos y recibimos material, donde completamos nuestras provisiones, en fin, donde velamos nuestras armas en la larga vigilia previa al combate. Fue allí también donde fuimos actualizando nuestras previsiones al unísono con los cambios de planes, donde sufrimos los rigores del clima y los primeros efectos de la humedad, donde seguimos paso a paso la evolución de las operaciones por la radio, que, con su carga de inexactitudes, nos llevó a escuchar que estábamos combatiendo en San Carlos, sin habernos movido de ese lugar.
Pero también fue allí donde vivimos intensamente los dos meses que pasaron desde nuestra llegada, allí donde reímos y lloramos, allí donde imaginamos cada episodio del combate a librar, allí donde profundizamos nuestros afectos de soldados, donde nos contamos nuestras vidas, donde recordamos y añoramos a nuestras familias, donde escribimos y recibimos noticias de nuestros seres queridos, donde fuimos dejando día a día nuestra condición de novatos y bisoños en estas lides, para convertirnos en curtidos soldados.
Una vez más, fue allí donde el tiempo y los hechos nos hicieron cambiar nuestra percepción de la situación, pasando del cándido e inocente entusiasmo inicial a un realismo pragmático posterior, terminando en una especie de fatalismo final que nos llevó a desear el ataque enemigo como única opción de terminar con la situación.
Con sus buenas y sus malas, sus realidades y sus fantasías, con optimismo y pesimismo, con certezas e incertidumbres, con fortalezas y flaquezas, con actitudes altruistas y miserables, con valentías y cobardías, pero siempre con una total convicción en la causa que defendíamos, se nos fue "el antes".
PRIMERA NOCHE – 11 de junio - 18 horas
Después de una jornada relativamente normal, matizada con ataques de artillería y bombardeos aéreos a baja altura del enemigo, con la convicción que el ataque final se acercaba, llegamos a este momento.
La prematura noche había caído un rato antes, las rondas de mate continuaban, radio Carve de Montevideo nos informaba de lo que había pasado y, en particular sobre la visita del Papa a nuestro país.
De pronto, en distintos sectores del dispositivo comenzaron los disparos. La intensidad creció, la frecuencia de los mensajes por radio también. Era una noche gélida y, cosa rara, totalmente despejada.
Todos salimos de nuestras carpas y refugios, mirando en dirección a los montes Longdon y Dos Hermanas, donde a cada minuto se incrementaba el intercambio de disparos de todo calibre. Por radio supimos que también era atacado el monte Harriet.
El espectáculo era sorprendente y, si no hubiera sido porque significaba el ataque enemigo, diría que hasta cautivante.
Los obuses estallaban, las balas trazantes con sus rebotes en las rocas y sus trayectorias disparatadas semejaban fuegos artificiales, las bengalas iluminaban la noche.
Los detalles los conocíamos por la radio, como cuando se mira un partido por televisión y se escucha el relato por radio.
Sin embargo, esos relatos no invitaban al optimismo. En mi interior, teniendo una misión prevista entre el Longdon y Dos Hermanas y al tenor de los informes, intuía que nuestro empeñamiento estaba próximo. Nadie lo decía, pero creo no equivocarme al decir que la masa de mi gente tenía la misma percepción.
En efecto, a las 23 horas nos ordenaron ocupar la posición de bloqueo prevista en proximidades del Valle del Moody y, previo recuperar la sección que estaba de seguridad en el Puesto de Comando de la Agrupación Ejército, se finalizaron los aprestos e iniciamos la marcha.
A las tres de la mañana estuvimos en la posición, cada uno en su sector, de acuerdo con las previsiones y reconocimientos y tomamos contacto con la gente del Regimiento de Infantería Mecanizado 7 según lo coordinado.
Poco después, recibimos intenso fuego de artillería y sufrimos las primeras bajas. También aparecieron los primeros problemas derivados de la incapacidad de atender a todos los heridos al mismo tiempo con un solo enfermero, quien, además, entró en crisis por ello, hasta que logramos calmarlo. A ello se sumó la incapacidad de evacuarlos, debiendo hacerlo en forma totalmente inadecuada en un camión que circunstancialmente pasaba por la zona, agradeciendo todavía que todos los heridos se salvaran.
Pasó el resto de la noche, con las vivencias propias del combate, con el impacto espiritual del bautismo de fuego. Mientras tanto, se nos unió una fracción del Regimiento 4 de Infantería que se replegaba de Dos Hermanas, a órdenes del Capitan Lopez Paterson, de quién voy a hablar más adelante. También recibimos un disperso del Regimiento de Infantería Mecanizado 7, proveniente del Longdon, a quién preferí enviar a retaguardia, por cuanto estaba en estado de shock por lo que había vivido y podía constituir un elemento negativo para la moral de mis hombres.
Cuando, unos años después, leí "Viaje al infierno" de Vincent Bramley, recordé vívamente los relatos de aquel soldado.
PRIMER DIA – 12 de junio– 8 horas.
Llegaron las primeras luces y con ellas, una sensación de seguridad que resultó gratificante. Es notable cómo el solo hecho de "ver" puede cambiar totalmente la percepción de la situación. Diría, sin querer pecar de exagerado, que nos embargó una sensación de optimismo.
También nos llegó la noticia de nuestra primera pérdida, el Sargento Primero Ron, a quién encontramos, como no podía ser de otra manera en él, en una posición más adelantada, de más riesgo, alcanzado por la artillería enemiga.
La calma en las antiguas posiciones propias era total. Vimos en el Longdon, movimiento de ingleses y, previo producir los informes del caso, abrimos fuego, iniciándose un intercambio de disparos que duraría todo el día, ambas artillerías incluidas.
El resto de las horas de luz transcurrió entre fallidos intentos de contacto con propias fuerzas, completamiento de munición, mejoramiento de posiciones, evacuaciones frustradas, informes radioeléctricos, ayuno y expectativas inquietantes ante la nueva llegada de las sombras.
SEGUNDA NOCHE – 12 de junio – 18 horas.
Cayó la noche, cayó también el ánimo, cundió el desasosiego, creció la convicción que, para muchos, podía ser la última noche; el fatalismo se apoderó de los hombres y el miedo empezó a carcomer las entrañas. Sin embargo pese a este escenario poco optimista, mis hombres, mis nobles oficiales, suboficiales y soldados, a quienes se sumaban los que se nos habían agregado, mantenían la decisión de hacer frente al enemigo.
Sabíamos que los ingleses atacaban de noche, teníamos conciencia de que estábamos aislados, con nuestros flancos y retaguardia totalmente expuestos, de que el enemigo era superior, de que su preparación, equipamiento y capacidades eran mejores, de que no podíamos esperar refuerzos o apoyo de otras fuerzas. Pese a ello, estábamos dispuestos a vender cara nuestra posición.
La gélida noche y la intensa helada daban marco a la situación. Adelantamos puestos de observación y escucha que relevábamos constantemente, para evitar los efectos del frío. Consumimos abundante munición de iluminación en la búsqueda de detectar el ataque con la mayor anticipación posible.
Fue durante estas horas, en particular, que valoré la presencia del Capitan Lopez Paterson, de mayor antigüedad que yo, pero que, por una situación singular no ejercía el comando de la posición. Fue en todo momento un compañero, un guía, un referente, yo diría un amigo, que contribuyó a atenuar la "soledad del mando", tan cierta como difícil de sobrellevar. Por ese sentimiento el que comanda, en este caso yo, siente el tremendo peso de la responsabilidad sobre la vida de sus hombres. Sabe que es observado atentamente, que todos esperan sus órdenes, que su comportamiento es examinado especialmente. Paralelamente, asume todas sus falencias, siente sus propios temores, pero no tiene referente; siente la presión de que, siendo falible, no puede equivocarse; percibe con absoluta nitidez el eventual costo de un error; se siente humano como el que más pero debe deshumanizarse. En síntesis, el "mundo" está encima de él, pero no puede agobiarse.
Con Lopez Paterson y con el personal del Grupo Comando, compartimos esas interminables horas, el agua de la caramañola, el escaso abrigo disponible y hasta la tapa de un cajón de municiones para pisar y buscar que volviera el calor a nuestros congelados pies. Compartimos también rezos, temores y la desgarrante incertidumbre sobre nuestro futuro.
Así pasó la noche y el sol, tenuemente, comenzó a iluminar el horizonte.
SEGUNDO DIA – 13 de junio – 06 horas.
Nadie conoce las causas por las cuales los británicos aplazaron veinticuatro horas el ataque a las posiciones finales de Puerto Argentino, pero sí sé que hubo ciento cincuenta almas que respiraron con alivio cuando amaneció. En esos momentos, ganar veinticuatro horas significaba toda una vida.
Superada la angustia vivida, con el espíritu más optimista, llegó el momento de ocuparnos de asuntos "mundanos". Después de obtener autorización, destaqué personal a nuestra zona de reunión a buscar abrigo y víveres, pues el frío nos estaba castigando mucho y el hambre se hacía sentir, después de 36 horas.
También comprobamos que no todos soportamos adecuadamente las sensaciones vividas, detectando que el Sargento Primero Aguero y el Soldado Baez se habían escapado durante la noche, abandonando la posición. Por ello, además de hacerse acreedores al repudio y al desprecio del resto, ambos fueron juzgados al regreso, siendo el suboficial condenado.
Con la llegada de los víveres y el abrigo, la situación mejoró un poco.
Después del mediodía, fui convocado a Moody Brook para recibir la orden de repliegue. Partí solo, lo que constituyó un grueso error de mi parte, el cual, por suerte, no originó consecuencias. Durante la ida, me sentí vivamente impresionado por la infinita soledad que reinaba, el frío, el valle, el arroyo, las alturas y yo solo caminando sin otro movimiento que el mío, sin otro sonido que el de mi corazón latiendo. La calma precedía a la tormenta, el día le daba paso a la noche.
Durante el regreso, mis sentimientos eran totalmente diferentes, sentía la urgencia de llegar en la convicción que mi demora podía significar el aniquilamiento de mis tropas, dado que empezaba a oscurecer. Corría y caminaba, transpiraba, sentía cansancio y lo vencía, hablaba sólo para calmar mi angustia y, al fin, llegué.
TERCERA NOCHE – 13 de junio – 18 horas.
El Capitan Lopez Paterson, alertado por la Brigada, había ordenado los aprestos para el repliegue. En dos escalones, el primero a sus órdenes y el segundo a las mías, iniciamos el movimiento, mientras se había reiniciado el fuego en todo el frente.
Abandonamos aquel risco que nos había abrigado y protegido durante dos días, casi con alegría. Poco después de salir pudimos observar una impresionante concentración de fuego de artillería sobre la que había sido nuestra posición. La fortuna nos ayudó y nuestra salida fue más que oportuna. De haber estado allí, el efecto habría sido, a no dudarlo, devastador.
La marcha era difícil, el frío y la humedad nos dificultaban el movimiento y el fuego y las bengalas nos obligaban a detenciones permanentes. Teníamos algunos hombres con problemas para desplazarse.
Ocupamos la nueva posición luego de evacuar al personal en malas condiciones físicas, y de despedirme de mi compañero, el Capitán Lopez Paterson, llamado a cumplir otras misiones.
Sin embargo, no duramos mucho allí, nos ordenaron concurrir a reforzar la posición del Regimiento de Infantería Mecanizado 7 en las alturas de Wirless Ridge, donde ocupamos el extremo oeste de la misma, que sería, tiempo después, el lugar donde los británicos iniciarían el ataque desde el N y el O.
Relatar todo lo vivido en esas escasas horas es sumamente difícil; sólo diré que fue una situación límite. Antes de iniciarse el ataque enemigo, la concentración de fuego de artillería terrestre y naval fue impresionante, recibíamos fuego de misiles y de armas de todo tipo, algunas que no pudimos identificar.
Entre el control a mis fracciones, los contactos con el Jefe del Regimiento, los informes al Comandante, la recepción de mensajes contradictorios y muchas veces malintencionados, la concurrencia a los distintos sectores para acompañar y alentar a mi gente, ordenar y ejecutar fuego, todo bajo una nube de trayectorias trazantes, explosiones de obuses, esquirlas incandescentes, fue pasando el tiempo.
De pronto, como para anunciar la "parte principal del espectáculo" se iluminó nuestro sector gracias a bengalas terrestres y navales de los ingleses, que nos exponían totalmente a su observación, mientras ellos continuaban amparados en las sombras.
Con ello comenzó el ataque final, incrementándose aún más, pese a que no parecía posible, los fuegos de apoyo.
El ataque era importante, los efectivos empeñados muy superiores y el apoyo, impresionante.
En ese contexto, dicho ataque comenzó a progresar. Todo ello motivó permanentes informes de mi parte, inclusive la ejecución de fuego de nuestra artillería, próximo a las posiciones ocupadas por mi personal, generado por la cercanía del enemigo.
Ordené sucesivos repliegues para evitar el aferramiento de mis fracciones, hasta que la situación impuso al Comandante ordenar nuestro repliegue, después del Regimiento 7, hacia la localidad.
Llegamos ordenadamente, sumamente cansados, con el sabor amargo de la derrota en la boca. Nos ordenaron instalarnos y defender la Secretaría de Gobierno.
Analizamos las novedades, de lo cual resultó que, además de varios heridos, tuvimos que lamentar cinco muertos y un desaparecido. Este último se reunió con nosotros dos días después, durante los cuales estuvo prisionero de los ingleses.
En ese lugar pudimos descansar un poco después de pasar dos días de intenso frío, casi sin comer y con escaso descanso. Pienso que lo teníamos merecido.
TERCER DIA – 14 de junio – 0700 horas.
Ya de día, la situación que se vivía era confusa, la carencia de órdenes era la norma. Ante ello, evacué al personal herido y con principio de congelamiento y reorganicé a mi gente, ya sin los agregados de otras unidades, con quienes perdí contacto durante la noche.
Podía formar tres secciones de treinta hombres con armas livianas más el Grupo Comando y un reducido Grupo Servicios, hecho que informé a la Brigada.
Tiempo después, un estafeta enviado por el Jefe natural del Escuadrón, Mayor Carullo, que estuvo afectado a otras misiones con otra parte del mismo, me transmitió la orden de reintegrarme al resto de la Subunidad en el Apostadero Naval, actividad que concretamos sobre el filo del mediodía.
A las 1630 horas se recibió la orden del toque de queda a partir de las 1900 horas; aparentemente, se había producido la capitulación.
El "DESPUES"
Inicialmente, se sucedió un período de incertidumbre caracterizado por órdenes, contraórdenes, carencia de órdenes, rumores, o sea desorden, que por suerte no se nos contagió, manteniéndonos unidos y disciplinados.
Así llegó la orden de no destruir los vehículos y el armamento, pese a que después se negó su impartición. Pese a ello, alguna maldad hicimos.
Así llegaron los primeros ingleses a nuestro sector, sin que hubiera altercados.
Tuvimos que entregar nuestro armamento, en un acto que nos sumió en la mayor frustración, en una profunda amargura. La sensación de la derrota nos invadió, provocando un desánimo generalizado.
Después de tanta acción, de las incesantes actividades realizadas, de las impresionantes sensaciones vividas, de pasar por situaciones extremas, de sentimientos encontrados, de la vivencia de los horrores de la guerra, de tener que lamentar muertes entre nosotros, de sentir el lacerante sabor de la derrota, llegó la calma, llegó el momento de la reflexión, del arrepentimiento por haber hecho algunas cosas y dejado de hacer otras, de las culpas, de las satisfacciones, del orgullo por mi gente.
Es posible que el tiempo de reflexión aún no haya finalizado. Sin embargo, sin olvidar el calor de aquellos momentos, asumiendo nuestras conductas, con aciertos y errores, concluyo sin equivocación que la fracción a mis órdenes, pese a sus imperfecciones, se empeñó todo lo posible, intentó cumplir con sus misiones, expuso un elevado espíritu de sacrificio, evidenció valores morales y de carácter, acreditó virtudes de soldado; en síntesis, respondió a lo que se esperaba de ella, a lo que yo confiaba que podía dar, independientemente del lamentable y no deseado epílogo de la lucha.
No puede haber satisfacción completa en la derrota, siempre va a ser limitada. El soldado, naturalmente, se prepara anímicamente para la victoria: si no, no lucharía; en su espíritu no hay lugar para la derrota. Nosotros no fuimos la excepción.
Así llegó el momento del embarque, la separación de los oficiales del resto, el regreso del Escuadrón al continente sin ningún oficial a cargo, al mando de su encargado el Suboficial Mayor Cruz, dando en todo momento ejemplo de disciplina y comportamiento propio de soldados.
Esto último lo supimos por referencias, llenándonos a los oficiales de orgullo, dado que todos quedamos un mes como prisioneros de guerra.
Pero esa es otra historia.
El autor se desempeñó en el momento del relato, con el grado de Capitán, como 2do Jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 "Coronel Isidro Suarez", hoy, ya retirado, quien narró esta historia es General.
Como dije al principio, esta es la historia de la única Unidad de Caballeria que combatió (a pie) en Malvinas, una Unidad de HERMANOS, una UNIDAD...
"POR SOBRE EL MEJOR"
"SOLDADOS POR UN TIEMPO... HERMANOS PARA SIEMPRE"
Fuente: V.G.M. E.E.C.B.10 Jorge Eduardo Choque, General de Caballería Rodrigo Alejandro Soloaga para "EL MALVINENSE" .

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