La evidencia de que el poder destructivo de los soberbios ranqueles no había sido quebrado por la poderosa expedición de 1833 y por el efímero triunfo que obtuvo Ruiz Huidobro en Las Acollaradas, es clara e incontrovertible si se considera que desde ese momento en adelante en las regiones más ricas y pobladas, recrudecieron los malones con su cortejo fúnebre de saqueos, incendios y matanzas.
Los
acometedores habitantes de la llanura, con más osadía y encono que
nunca, en marzo de 1834 cayeron sobre Achiras y El Morro extendiendo su
devastadora acción hasta dar con las estribaciones de la sierra de
Intihuasi y hasta golpear en las puertas de Carolina y sus alrededores.
También
aparecieron incursionando por Lince y Chischaca, llegando a tres leguas
de la ciudad de San Luis extrayendo de una y otra zona un gran botín de
más de 20.000 cabezas de ganado y numerosos cautivos dejando el tendal
de muertos.
En
vista de la afligente situación que se había creado por la posibilidad
de contener la ola de salvajes que tenían aterrorizados a los habitantes
de la provincia, el gobierno de San Luis consiguió la ayuda afectiva de
la provincia de Buenos Aires de la que concurrió el regimiento que se
denominó “Auxiliares de los Andes”, integrado por 200 hombres bien
armados y disciplinados al mando del experimentado y bizarro coronel
Pantaleón Argañaraz quien, “independiente de ser un conocedor del
terreno y de la táctica del indio, era un bravo y sagaz soldado”.
Con
esta fuerza más noventa lanceros del coronel Pablo Lucero y cincuenta
soldados de caballería comandados por el comandante Argañaraz en
carácter de jefe, se dispuso a la lucha sabiendo que de su heroísmo y
sacrificio dependía la vida de centenares de habitantes, el consuelo de
otros tantos hogares y la tranquilidad, por lo menos momentánea del
pueblo de la Provincia.
El
encuentro tuvo lugar en la Pampa de los Molles, al pie de los Cerros
Largos, a media legua de La Toma, el 8 de octubre de 1834. La indiada
pertenecía a la tribu del célebre Yanquetruz y venía capitaneada por
caciques de segundo orden pero de renombre como Colipay, Carroné,
Pallan, Cuitiño y otros que no fueron individualizados.
Todos
estos legionarios del asalto aleve y crimen nefando, regresaban después
de haber realizado una cruenta razzia en los departamentos Pringles y
San Martín, al frente de más de 1.500 indios de Pelea. No entraba en sus
cálculos librar un combate pues lo que les interesaba era salvar el
cuantioso fruto de su correría y el rico elenco de cautivas que habían
atrapado, pero una vez que vieron interceptado su paso sin poder echar
marcha atrás ni dar un rodeo, se decidieron a pelear con el empuje y
ferocidad que les eran característicos.
El
choque fue de una extraordinaria violencia y sino hubiera sido la
disciplina de las tropas veteranas y el valor de sus jefes, los indios
habrían alcanzado una victoria de trágicas consecuencias para la
civilización.
En
el primer momento el coronel Pantaleón Argañaraz y sus soldados fueron
cortados encontrándose a punto de perecer. Al mismo tiempo el comandante
José León Romero se encontró en situación apremiante, defendiéndose
bizarramente del terrible ataque que los indios habían concentrado sobre
su sector. Por su parte el mayor José Mendiolaza, el coronel Patricio
Chávez y el teniente coronel Luis Argañaraz, sostenidos eficaz y
valientemente por Isidoro Torres, consiguieron reagrupar sus fuerzas y
correr en auxilio de los jefes y soldados que estaban defendiendo sus
vidas a lanza y sable frente al grueso de las bravas huestes indígenas.
Restablecido
el equilibrio se impuso la disciplina y destreza de los cristianos por
sobre la indómita bravura y el cuerpo a cuerpo preferido por los
guerreros del desierto. En el campo de batalla quedaron muertos todos
los caciques que hemos nombrado y además setenta y tantos de sus
guerreros; fueron rescatadas veintitrés familias cautivas y 16.000
cabezas de ganado mayor. La victoria costó a las fuerzas del orden
numerosas bajas entre muertos y heridos. Los despojos de los que
murieron “allí quedaron, marcando con su sangre y con su vida esa etapa
dolorosa de los grandes sacrificios por la civilización y la humanidad”.
Fuentes:
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado / Pastor, Reynaldo A. –
San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).
http://www.fotolog.com/ejercitonacional
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