miércoles, 23 de mayo de 2018

ANIVERSARIO DEL HUNDIMIENTO DEL HMS “ARDENT”

En la madrugada del 21 de mayo, la fragata HMS “Ardent” se hallaba en la bahía de San Carlos formando junto a la HMS “Broadsword”, el HMS “Antrim”, el HMS “Argonaut” y el HMS “Arrow”, un escudo defensivo tendiente a “atajar” las oleadas deaviones provenientes del continente. Junto a esa tarea, se le había encomendado cañonear las posiciones argentinas en Puerto Darwin y Prado del Ganso evitando posibles incursiones de los Pucará desde ese aeródromo.
A las 11.30 hora argentina (14.30Z) despegó desde la base aérea de Río Gallegos la escuadrilla “Mula” integrada por cuatro Skyhawk A4B del Grupo 5 de Caza, encabezada por su líder, el capitán Pablo Marcos Rafael Carballo, con sus numerales, el teniente Carlos Rinke, el primer teniente Carlos Cachón y su escolta, el alférez Leonardo Carmona, cerrando la formación.
Las aeronaves despegaron una tras otra, volando directamente hacia el punto de encuentro con uno de los dos Hércules KC-130 que la FAS mantenía en operaciones entre las islas y el continente.
Los aviones se aproximaron pausadamente y de ese modo, uno a uno se fueron enganchando a la manguera, primero el jefe de la sección, después su primer numeral y enseguida el primer teniente Cachón. Fallas técnicas impidieron a este último cargar combustible por lo que después de informar a su líder y comunicarse con la torre de control, hizo un amplio viraje y regresó a la base.
Los pilotos restantes se dirigieron hacia el objetivo volando en un día realmente espectacular, con un cielo cubierto en un 50% y una visibilidad excelente. El capitán Carballo pensó para sí que aquella era la jornada ideal para efectuar un vuelo en tiempos de paz ya que según lo que relata en Dios y los Halcones, todo era azul, cielo y mar, un cielo y un mar tan inmensos que de caer al agua, nadie podría encontrarlos.
Los jets entraron a vuelo rasante por la Bahía San Julián, al oeste de la Gran Malvina, sobrevolando tierra hasta el monte María, al que encontraron cubierto de nubes. Al llegar a ese punto, se desviaron un tanto a la derecha y tomando a los montes Hornby como referencia, siguieron avanzando a una velocidad que oscilaba entre los 900 y los 950 km/h, buscando al enemigo.
Fue entonces que el teniente Rinke comenzó a experimentar problemas en su tanque suplementario ubicado debajo de las alas, que de manera repentina dejó de enviar combustible al principal. En vista de ello, el capitán Carballo le ordenó regresar pero aquel se negó aduciendo que podía continuar.
El líder se tuvo que ponerse firme para que Rinke obedeciera. De mala gana, el bravo numeral viró hacia el oeste y a la misma velocidad se alejó hacia Río Gallegos en tanto la escuadrilla, reducida al capitán Carballo y el alférez Carmona alcanzaba la ladera oeste de las alturas Hornby y en sentido contrario, pegándose lo más posible al mar. En esos momentos, la fragata “Ardent”, se desplazaba hacia el norte cumpliendo la directiva de contener los ataques que pudiesen llegar desde el sur.
Mientras tanto, dejando atrás los montes Hornby, Carballo y Carmona divisaron una bahía que se extendía al otro lado del estrecho y dentro de ella lo que les parecía ser una fragata clase 21.
Lanzando el grito de guerra de la Fuerza Aérea Argentina (¡Viva la Patria!), los dos pilotos se lanzaron sobre su presa listos para atacar. Pero hubo algo que llamó poderosamente la atención del guía: la nave no le disparaba y recordando el incidente del 1 de mayo cuando bombardeó y ametralló por error al transporte “Formosa”, se abstuvo de disparar temiendo que fuera propia Alberto N. Manfredi (h) Intentando prevenir a Carmona, estableció contacto de radio con él para manifestarle su temor pero su reacción fue tardía ya que para entonces, el joven numeral había lanzado sus bombas. Fue un breve momento de incertidumbre para los aviadores, incertidumbre que desapareció al instante cuando al virar hacia la izquierda comprobaron aliviados que se trataba de un buque enemigo.
Como el alférez Carmona se había quedado sin bombas, Carballo le ordenó retirarse en tanto él seguía solo hacia el norte, en busca de un nuevo blanco. Volando rasante, con las aguas discurriendo a gran velocidad debajo de su avión, el líder de la formación sintió una extraña sensación de confianza y una euforia especial que atribuyó al hecho de volar en la Gracia de Dios.
De repente, al ingresar en la Bahía Ruiz Puente apareció ante él una fragata que sin ninguna duda era enemiga. Se trataba del HMS “Ardent” que por la primera impresión que tuvo, no le pareció tan grande como se había imaginado a las clase 21. Poniendo sus motores a plena potencia, Carballo se lanzó al ataque al tiempo que la embarcación abría fuego sobre él.
El argentino vio que el agua parecía hervir a causa de las esquirlas y que algo muy veloz pasaba a 50 metros de su ala derecha (sin ninguna duda un misil), mientras una suerte de túnel formado por los disparos y proyectiles le tiraban, tomaba cuerpo delante. De esa manera, siguió avanzando entre las columnas de agua que levantaban las municiones, disparando a su vez con sus cañones de 30 mm con los que perforó el casco de la nave. Al cabo de dos minutos que le parecieron interminables, se elevó y lanzó sus bombas.
Una cosa que le llamó poderosamente la atención fue el sonido de una extraña respiración que le llegó a través de sus auriculares; algo así como los estertores de alguien que agonizaba. El alférez Carmona, que en esos momentos regresaba al continente, también los sintió y así lo manifestó después de la misión. Tardaría mucho
en darse cuenta pero al fin comprendió que se trataba del retumbar de su propia respiración.
Carballo tuvo la sensación de que se iba a estrellar contra las antenas de la nave pero un movimiento instintivo de su palanca y la pérdida de peso que el avión experimentó al lanzar las cargas explosivas, lo hicieron tomar altura y pasar por encima de ellas, a muy pocos centímetros de la más elevada. Casi enseguida recuperó la calma y virando suavemente hacia la izquierda se pegó al mar mientras daba plena aceleración a sus turbinas. Entonces notó que una columna de humo se elevaba desde la proa de la fragata, distante a tres kilómetros a su izquierda y que el buque no le disparaba.
El bravo piloto jamás encontraría explicación a eso y una vez más atribuyó su suerte a la divina protección de Nuestro Señor Jesucristo cuya imagen llevaba en una pequeña estampa en el interior de su cabina.
Tras un retorno sin sobresaltos, Carballo aterrizo en Río Gallegos y al descender de su avión, tuvo la grata sorpresa de que en el aeropuerto lo estaba esperando el brigadier Basilio Lami Dozo quien había estado siguiendo desde la base las incidencias de la misión, acompañado por altos oficiales de la fuerza.
Lami Dozo ya había hablado con el alférez Carmona (una fotografía suya estrechando la mano del joven aviador, rodeados por otros jefes de la Fuerza Aérea, fue publicada en el libro La campaña de las Malvinas de los españoles Bendala, Martín y Pérez Seoane) y se había impuesto de los planes de batalla que se habían programado para todo ese día.
Junto al alto oficial, integrante de la Junta Militar, Carballo y sus superiores se encaminaron al interior del edificio donde los pilotos tenían su sala y allí lo puso al tanto de los pormenores de su incursión. Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Lami Dozo les habló a todos sus pilotos felicitándolos por su profesionalismo e incitándolos a seguir adelante, con los dientes apretados, porque la lucha continuaba y todavía quedaba un largo camino por recorrer.
El HMS “Ardent” había recibido impactos de cañones de 30 mm y la bomba de Carballo que si bien no llegó a explotar, causó importantes averías y un incendio de magnitud que los británicos pudieron controlar al cabo de varias horas de trabajo. Pero aquello no había sido todo. 
A las 10.15 hs (13.15Z) seis Skyhawk A4Q navales despegaron desde Río Grande conformando una escuadrilla de dos secciones que debían atacar a los buques de transporte que navegaban frente a Puerto Zorro (Bahía Fox).
Integraban la primera el capitán Rodolfo Castro Fox (jefe de la escuadrilla), el teniente de fragata Daniel Olmedo y el teniente de navío Marcos A. Benítez y en tanto la segunda, iba conformada por el capitán de corbeta Carlos Zubizarreta, el teniente de corbeta Félix Médici y el teniente de navío Carlos Oliveira.
Mientras volaban hacia sus blancos, sin haber hecho reabastecimiento en vuelo debido a la urgencia de prestar apoyo aéreo, se les ordenó cambiar de ruta y dirigirse hacia el norte del estrecho donde, en esos momentos, penetraban dos barcos. 
En cumplimiento de esa directiva los pilotos se encaminaron hacia el nuevo objetivo y cuando se hallaban a mitad de recorrido, recibieron una nueva comunicación que les informaba que los buques que en esos momentos ingresaban en San Carlos eran doce y no dos. Escasos de combustible, los A4Q abortaron la misión y regresaron a la base a efectos de planificar una nueva incursión y proveerse del armamento adecuado.
Mientras tanto, aguardando en pista se encontraban el capitán de corbeta Alberto J. Philippi, el teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez y el teniente de navío José César Arca esperando la orden para decolar, el primero en el avión matrícula 3-A-518, el segundo en el 3-A-519 y el tercero en el 3-A-294.
Recibida la directiva desde la torre, los aviadores navales dieron máxima potencia a sus turbinas e iniciaron el carreteo con una diferencia de un minuto entre uno y otro. Bajo una persistente y fría llovizna, los cazas navales se elevaron uno después de otro llevando cuatro bombas con cola de retardo cada uno además 190 cargas de proyectiles de 20 mm en sus cañones.
Volando a 30.000 pies de altura y a 900 km/h pusieron proa hacia los objetivos seguidos a escasos seis minutos por los tenientes de navío Benito Italo Rotolo como sublíder en el avión matrícula 3-A-306, Roberto Gerardo Sylvester en el 3-A-301 y Carlos Alberto Lecour en el 3-A-305, con la misión de prestar apoyo al capitán Philippi.
A poco de adentrarse en el mar, desde la torre de control de Río Grande se le comunicó al líder que un PAC de por lo menos cuatro Sea Harrier protegía a las unidades de superficie y que en caso de no hallar el blanco debían dirigirse a San Carlos para atacar a los barcos allí apostados.
Con la Gran Malvina a la vista, Philippi ordenó iniciar el descenso, efectuando para ello un balanceo con sus alas dado que estaba terminantemente prohibido romper el silencio de radio. De ese modo, al iniciar la maniobra, los pilotos conectaron sus masters de armamento y aceleraron.
Debido al fuerte viento de cola los Skyhawk llegaban con cinco minutos de anticipación a la zona. Eso no solamente los catapultó hacia delante con mas velocidad sino que los ayudo a ahorrar combustible, algo que el 1 de mayo esperaron en vano cuando se programó el ataque a la Task Force desde el “25 de Mayo”.
Durante su corrida de aproximación, Philippi, en condiciones climáticas desfavorables, con lluvias, chubascos y un techo de nubes bajo, descendió todavía más, hasta tocar casi las aguas, maniobra que imitaron sus numerales inmediatamente. En esas condiciones Alberto N. Manfredi (h) alcanzaron la Isla de los Pájaros, al sudeste de la Gran Malvina, pegándose a la costa a 50 pies de altura con una visibilidad que no alcanzaba los 1000 metros.
El mencionado promontorio emergía de las negras aguas del mar como una mole rocosa de impresionantes dimensiones en cuya base rompían con fuerza las olas.
Mientras volaban atentos para no chocar contra los accidentes geográficos, con el agua del mar salpicaba sus parabrisas, Philippi pensó si era acertado seguir adelante o si en realidad, convenía regresar. De haber optado por la primera opción, hubiera sido una decisión totalmente justificada dadas las difíciles condiciones que imperaban en esos momentos. Además, las fragatas contaban con un sistema de misiles Sea Wolf que disparaban automáticamente cuando el radar captaba sus blancos a 5 millas de distancia. Sin embargo, decidió seguir, confiando en la Providencia. A bordo de las naves sabían que los pilotos atacantes carecían de detector de contramedidas electrónicas y que su visibilidad era de apenas 4 millas, es decir, una menos que la de los misiles y que eso los hacía presas extremadamente fáciles de aquel mecanismo. Sin embargo, los Skyhawk siguieron avanzando, girando hacia la izquierda, casi a ciegas buscando el rumbo 070º para cruzar hacia el estrecho de San Carlos y atravesarlo en solo cuatro minutos.
Para ese entonces la fragata “Ardent” se había ubicado en la ensenada de Grantham Sound y cañoneaba desde allí Puerto Darwin y Prado del Ganso en un intento por neutralizar a los Pucará que operaban desde allí y de paso, apoyar el ataque de distracción que los SAS efectuaban a 18 kilómetros del lugar.
En su avance, el capitán Philippi rompió inconcientemente el silencio de radio cuando se dijo a sí mismo en voz alta: “que largo es esto”. Nadie le respondió pues, en esos momentos, reinaban la tensión y la ansiedad.
Cuando los argentinos llegaron al punto calculado, no encontraron nada, razón por la cual, se dirigieron al blanco alternativo sobrevolando la costa oeste de la Isla Soledad en dirección norte.
Giraron a la izquierda, pusieron rumbo 025º y poco después comenzaron a recorrer las playas, siempre a 50 pies de altura y 450 nudos de velocidad. Fue ahí cuando notaron que el clima comenzaba a mejorar.
La escuadrilla repasó Puerto Finlay y casi enseguida ubicó un buque muy cerca de Puerto Rey (Bahía King) al que Philippi señaló a sus escoltas moviendo las alas. Sin embargo, casi al mismo tiempo, se dio cuenta que se trataban del averiado “Río Carcarañá” y desistió de atacar.
Cinco millas antes de alcanzar Bahía Ruiz Puente los aviadores navales vieron un barco que se movía detrás del promontorio rocoso conocido como Isla del Noroeste, sobre el extremo norte de la misma, muy cerca de Punta Federal y decidieron que ese sería su blanco. Fue el teniente Arca quien rompió el silencio para dar el alerta a sus compañeros.
-¡Vamos a atacar! – ordenó el capitán Philippi mientras la formación entraba en la corrida de tiro.
Después de conectar los masters de armamentos, los argentinos atravesaron la bahía y embistieron de babor a estribor. 
Al verlos venir, la fragata aceleró tanto sus motores que Philippi necesitó hacer una brusca maniobra hacia la izquierda para arrojarle sus bombas, haciendo perder su radio de giro al teniente Arca.
Con el teniente Márquez a su izquierda, el capitán Philippi accionó sus cañones pero estos se negaron a disparar. Lanzando una maldición siguió avanzando y cuando estuvo Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur a distancia de tiro, arrojó sus bombas mientras desde la fragata le disparaban frenéticamente.
El capitán Alan West se encontraba en el puente de mando, hablando con la sala de máquinas, cuando vio venir a los jets. A los gritos ordenó a todos buscar cobertura e inmediatamente después se arrojó al suelo mientras una impresionante explosión hacía estremecer la nave.
En el comedor se encontraba el suboficial Ken Entiakajab, jefe del equipo de control de daños y responsable de los sistemas de refrigeración, aire acondicionado y maquinarias domésticas, quien a poco de producirse el estallido, se incorporó y echó a correr hacia el lugar del impacto, seguido por algunos de sus hombres. El característico olor acre y el humo denso comenzaban a inundar los pasillos interiores del “Ardent” en tanto numerosas vías de agua empezaban a inundar las cámaras próximas a las cubiertas superiores. Había rajaduras en los techos de las recámaras contiguas al lugar de la explosión y daños de distinta consideración por todas partes.
Rápidamente ordenó a su equipo preparar las bombas para extraer el agua y trabajando duro con su gente logró aislar los sistemas en torno al área siniestrada, disminuyendo con ello el ingreso del líquido. Se efectuó entonces una evaluación de los daños y se comprobó que todos los tableros estaban destruidos, cortados a la mitad con sus cables colgando y que existía peligro de que alguien se electrocutase. En ese sentido, se tomaron los recaudos necesarios para que ello no ocurriera alejándose a la gente del lugar.
Pese a que los motores todavía funcionaban, poco a poco, muy lentamente, la nave comenzó a escorarse.
Después de lanzar sus bombas, el capitán Philippi saltó por encima del buque e inició la retirada mientras se las ingeniaba para evitar el contraataque enemigo. 
Se hallaba inmerso en esa maniobra cuando le llegó nítida la voz del teniente Arca:
“¡¡Bravo señor, una en la popa!!
El teniente Arca tenía esperanzas de que las bombas de Philippi erraran el blanco para no recibir el impacto de sus esquirlas, pero no fue así, la cuarta dio de lleno en la parte posterior de la nave y produjo una explosión tremenda. No le quedó más remedio que lanzar las suyas mientras atravesaba la columna de fuego que había desencadenado su líder.
Detrás suyo llegó el teniente Márquez arrojando también sus cargas explosivas y luego los tres, al mismo tiempo, iniciaron el escape lo más pegado posible al agua, Philippi adelante, Arca mil metros detrás y Márquez a otros mil quinientos, cerrando la formación.
En plena maniobra de escape, 15 segundos después de efectuado el ataque, la sección fue detectada por un PAC de Sea Harrier que patrullaban el sector y que orientados posiblemente por la “Brilliant”, se lanzaron tras ella. 
El teniente Márquez fue quien dio el alerta por radio, informando que los aviones enemigos se les venían encima por la izquierda. 
-¡¡Harrier!! ¡¡Harrier enemigos a la izquierda!! – gritó.
Se trataba de los tenientes John Leeming y Clive Morell del Escuadrón 800 embarcado en el “Hermes”, quienes advertidos sobre las explosiones en el “ArdenT y observando las evoluciones que efectuaban los cazas argentinos, iniciaron su persecución.
Al verlos aproximarse, el capitán Philippi ordenó desprender los tanques de las cargas exteriores de combustible e iniciar la retirada hacia el sur del estrecho. Alberto N. Manfredi (h) Morell disparó una ráfaga con sus cañones y alcanzó al teniente Márquez cuyo avión estalló y se desintegró en el aire. Leeming, a su vez, lanzó un Sidewinder que comenzó a seguir de manera implacable al capitán Philippi cuando aquel pronunciaba un cerrado giro. El misil pegó en la parte trasera de la aeronave pero no la derribó.
Philippi sintió la explosión y casi enseguida una fuerte sacudida. Cuando el avión comenzaba a encabritarse con la nariz hacia arriba y girando hacia la derecha, notó que la palanca de mandos no le respondía. Instintivamente giró su cabeza a su diestra y vio que un Sea Harrier se le acercaba para rematarlo, demasiado cerca, según su parecer.
No lo dudó más. Informó a su división por radio que había sido alcanzado, que estaba cayendo, y que se encontraba bien, accionó la palanca de su asiento y se eyectó perdiendo el conocimiento instantáneamente debido a la gran velocidad que llevaba el avión. El combate, sin embargo, no había terminado.
Persiguiendo al teniente Arca, Morell disparó uno de sus misiles pero el mismo se negó a salir. Al ver eso, oprimió el obturador y lo alcanzó en pleno con sus cañones, sin lograr abatirlo. El argentino sintió los impactos pero comprobó aliviado que el aparato le respondía por lo que, accionando su palanca, tomó altura e intentó evadirse realizando un nuevo giro. Pero el teniente Leeming estaba allí y lo acribilló con sus cañones.
Arca vio que las luces de alarma de su tablero se encendían al mismo tiempo y eso era señal de que estaba en grave peligro. Sin embargo, giró nuevamente hacia la izquierda comprobando aliviado que los Sea Harrier se retiraban, apremiados por la falta de combustible y eso le dio cierta esperanza de sobrevivir. Sabía que en las condiciones en que se encontraba su avión no podría alcanzar el continente y por esa razón se dirigió a Puerto Argentino con la intención de aterrizar allí.
Con solamente 1100 litros, redujo la velocidad a 200 nudos e intentó comunicarse con la torre de control para notificar que avanzaba hacia en esa dirección mientras se alejaba lo más posible de Prado del Ganso para no ser derribado por las antiaéreas propias. 
Una rápida ojeada a la parte visible de su aparato le permitió observar seis orificios de cañón en su ala izquierda y cuatro en la derecha.
En Puerto Argentino no pudieron captarlo aunque sí lo hizo un helicóptero del Ejército que le hizo de puente. Gracias a ello, desde la torre se le informó que podía aproximarse tranquilo ya que las baterías de tierra habían sido advertidas de su presencia pero como a través de la radio se escuchaban voces en inglés, decidió suspender las comunicaciones y guiarse por la carta de navegación que tenía sobre sus rodillas.
Así fue pudo identificar primero a Fitz Roy, próximo a Bahía Agradable y después Puerto Argentino, hacia donde se dirigía.
Volando sobre Bahía Agradable volvió a establecer comunicación con la torre de control y así fue como sus interlocutores le informaron que lo tenían identificado en pantalla y que debía eyectarse.
Arca se negó a abandonar su avión ya que tenía la esperanza de preservarlo. Sin embargo, mientras se aproximaba, volvieron a insistirle que abandonase la aeronave, pero él, una vez más, volvió rechazar la orden.
Fue en ese momento que un nuevo PAC de Sea Harrier apareció de la nada disparándole con sus cañones, aunque sin alcanzarlo.
Los ingleses se retiraron y Arca siguió vuelo comunicándole al mayor Alberto Iannariello, a cargo de la torre de control, que se disponía a aterrizar. El oficial de la Fuerza Aérea le ordenó que bajara el tren de aterrizaje y cuando lo tuvo a la vista, le ordenó con energía que se eyectase porque la rueda izquierda del avión se había trabado. El teniente Arca no tuvo más remedio que obedecer. Después de quitarse la máscara de oxígeno que pendía de un costado de su casco, desaceleró hasta los 170 nudos, ascendió hasta los 2500 pies, accionó el mando superior de su asiento y tras una explosión violenta salió despedido de su cabina como si se tratase de un bólido. Lo primero que sintió fue que daba vueltas en el aire y que, pasados unos segundos, su paracaídas se abrió. Para su sorpresa y la de quienes observaban desde tierra, el avión continuó volando solo, dando vueltas en círculo como si se tratase de un potro salvaje en los cielos.
Mientras descendía, Arca vio que el A4Q, realizando un suave giro en espiral descendente, se le venía encima y que se lo iba a llevar por delante. Maldiciendo su suerte se encomendó a Dios y cerró instintivamente los ojos rogando un milagro. Y ese milagro ocurrió.
Cuando la aeronave se hallaba a escasos metros suyo, giró repentinamente y se alejó, como guiado por una mano invisible. Arca respiró aliviado y agradeció al Todopoderoso su intervención divina pero casi enseguida notó que el caza, después de un pronunciado giro, volvía a cargar hacia él, apuntándole directamente con su nariz. Fue necesario que las baterías de tierra abrieran fuego y lo derribasen para acabar con su alocada carrera. Sus restos, envueltos en llamas, se precipitaron al mar. Comenzaba de ese modo, la segunda parte de la odisea. Arca cayó en las heladas aguas de Puerto Argentino, a 400 metros de la costa, cerca del aeropuerto. Lo primero que hizo fue inflar su bote salvavidas pero este no solo no le respondió, sino que lo dejó en una posición sumamente incómoda. Después de quitarse los guantes para maniobrar mejor, procedió a inflar su chaleco salvavidas y esta vez sí tuvo éxito, siendo eso lo que lo mantuvo a flote. El traje antiexposición le permitiría sobrevivir unos cuantos minutos en el mar y eso le daría tiempo al helicóptero Bell UH-1H matrícula AE-424 del Ejército Argentino, llegar al lugar.
El aparato, piloteado por el capitán Jorge Rodolfo Svendsen y el sargento primero Miguel Ángel Santana, tardo poco tiempo en llegar. Lo primero que hicieron sus tripulantes verificar el estado del aviador y para su alivio, pudieron comprobar que estaba vivo.
La aeronave, que carecía de los elementos adecuados para un rescate de ese tipo, se mantuvo en vuelo estático cerca de veinte minutos, maniobrando permanentemente para sacar a Arca del agua. Al piloto le resultaba prácticamente imposible moverse porque el salvavidas se lo impedía.
Toda tentativa parecía inútil. Svendsen hizo prodigios para acercar los esquís al agua pero Arca, extenuado, no podía asirse a ellos, incluso el viento que producía el rotor lo empujaba con fuerza hacia abajo. En un momento dado, intentó empujarlo hacia la costa con el aire de la hélice pero la playa se hallaba distante y el piloto naval tendía a hundirse o alejarse en sentido contrario. En vista de ello, Arca les hizo señas a los pilotos para que se alejasen y estos así lo hicieron, retirándose a unos 30 metros de distancia. Eso le permitió quitarse el chaleco salvavidas y obtener de ese modo mayor movilidad.
Cuando Svendsen se acercó, Arca intentó nuevamente alcanzar el helicóptero pero no logró.
Fue entonces que el cabo primero Martín Héctor San Miguel, sacando su cuerpo fuera del fuselaje, se paró sobre el patín derecho y mientras la aeronave se mantenía en vuelo estático a escasos cuatro metros de la superficie, arrojó una soga para que Arca se tomase de ella. Alberto N. Manfredi (h) La gente desde la costa se hallaba fuera de sí, presa de viva excitación, sobre todo cuando la soga con la que era izado el aviador, se cortó. Lanzando gritos intentaban darle ánimo y intentaban advertirle que se estaba aproximando a una zona minada, pero aquel no los oía.
El aviador naval no podía más; estaba extenuado, tenía las manos congeladas y la falta de fuerzas le estaba haciendo tragar mucha agua. Entonces Svendsen, con gran habilidad, metió el patín derecho en el mar y eso le permitió a San Miguel tomar al piloto de los pelos y subirlo hacia él. Arca se tomó con fuerza del esquí y con San Miguel sujetándolo del brazo con firmeza, el helicóptero remontó vuelo.
Con Arca colgado, Svendsen le ordenó al cabo San Miguel que impidiese por todos los medios que el aviador naval perdiese el conocimiento. El bravo suboficial hizo todo lo que estuvo a su alcance para que Arca estuviese despierto: le frotaba las manos, le masajeaba los brazos y le daba sopapos en el rostro y la cabeza para impedir que se durmiera.
-¡¿Usted como se llama?! –le preguntaba mientras le deba un bofetón. 
- José César Arca –respondía el aviador.
-¡¿Qué grado tiene?! – volvía a preguntar el suboficial mientras le daba un nuevo sopapo.
- Teniente de navío
Y así durante todo el trayecto, a muy baja altura, hasta alcanzar la costa, donde prácticamente entumecido, el aviador fue depositado en la playa donde lo esperaban los integrantes de diferentes equipos de curación quienes lo cargaron, lo subieron a una ambulancia y lo condujeron hasta el hospital de Puerto Argentino para practicarle las primeras curaciones. Fue necesario enyesaron la mano derecha porque se la había fracturado.
José César Arca, casado y padre de tres hijos, permaneció internado ocho días hasta que el 29 de mayo fue evacuado hacia el continente a bordo de un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, junto a otros pilotos derribados. Mientras tanto, en San Carlos, la fragata “Ardent” era un verdadero infierno. Había recibido en la popa, el impacto de cuatro bombas de 230 kilogramos (500 libras cada una) dos de Philippi, una de Arca y otra de Márquez, las que al estallar con inusitada violencia, desataron incendios imposibles de controlar. Cuando el capitán Alan West llegó al sector y comprobó los daños, no tuvo la menor duda de que su barco había quedado fuera de combate con su sistema de misiles inutilizado y el humo invadiéndolo todo. Aún así, todavía tenía esperanzas de poder salvarlo. 
En otro sector, el oficial Entickajab se desmayó a causa de las heridas que había recibido en su cabeza, por lo que debió ser evacuado. Cuando volvió en sí, comprobó aterrado que tenía un trozo de fórmica incrustado en el cráneo. Mientras intentaba quitárselo, escuchaba los gritos de los tripulantes y sentía el aire completamente
enrarecido. Al intentar pararse, comprobó que le era imposible hacerlo, lo mismo cuando quiso ponerse en cuatro patas con la idea de alejarse del lugar gateando. Fue entonces que empezó a rezar, seguro como estaba, de que iba a morir. 
Afortunadamente para él, alguien lo levantó y comenzó a arrastrarlo por entre los escombros y poco después, una ráfaga de aire puro invadió sus pulmones y le devolvió Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur parte de su vitalidad; estaba en cubierta, al aire libre, donde el marinero Dillon le colocó un chaleco salvavidas. Cerca de allí el apuntador de misiles Sea Cat se hallaba cubierto de sangre, después de haber volado por el aire.
Varios marineros se arrojaron al agua y comenzaron a nadar. Un barco pasaba cerca y un helicóptero Wessex se aproximaba trayendo a bordo al abnegado cirujano mayor Rick Jolly, quien ordenó evacuar a los heridos hacia el “Canberra”.
Entickajab quedó internado allí, donde tras amputarle dos dedos de su mano derecha, debió ser atendido de sus graves heridas en la cabeza y la espalda. 
Después de recibir la novedad de que también el cañón de 110 mm estaba fuera de servicio, el capitán West intentó llevar su nave hacia un lugar seguro. Sin embargo, a esa altura, el “Ardent” era un verdadero caos. Aún así, cinco hombres de su dotación, al mando del teniente de navío John Sephton se apostaron en las ametralladoras montadas sobre los afustes y allí se encontraban cuando los sorprendió el tercer ataque.
La sección del teniente Benito Italo Rotolo llegó a la bahía seis minutos después que la de su líder, el capitán Philippi. Cuando iniciaba el descenso en busca de los objetivos, escucharon por radio las vicisitudes del combate en el que los Sea Harriers se abatían sobre sus compañeros. Eso les dio fuerzas y los impulsó a aumentar la velocidad.
-¡A babor! - gritó el teniente Rotolo a través de la radio al ver un buque en la ensenada.
Los aviadores se pegaron al agua y mientras entraban en la corrida de tiro, comenzaron a zigzaguear con violencia para esquivar los provenientes de las naves apostadas junto a los morros cercanos; incluso un misil pasó muy cerca de ellos. 
A 60 metros de la fragata, el teniente Rotolo tomó altura, niveló su avión y apuntó mientras el mar se llenaba de piques.
El teniente Lecour vio su lanzamiento horquillando el blanco sin provocar daños pero levantando enormes columnas de agua que sacudieron al buque. El arrojó las suyas y detrás hizo lo propio el teniente Sylvester iniciando, los tres, maniobras de escape sin perder de vista a su líder dado que era el único que llevaba el equipo de navegación VLF y solo disponían de eso para orientarse.
-¡Rompo por derecha y me voy por el morro del costado! – comunicó Rotolo a través de la radio.
El silencio angustiante que siguió a continuación le hizo temer lo peor. Sin embargo, para su alivio, segundos después aparecieron a sus numerales a ambos lados, primero Lecour y luego Sylvester, iniciando los tres el regreso a Río Grande. 
Una de las bombas del teniente Lecour pegó muy cerca del orificio producido por la bomba del capitán Carballo, penetrando en profundidad y estallando debajo de los depósitos de combustible.
La embestida fue demoledora y terminó por sellar la suerte de la embarcación. Sephton murió en el acto, alcanzado por las ráfagas de los jets y los estallidos desencadenaron nuevos y feroces incendios que se expandieron a gran velocidad.
Veintidós hombres murieron a bordo del “Ardent” y un número similar resultó con lesiones graves. Helicópteros Sea King y Wessex se acercaron a la nave una vez pasado el peligro y comenzaron a trasladar a los heridos a otras embarcaciones.
La mayoría de ellos presentaban espantosas quemaduras en tanto otros marineros eran extraídos del interior por sus compañeros, semiasfixiados o completamente Alberto N. Manfredi (h) inconcientes. El resto de la tripulación se hallaba extremadamente shockeada por la intensidad y violencia de los ataques.
La nave era pasto de las llamas cuando su comandante, con lágrimas en los ojos, impartió la orden de abandono. Muchos de sus oficiales y varios marineros también lloraban; el típico llanto de pena e impotencia de los hombres de verdad cuando después de darlo todo, se enfrentan a algo inevitable. El capitán diría después del conflicto que desde el principio de la crisis supo que iba a haber guerra “…porque los argentinos no se iban a retirar ya que esa no era la actitud de su pueblo”( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro).
La fragata HMS “Yarmouth” se aproximó a la “Ardent” y se situó a su lado para recibir a los sobrevivientes en tanto helicópteros Wasp se sumaban a la tarea de trasladar a los heridos hasta el “Canberra”.
El HMS “Ardent” (F184), fragata de la clase 21, de 2750 toneladas de desplazamiento, 384 pies de eslora y 30 nudos de velocidad, dotada de un helicóptero Westland Lynx HAS Mk-2 con torpedos antisubmarinos, misiles Sea Cat, cañones de 4,5 pulgadas y una pieza de 110 mm, ardió toda la noche y a la mañana siguiente se hundió a la altura de un promontorio conocido como Punta Naufragio. Había sido construida por la Yarrow Shipbuilders de Glasgow, Escocia y puesta en servicio el 14 de octubre de 1977 en la base naval de Devonport, con su sistema lanzatorpedos de última generación, que sería destruido durante uno de los ataques.
Se percibe una dosis de resentimiento en las palabras del capitán West cuando le dijo a los periodistas Michael Milton y Meter Kosminsky, autores de Hablando Claro, que en absoluto lo había sorprendido la decisión y profesionalidad de los aviadores argentinos, lo mismo al minimizar la pérdida de su buque diciendo que “…ellos cayeron en la trampa tendida de ex profeso al atacar a los buques de guerra”( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro). En contraposición, el corresponsal de la BBC a bordo de la Royal Navy, Brian Hanraham, tuvo expresiones mucho más gallardas al afirmar: “Los pilotos argentinos se comportaron como verdaderos kamikazes”. Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur. Alberto N. Manfredi (h)  Páginas 355 a 365.
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