lunes, 3 de diciembre de 2018

TRÁGICA PROFECÍA - CURUPAITY

En las vísperas de Curupaytí varios jefes del ejército argentino se reunieron a comer en la carpa del doctor Molina. Eran estos, los coroneles Luis María Campos y Juan Bautista Charlone y los comandantes Rosendo Fraga, Manuel Rosetti y Alejandro Díaz, el elegante oficial egresado de Saint-Cyr.
Saboreaban un banquete de soldado cuyo manjar más exquisito era un sábalo raquítico.
De pronto Fraga, con aquella arrogancia en el porte y en el hablar que lo hacia atrayente, dijo con visible contrariedad y triste sonrisa:
- ¡Hoy me van a matar! Recibiré un balazo en el vientre pero tendré el honor de morir con el quepis que Vd. me ha regalado –y dirigiéndose a Campos lo saludó con simpatía.
Alguien quería remover el silencio reinante cuando se escuchó la voz de Rosetti:
-¡Yo también voy a morir –exclamó- y es tan cierto mi presentimiento que he arreglado mis asuntos!
El joven Díaz, apenas extinguidos los ecos de las palabras de su camarada, murmuró con la cabeza gacha:
- ¡Yo también voy a morir!
El valiente Charlone, ese elegante oficial italiano que amaba tanto a su patria adoptiva, se irguió al tiempo que decía con un nervioso acento:
- Del mismo modo quedaré allí de un metrallazo; pero caeré en mis cabales, porque hasta ahora en el ejército argentino, en esa patria que tanto amo, nadie ha ido mas lejos que yo, y por eso que quiero darle mis glorias y mi sangre.
La atmósfera vibraba de puro tensa, y tristes pensamientos pasaban por las mentes esclarecidas de los bravos. Rosetti sacudió sus amarguras y llamando al Coronel Campos por su mote cariñoso dijo:
-¡El general Petit también ha de morir!
-¡No!- le interrumpió Fraga- saldrá herido solamente para que cuente el cuento.
En esos momentos se presentó un oficial de talla gigantesca, cabellos rubios y mirada infantil que traía una orden:
- ¿Y a éste? – dijo Rosetti sonriente.
- Como es tan grande, será el primero que muera – replicó secamente Charlone.
Salvo la herida de Campos, la siniestra profecía se cumplió. Todos murieron como héroes. Están en la gloria pero no en el bronce. Faltan esas estatuas.

De “Anecdotario Histórico Militar” de Juan Román Sylveira.

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