Los británicos habían desembarcado en
Ensenada el día 28 de junio y luego de desbaratar a una fuerza local
muy inferior en número, sitiaron la capital el día 4 de julio.
Mientras tanto, había llegado al virreinato la resolución de la corte
española declarando a Ruiz Huidobro virrey interino. Sin embargo, el
gobernador había sido embarcado hacia Londres luego de la caída de
Montevideo. Por lo tanto, Liniers, siendo el militar de mayor rango
presente fue nombrado en reemplazo de Huidobro por la Audiencia.
El ejército británico avanzó con dificultades los 50 kilómetros que
separaban el lugar escogido para el desembarco y la capital. El ejército
del flamante virrey interceptó el primer avance del enemigo cerca de
Miserere, pero el grupo comandado por Craufurd logró dividir y hacer
retroceder a los hombres de Liniers. Al caer la noche, el combate cesó y
muchos milicianos se retiraron a sus casas.
Parecía que todo estaba perdido, pero Whitelocke decidió esperar;
suspendió el avance de Craufurd hacia la ciudad y exigió rendición
inmediata. Les dio a los porteños tres días, que los criollos utilizaron
para organizarse militarmente.
El alcalde de Buenos Aires, Martín de Álzaga ordenó montar barricadas,
pozos y trincheras en las diferentes calles de la ciudad por las que el
enemigo podría ingresar. Reunió todo tipo de armamento, y continuó los
trabajos en las calles bajo la luz de miles de velas.
En la mañana del 5 de julio, la totalidad del ejército británico volvió a
reunirse en Miserere. Confiado de la supremacía de su ejército,
Whitelocke dio la orden de ingresar a la ciudad en 12 columnas, que se
dirigirían separadamente hacia el fuerte y Retiro por distintas calles.
En un alarde innecesario, llevaban orden de no disparar sus armas hasta
llegar a la Plaza de la Victoria.
Sin embargo, los invasores se enfrentaban a una Buenos Aires muy
diferente al que se había rendido ante Beresford. Según cuenta la
tradición popular, los vecinos arrojaron piedras y aceite hirviendo
sobre las cabezas de los invasores. Lo cierto es que Liniers y Álzaga
habían logrado reunir un ejército de 9.000 milicianos, apostados en
distintos puntos de la ciudad. El avance de las columas se vio
severamente entorpecido por las defensas montadas, el fuego permanente
desde el interior de las casas y desinteligencias y malos entendidos
entre los comandantes británicos. Whitelocke vio como sus hombres eran
embestidos en cada esquina.
Mediante la lucha callejera, los vecinos de Buenos Aires superaron la
disciplina de las tropas británicas. Tras una encarnizada lucha,
Whitelocke perdió más de la mitad de sus hombres entre bajas y
prisioneros.
Cuando la mayoría de las columnas habían caído, Liniers exigió la
rendición. Craufurd, atrincherado en la iglesia de Santo Domingo,
rechazó la oferta y la lucha se extendió hasta pasadas las tres de la
tarde. Whitelocke recibió las condiciones de la capitulación hacia las
seis de la tarde ese mismo día.
El día 7 de julio de 1807 firma la Capitulación el General Sir John
Whitelocke ante el General Santiago de Liniers y Bremond. Ante las
enormes pérdidas sufridas en los combates por la conquista de Buenos
Aires, las fuerzas británicas se rinden con honores, concluyendo así los
combates de la Segunda Invasión Inglesa. Entre los términos pactados,
los británicos recibirían los prisioneros tomados por las fuerzas
virreinales que desearan su repatriación y deberían evacuar la ciudad en
las 48 horas siguientes para luego entregar la ciudad de Montevideo
dentro de los 2 meses de la fecha. Buenos Aires es libre.
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