El domingo 5 de octubre de 1975 en la calurosa tarde formoseña se
fraguaba una traición. Los conscriptos del Regimiento Nº 29 volvían al
retén luego de un partido de fútbol. Eran jóvenes de 20 años que se
hallaban realizando el Servicio Militar Obligatorio en cumplimiento de
una ley de la Nación, algunos de ellos tenían un buen nivel de
instrucción formal, como el santafesino Mayol, que estudiaba Derecho;
otros, como el “Negro” Luna, en cambio, aprendían a leer y escribir en
el cuartel. Pero todos, en toda la geografía del país, así tuviesen
padres empresarios o muy humildes, usaban el mismo uniforme que los
convertía en camaradas y juraron la misma bandera que los hermanaba.
Mientras se dirigían a las duchas, seguían con las “cargadas” por el
resultado del partido, pero había un soldado que no se reía. Aquel día
fue elegido por el grupo terrorista para llevar a cabo un espectacular
golpe contra el Ejército Argentino con la firme intención de sustraer
las armas de la Nación.
En esta operación se emplearon cerca de un centenar de efectivos
fuertemente pertrechados con ametralladoras, fusiles FAL con 5
cargadores por hombre, escopetas, granadas, minas vietnamitas y equipos
de comunicaciones portátiles. Vestían uniformes azules y contaban con
una muda de ropa civil y documentos falsos. Para desplazarse disponían
de 11 vehículos y una avioneta.
La operación, minuciosamente planeada, establecía un asalto simultáneo
al Regimiento y al aeropuerto “El Pucú” de Formosa, cuyo control era
vital para la posterior evasión, la cual se realizaría en un Boeing 737
de Aerolíneas Argentinas desviado de su vuelo, Buenos Aires - Posadas.
La irrupción al cuartel se efectuaría mediante un ataque a la guardia y
una penetración por el área posterior de la unidad.
Mientras algunos conscriptos dormían y otros estaban ya duchándose, el
santafesino Mayol, famoso por sus bromas, le arrebató el fusil a su
compañero del Puesto de Guardia Nº 2 y abrió los portones para permitir
el ingreso de 5 camionetas que transportaban unos treinta hombres
fuertemente armados. El primer vehículo se dirigió al Puesto de Guardia
Nº 1, cerca de la guardia Central, donde el sargento Víctor Sanabria
estaba intentando operar una radio, y al descubrirlo lo mataron para
cortar toda comunicación con el exterior. Simultáneamente, otra fracción
entró al dormitorio de la guardia y asesinó a 5 soldados que estaban
durmiendo. Algunos conscriptos murieron en las duchas, alcanzados por
las granadas arrojadas desde las ventanas del baño.
Conducidos por el soldado entregador, Luis Roberto Mayol, los agresores
sabían bien dónde se hallaban los depósitos de armas y de municiones.
Cuando se acercó un subteniente que había escuchado los disparos, Mayol
le apuntó con su FAL pero el arma se trabó y el oficial lo abatió. El
“Negro” Luna se hallaba de guardia en la Compañía Comando, cuando de
repente, 5 delincuentes saltaron de una de las camionetas y lo
encararon.
- Rendite, negro, que con vos no es la cosa. -¡Acá no se rinde nadie,
mierda!- Respondió Luna con su fusil en la mano mientras intentaba
replegarse sobre el fondo de la Compañía , dándole tiempo a sus
camaradas de reaccionar. Hubo un intercambio de disparos hasta que fue
alcanzado por una ametralladora desde una de las ventanas del baño.
La tenaz resistencia presentada por los “colimbas” sorprendió a los
delincuentes, que esperaban encontrarse con “provincianos adolescentes
más interesados en levantar los brazos que en responder con balas”, como
escribió luego uno de ellos. Luego de un par de horas de feroces
combates los agresores debieron retirarse sin poder llevar todas las
armas que habían planeado, pero sí lograron hacerse de 18 fusiles FAL.
El Ejército Argentino debió lamentar la muerte del subteniente Ricardo
Massaferro, El Sargento Víctor Sanabria Y Los Conscriptos Antonio
Arrieta, Heriberto Ávalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael
Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torantes, Alberto
Villalba Y Hermindo Luna. Todos ellos cayeron defendiendo a su bandera
hasta perder la vida, como habían jurado.
Hermindo tenía 20 años y era hijo único. Había entrado al Servicio
Militar sin saber leer ni escribir, porque este gaucho sólo sabía del
monte y de hachar quebracho al sol con 40 grados de calor. Sus
superiores lo consideraban un “sobresaliente soldado”. Todos recordaban
con una sonrisa esas dos veces que se había quedado dormido en el toque
de diana y comenzó su día en una pileta.
Sus padres fueron a retirar el cuerpo, de luto y descalzos, porque era
gente muy pobre de un paraje del interior de Formosa. No tenían nada,
excepto su hijo, y se lo dieron a la Patria con el corazón desgarrado
por el dolor pero con dignidad.
Fuente: Diario Soldados Digital.
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