Hijo de un militar, se enroló como soldado en el Regimiento de
Granaderos a Caballo fundado por el General Jose de San Martin, y a
principios de 1814 fue enviado al Ejercito del Norte. No participó de
las campañas al Alto Perú, pero a fines de 1816 tomó parte en la campaña
para aplastar la sublevación de Juan Francisco Borges en Santiago del
Estero. Luego formó en el ejército que, al mando de Eustaquio Diaz
Velez, hizo la campaña contra los Federales de la Provincia de Santa Fe.
Se unió en 1816 al Ejercito de los Andes e hizo la campaña de Chile,
combatiendo en la Batalla de Chacabuco, en la campaña del sur de Chile,
en la sorpresa de Cancha Rayada – luego de la cual se destacó reuniendo
soldados dispersos – y en la batalla de Maipú. Después de esa batalla
fue ascendido al grado de Capitán; hasta entonces sólo era sargento.
Hizo la campaña del Perú, combatiendo en Ica, en la toma de Lima – según
sus memorias, fue el primer oficial patriota en entrar en la ciudad – y
en la desastrosa campaña de Puertos Intermedios. En la sublevación del
Callao, en que varios cuerpos se pasaron a los realistas, fue tomado
prisionero y enviado a Puno, cerca del límite con el Alto Perú. Huyó con
la ayuda de sus carceleros a fines de 1824, poco después de la Batalla
de Ayacucho.
De regreso a Buenos Aires, se incorporó al ejército para la Guerra del
Brasil. Reconocido con el grado de Teniente Coronel, combatió en la
Batalla de Ituzaingo, tras la cual se le dio el grado de Coronel de
Infantería.
Regresó a Buenos Aires con el General Juan Galo de Lavalle a cuyas
órdenes participó en la revolución con que éste derrocó al Manuel
Dorrego, y participó en las batallas de Navarro y Puente de Márquez.
Tras la derrota a manos de Juan Manuel de Rosas, se exilió en
Montevideo, siguiendo a Lavalle. Allí se dedicó al comercio, apartado
completamente de la actividad militar, hasta el año 1837, en que se unió
con su jefe a la revolución de Fructuoso Rivera, combatiendo a sus
órdenes en la Batalla de Palmar.
Participó junto al General Lavalle en 1839 en la Batalla de Yeruá. Fue
jefe de una división del Ejercito de la Provincia de Corrientes, y tuvo
una destacada actuación en la Batalla de Don Cristobal.
Continuó con el ejército hasta el ingreso a la Provincia de Buenos
Aires, y la retirada desde allí hacia el norte. En la captura de la
ciudad de Santa Fe fue el jefe que logró la rendición del jefe de la
defensa, General Eugenio Garzon.
Cuando Lavalle se retiró en dirección a la Provincia de Córdoba,
participó en la batalla de Quebracho Herrado. Durante el transcurso de
la misma, debió contener con sus fuerzas de infantería las cargas de la
división del General Angel Pacheco. Pese a la orden terminante del
ayudante del general Lavalle de retirarse, abandonando a sus hombres,
respondió:
"Dígale al general Lavalle que, donde mueren sus hombres, muere el coronel Díaz."
Tras perder la mitad de sus hombres, fue tomado prisionero junto a sus
soldados; tomando un gran riesgo sobre su vida, se aseguró que no
hubiera represalias de los vencedores sobre ellos. Sus vencedores
respetaron el acto heroico de Díaz, en una batalla tras la cual varios
oficiales unitarios fueron ejecutados.
Pasó los siguientes años prisionero en el cuartel de Santos Lugares.
Temió especialmente por su vida en el año 1842, en que las represalias
sobre los unitarios costaron decenas de muertes, pero logró ser
trasladado a la ciudad de Buenos Aires a fines de ese año.
Fue liberado en 1849, reincorporado al ejército y reconocido en su grado
militar. Se había hecho amigo del Coronel Antonio Reyes, jefe del
campamento de Santos Lugares, que intercedió por él.
En 1851, al saber que el Ejercito Grande de Justo José de Urquiza,
avanzaba hacia Buenos Aires aliado con el Imperio del Brasil, se unió
espontáneamente al ejército de Rosas, sin ocultar en ningún momento su
pertenencia convencida al partido unitario.
En la Batalla de Caseros, Rosas le dio el mando de la fuerza más
importante de la infantería, con base central en la casona y palomar de
Caseros. Se destacó por la valentía demostrada en el combate, y – a
pesar de las sucesivas defecciones de las divisiones del ejército
federal – se mantuvo en el frente de batalla hasta el final de la misma.
Solamente cuando el jefe de la artillería, coronel Mariano Chilavert –
otro unitario decidido, que había sido el jefe del estado mayor de
Lavalle en 1839 – se quedó sin municiones, abandonó sus posiciones ya
inútiles para salvar la vida de sus soldados.
Los dos últimos jefes en rendirse fueron Díaz y Chilavert. Éste último
fue ejecutado al día siguiente, por decisión de Urquiza. Díaz tuvo más
suerte, ya que varios amigos unitarios intercedieron por él, a pesar de
que era generalmente considerado enemigo personal de Urquiza. Apenas
conseguida su libertad, consiguió el indulto para el coronel Reyes.
Fue nombrado Capitán del puesto de Buenos Aires y participó en la
Revolución Unitaria del 11 de septiembre. Fue ministro de guerra del
gobernador Manuel Guillermo Pinto durante el sitio de Buenos Aires por
el federal Hilario Lagos, con resultados brillantes.
Tras la muerte de Pinto y el final del sitio, se retiró a la vida
privada, especialmente ofendido por el juicio contra Reyes, en que se
pretendía condenarlo a muerte.
En 1856 fue nombrado nuevamente jefe de estado mayor del Estado de
Buenos Aires. Enfermó gravemente por haberse expuesto al sol muchas
horas, al concurrir al sepelio de su amigo de la época de la campaña del
Perú, el Coronel Jose Melian.
Falleció en Buenos Aires en diciembre de 1857.
Es posible que la importante Avenida Coronel Diaz, de la Ciudad de
Buenos Aires, se refiera a este personaje. Pero la resolución municipal
que le dio nombre a la misma no aclaraba a quién se honraba y, para la
fecha de la imposición del nombre, había habido ya más de diez coroneles
de apellido Díaz en el Ejército Argentino. Desde entonces, los
admiradores de cada uno de ellos se la adjudicaron a sus favoritos.
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Hijo de un militar, se enroló como soldado en el Regimiento de
Granaderos a Caballo fundado por el General Jose de San Martin, y a
principios de 1814 fue enviado al Ejercito del Norte. No participó de
las campañas al Alto Perú, pero a fines de 1816 tomó parte en la campaña
para aplastar la sublevación de Juan Francisco Borges en Santiago del
Estero. Luego formó en el ejército que, al mando de Eustaquio Diaz
Velez, hizo la campaña contra los Federales de la Provincia de Santa Fe.
Se unió en 1816 al Ejercito de los Andes e hizo la campaña de Chile,
combatiendo en la Batalla de Chacabuco, en la campaña del sur de Chile,
en la sorpresa de Cancha Rayada – luego de la cual se destacó reuniendo
soldados dispersos – y en la batalla de Maipú. Después de esa batalla
fue ascendido al grado de Capitán; hasta entonces sólo era sargento.
Hizo la campaña del Perú, combatiendo en Ica, en la toma de Lima – según
sus memorias, fue el primer oficial patriota en entrar en la ciudad – y
en la desastrosa campaña de Puertos Intermedios. En la sublevación del
Callao, en que varios cuerpos se pasaron a los realistas, fue tomado
prisionero y enviado a Puno, cerca del límite con el Alto Perú. Huyó con
la ayuda de sus carceleros a fines de 1824, poco después de la Batalla
de Ayacucho.
De regreso a Buenos Aires, se incorporó al ejército para la Guerra del
Brasil. Reconocido con el grado de Teniente Coronel, combatió en la
Batalla de Ituzaingo, tras la cual se le dio el grado de Coronel de
Infantería.
Regresó a Buenos Aires con el General Juan Galo de Lavalle a cuyas
órdenes participó en la revolución con que éste derrocó al Manuel
Dorrego, y participó en las batallas de Navarro y Puente de Márquez.
Tras la derrota a manos de Juan Manuel de Rosas, se exilió en
Montevideo, siguiendo a Lavalle. Allí se dedicó al comercio, apartado
completamente de la actividad militar, hasta el año 1837, en que se unió
con su jefe a la revolución de Fructuoso Rivera, combatiendo a sus
órdenes en la Batalla de Palmar.
Participó junto al General Lavalle en 1839 en la Batalla de Yeruá. Fue
jefe de una división del Ejercito de la Provincia de Corrientes, y tuvo
una destacada actuación en la Batalla de Don Cristobal.
Continuó con el ejército hasta el ingreso a la Provincia de Buenos
Aires, y la retirada desde allí hacia el norte. En la captura de la
ciudad de Santa Fe fue el jefe que logró la rendición del jefe de la
defensa, General Eugenio Garzon.
Cuando Lavalle se retiró en dirección a la Provincia de Córdoba,
participó en la batalla de Quebracho Herrado. Durante el transcurso de
la misma, debió contener con sus fuerzas de infantería las cargas de la
división del General Angel Pacheco. Pese a la orden terminante del
ayudante del general Lavalle de retirarse, abandonando a sus hombres,
respondió:
"Dígale al general Lavalle que, donde mueren sus hombres, muere el coronel Díaz."
Tras perder la mitad de sus hombres, fue tomado prisionero junto a sus
soldados; tomando un gran riesgo sobre su vida, se aseguró que no
hubiera represalias de los vencedores sobre ellos. Sus vencedores
respetaron el acto heroico de Díaz, en una batalla tras la cual varios
oficiales unitarios fueron ejecutados.
Pasó los siguientes años prisionero en el cuartel de Santos Lugares.
Temió especialmente por su vida en el año 1842, en que las represalias
sobre los unitarios costaron decenas de muertes, pero logró ser
trasladado a la ciudad de Buenos Aires a fines de ese año.
Fue liberado en 1849, reincorporado al ejército y reconocido en su grado
militar. Se había hecho amigo del Coronel Antonio Reyes, jefe del
campamento de Santos Lugares, que intercedió por él.
En 1851, al saber que el Ejercito Grande de Justo José de Urquiza,
avanzaba hacia Buenos Aires aliado con el Imperio del Brasil, se unió
espontáneamente al ejército de Rosas, sin ocultar en ningún momento su
pertenencia convencida al partido unitario.
En la Batalla de Caseros, Rosas le dio el mando de la fuerza más
importante de la infantería, con base central en la casona y palomar de
Caseros. Se destacó por la valentía demostrada en el combate, y – a
pesar de las sucesivas defecciones de las divisiones del ejército
federal – se mantuvo en el frente de batalla hasta el final de la misma.
Solamente cuando el jefe de la artillería, coronel Mariano Chilavert –
otro unitario decidido, que había sido el jefe del estado mayor de
Lavalle en 1839 – se quedó sin municiones, abandonó sus posiciones ya
inútiles para salvar la vida de sus soldados.
Los dos últimos jefes en rendirse fueron Díaz y Chilavert. Éste último
fue ejecutado al día siguiente, por decisión de Urquiza. Díaz tuvo más
suerte, ya que varios amigos unitarios intercedieron por él, a pesar de
que era generalmente considerado enemigo personal de Urquiza. Apenas
conseguida su libertad, consiguió el indulto para el coronel Reyes.
Fue nombrado Capitán del puesto de Buenos Aires y participó en la
Revolución Unitaria del 11 de septiembre. Fue ministro de guerra del
gobernador Manuel Guillermo Pinto durante el sitio de Buenos Aires por
el federal Hilario Lagos, con resultados brillantes.
Tras la muerte de Pinto y el final del sitio, se retiró a la vida
privada, especialmente ofendido por el juicio contra Reyes, en que se
pretendía condenarlo a muerte.
En 1856 fue nombrado nuevamente jefe de estado mayor del Estado de
Buenos Aires. Enfermó gravemente por haberse expuesto al sol muchas
horas, al concurrir al sepelio de su amigo de la época de la campaña del
Perú, el Coronel Jose Melian.
Falleció en Buenos Aires en diciembre de 1857.
Es posible que la importante Avenida Coronel Diaz, de la Ciudad de
Buenos Aires, se refiera a este personaje. Pero la resolución municipal
que le dio nombre a la misma no aclaraba a quién se honraba y, para la
fecha de la imposición del nombre, había habido ya más de diez coroneles
de apellido Díaz en el Ejército Argentino. Desde entonces, los
admiradores de cada uno de ellos se la adjudicaron a sus favoritos.
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