Después de Vilcapugio, y a pesar de su victoria, las fuerzas realistas
carecían de abastecimientos y medios de transporte como para marchar en
persecución de las tropas de Belgrano. Este supo sacar partido de tales
circunstancias y procuró hostilizar constantemente a sus enemigos por
medio de partidas aisladas que los atacaban por sorpresa. En estas
refriegas comenzó a distinguirse por su extraordinaria temeridad el
futuro general Gregorio Aráoz de La Madrid, que entonces ostentaba el
grado de teniente del cuerpo de Dragones. Merece recordarse, por el
arrojo de sus principales protagonistas –los soldados Mariano Gómez,
Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar-, la acción de Tambo Nuevo,
que el mismo La Madrid nos relata en sus Memorias:
“Llega la hora señalada y se me presentan los bomberos (espías) con la
noticia de haber dejado (los realistas) en Tambo Nuevo una compañía como
de 40 a 50 infantes. En el acto de recibir esta noticia mandé montar a
caballo a mis 14 hombres, incluso el baqueano Reynaga, y me dirigí a
sorprender la compañía, pues ésta venía seguramente (como lo afirmaron
después los prisioneros) a tomarme la espalda por la quebrada…. Emprendí
mi marcha, en efecto, en esta dirección, mandando por delante a Gómez,
Albarracín y Salazar, con los indios que acababan de llegar con la
noticia, en clase de descubridores. Seguía mi marcha en este orden, con
mi baqueano Reynaga a mi lado, y habían pasado ya algunas horas, cuando
se me presenta Albarracín avisándome de parte de Mariano Gómez, que
encabezaba la descubierta, que venía en marcha conduciendo prisionera a
la guardia (realista). Gustosamente sorprendido con esta noticia
pregunté… ¿Cómo han obrado ustedes ese prodigio? Continuando mi marcha,
me refiere Albarracín que, al asomar los tres hombres el portezuelo de
Tambo Nuevo, habiendo señalado el baqueano el rancho en que estaba
colocada la guardia….. aproximándose Gómez al momento, le propuso a sus
dos compañeros si se animaban a echarse con él sobre aquella guardia que
dormía, y cuyos fusiles se descubrían arrimados a la pared con la luz
de la lámpara: habiéndole contestado ellos que sí, se precipitan los
tres con los dos indios que los guiaban, sobre la puerta del rancho, y
que desmontado Gómez en la puerta con sable en mano, dio el grito de
“ninguno se mueva”, a cuyo tiempo, abrazándose de los 11 fusiles que
estaban arrimados, se los alcanzó a los dos indios; que enseguida hizo
salir y formar afuera a los 11 hombres y los echó por delante,
habiéndose colocado el exponente a la cabeza, Salazar al centro y Gómez
ocupó la retaguardia, suponiéndose oficial y haciendo marchar a los dos
indios con los fusiles por delante. Mientras Albarracín me informaba de
todo esto, presentóseme Gómez con sus diez prisioneros (ocho soldados y
dos cabos), diciéndome que el sargento que mandaba esta guardia, se le
había escapado tirándose cerro abajo al descender por un desfiladero, y
que no había querido perseguirlo por temor de exponerse a que pudiesen
fugar los demás…”.
Como consecuencia de esta acción, los soldados Gómez, Albarracín y
Salazar fueron ascendidos a sargentos, conociéndoselos en adelante como
“los sargentos de Tambo Nuevo”. También el general Belgrano les obsequió
con los mejores caballos que tenía, especialmente a Gómez, a quien le
regaló un hermosísimo caballo blanco.
Poco tiempo después, el sargento Mariano Gómez ofreció al general
Belgrano, “traerle los mejores caballos o mulas del ejército enemigo”.
La Madrid relata también este episodio en sus Memorias: “La noche los
favoreció porque se puso muy nebulosa, pues al rayar el siguiente día se
presentó Gómez al general con sus dos compañeros (los sargentos de
Tambo Nuevo, Albarracín y Salazar) y le entregó once hermosas mulas de
jefes y oficiales que logró sacar del campamento enemigo, cortando con
sus cuchillos los lazos en que estaban amarradas a las estacas de las
tiendas, mientras sus compañeros velaban montados y teniéndole su
caballo; para comprobante de esa verdad traían atadas todas ellas al
pescuezo pedazos de lazos. Al salir con ellas fueron sentidos por un
centinela y perseguidos, sufriendo una descarga al pasar descendiendo la
cuesta por cerca de la guardia, y cuyos tiros se sintieron en nuestro
campo; pero ellos se salvaron con su presa y el general les regaló once
onzas de oro”.
El Sargento Gómez, tucumano, murió fusilado por los realistas en
Humahuaca en 1814; el Sargento Salazar murió en combate ese mismo año y
el Sargento Albarracín murió en 1840, con el grado de Comandante de
milicias, ambos eran cordobeses . Una calle de Buenos Aires los recuerda
con el nombre de Tres Sargentos.
Fuentes: Aráoz de La Madrid, Gregorio – Memorias / Crónica Argentina, Nº 18 – Ed.Codex.
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